1.
‘The Beatles, en vivo y en directo’. Así decía la marquesina de aquel viejo teatro de la ciudad, que de paso, lo anunciaba como un espectáculo nuevo y sorprendente. ¿Cómo le harían los productores de ese espectáculo para hacer real la promesa de tener en aquel lugar al famoso grupo musical, disuelto hace casi treinta años?, ni idea, pero por nada del mundo me perdería un evento así.
Me sorprendió haber alcanzado a comprar un boleto. Como el espectáculo estaba a unos minutos de empezar, yo, fanático empedernido de The Beatles entré cuanto antes para alcanzar un buen lugar. Era de esperarse, los asientos de hasta abajo ya estaban abarrotados, pero aun había localidades bastante aceptables en las butacas de la parte media. Cuando por fin visualicé y me dirigí hacía la que sería mi luneta, un niño gordo de unos ocho años paso a mi lado gritando, me empujo y se sentó en dónde yo tenía planeado. Repentinamente se apagaron las luces del escenario, la gritería del público me anunciaba que el concierto estaba apunto de comenzar. Desesperado le rogué al engendro endemoniado que se quitara y me dejara sentar. Al darme cuenta que del mocoso aquel no recibía más que burlas, decidí sacar mi ira y propinarle un ‘coscorrón’ de mediana intensidad en la cabeza. El escuincle infernal, contrario a su apariencia y acciones malvadas, comenzó a llorar tan fuerte, que su llanto se escuchaba (y hasta sobresalía) de entre los alaridos de la audiencia. Como no quería perderme nada, me alejé de la escena del crimen en busca de otro lugar, además de que también lo hice como preocupación, pues lo que menos deseaba en esos momentos era ser golpeado por algún padre de familia.
Para mi sorpresa, el asiento que encontré no era malo. Finalmente comenzaron a sonar los acordes de ‘She love’s you’, el telón que cubría el escenario se levanto y allí estaban: George, Paul, Ringo y John como en sus mejores tiempos, tocando ante las poco más de ochocientas personas que nos encontrábamos ahí reunidas. Fue entonces cuando comprendí de lo que se trataba todo ese espectáculo; en realidad, no era que The Beatles estuvieran allí, lo que veíamos, más bien, era un gran despliegue de tecnología que proyectaba virtualmente y en tercera dimensión una actuación del legendario cuarteto, pero la sensación lograda era tan real, que cualquier despistado o persona menos atenta a los detalles hubiera dado por verosímil. Decidí vivir la experiencia y me dejé llevar con la idea de que aquel montaje era realidad y, salvo los espacios entre canción y canción, en los que escuchaba los lloriqueos del niño gordo, comencé a disfrutar las locuras que aquellos cuatro genios realizaban en el escenario.
La primera media hora se me fue como agua. Aquel espectáculo estaba diseñado de tal manera en la que había un intermedio. Cuando se prendieron las luces, comencé a pensar si ir al baño, a la dulcería o a darle otro golpe al niño gordo que a lo lejos seguía llorando. En esas divagaciones estaba, cuando el sonido local del teatro anunció que como ‘show de mitad de concierto’, uno de los espectadores viviría, completamente gratis, la experiencia de volar por los aires del teatro. Como la voz del anunciador no había dejado claro cual sería el método de selección para el espectador o a dónde deberían dirigirse los interesados, la mayoría de los presentes se quedaron en sus lugares a la espera de más indicaciones. Silencio absoluto, salvo los cada vez más pausados espasmos de llanto del niño gordo, nada se escuchaba.
Del techo del teatro salió una especie de cuerda que iba de un lado a otro con una gran rapidez. Aquella soga, que al principio vi hasta el otro extremo del teatro, se dirigía hacía a mi a toda velocidad. Todo lo demás paso de manera inexplicable, fueron cuando mucho un par de segundos los que le tomo a la punta de esa cuerda misteriosa atarse a la muñeca de mi brazo, y con gran fuerza, levantarme de la butaca a toda velocidad. Aun sin reponerme del vértigo inicial, temerosamente abrí los ojos y descubrí que todo a mi alrededor daba vueltas. A capricho de la cuerda subía, bajaba, giraba, volvía a descender muy cerca de las cientos de cabezas que me veían entre embobadas e incrédulas. Ante la idea de llegar a zafarme de esa cuerda y terminar ‘embarrado’ en alguna pared, apreté mi mano a la soga con todas mis fuerzas.
