viernes, 1 de febrero de 2013

Hace 10 años se me rompió el corazón



In Memorian, Mario Revelo

Escribir a veces también da miedo. Probablemente por eso llevo años posponiendo este texto, pues desenterrar un recuerdo tan intenso puede doler.

Y sin embargo, llegó el momento de hacerlo. Si diez años después me atrevo a escribir sobre el momento más triste de mi vida es porque siempre he sentido la necesidad de hacerlo, y es que hay amores que necesitan transformarse en letras para volverse eternas.

Me dispongo a escribir uno de los textos más complejos de mi vida, y sin embargo, una parte de mi se encuentra deseosa de comenzar. Va por ti papá…

1. Aquel 20 de enero, el día que todo cambió… 

Lunes. A las 7 de la mañana llevé a mi hermana a la preparatoria. Como en ese momento aun estaba de vacaciones en la universidad, regresé inmediatamente a casa. Desayuné algo, barrí la planta baja y vi la televisión un rato. Durante todo ese tiempo mi papá dormía, por eso no quise interrumpirlo ni entrar a su cuarto. Cerca de las dos de la tarde mi mamá llegó de su trabajo, subió a ver a mi papá y entonces me llamó gritando.

Al subir la escena me llenó de pánico. Postrado en su cama, mi papá estaba casi inconsciente y envejecido, su cuerpo adelgazado al extremo y lo más aterrador fue escucharlo hablar… sus palabras apenas eran audibles. Estaba irreconocible. Inmediatamente llamamos a una ambulancia, aunque entre quejidos él nos pedía que no lo hiciéramos.

La ambulancia tardaba una eternidad, por lo que decidimos llevarlo nosotros mismos al hospital. Tomé a mi papá entre mis brazos y lo cargué con una preocupante facilidad… no pesaba nada. No sé cómo le hice, pero recorrí en tiempo récord la distancia entre mi casa, en la colonia Paseos de Churubusco, y el Hospital Sur de Petróleos Mexicanos, ubicado por el rumbo del Ajusco. Esquivé autos y aceleré a fondo, nunca antes he tenido tanta prisa en mi vida. En el camino mi mamá le marcó llorando a mi tío Alejandro (hermano de mi papá) para avisarle lo que sucedía.

Ingresamos directamente al área de emergencias. Un grupo de doctores recibió a mi papá y se lo llevaron para atenderlo. Dos horas después lo vimos mucho más recuperado y más consciente. Esa noche se quedaría internado en el hospital para que lo estabilizaran y mi mamá se quedaría con él. Mi hermana Lucia y yo nos regresaríamos con mi tío Alejandro, quien pasaría a dejarnos a nuestra casa.

Cuando ambos íbamos a despedirnos de él, un sismo cimbró a la Ciudad de México.

Después del susto besé a mi papá en la frente.

Lucia se acercó a él. Mi papá apretó suavemente su dedo pulgar con su mano.

No volveríamos a verlo consciente.

2. Los días eternos…

Al otro día me levanté muy temprano y llevé a Lucía a la escuela. Tres horas después recibí  una llamada de mi prima Yuli. Me contó que mi papá se había puesto muy grave en la madrugada y que fue internado en terapia intensiva. La situación era muy grave, por lo que ponía en mis manos la decisión de contarle o no a mi hermana lo que ocurría.

Sin pensarlo dos veces pedí que se le contaran todo. Si yo fuera mi hermana me habría gustado que me hablaran con la verdad, por eso decidí que no se guardara ningún secreto.

Por la tarde fui con mi hermana y varios familiares al hospital. Lo primero que vi en la terraza fue a mi mamá viendo el horizonte. Mi hermana y yo nos acercamos a ella. Nos contó que mi papá podía morirse de un momento a otro, que durante la noche anterior su cuerpo cayó en crisis y que fue necesario entubarlo para mantenerlo con vida.

Ahí estábamos los tres, ante una compleja disyuntiva. Enfrentándonos a un panorama que sabíamos incierto, pero al cual no llegábamos solos. Muchos familiares llegaron esa noche hasta el hospital. La familia de mi mamá y la de mi papá nos hicieron sentir más apoyados que nunca. Aquella noche una y otra vez nos prometieron que estarían presentes para lo que fuera, y así fue.

Un padre vino a darle los Santos Óleos a mi papa. Los doctores decían que la agonía no pasaría de unas horas, y sin embargo, aquello fue el inició de varias semanas eternas. La vida de mi familia comenzó a transcurrir en el hospital. Debido a que mi papá estaba en terapia intensiva, nadie podía quedarse con él en el cuarto, pero siempre tenía que haber algún familiar responsable en el lugar por si se presentaba alguna eventualidad. 

