martes, 8 de octubre de 2013

El día que debí morir


Lunes 15 de enero de 2007
Panteón Francés de la Piedad
09:48 hrs.

Estoy afuera de un panteón, en plena avenida Cuauhtémoc, entre Viaducto y Centro Médico. El vigilante de la puerta principal no me deja entrar. De forma prepotente alega que estoy en un panteón privado, y que al no tener a ningún familiar o conocido enterrado en aquel cementerio tengo mi acceso negado. Como yo también sé ponerme en plan pesado e intransigente insistí en hablar con la encargada de la administración del camposanto; un minuto después salgo de aquella oficina con el permiso de ver todo lo que quiera, burlonamente veo de reojo al vigilante y me interno en aquel entorno de ensueño.

Aun no sé qué hago entre tumbas, pues originalmente venía de otro lugar. De pronto me dieron ganas de entrar y así lo hice. El Panteón Francés de La Piedad es un homenaje a la nostalgia y el recuerdo, cada una de sus criptas, mausoleos, lapidas y estatuas de piedra nos transportan irremediablemente al México de principios del siglo pasado; el suelo está formado de tierra seca y las capillas familiares guardan un sinfín de historias: Algunas rotas, otras devoradas por hierbas. Camino entre calles de muertos como en un laberinto en el que tanta singularidad me marea. Estatuas de ángeles tristes, alegres, santos, vírgenes, cruces… y todo vacío, salvo los árboles, los caracoles panteoneros y algunas flores que de tan marchitas están a punto de morir, diría que soy el único vivo en muchos metros a la redonda. Un lugar como éste impone por su silencio que habla y por las miles de miradas de aquellos que ya no están pero están.

Muertos con apellidos de abolengo. Muertos desconocidos. Muertos que llevan más tiempo muertos que vivos. Y siento miedo por ser diferente aquí, y salgo del panteón intoxicado de muerte. 

Lunes 15 de enero de 2007
‘Megasuspenciones Lu-Gra’
11:53 hrs.

Desde hace semanas mi auto gris hace un ruido extraño cuando lo conduzco, además hoy tiró anticongelante. Por eso estoy en el taller mecánico de la señora Graciela, mi mecánica de confianza. Sucede que se rompió la bomba del agua. Se la cambiaron inmediatamente. Al preguntar sobre el origen del ruido, descubrieron que tenía mal los baleros de las llantas traseras y que urgía cambiarlos.

La señora Graciela y sus mecánicos no se explican cómo no se salieron las llantas en movimiento, pues los valeros estaban ya tan gastados que les parece imposible que haya aguantado tres meses en ese lamentable estado. De no haber ido hoy al taller, era cuestión de unos metros a bordo del vehículo para que las llantas salieran disparadas, el auto perdiera control y seguramente ocurriera un accidente fatal. Lo dejo en reparación. Tardarán unas tres horas en arreglarlo y cambiarle lo necesario. Regreso caminando a casa.

Lunes 15 de enero de 2007
Librería Rosario Castellanos
19:37 hrs.

Un antiguo panteón. Un taller mecánico. Poco o casi nada tienen en común. En eso pienso ahora, mientras me tomo un café en una librería en la colonia Condesa. Sí, vine en metro, el auto me lo entregan hasta mañana.

Además de mi… ¿cuánta gente se salvó hoy de morir?

Supongamos: esta tarde tenía planeado ir a cualquier librería a ver las últimas novedades editoriales; originalmente mi intención era dirigirme a la Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo; si la bomba de agua de mi auto no se hubiera averiado, no habría ido esta mañana al taller, y mucho menos me hubiera enterado de lo dañado de los valeros de las llantas; después de comer me habría subido al auto y de seguro habría tomado avenida Churubusco; sin duda iría a más de 95km/h; a esa velocidad y con esos valeros mi vehículo indudablemente hubiera perdido una o las dos llantas traseras; una de esas llantas abría salido volando a cualquiera de los otros carriles de la avenida; probablemente habría impactado en otro vehículo con fatales consecuencias, o bien, alguno hubiera frenado para evitar el impacto con el neumático, pero sin lograr evitar formar una carambola con los vehículos que vinieran detrás de éste.

Ahora ¿qué me habría pasado a mí en el interior del auto desbocado y fuera de control?; ¿me habría estampado con otro conductor, hubiera impactado con algún muro o poste de las laterales?; ¿y si en el momento del siniestro hubiera transitado por uno de los puentes de esta avenida? ¿caería al vacío? ¿y los vehículos y gente de abajo?. Son un sin fin de posibilidades, todas igual de macabras, acompañadas en el peor de los casos por el común denominador de la muerte.

Si una bomba de agua no hubiera cambiado mi destino hoy, probablemente no estaría escuchando música clásica, ni dándole un trago más al café. En cambio, pensar en un hospital, una sala de velación o en mi carro destruido al lado de una avenida me da escalofrió. A mi alrededor hay libros, algunas personas leen, otras platican en voz baja o recorren las estanterías, todos vivos, no como en el Panteón Francés.

Desconozco los caminos y formas de actuar del destino. A estas horas de la noche me sigue causando conflictos pensar que desde hace semanas traía a la muerte siguiéndome los pasos. Quizá ahora mismo estoy ocupando un espacio que ya no debería. ¿Fue coincidencia haber ido esta mañana a un cementerio y qué justo hoy se haya descompuesto el auto de una insignificancia? Aquellos a los que mi ‘accidente’ iba a involucrar, quizá mortalmente, ¿sabrán que se salvaron y que siguen vivos por una coincidencia?

Nunca sabrán que, al igual que yo, hoy debían morir.

Escrito hace 7 años, sigo sin morirme. 

2 comentarios:

Lazaro caminó dijo...

Durante los últimos dos o tres años he estado leyendo tu blog esporádicamente...creo empecé por la crónica de la merced en ese entonces me iba a ir al D.F. a estudiar y buscaba en la red lo relacionado al "carrusel" creo que asi es como llegue hasta aquí...solo te quería comentar que los baleros se escriben aso con "b" saludos

gabriel revelo dijo...

Mil gracias por leerme desde hace tanto, es un honor...

Y gracias por lo de los baleros, ya lo corregí :P