A esas alturas, comencé a sentir como mi teléfono celular amenazaba con salirse de la bolsa de mi pantalón. Rogándole a Dios que no se llegara a salir descubrí algo mucho más aterrador: Ya no estaba sujeto a ninguna cuerda. Fue ese el momento en el que me di cuenta que podía moverme por los aires a mi antojo. No tenía idea de qué tipo de tecnología era la que me permitía hacer todo eso, pero de que era divertidísimo y me sentía libre, no había ninguna duda. Pase unos dos minutos en los aires, siendo la envidia de los demás, probando descensos a gran velocidad, dando piruetas, sintiendo al aire sostenerme.
Hasta que, así como el milagro comenzó, de igual manera terminó. Afortunadamente no estaba muy alto cuando el encanto terminó y la fuerza de gravedad me hizo descender bruscamente y caer en uno de los pasillos de la orilla. Un poco adolorido me levante mientras escuchaba las risas de todo el auditorio sobre mi persona (las más intensas, eran las del niño gordo). Con dicha observé como las luces se apagaban de nuevo y comenzaba la segunda parte del concierto, haciendo que por fortuna su servidor dejara de ser el centro de atracción. Entre apenado y mareado me senté en una butaca de la orilla, sin saber porque, comencé a sentirme triste.
****
2.
No recuerdo que canción era la que estaban tocando los Beatles virtuales cuando percibí su aroma. Cuando escuche su voz muy cerca de mi oído me sentí estremecer. Ahí estaba ella, a mi lado, en un concierto rarísimo en el que ella normalmente no tendía que estar. No sé si fui yo él después de mi vuelo por los aires llegó hasta ella, o fue ella la que me vio y decidió acercarse. Lo cierto es que ahí estaba, la mujer a la que más he amado en esta vida, aquella a la que jamás, por más intentos que hago, logró sacármela de la cabeza. Aquella por la que siempre he muerto en ganas de llamarla ‘amor’. Ella, la siempre perfecta, la más bella, la más guapa, la más inteligente, la más simpática.
Entonces me sugirió que saliéramos de aquel teatro, que por favor la acompañara a cualquier lugar. Y eso fue lo que me venció, pues cualquier lugar, en su compañía, siempre ha sido la mejor aventura de la vida. Qué me importaba dejar ese concierto sin razón, para perderme en la sin razón de seguirla a dónde sea. Lo siento Ringo y compañía, ustedes pueden esperar treinta años más.
Salimos del teatro y soplaba un aire invernal, motivo suficiente para que te abrazaras a mi y volviera a sentir, como hace tiempo atrás, tu cuerpo pegado al mío. Sentir las formas de tu cuerpo femenino tan cerquita de mi, lejos de darle un toque de sensualidad me hizo sentir tanto amor que podría haberme muerto en ese instante. El terciopelo de tu mejilla rozando mi rostro, mis brazos rodeando la fragilidad de tu espalda. Sintiendo latir muy fuerte mi corazón y querer que lata al doble de velocidad. Tenerte así, ver tus labios tan cerca, las mariposas revoloteando mi estomago y ese nerviosismo de no querer moverme para no echar a perder las cosas.
Entonces sucedió el verdadero milagro, que no fue volar, sino volver a probar tus labios y comprobar que tus besos podrían llamarse perfección. A pesar del tiempo, la forma de entregarte a las mil sensaciones que el encuentro de nuestras almas provocaba era superior a la intensidad de millones de voltios eléctricos. Reconocerme en tu boca, volver a recorrerla y sentir que la inmortalidad eres tú en esos encuentros.
