Lunes 15 de enero de 2007
Panteón Francés de la Piedad
09:48 hrs.
Estoy afuera de un panteón, en plena avenida Cuauhtémoc,
entre Viaducto y Centro Médico. El vigilante de la puerta principal no me deja
entrar. De forma prepotente alega que estoy en un panteón privado, y que al no
tener a ningún familiar o conocido enterrado en aquel cementerio tengo mi acceso
negado. Como yo también sé ponerme en plan pesado e intransigente insistí en
hablar con la encargada de la administración del camposanto; un minuto después
salgo de aquella oficina con el permiso de ver todo lo que quiera, burlonamente
veo de reojo al vigilante y me interno en aquel entorno de ensueño.
Aun no sé qué hago entre tumbas, pues originalmente venía
de otro lugar. De pronto me dieron ganas de entrar y así lo hice. El Panteón
Francés de La Piedad es un homenaje a la nostalgia y el recuerdo, cada una de
sus criptas, mausoleos, lapidas y estatuas de piedra nos transportan
irremediablemente al México de principios del siglo pasado; el suelo está
formado de tierra seca y las capillas familiares guardan un sinfín de
historias: Algunas rotas, otras devoradas por hierbas. Camino entre calles de
muertos como en un laberinto en el que tanta singularidad me marea. Estatuas de
ángeles tristes, alegres, santos, vírgenes, cruces… y todo vacío, salvo los
árboles, los caracoles panteoneros y algunas flores que de tan marchitas están
a punto de morir, diría que soy el único vivo en muchos metros a la redonda. Un
lugar como éste impone por su silencio que habla y por las miles de miradas de
aquellos que ya no están pero están.
Muertos con apellidos de abolengo. Muertos desconocidos.
Muertos que llevan más tiempo muertos que vivos. Y siento miedo por ser diferente
aquí, y salgo del panteón intoxicado de muerte.
Lunes 15 de enero de 2007
‘Megasuspenciones Lu-Gra’
11:53 hrs.
Desde hace semanas mi auto gris hace un ruido extraño
cuando lo conduzco, además hoy tiró anticongelante. Por eso estoy en el taller
mecánico de la señora Graciela, mi mecánica de confianza. Sucede que se rompió
la bomba del agua. Se la cambiaron inmediatamente. Al preguntar sobre el origen
del ruido, descubrieron que tenía mal los baleros de las llantas traseras y que
urgía cambiarlos.
La señora Graciela y sus mecánicos no se explican cómo no
se salieron las llantas en movimiento, pues los valeros estaban ya tan gastados
que les parece imposible que haya aguantado tres meses en ese lamentable
estado. De no haber ido hoy al taller, era cuestión de unos metros a bordo del
vehículo para que las llantas salieran disparadas, el auto perdiera control y
seguramente ocurriera un accidente fatal. Lo dejo en reparación. Tardarán unas
tres horas en arreglarlo y cambiarle lo necesario. Regreso caminando a casa.
Lunes 15 de enero
de 2007
Librería Rosario Castellanos
19:37 hrs.
Un antiguo panteón. Un taller mecánico. Poco o casi nada
tienen en común. En eso pienso ahora, mientras me tomo un café en una librería
en la colonia Condesa. Sí, vine en metro, el auto me lo entregan hasta mañana.
Además de mi… ¿cuánta gente se salvó hoy de morir?
Supongamos: esta tarde tenía planeado ir a cualquier
librería a ver las últimas novedades editoriales; originalmente mi intención
era dirigirme a la Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo; si la bomba de agua de mi
auto no se hubiera averiado, no habría ido esta mañana al taller, y mucho menos
me hubiera enterado de lo dañado de los valeros de las llantas; después de
comer me habría subido al auto y de seguro habría tomado avenida Churubusco;
sin duda iría a más de 95km/h; a esa velocidad y con esos valeros mi vehículo
indudablemente hubiera perdido una o las dos llantas traseras; una de esas
llantas abría salido volando a cualquiera de los otros carriles de la avenida;
probablemente habría impactado en otro vehículo con fatales consecuencias, o
bien, alguno hubiera frenado para evitar el impacto con el neumático, pero sin
lograr evitar formar una carambola con los vehículos que vinieran detrás de
éste.
Ahora ¿qué me habría pasado a mí en el interior del auto
desbocado y fuera de control?; ¿me habría estampado con otro conductor, hubiera
impactado con algún muro o poste de las laterales?; ¿y si en el momento del
siniestro hubiera transitado por uno de los puentes de esta avenida? ¿caería al
vacío? ¿y los vehículos y gente de abajo?. Son un sin fin de posibilidades,
todas igual de macabras, acompañadas en el peor de los casos por el común
denominador de la muerte.
Si una bomba de agua no hubiera cambiado mi destino hoy,
probablemente no estaría escuchando música clásica, ni dándole un trago más al
café. En cambio, pensar en un hospital, una sala de velación o en mi carro
destruido al lado de una avenida me da escalofrió. A mi alrededor hay libros,
algunas personas leen, otras platican en voz baja o recorren las estanterías,
todos vivos, no como en el Panteón Francés.
Desconozco los caminos y formas de actuar del destino. A
estas horas de la noche me sigue causando conflictos pensar que desde hace
semanas traía a la muerte siguiéndome los pasos. Quizá ahora mismo estoy
ocupando un espacio que ya no debería. ¿Fue coincidencia haber ido esta mañana
a un cementerio y qué justo hoy se haya descompuesto el auto de una
insignificancia? Aquellos a los que mi ‘accidente’ iba a involucrar, quizá
mortalmente, ¿sabrán que se salvaron y que siguen vivos por una coincidencia?
Nunca sabrán que, al igual que yo, hoy debían morir.
Escrito hace 7 años, sigo sin morirme.
2 comentarios:
Durante los últimos dos o tres años he estado leyendo tu blog esporádicamente...creo empecé por la crónica de la merced en ese entonces me iba a ir al D.F. a estudiar y buscaba en la red lo relacionado al "carrusel" creo que asi es como llegue hasta aquí...solo te quería comentar que los baleros se escriben aso con "b" saludos
Mil gracias por leerme desde hace tanto, es un honor...
Y gracias por lo de los baleros, ya lo corregí :P
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