Fue en esas jornadas en las que descubrí que mis familiares (los Revelo, los González) son personas maravillosas. Jamás podré dejar de agradecerles el que estuvieran al pie del cañón a toda hora. El que a veces se quedaran toda la noche montando guardia para que mi mamá, Lucía y yo pudiéramos ir a casa a descansar.

Días después mis vacaciones terminaron y volví a clases. Entonces mi jornada comprendía el estar en el hospital por las noches-mañanas, y estudiar por la tarde. También en mis amigos de la universidad encontré el apoyo que necesitaba. Incluso recuerdo que una mañana romí en llanto mientras hablaba por teléfono con mi amigo Ángel. Aquellas lágrimas fueron las primeras que derramaba desde que mi papá se encontraba en el hospital.


3. Lo que nos llevó hasta ahí…

Tantos días en el hospital hacían que recapitulara cómo fue que habíamos llegado a la situación en la que nos encontrábamos.

Todo comenzó cuando tras años de tener distintos padecimientos, a mi papá se le diagnostico insuficiencia renal. Debido a que sus riñones dejaron de funcionar, fue necesario someterlo a un tratamiento de diálisis. Afortunadamente, meses después se habló de la posibilidad de practicarle un transplante de riñón. Mis tíos Jorge y Alejandro, así como mi mamá se ofrecieron como posibles donadores. Yo mismo lo habría hecho pero entonces era menor de edad y legalmente no me estaba permitido.

Tras realizar varios análisis, se llegó a la conclusión de que el candidato más viable era Jorge. Meses después, tras una operación que duró horas, mi papá volvió a la vida gracias a la generosidad de su hermano. Por ese maravilloso gesto de amor, mi papá vivió otros cuatro años con una calidad de vida más que aceptable.

Desgraciadamente su cuerpo terminó rechazando el órgano transplantado y trayéndole complicaciones de salud que muchas veces se guardó en silencio. A finales del 2002 y principios del 2003 su salud se vio muy mermada, cada vez se debilitaba más y las fuerzas lo abandonaron hasta que llegó esa fatídica tarde en la que tuvimos que llevarlo de vuelta al hospital.   

4. Llorar por amor

Durante ese período hubo varias cosas que aun me conmueven. Una de ellas fue ver el dolor de los demás. Observar a muchos de mis familiares preocupados e incluso llorando por lo que estaba pasando me daba orgullo. Quizá suene egoísta o ridículo, pero ver que tanta gente quería a mi papá me hacía sentir muy feliz de ser su hijo.

Recuerdo también la fortaleza de mi mamá. Siempre supe que era fuerte, pero fue en esos momentos cuando realmente entendí que está hecha de acero. A pesar de que tenía a su esposo debatiéndose entre la vida y la muerte, dos hijos, un hogar que sostener y dos trabajos que atender, nunca se dio por vencida ni flaqueó. No se mostró débil ni un solo instante, al contrario, todo el tiempo tuvo la cabeza fría para actuar de la mejor manera y ser amable con los demás. Muchos amigos me han dicho que fue sorprendente la forma en la que afronté esos eventos. Yo estoy plenamente convencido de que lo hice porque ella me daba paz y seguridad.

Mi fe entonces aumentó. Diario iba a la pequeña capilla del hospital a platicar con Dios, y también lo hacía a menudo cuando caminaba o manejaba solo. A veces los doctores nos daban buenas noticias, a veces malas, sin embargo nunca dejé de confiar en que mi papá saldría adelante. Aun así, a Dios siempre le pedí que pasara lo mejor, y si eso era que mi papá se finalmente descansara sabría entenderlo.

Cuando entraba al cuarto de mi papá (solo, pues en terapia intensiva sólo permiten la entrada de una persona) platicaba con él. De futbol, de quién había ido de visita al hospital, de cómo estaba la casa, de mis amigos, en fin, de todo. Un día tomé una foto donde aparecíamos los cuatro y la pegué a lado de su cama, para que en los breves momentos en los que abría los ojos lo primero que viera fuera a nosotros.

Verlo lleno de tubos y maquinas por todos lados me entestecía pero nunca se lo hice saber. Aun así, estar ahí adentro era maravilloso. Varias veces mientras platicaba con él, de sus ojos cerrados salían lágrimas. Esto sucedía cuando le hablaba de lo orgulloso que me sentía de él, y de que para mí era el mejor padre que podía haber tenido. Esas lágrimas han sido lo más bello que he vivido en mi vida, aun ahora, mientras escribo estas palabras mi corazón se llena de una gran paz y me resulta inevitable contener mi propio llanto. Se puede llorar de amor, ahora lo sé.