Después tu sonrisa. Comenzamos a caminar. Las hojas de los árboles caían sin piedad a nuestro paso y a mi no me importaba nada que no fuera caminar a tu lado prendido de tu cintura perfecta. Hacerte reír era el acto de amor más puro que en ese momento podía regalarte. Apenas me di cuenta de que el escenario por el que caminábamos, era una calle de la ciudad en los años 70s. Llegamos a una casa, después ya no recuerdo más.
Me sorprendió haber alcanzado a comprar un boleto. Como el espectáculo estaba a unos minutos de empezar, yo, fanático empedernido de The Beatles entré cuanto antes para alcanzar un buen lugar. Era de esperarse, los asientos de hasta abajo ya estaban abarrotados, pero aun había localidades bastante aceptables en las butacas de la parte media. Cuando por fin visualicé y me dirigí hacía la que sería mi luneta, un niño gordo de unos ocho años paso a mi lado gritando, me empujo y se sentó en dónde yo tenía planeado. Repentinamente se apagaron las luces del escenario, la gritería del público me anunciaba que el concierto estaba apunto de comenzar. Desesperado le rogué al engendro endemoniado que se quitara y me dejara sentar. Al darme cuenta que del mocoso aquel no recibía más que burlas, decidí sacar mi ira y propinarle un ‘coscorrón’ de mediana intensidad en la cabeza. El escuincle infernal, contrario a su apariencia y acciones malvadas, comenzó a llorar tan fuerte, que su llanto se escuchaba (y hasta sobresalía) de entre los alaridos de la audiencia. Como no quería perderme nada, me alejé de la escena del crimen en busca de otro lugar, además de que también lo hice como preocupación, pues lo que menos deseaba en esos momentos era ser golpeado por algún padre de familia.
Para mi sorpresa, el asiento que encontré no era malo. Finalmente comenzaron a sonar los acordes de ‘She love’s you’, el telón que cubría el escenario se levanto y allí estaban: George, Paul, Ringo y John como en sus mejores tiempos, tocando ante las poco más de ochocientas personas que nos encontrábamos ahí reunidas. Fue entonces cuando comprendí de lo que se trataba todo ese espectáculo; en realidad, no era que The Beatles estuvieran allí, lo que veíamos, más bien, era un gran despliegue de tecnología que proyectaba virtualmente y en tercera dimensión una actuación del legendario cuarteto, pero la sensación lograda era tan real, que cualquier despistado o persona menos atenta a los detalles hubiera dado por verosímil. Decidí vivir la experiencia y me dejé llevar con la idea de que aquel montaje era realidad y, salvo los espacios entre canción y canción, en los que escuchaba los lloriqueos del niño gordo, comencé a disfrutar las locuras que aquellos cuatro genios realizaban en el escenario.
La primera media hora se me fue como agua. Aquel espectáculo estaba diseñado de tal manera en la que había un intermedio. Cuando se prendieron las luces, comencé a pensar si ir al baño, a la dulcería o a darle otro golpe al niño gordo que a lo lejos seguía llorando. En esas divagaciones estaba, cuando el sonido local del teatro anunció que como ‘show de mitad de concierto’, uno de los espectadores viviría, completamente gratis, la experiencia de volar por los aires del teatro. Como la voz del anunciador no había dejado claro cual sería el método de selección para el espectador o a dónde deberían dirigirse los interesados, la mayoría de los presentes se quedaron en sus lugares a la espera de más indicaciones. Silencio absoluto, salvo los cada vez más pausados espasmos de llanto del niño gordo, nada se escuchaba.
Del techo del teatro salió una especie de cuerda que iba de un lado a otro con una gran rapidez. Aquella soga, que al principio vi hasta el otro extremo del teatro, se dirigía hacía a mi a toda velocidad. Todo lo demás paso de manera inexplicable, fueron cuando mucho un par de segundos los que le tomo a la punta de esa cuerda misteriosa atarse a la muñeca de mi brazo, y con gran fuerza, levantarme de la butaca a toda velocidad. Aun sin reponerme del vértigo inicial, temerosamente abrí los ojos y descubrí que todo a mi alrededor daba vueltas. A capricho de la cuerda subía, bajaba, giraba, volvía a descender muy cerca de las cientos de cabezas que me veían entre embobadas e incrédulas. Ante la idea de llegar a zafarme de esa cuerda y terminar ‘embarrado’ en alguna pared, apreté mi mano a la soga con todas mis fuerzas.
