Por diversos blogs y periódicos de la zona he podido enterarme que la calma del lugar poco a poco ha ido perdiéndose. Han empezado las extorsiones telefónicas y actos violentos. Sin embargo, a simple vista en aquel famoso paraje turístico no ocurre nada. Hasta que uno no tiene un encuentro con el mundo del narco va por la vida pensando que es un problema lejano, como de película. El narco y sus consecuencias está en apariencia, en otro plano existencial, y ahí, invisible a nuestros ojos, está bien. Lo malo es cuando un día cualquiera nos topamos, sin advertencia previa, con ese mundo.
2 de abril de 2010. Viernes Santo.
Pasadas las 10 de la noche varios de mis primos decidieron pasar la noche en un bar de Catemaco. Como buenos turistas preguntaron cuál era el mejor lugar del poblado para divertirse. ‘El Quimera’, les dijeron varios lugareños. Está ubicado en la parte final del Malecón, en un establecimiento de color blanco ubicado arriba de un supermercado. La verdad, el barcillo no está tan mal.
Dos horas y nada sobresaliente sucedió. El ambiente común, nada extraordinario. Entonces llegó un borracho, que se dice, es dueño de un antro en Veracruz. Comenzó a platicar con uno de mis primos, pues una de sus sobrinas estuvo a punto de andar con él. Otro borracho hizo su aparición y se unió al primero. El resto de mis primos, algo inquietos, le pidieron a los meseros que se llevaran a los borrachos para evitar que molestaran a mis primas. Al ver al par de hombres tomados los meseros nerviosos pararon en seco y nerviosos se alejaron sin motivo alguno. La explicación vino sola.
El segundo borracho se presentó. Se hace llamar ‘El Señor’ y es, según él mismo dijo, ‘el mero mero de los Zetas de Catemaco’. A uno de mis primos le dijo ‘me caíste bien, y sólo porque andas con éste pinche borracho (su amigo), no te voy a hacer nada, sino mira…’, dijo mientras con sus dedos simulaba una pistola que disparaba. Después les mostró sus anillos, enormes, de oro. Aquel sujeto continúo ‘si algún día te quieren hacer algo, tú nada más di que conoces al señor, y ya no te pasará nada’. Mis primos se pusieron nerviosos. Aquel individuo, por el momento se mostraba amigable, pero el alcohol podría poner las cosas difíciles a la menor provocación. ‘El Señor’ alardeaba su control en la zona, y el resto del Bar se sumía en tensión. Todos cuadrados ante él y su amigo, sirviéndole lo que quería.
En un momento determinado, cerca de las 2 de la mañana, ‘El Señor’ se paró al baño. Momento que mis primos aprovecharon para salir del lugar y regresar al hotel. De aquella noche quedó la experiencia de charlar con lo maligno y una foto del amigo ‘Del Señor’.

El mal está ahí, creyéndose dueño de las cosas, intimidando, sembrando miedo. No es tanto lo que el narco haga, sino las dudas que siembra. El miedo paraliza, y eso, precisamente es lo que no se puede permitir.