5. Esperando a mamá

En algún momento mi abuela materna le comentó a varios hermanos de Mario, que si éste no se iba a descansar, era porque aun estaba esperando a su mamá. Me explico: durante todo el tiempo que mi papá estuvo en terapia intensiva, a mi abuela paterna no se le comentó lo que pasaba.

Mi abuela Irene casi no veía debido a varios padecimientos de sus ojos. Desde que mi papá ingresó al hospital continuamente preguntó por él. Para no preocuparla nunca se le comentó lo ocurrido ni que su hijo estaba en terapia intensiva. Finalmente mis tíos se decidieron, le contaron la situación y la llevaron al hospital. Pasó al cuarto y estuvo un rato con mi papá, platicó con él y le tocó la cara. Yo no sé si uno decide cuándo morir o si verdaderamente esperas a despedirte de tus seres queridos, pero lo cierto es que un día después de que su mamá lo visitó, mi papá murió.

6. La despedida

En algún momento casi me da gripa, pero me negué a enfermarme. No podía darme ese lujo debido a que tuve que donar plaquetas en el banco de sangre, y además, porque si estaba enfermo entonces no podría entrar al cuarto donde estaba mi papá. Por eso, cuando comprobé que la gripa que me amenazaba había cedido, volví al hospital. Fue el lunes 3 de febrero. Llegué a las 8 de la mañana e hice relevo con mi mamá que se había quedado ahí toda la noche anterior.

Apenas se marchó, aproveché para ir al baño. Andaba haciendo “lo que todos hacen” cuando escuché que el sonido del hospital solicitaba a un familiar de Mario Revelo con urgencia. Lo más rápido que pude me trasladé al área de terapia intensiva. En cuanto llegué un doctor me dijo que mi papá agonizaba, y que si deseaba despedirme de él, era el momento.

Entré al cuarto. Sólo se escuchaba el maldito “bip… bip… bip… bip…” de la maquina que registra el ritmo cardíaco del paciente. Ahí estaba mi papá. Al principio comencé a contarle cualquier tontería, como si fuera una plática más entre ambos. Entonces noté que sus pulsaciones poco a poco iban disminuyendo. Supe que sería mi último momento con él. Con la mayor calma posible le dije que se podía ir tranquilo, que aquí todo estaría bien y que yo le prometía que haría lo posible porque siempre estuviera orgulloso de mí; que tanto mi mamá, como mi hermana y yo nos cuidaríamos mutuamente y que le agradecía por haberme dado la vida. Le besé la mejilla, le dije adiós y le prometí que nos volveríamos a ver.

De pronto las pulsaciones cesaron. Comenzó a sonar un extraño ruido y muchos doctores entraron al cuarto. Me pidieron que saliera, aunque sabía muy bien que mi papá ya no volvería.

Afuera del cuarto le marqué a mi mamá (aun iba manejando de regreso a casa) y le pedí que regresara porque tenía que firmar algo. Cuando llegó le dije lo que había pasado y ella comenzó a llorar. No supe que hacer y me sentí más pequeño e inútil que nunca. Minutos después entró al cuarto a despedirse de él. Yo aproveché para marcarle a mi tío Miguel (por parte de mi familia materna) y a mi tío Alejandro (de mi familia paterna) para avisarles lo sucedido y pedirles que le avisaran a los demás.

Aun hoy, el que mi papá se haya ido cuando yo estaba a su lado me parece demasiado significativo.


7. Lo que sigue después del punto final

Después todo se volvió raro y vertiginoso. Miguel y Silvía me llevaron a mi casa para que buscara los papeles del panteón (hace muchos años compramos un espacio para la familia). Sorprendentemente todos los documentos de seguros, datos laborales y funerarios estaban en perfecto orden, como si mi papá presintiera su destino y hubiera dejado todo en orden para evitarnos molestias. La primera canción que escuché camino a casa fue "Después de ti" de Cristian Castro. Aquella canción no podía estar más apegada a lo que estaba pasando.

Después vi a mi hermana a la que ya le habían contado lo que había pasado. Estaba tranquila.

Me recuerdo siendo visitado en casa por mis fieles amigos, aquellos con los que crecí jugando en mi cuadra. Tan respetuosos, tan al pendiente de cómo me sentía. Horas después, ellos también fueron al velorio a pesar de que el panteón Jardines del Recuerdo se encuentra lejos de nuestra casa y de que al otro día debían ir a la escuela. En las salas del velatorio de pronto aparecieron mis amigos de la universidad. Por unas horas platiqué con ellos de cualquier cosa y me sentí más ligero. Si no menciono nombres es porque no quisiera cometer la grosería de olvidar a nadie de todos los que estuvieron presentes en esos momentos tan complicados, sólo quiero que sepan que me ayudaron mucho y que mi vida no basta para agradecerles su presencia no sólo esa noche, sino en los días y semanas consecuentes.