A esas alturas, comencé a sentir como mi teléfono celular amenazaba con salirse de la bolsa de mi pantalón. Rogándole a Dios que no se llegara a salir descubrí algo mucho más aterrador: Ya no estaba sujeto a ninguna cuerda. Fue ese el momento en el que me di cuenta que podía moverme por los aires a mi antojo. No tenía idea de qué tipo de tecnología era la que me permitía hacer todo eso, pero de que era divertidísimo y me sentía libre, no había ninguna duda. Pase unos dos minutos en los aires, siendo la envidia de los demás, probando descensos a gran velocidad, dando piruetas, sintiendo al aire sostenerme.
Hasta que, así como el milagro comenzó, de igual manera terminó. Afortunadamente no estaba muy alto cuando el encanto terminó y la fuerza de gravedad me hizo descender bruscamente y caer en uno de los pasillos de la orilla. Un poco adolorido me levante mientras escuchaba las risas de todo el auditorio sobre mi persona (las más intensas, eran las del niño gordo). Con dicha observé como las luces se apagaban de nuevo y comenzaba la segunda parte del concierto, haciendo que por fortuna su servidor dejara de ser el centro de atracción. Entre apenado y mareado me senté en una butaca de la orilla, sin saber porque, comencé a sentirme triste.
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2.
No recuerdo que canción era la que estaban tocando los Beatles virtuales cuando percibí su aroma. Cuando escuche su voz muy cerca de mi oído me sentí estremecer. Ahí estaba ella, a mi lado, en un concierto rarísimo en el que ella normalmente no tendía que estar. No sé si fui yo él después de mi vuelo por los aires llegó hasta ella, o fue ella la que me vio y decidió acercarse. Lo cierto es que ahí estaba, la mujer a la que más he amado en esta vida, aquella a la que jamás, por más intentos que hago, logró sacármela de la cabeza. Aquella por la que siempre he muerto en ganas de llamarla ‘amor’. Ella, la siempre perfecta, la más bella, la más guapa, la más inteligente, la más simpática.
Entonces me sugirió que saliéramos de aquel teatro, que por favor la acompañara a cualquier lugar. Y eso fue lo que me venció, pues cualquier lugar, en su compañía, siempre ha sido la mejor aventura de la vida. Qué me importaba dejar ese concierto sin razón, para perderme en la sin razón de seguirla a dónde sea. Lo siento Ringo y compañía, ustedes pueden esperar treinta años más.
Salimos del teatro y soplaba un aire invernal, motivo suficiente para que te abrazaras a mi y volviera a sentir, como hace tiempo atrás, tu cuerpo pegado al mío. Sentir las formas de tu cuerpo femenino tan cerquita de mi, lejos de darle un toque de sensualidad me hizo sentir tanto amor que podría haberme muerto en ese instante. El terciopelo de tu mejilla rozando mi rostro, mis brazos rodeando la fragilidad de tu espalda. Sintiendo latir muy fuerte mi corazón y querer que lata al doble de velocidad. Tenerte así, ver tus labios tan cerca, las mariposas revoloteando mi estomago y ese nerviosismo de no querer moverme para no echar a perder las cosas.
Entonces sucedió el verdadero milagro, que no fue volar, sino volver a probar tus labios y comprobar que tus besos podrían llamarse perfección. A pesar del tiempo, la forma de entregarte a las mil sensaciones que el encuentro de nuestras almas provocaba era superior a la intensidad de millones de voltios eléctricos. Reconocerme en tu boca, volver a recorrerla y sentir que la inmortalidad eres tú en esos encuentros.
