De pronto verlos día tras día se volvió lo más cotidiano. Llegaron a un punto en el que se mimetizaron con el entorno y dejé de reparar en ellos. La más linda historia suele perderse entre la rapidez de la vida cotidiana. No obstante, hay contados instantes en los que logro salir de la superficial rutina y enfocar mi atención en aquella pareja tan peculiar que cada tarde trabaja en el cruce de Canal de Tezontle y Canal Río Churubusco.
Desde hace años Padre e hijo esperan pacientemente a que la luz del semáforo cambie a roja. Caminan entre los autos ofreciendo golosinas, cigarros y gomas de mascar a los conductores que indiferentes, rara vez notan que uno de los dos vendedores es ciego. Nunca fallan. Ni la lluvia, el frío o el calor abrazante los detiene. Uno cuida al otro, le sirve de guía y le presta por unas horas su mirada. ‘Padre, seré tus ojos cada tarde’, prometió en silencio aquel niño, que hoy, ya es un joven.
Ante los ojos de los conductores hemos visto como aquella promesa no deja de cumplirse. Desde mi primer encuentro con ellos ha pasado una década. Mi admiración y respeto sigue siendo la misma. Por un lado está el valor de aquel hombre que a pesar de su ceguera tiene el valor suficiente para salir a ganarse la vida y ser el soporte familiar que él mismo se exige ser. Portando sus lentes oscuros y un grueso palo a modo de bastón, enfundado en su viejo suéter, se las ingenia para acomodar las cajas de dulces y de más productos entre sus manos. Su hijo, además de guiarlo entre los carros y camiones, revisa el cambio y le entregó uno de los más grandes regalos a su padre: sus tardes de infancia, sus tardes de adolescente, sus tardes de juventud.
Y con todo aquel muchacho dirá que valió la pena. Quienes hemos gozado del amor de un padre sabemos que ningún sacrificio es suficiente para detener un amor tan grande. Cuando amas así a quien te dio la vida ser sus ojos es un privilegio.
Hoy, como cada tarde, me encontré con ellos.
Desde hace años Padre e hijo esperan pacientemente a que la luz del semáforo cambie a roja. Caminan entre los autos ofreciendo golosinas, cigarros y gomas de mascar a los conductores que indiferentes, rara vez notan que uno de los dos vendedores es ciego. Nunca fallan. Ni la lluvia, el frío o el calor abrazante los detiene. Uno cuida al otro, le sirve de guía y le presta por unas horas su mirada. ‘Padre, seré tus ojos cada tarde’, prometió en silencio aquel niño, que hoy, ya es un joven.
Ante los ojos de los conductores hemos visto como aquella promesa no deja de cumplirse. Desde mi primer encuentro con ellos ha pasado una década. Mi admiración y respeto sigue siendo la misma. Por un lado está el valor de aquel hombre que a pesar de su ceguera tiene el valor suficiente para salir a ganarse la vida y ser el soporte familiar que él mismo se exige ser. Portando sus lentes oscuros y un grueso palo a modo de bastón, enfundado en su viejo suéter, se las ingenia para acomodar las cajas de dulces y de más productos entre sus manos. Su hijo, además de guiarlo entre los carros y camiones, revisa el cambio y le entregó uno de los más grandes regalos a su padre: sus tardes de infancia, sus tardes de adolescente, sus tardes de juventud.
Y con todo aquel muchacho dirá que valió la pena. Quienes hemos gozado del amor de un padre sabemos que ningún sacrificio es suficiente para detener un amor tan grande. Cuando amas así a quien te dio la vida ser sus ojos es un privilegio.
Hoy, como cada tarde, me encontré con ellos.
4 comentarios:
Es cierto. Yo también haría lo que fuera por mi padre.
:)
wow... que bella historia! y tan cierto! adoro a mi papa =D
Què bonita historia, ... glup!
zocadiz, soleil y víctor: gracias por tomarse el tiempo y leerla...
Publicar un comentario