La
historia de esta crónica data desde 1993, año en el que Paul McCartney visitaba
por primera vez México. Mi papá, que siempre fue fanático de los Beatles se
moría de ganas por ir al concierto que ofreció en la Ciudad de México. Y no
fue. ¿El motivo? Ese mismo año, pero meses atrás, Michael Jackson también vino
a México con su gira Dangerous. No eran tiempos de mucho dinero. Mi papá
decidió darme gusto y en lugar de ir a ver a Paul, decidió ir conmigo a las hoy
legendarias presentaciones del Rey del Pop en el Estadio Azteca
Sir
Paul volvería a tierras mexicanas 9 años después. En esa ocasión, a pesar de
nuestra insistencia y la de sus hermanos y sobrinos, tampoco fue. Mi mamá
estaba a unas semanas de irse a conocer Europa, por lo que mi papá prefirió
ahorrar todo el dinero posible para que mi mamá llevara muchos euros al viaje.
Un año
después mi papá murió. Nunca vio a un Beatle en vivo.
En el
2010 McCartney vino por tercera vez a México. Cumpliendo una especie de deuda
con mi papá, asistí al primero de los conciertos que el británico ofreció en el
Foro Sol. Esa noche cumplí uno de mis sueños de toda la vida. Gracias a mi papá
crecí escuchando a los Beatles. Oír anécdotas, historias y saber un sinfín de
cosas relacionadas con ellos forjaron mi afición por estos genios de la música.
Pensé
que jamás volvería a ver a Paul McCartney. Sin embargo, cuando hace un par de
meses me enteré que el rockero haría una presentación de su gira On The Run en
el Estadio Azteca me prometí estar ahí. Días después salieron a la venta los
boletos por medio de la nefasta "Preventa Banamex" y casi se acaban.
Cuando salieron a la venta para el público en general, sólo quedaban
localidades arriba de los 3 mil pesos. El gasto era excesivo y me fui
resignando a no ir. De ir con un revendedor, ni hablar, los precios eran
todavía más elevados.
Días
después se anunció que McCartney también se presentaría gratuitamente en el
Zócalo capitalino de la Ciudad de México. Lugar emblemático del país. Mi
esperanza de volver a estar en un recital con un Beatle renació nuevamente.
Días
antes del concierto de Paul en el Azteca mi novia, y varios buenos y grandiosos
amigos hicieron varios intentos por conseguirme algún boleto para estar en el
estadio. Por desgracia, sólo encontramos boletos caros. Decidí no ir. La noche
de ese concierto revisaba en internet los pormenores de lo que sucedía en el
Azteca. Me resultaba frustrante saber que en esos momentos se celebraba un
concierto memorable, y yo me encontraba en mi casa. La situación empeoró cuando
se anunció que por motivos de seguridad, para el concierto en la Plaza de la
Constitución sólo se permitiría el ingreso a 80 mil personas. El resto podría
presenciarlo por medio de pantallas gigantes colocadas en las calles aledañas
al Zócalo. Era martes 8 de mayo y en las noticias ya reportaban filas de
personas para asegurar su lugar en el concierto. Cientos de personas acampando
en la espera de ingresar el 10 de mayo, día en el que se permitiría el acceso a
partir de las 8 de la mañana.
Yo
trabajaría el miércoles y jueves. A dos días de distancia. Llegar a ese
concierto y alcanzar lugar me parecía una misión imposible.
Todas
las crónicas y comentarios sobre el recital en el Estadio Azteca me inquietaron
más. Se hablaba de uno de los mejores conciertos que se le había visto a Paul.
Mientras la gente seguía aumentando la longitud de las diferentes filas.
Finalmente
llegó el 10 de mayo. Día de las Madres en México. Día del concierto de Paul en
el corazón del país. Mi rutina empezó de forma habitual. Llegué a las 7 de la
mañana al trabajo. Continuamente revisaba y escuchaba reportes sobre el número
de personas que ya estaban en el Zócalo. A las 10 de la mañana había dos mil. A
la 1 de la tarde 20 mil. Minutos antes de las 2 apagué mi computadora. Manejé
hasta la colonia Viaducto-Piedad y me estacioné en una calle aledaña al metro.