Después tu sonrisa. Comenzamos a caminar. Las hojas de los árboles caían sin piedad a nuestro paso y a mi no me importaba nada que no fuera caminar a tu lado prendido de tu cintura perfecta. Hacerte reír era el acto de amor más puro que en ese momento podía regalarte. Apenas me di cuenta de que el escenario por el que caminábamos, era una calle de la ciudad en los años 70s. Llegamos a una casa, después ya no recuerdo más.
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3.Me resulta difícil precisar cuanto tiempo paso entre aquel sueño y el momento en el que sonó la alarma de mi celular y me desperté. Quién haya tenido un sueño intenso y casi real, sabe que no hay resaca más tormentosa que la que se siente después de que uno es sorprendido de golpe por la realidad.
Lo absurdo no fue haber sido trasladado de la nada a los años 70´s (década en la que ni siquiera había nacido), o la lluvia de hojas y el frío invernal, el concierto virtual o el haber golpeado a un niño gordo. De haber un poco de orden en el caos de la historia que mi subconsciente se fabricó, lo más importante del sueño tendría que haber sido que volé. ¿Acaso no ha sido volar, desde tiempo inmemoriales, el sueño del hombre?. Por eso me extraña que sea el vértigo de un beso y no el de surcar los aires, el que hoy me tiene con el animo caído.
He querido sacudirme las imágenes que a todas horas laceran mi memoria, sospechando que el verdadero problema, serán las sensaciones tan enfermizamente reales. Haber despertado con tu aroma impregnada en mi, con los brazos aun guardando la justa medida de tu cuerpo y con tus labios dibujados en los míos. Mi estomago aun está adolorido por el escuadrón de mariposas que con una intensidad suicida se estrellaban a causa del amor.
Todo el día me la he pasado ausente. Enamorado por un sueño que me trajo de vuelta tu cariño y que de tan intenso aun puedo revivirlo. Tuvo que ser, precisamente un sueño, el que me contará una verdad que incoherentemente intentó negar: sigo enamorado como un imbecil de ti, hasta hoy todos los intentos que he hecho para dejarte de lado han sido un fracaso.
El sueño alguna vez fue real, gigantesco detalle que hoy me mata al saber que el amor que siento por ti y las sensaciones que despiertas en mi no están nada alejados de la realidad, pero que por cosas de la vida, hoy casi se tornan imposibles. ¿Qué fuerza o afán silencioso me hace volver a vivirte en sueños?, ¿qué diablos esconde mi subconsciente, que no me deja soltarte?. Rescribir temblando aquel sueño, sentirme triste todo el día, no encontrar acomodo en ningún sitio. Miren que patético soy, estando despierto.
Volar no fue, ni de cerca, lo más importante.
Lo absurdo no fue haber sido trasladado de la nada a los años 70´s (década en la que ni siquiera había nacido), o la lluvia de hojas y el frío invernal, el concierto virtual o el haber golpeado a un niño gordo. De haber un poco de orden en el caos de la historia que mi subconsciente se fabricó, lo más importante del sueño tendría que haber sido que volé. ¿Acaso no ha sido volar, desde tiempo inmemoriales, el sueño del hombre?. Por eso me extraña que sea el vértigo de un beso y no el de surcar los aires, el que hoy me tiene con el animo caído.
He querido sacudirme las imágenes que a todas horas laceran mi memoria, sospechando que el verdadero problema, serán las sensaciones tan enfermizamente reales. Haber despertado con tu aroma impregnada en mi, con los brazos aun guardando la justa medida de tu cuerpo y con tus labios dibujados en los míos. Mi estomago aun está adolorido por el escuadrón de mariposas que con una intensidad suicida se estrellaban a causa del amor.
Todo el día me la he pasado ausente. Enamorado por un sueño que me trajo de vuelta tu cariño y que de tan intenso aun puedo revivirlo. Tuvo que ser, precisamente un sueño, el que me contará una verdad que incoherentemente intentó negar: sigo enamorado como un imbecil de ti, hasta hoy todos los intentos que he hecho para dejarte de lado han sido un fracaso.
