
No será la primera vez que escriba algo, sabiendo de antemano que nadie me creerá. En esta ocasión no los culpo, si yo fuera uno de los lectores del siguiente relato lo calificaría de previsible, trillado y carente de toda lógica. Y sin embargo me pasó. Los hechos fueron tan reales que en mi memoria siguen estando tan nítidos y acuden a mi cada que lo deseo, como un recordatorio de lo frágil que es la coherencia de la realidad. Como por más que lo intento no encuentro respuesta alguna y si muchas interrogantes más lo escribiré, dejaré que el relato de una historia sin comprensión se pierda y sea juzgada por cada quién.
Hace año y medio estaba en la Ciudad de Mérida, en el estado de Yucatán. Cerca del mediodía de un jueves soleado y sofocante me encontraba en una de las colonias más desoladas, a las afueras de la urbe. Estaba rodeada de terrenos baldíos, algunas casas y calles muy largas, como si se tratara de una zona residencial apenas en planeación. Ahí estaba yo, jugando con mi cámara digital, esperando por casi media hora a que algún camión o taxi pasará por dónde me encontraba y me acercara a la zona centro, cerca del Hotel en el que estaba hospedado.
De repente, podría decirse que de la nada, apareció un taxi. Le hice la parada, lo abordé y le pedí al chofer que me llevara a mi hotel. Durante el trayecto charlé amenamente con él.
- ¿Qué centro comercial me recomienda visitar, cuál es el mejor de Mérida? Pregunté.
- Bueno, yo voy a la Comercial Mexicana, a veces a Wal Mart, aunque a mi señora no le gusta mucho ir ahí. Contestó.
- Ya veo, pero ¿Centro Comercial?- Por eso, la Comercial Mexicana. O bueno, está un tal ‘Chedrauli’ o algo así, pero a penas lo están construyendo.- Imposible. Inquirí. - Ayer fui a un Chedraui a comprarme una bebida, creo que ya lo abrieron.
- No joven, apenas están fincando el terreno.
No quise seguir debatiendo, yo estaba seguro de haber ido a esa tienda y haberla encontrado funcionando al cien por ciento. Seguí platicando con aquel hombre bonachón sobre zonas arqueológicas, museos y sitios turísticos del estado de Yucatán. Aquel personaje me había caído bien, por lo que el viaje de casi veinte minutos se me fue en un abrir y cerrar de ojos. Al llegar a mi destino, le pedí que me imprimiera un ticket para comprobar aquel gasto. Pagué lo que debía y me bajé del taxi. Ya en mi cuarto de hotel, recibí la llamada de mi amigo Isaac informándome que llegaría en un par de horas, procedente del poblado de Valladolid para pasar juntos nuestro último día en el estado de Yucatán. Casi al instante de colgarle caí en la cuenta de que mi cámara digital no estaba en mi cuarto.
Después de vaciar cajones, muebles y maletas confirmé el peor de mis pronósticos: había dejado mi Cyber Shot en aquel taxi que hace unas horas había tomado. Medio desesperado salí a la calle y paré otro taxi. Le informé mi situación y me dijo que lo mejor era acudir al Sindicato de Trabajadores del Volante de Mérida y con el ticket en mano (el que me dio el taxista del vehículo en el que dejé la cámara), les dijera que lo rastrearan por medio del número de placa de la unidad y lo hicieran traer para que le preguntara sobre el paradero de la cámara.
Cuando minutos después llegó Isaac, le pedí que me acompañara al dichoso sindicato, en donde nos trataron muy bien e hicieron todo lo que estaba a su alcance para ayudarnos. Intentaron establecer comunicación por medio del radio con aquella unidad pero nunca obtuvieron respuesta. Al final me dijeron que seguirían buscándolo y me dieron un papel con el nombre del taxista a cargo del auto con el número de placas que abordé: Juan Manuel Puigcerver Sauri. Le di las gracias a todos, y regresé al hotel repitiéndome lo idiota que había sido por dejar mi adorada cámara digital en aquel carro.
Ya en el cuarto de hotel tomé el directorio telefónico local, busqué a los habitantes con el apellido ‘Puigcerver’. Sólo cinco personas en toda la ciudad tienen ese apellido, uno de ellos, además, se llama Juan Manuel, y su segundo apellido es Sauri. Sintiéndome satisfecho arranqué la hoja del directorio (de seguro nadie le echará de menos), subrayé el nombre encontrado y marqué aquel teléfono. Uno, dos repiquetes y una voz femenina y mayor me contestó:
- ¿Bueno?
- Buenas tardes, por favor con Juan Manuel Puigcerver.
- ¿Quién lo busca?... él falleció hace tres años.
¿Qué puede decir uno ante un argumento así? ¿Valdría decir que un escalofrió recorrió mi cuerpo en aquel momento en el que el tiempo se congeló? Aun así, tras diez segundos de un incomodo silencio decidí indagar más...
- Verá, creo que olvidé mi cámara en el taxi que era del señor Juan Manuel, ¿no sabe cómo puedo localizar a su actual dueño?
- No señor. Desde que Juan murió el taxi ha estado en el patio de la casa. No nos hemos atrevido a moverlo... ¿Le puedo servir en algo más?
Ahora el silencio fue de mi parte. Tímidamente di las gracias y colgué. Sudaba frió y lo peor, no sabía qué hacer, decir o pensar. Me dije que era una casualidad, aunque el apellido Puigcerver no fuera común, y la posibilidad de qué en una ciudad tan pequeña aquel nombre se repitiera no sólo en los apellidos sino en los nombres y en el oficio de taxista era insultantemente remota. Al otro día, antes de abordar el autobús que me traería de regreso a la Ciudad de México regresé al Sindicato de Trabajadores del Volante. Ahí me informaron que era probable que el conductor de la unidad ya no estuviera en activo, pues la base de datos no se actualizaba desde hace cinco años.
- Quizá por eso no nos contesta. Dijeron.
Puede ser, pero eso no me explica quién era el conductor de aquel taxi al que me subí y que se supone, lleva un par de años parado en el interior de una casa. Tampoco explica quién se quedó con mi cámara, o quién emitió ese ticket electrónico cuyo número de placas (14-94) y de taxi coinciden con el de Juan Manuel Puigcerver. Abandoné el Sindicato, comí con Isaac en el Vips y regresamos al DF. La cámara no apareció.
Una semana después, ya en la Ciudad de México, recibí una llamada del Sindicato de Trabajadores del Volante de Mérida. Una noche antes alguien había dejado la cámara en el buzón de objetos perdidos. Nadie se acreditó su descubrimiento. Acordé pagar los gastos de envío por medio de un depósito bancario. Dos días después recibí la cámara intacta.
Días después platiqué la experiencia a un par de amigos que dijeron creerme, aunque no sé por qué siento que no es así. Aunque tengo a mi amigo Isaac como testigo de lo ocurrido, y dos datos más, sin los cuales ésta experiencia no sería tan intrigante: El Chedraui de Mérida empezó a construirse tres años atrás, más o menos cuando Juan Puigcerver murió, y el ticket que me expidió aquel taxi, días después se puso amarillo (como un papel muy viejo) y las letras y datos se le borraron. La hoja del directorio de Mérida está en mi poder, para quien quiera hablar y corroborar que todo es verdad. Y a todo esto ¿para qué querría un fantasma una cámara digital?.
Esta fue la foto que me tomé en un solitario paraje en Mérida, unos minutos antes de abordar el taxi.