En el auto me cambié y me puse mi playera y mi chamarra de The Beatles. Agarré
mi capa de plástico por si llovía y emprendí el viaje.
Después
de acercarme en metro, empecé a caminar por las calles del Centro Histórico.
Cuando finalmente llegué al acceso respiré tranquilo. El ingreso era fluido. Me
revisaron varias veces y finalmente entré a la plancha del Zócalo. A lo lejos divisé
el escenario. Ya estaba adentro. Me sentí feliz, sólo era cuestión de horas
para volver a encontrarme con Sir Paul McCartney. Eran las 3 de la tarde.
El
concierto estaba programado para las 9 de la noche. ¿Qué hacer 6 horas? Para
empezar busqué algo de comer. La única opción que encontré fue ir al McDonalds
que está a un lado de la plancha del Zócalo. Después de formarme casi medía
hora por fin pedí una ensalada, unas papas a la francesa y un agua simple. Yo
quería una hamburguesa, pero mi actual dieta no permite ese tipo de comida.
Cerca
de las 4 de la tarde ocupé mi lugar. En medio de la plancha del Zócalo, ni muy
lejos ni muy cerca del escenario. Un buen lugar. Entonces comenzó a llover. Una
hora duró el chipichipi del cual me protegí con ayuda de mi capa de plástico. A
las 5 de la tarde me senté un rato. Como sucede en estos eventos, la red 3G de
Telcel se saturó. No tenía diversión alguna. Dormité un rato. Pensé mil y un
tonterías y dejé que el tiempo pasara lento lento.
Cerca
de las 19 horas el Zócalo lucía un espectacular lleno. No sólo la plancha
central se encontraba así, las calles cercanas eran un inmenso mar de personas.
A las 19:30 horas un DJ amenizó la espera con versiones curiosas (a veces en
español) de The Beatles. Cayó la noche. Los bellos palacios y edificios que
rodean al Zócalo ya lucían iluminados, llenos de personas que no querían perder
detalle de algo que ya prometía ser histórico.
20:42.
Las pantallas comenzaron a proyectar una especie de collage interminable con
imágenes de Paul a lo largo de su carrera, mientras de fondo se escuchaban
varios de sus éxitos en remix.
A las 9
de la noche todo quedó en penumbras. Unos segundos después el escenario se
iluminó de azul y apareció Paul McCartney vistiendo un saco rojo. Comenzaron
los gritos y la euforia colectiva. Una hipnótica energía recorría el cuerpo de
cada uno de los asistentes. La estrella hizo un gesto de saludo al público y
comenzó a tocar melodía Hello Goodbye.
Así
empezó una de las mejores noches de mi vida. Escuchar a un Beatle en pleno
centro histórico de la Ciudad de México era indescriptible. Saberse en medio de
un acontecimiento memorable y ver con tus propios ojos a una leyenda de la
música es shockeante. Cuesta creer que frente a ti está el autor de varias de
las canciones que te han acompañado no sólo a ti, sino a gran parte de la
humanidad a lo largo de tu vida.
Suspirar,
gritar, agitar las manos al ritmo de la música, ver un mar de luces a tu
alrededor siguiendo el ritmo de una canción. Mantenerte quieto mientras suena
All My Loving y todos brincan menos tú, que te quedas quieto sólo para
descubrir que literalmente ‘la tierra tiembla’. Conmoverte cuando Paul
interpreta al piano The Long And Winding Road, My Valentine o And I Love Her.
Escuchar
a la gente conmovida y ver a Paul feliz. Un país entregado a uno de los músicos
vivos más importantes de la historia. Escucharlo hablar español y pasarla bien,
alimentaba aun más esa vibración tan especial que sentía cada una de las más de
200,000 almas presentes.