Pasé la noche entera en el velatorio. Al otro día enterramos a mi papá. Nuevamente lloré cuando vi descender el ataúd hacia adentro de la tierra. Fue ahí cuando mi tío Miguel González se acercó y con los ojos rojos me murmuró al oído “tú papá fue un gran hombre”. Esas palabras aun resuenan en mis oídos y siempre me hacen sacar fuerzas de flaqueza.

Esa tarde fui a comprar flores para los rosarios que se llevarían a cabo en los días venideros. Iba sólo en el coche. Entonces un agradable aire comenzó a soplar, el cielo nocturno lucía limpio y estrellado, la luna brillaba intensa en el firmamento. Sonreí y me sentí mejor, Mario ya estaba descansando.

8. Él, que nunca se fue

Pensé que escribir este texto me desgarraría el alma. La verdad fue todo lo contario.

Han pasado exactamente 10 años de aquel 3 de febrero del 2003, y ni un día he dejado de recordar a mi papá. Puede sonar raro, pero haberlo perdido no fue tan doloroso como podría pensarse. Sí, lo extrañé, lo extraño y lo extrañaré, pero de alguna u otra forma siento que nunca me ha abandonado. Suelo soñar con él de vez en cuando y siempre lo encuentro feliz. Siempre, cuando contamos anécdotas, varias de sus ocurrencias salen a relucir. Continuamente me lo recuerdan los demás, dicen que me parezco a él y por si fuera poco, tengo la certeza de que mi papá y yo nuevamente estaremos juntos algún día.

A menudo lo recuerdo en gestos y ademanes míos o de mi hermana, en la música que escucho o hasta en ciertos arrebatos.

Hace 10 años no te fuiste papá, sólo hiciste que te amaramos aun más. Gracias por no abandonarme nunca y seguir mis pasos desde donde estas. Con cariño, tu hijo.

11 comentarios:

Jorge Atarama dijo...

Conmovedor relato. La muerte es el punto donde todos nos igualamos. Y siempre esta rodeada de misterios que nos dan pistas que existe una existencia espiritual más allá de este mundo terrenal. Te recomiendo la lectura de Jorge Adoum "20 días en el mundo de los muertos" muy buena. Un gran abrazo desde Lima Perú.

Anónimo dijo...

Un abrazo Gabrielito. Esta vez me guardo cualquier otro comentario, un texto tan honesto e intiemo será seimpre un buen texto. Gracias!!!

Raúl O.

xhabyra dijo...

algo muy intimo,...

como siempre, muchas gracias por compartirlo con tus letras.

Xhaludos!

Unknown dijo...

Que padre que recuerdas con tanto amor y cariño a tu padre. Gracias por compartir.

Un saludo.

Anónimo dijo...

gracias hijo, tu papá se fue de lo terrenal pero tengo la certeza de que siempre está con nosotros para cuidarnos y sobretodo amarnos.
te quiero y recuerda que un gran hombre me dejo un gran hijo, estoy orgulloso de ti

Anónimo dijo...

SIN PALABRAS... GRACIAS POR TU RELATO TAN PERSONAL.
ANGIE

gabriel revelo dijo...

Jorge: Gracias, buscaré el libro. Un abrazo hasta Perú.

Xhabyra: Gracias a ti por leerlo y como siempre, hacerte presente.

Omar: Te agradezco tu mensaje y el tiempo en leerlo. :) Saludos!!!

Ma: Gracias ma :)

gabriel revelo dijo...

Raulito: Muchas gracias amigo. :) Mi agradecimiento entero por tu comentario.

Angie: Como siempre, un gusto saber de ti y por leer. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Lucy Becerra

Es muy conmovedor, la muerte nos impacta a los que nos quedamos, y nos damos cuenta de que no volveremos a verlos físicamente, pero la conexión espiritual se incrementa, creo en una vida después de la muerte, creo en que tu papa existe en alguna otra forma, y creo que lo volveremos a ver... creo en el amor creo en la vida (no terrenal) y creo que el nos ama y esta muuuy orgulloso de ti!
Un abrazo, y muchas gracias por compartir!

let_i dijo...

Aaaahhh maldición!! apenas hoy descubrí tu blog y ya me hiciste llorar!! Sé que todos pasaremos por esa situación en algún momento, espero ser tan fuerte como tú. Un abrazo fuerte :D

gabriel revelo dijo...

lucina: gracias por tus palabras y por siempre estar al pendiente :) qué bueno que lo leíste.

leti: gracias por leerme, que bueno que llegaste hasta aquí. y no hay que llorar, todo pasa por algo y a la distancia se ve mejor.