El sueño alguna vez fue real, gigantesco detalle que hoy me mata al saber que el amor que siento por ti y las sensaciones que despiertas en mi no están nada alejados de la realidad, pero que por cosas de la vida, hoy casi se tornan imposibles. ¿Qué fuerza o afán silencioso me hace volver a vivirte en sueños?, ¿qué diablos esconde mi subconsciente, que no me deja soltarte?. Rescribir temblando aquel sueño, sentirme triste todo el día, no encontrar acomodo en ningún sitio. Miren que patético soy, estando despierto.
Volar no fue, ni de cerca, lo más importante.
9 comentarios:
Volar, soñar, besar. Acaso mis formas favoritas de evadir la realidad. Es increíble que el sueño semeje tanto a la vida, aunque sea doloroso despertar de tal sueño. Hoy me he levantado igualmente después de un sueño con cuerpo y labios. Ya despierto la vida no es lo mismo, pero, qué mas da?, en una de esas le encuentro nombre y forma a mi sueño...
¿que cenaste?
Me intriga el niño gordo... ¿ es una manifestación de tu ninño interno o de tu antigüa infancia?
"Entonces sucedió el verdadero milagro, que no fue volar, sino volver a probar tus labios y comprobar que tus besos podrían llamarse perfección."
wow!!! lo k yo siento justo en este momento ....... sus labios siempre seran la perfeccion y lo quise probar el sabado y me esquivaron ......
esos sueños matan, pero de algun modo guardas la esperanza de que al llegar la noche puedas volver al lugar aquel, que te generó tantos sentimientos...
te entiendo y hoy yo viví un sueño así, solo que por motivos de fuerza mayor terminó en ... en fin, otro día será ...
besos niño gabriel
ah ke kura estan los cerdillos hahahahaha pues miraaaaaa te dire kee yooo no soy mala pero ahy me enojo y valio hahahahaha soy trankila pero pues cuando me enfadan y me enfadan reaccion a la mala!!!
Entiendo perfecto. A mí me pasa a diario por eso estoy tan ausente cuando estoy despierta, por eso prefiero soñar que...bueno, prefiero soñar.
topo: ¡¡¡en una de esas!!!. si te contará la de largometrajes que veo gratuitamente cada noche en mis sueños. gracias a Dios diario sueño cosas diferentes (aunque algunos sueños, bien valen la pena repetirse)
Ruben: cené un hotdog que me preparé yo mismo... igual y ahí está el detalle. hoy me cenaré otro igual, quién quita y es la receta.
iux!!!: me intrigas, ¿pues qué pasó el sábado?
sol: sólo una vez conseguí regresar al sueño de la noche anterior. es dificil que suceda, por eso, cuando estoy viviendo algo increible, trato de prolongarlo, pues uno nunca sabe si en realidad esta dormido o despierto, y si todo se acabará (literalmente) en un abrir y cerrar de ojos.
Nadia: ¿Te creo?
k: si pudiera quedarme a vivir en mis sueños...
Gabrielín:
¿Sabes? para mi cumpleaños 27 me regalé un concierto de Paul McCartney. La gira se llamaba "Back in the World" y fue espectacular. Lo más chistoso era que casi todas las rolas eran de The beatles, y las más animadas del lugar éramos una niña de 17 (en ese entonces) y yo. Claro, fue en su tierra, donde la gente peca de "fría"... bua bua bua
Pero fue uno de los mejores cumpleaños de mi vida....
Pucha, yo he tenido varios sueños con The Beatles, uno de los más extraños sucedió cuando estaba en mi primer año de universidad.
En el sueño estaba teniendo relaciones coitales con una gran amiga cariñosa de secundaria (recuerdos gloriosos) en el baño del patio de mi casa y de fondo a todo volumen sonaba "While my guitar gently weeps" (el sonido provenía de mi cuarto si no me equivoco) esa es mi canción favorita, más aún ahora que la recuerdo de esa manera.
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