Entonces
interpretó Obla di Obla da con mariachi. Los presentes fuimos comprendiendo que
presenciábamos el mejor concierto en la historia de la Ciudad de México. Todo
un repertorio de canciones que estremecían a la audiencia, todas históricas y
emblemáticas, todas importantes. Aquel momento era mágico, esperanzador,
sublime.
Cuando
McCartney recordó a George Harrison interpretando Something comencé a llorar.
Lágrimas por estar viviendo algo así, porque gracias a esas canciones me sigo
sintiendo conectado con mi papá, porque las dos veces que he visto a Paul
siento que pagaba la deuda de esos dos conciertos que él no pudo presenciar,
porque gracias a Sir Mario Revelo conocí a The Beatles, y una unión así jamás
se podrá romper.
Otro
momento especial sucedió cuando Give Peace A Chance comenzó. Escuchar un himno
a la paz en un país que está en guerra contra el narco y ver cientos de rostros
conmovidos fue un bálsamo, un recordatorio de que este país está lleno de gente
buena.
Y los
presentes perdimos noción de nosotros mismos. Todo se volvió un viaje al cielo,
un momento apartado del tiempo. Live and Let Die y su espectacular
interpretación teniendo de fondo la Catedral Metropolitana fue un orgasmo a los
sentidos. La hermandad generada en Hey Jude o la conmovedora Let It Be que me
hizo llorar por segunda vez en la noche.
Aquel
concierto duró tres horas. Se tocaron 40 canciones y se emocionó a miles de
almas, no sólo a las presentes, sino a las que seguían la transmisión vía
internet. El final no pudo ser menos apoteósico con las interpretaciones de la
magistral Yesterday y una de mis favoritas, la mezcla de Golden Slumbers-Carry
That Weight-The End, que para mí resumen la esencia Beatle.
Cuando
Paul abandonó el escenario todos éramos felices. No importaba el cansancio ni
que pasara de la media noche y al otro día hubiera que trabajar. Si McCartney a
sus casi 70 años dio tremendo conciertazo sin pedir tregua, ninguno de los
presentes estábamos en posición de quejarnos, al contrario.
Llegué
a mi casa a la 1 de la mañana, con la espalda desecha y los pies adoloridos,
pero jodida y chingadamente emocionado.
10 de
mayo del 2012 queda marcado en la vida del país, de la Ciudad, de mi vida. He
visto a Paul dos veces, mi cuerpo sigue vibrando, las melodías retumbando en mi
mente. Papá, estamos a mano.
5 comentarios:
Con esta entrada me hiciste sentir como que si yo hubiera ido a verlo en vivo. Vi en las noticias que aunque la policía no lo iba a permitir, si hubo gente que hizo fila para entrar como por día y medio, casi 2, y el que me digas que tu a 6 horas antes del concierto pudieras entrar, es increíble.
Es muy bonito que hayas cumplido con una promesa auto-impuesta, para cumplir uno de los deseos de tu papá y más que la hayas disfrutado con tanta emoción.
Te mando muchos saludos :D
Gabi que bueno que recuerdas tanto a tu papá. Sabes ahora soy un adulto me doy cuenta lo magnifico que fue tu papá. Me siento muy orgullosa de ser su sobrina y estoy segura que vio el concierto junto a ti.july
Uy, mi Gabrielín, qué mal lo de tu pa... empieza fuerte este post. Pero qué bien que hayas tenido oportunidad de verlo en dos ocasiones. Para mí, la mejor, más emotiva, fue la del Foro Sol, sin duda.
Un abrazo
c.
Ya se me hizo un nudo en la garganta, en cuanto escriba mi entrada del concierto te aviso.
Ale: Gracias por tus palabras, de verdad fue algo mágico. Saludos!!!
july: Gracias, en serio. Él también siempre te quiso mucho. Y estoy segura de que ahora más, en donde quiera que esté.
Latita: Sí, el del Foro Sol también me gustó mucho. Gracias por tu siempre amena y valiosa visita. Un abrazo.
Omar: Yo tengo el nudo en la garganta desde el jueves jaja. Me avisas para leerla.
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