1. Y así, Internet nos salvó del desamor
"Como sabemos, en cosas de amores lo común es fracasar”,
dice Ramón Córdoba al inicio de su novela ‘Ardores que matan (de ganas)’. A
esta frase yo agregaría: “… y lo era aún más cuando no había Internet”.
Solemos enfocarnos en los avances que la llegada del
Internet trajo en materia productiva, musical, económica y de entretenimiento,
por citar sólo algunos. Pero, ¿cómo cambió la llegada del Internet la forma en
la que nos relacionamos sentimentalmente? Los conservadores dirán que el amor
sigue siendo para los valientes que se atreven a buscarlo sin importar los
rechazos. Permítanme diferir.
Provengo de una generación partida. Prácticamente la
mitad de mi vida la viví aun fuera del gran boom de Internet. Por lo tanto,
tengo una idea de lo que era el mundo “sin estar conectados”. Con la llegada de
esta red virtual nada volvió a ser igual… ni siquiera el amor.
2. La vida sin Internet
Tengo muchos recuerdos de mis fracasos amorosos. Uno de
ellos viene desde tercero de primaria. Al igual que el resto de mis compañeros
de salón estaba enamorado de Mónica. Mi amor por ella estaba condenado a la
deriva: yo era un niño gordo, tímido y con nula habilidad para hablarle a una
niña. Además mi Dulcinea era la niña más guapa de la escuela y traía tras de
sus huesos a otros 20 pelados (sin albur). Aun así, pensaba que no era
imposible que Mónica fuera mi novia.
Durante tres días estuve planeando cómo declararle mi
amor a Mónica y madrugar al resto de mis competidores. Sería a la hora del
recreo, antes de que Mónica se reuniera con sus amigas para jugar a las
Barbies. El primer día fui decidido hacia ella, pero cuando se volteó y me miró
preferí seguir de frente, preso de un miedo que nunca había sentido. Aunque por
dos semanas hice el intento de volverme valiente y abordarla, nunca logré
intercambiar ni una palabra con ella. Al próximo curso los papás de Mónica se
mudaron y jamás la volví a ver.
Esta historia típica de un loser se repetiría infinidad
de veces en los años venideros. Me pasó con Beatriz en sexto de primaria. Un 14
de febrero le regalé un Gato Garfield de chocolate a la hora de la salida,
cuando ya no había nadie en el salón, salvo el maestro, que metió su cuchara y
frente a ella me preguntó sí Bety me gustaba. Le dije que no y salí corriendo
como un vil cobarde.
También fracasé con Jazmín. Ella vivía a una calle de mi
casa y cada tarde iba al parque de la esquina a espiarla cuando salía a jugar
con sus amigas. Sólo sabía su nombre. No tenía forma de averiguar nada más de
ella ¿Acercarme a sacarle información a sus amigas? Impensable, me comerían
vivo (aunque de eso pedía mi limosna).Entonces entré a una secundaria de
varones. Mi contacto con mujeres de mi edad y prospectas de novia era nulo. Así
pasé varios años de obscuridad… hasta que Internet llegó a mi rescate.
3. El invento que cambió la vida de los solitarios
Estoy seguro que la historia de los párrafos anteriores
la comparto en menor o mayor medida con otros miembros de mi generación.
Claudio fue el primero de mis amigos que tuvo Internet en
su casa. Cuando nos invitó a ver de qué se trataba muchos quedaron fascinados
con la posibilidad de jugar en línea, otros con las imágenes de mujeres
encueradas que podían encontrarse con sólo dar un clic, y otros con la
posibilidad de escuchar y bajar canciones en línea. En cambio, a mí lo que me
sedujo fue cuando mi amigo entró por un momento a una sala de chat. Claudio nos
mostró cómo podía platicar en tiempo real con chicas de nuestra edad, las
cuales no sólo vivían en nuestra propia ciudad, sino también en otros estados y
países. Aquello me pareció una maravilla.
Con el pretexto de que tenía tarea, cada tarde le pedía
dinero a mis papás para ir al café internet. Ahí pasaba horas platicando con
otras chicas (espero que hayan sido chicas). Me enamoré de algunas. Con algunas
intercambiaba mi dirección de correo electrónico e incluso me atreví a
teclearles uno que otro piropo. Aquello no era propiamente nada, pero a mí me
sabía gloria.
Tantas tardes en el ciber café hicieron que mis papás
contrataran una conexión a internet en casa. Aquello fue mi perdición. Pasaba
horas buscando a mi posible esposa. Tantas horas de charla virtual hicieron que
fuera entendiendo a las chicas de mi edad. Por lo menos fui aprendiendo qué
decirles para que se interesaran en mí. Comprendí qué temas les interesan y
cuáles no, cómo hablarles y qué frases podían “moverles el tapete”.
Cuando volví a una escuela mixta ya estaba más o menos
preparado para lo qué me esperaba. Si bien aún me faltaba enfrentar a las
mujeres ‘frente a frente’, con las armas que contaba me fue más que suficiente
para acercarme a ellas. Como es natural, me enamoré de una de ellas, pero ahora
tenía al Internet de mi lado.
*** Texto de mi autoría, publicado originalmente en
Sopitas.com
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