jueves, 20 de junio de 2013

Y así, Internet nos salvó del desamor (Parte 1 de 2)


1. Y así, Internet nos salvó del desamor

"Como sabemos, en cosas de amores lo común es fracasar”, dice Ramón Córdoba al inicio de su novela ‘Ardores que matan (de ganas)’. A esta frase yo agregaría: “… y lo era aún más cuando no había Internet”.

Solemos enfocarnos en los avances que la llegada del Internet trajo en materia productiva, musical, económica y de entretenimiento, por citar sólo algunos. Pero, ¿cómo cambió la llegada del Internet la forma en la que nos relacionamos sentimentalmente? Los conservadores dirán que el amor sigue siendo para los valientes que se atreven a buscarlo sin importar los rechazos. Permítanme diferir.

Provengo de una generación partida. Prácticamente la mitad de mi vida la viví aun fuera del gran boom de Internet. Por lo tanto, tengo una idea de lo que era el mundo “sin estar conectados”. Con la llegada de esta red virtual nada volvió a ser igual… ni siquiera el amor.

2. La vida sin Internet

Tengo muchos recuerdos de mis fracasos amorosos. Uno de ellos viene desde tercero de primaria. Al igual que el resto de mis compañeros de salón estaba enamorado de Mónica. Mi amor por ella estaba condenado a la deriva: yo era un niño gordo, tímido y con nula habilidad para hablarle a una niña. Además mi Dulcinea era la niña más guapa de la escuela y traía tras de sus huesos a otros 20 pelados (sin albur). Aun así, pensaba que no era imposible que Mónica fuera mi novia.

Durante tres días estuve planeando cómo declararle mi amor a Mónica y madrugar al resto de mis competidores. Sería a la hora del recreo, antes de que Mónica se reuniera con sus amigas para jugar a las Barbies. El primer día fui decidido hacia ella, pero cuando se volteó y me miró preferí seguir de frente, preso de un miedo que nunca había sentido. Aunque por dos semanas hice el intento de volverme valiente y abordarla, nunca logré intercambiar ni una palabra con ella. Al próximo curso los papás de Mónica se mudaron y jamás la volví a ver.

Esta historia típica de un loser se repetiría infinidad de veces en los años venideros. Me pasó con Beatriz en sexto de primaria. Un 14 de febrero le regalé un Gato Garfield de chocolate a la hora de la salida, cuando ya no había nadie en el salón, salvo el maestro, que metió su cuchara y frente a ella me preguntó sí Bety me gustaba. Le dije que no y salí corriendo como un vil cobarde.

También fracasé con Jazmín. Ella vivía a una calle de mi casa y cada tarde iba al parque de la esquina a espiarla cuando salía a jugar con sus amigas. Sólo sabía su nombre. No tenía forma de averiguar nada más de ella ¿Acercarme a sacarle información a sus amigas? Impensable, me comerían vivo (aunque de eso pedía mi limosna).Entonces entré a una secundaria de varones. Mi contacto con mujeres de mi edad y prospectas de novia era nulo. Así pasé varios años de obscuridad… hasta que Internet llegó a mi rescate.


3. El invento que cambió la vida de los solitarios

Estoy seguro que la historia de los párrafos anteriores la comparto en menor o mayor medida con otros miembros de mi generación.

Claudio fue el primero de mis amigos que tuvo Internet en su casa. Cuando nos invitó a ver de qué se trataba muchos quedaron fascinados con la posibilidad de jugar en línea, otros con las imágenes de mujeres encueradas que podían encontrarse con sólo dar un clic, y otros con la posibilidad de escuchar y bajar canciones en línea. En cambio, a mí lo que me sedujo fue cuando mi amigo entró por un momento a una sala de chat. Claudio nos mostró cómo podía platicar en tiempo real con chicas de nuestra edad, las cuales no sólo vivían en nuestra propia ciudad, sino también en otros estados y países. Aquello me pareció una maravilla.

Con el pretexto de que tenía tarea, cada tarde le pedía dinero a mis papás para ir al café internet. Ahí pasaba horas platicando con otras chicas (espero que hayan sido chicas). Me enamoré de algunas. Con algunas intercambiaba mi dirección de correo electrónico e incluso me atreví a teclearles uno que otro piropo. Aquello no era propiamente nada, pero a mí me sabía gloria.

Tantas tardes en el ciber café hicieron que mis papás contrataran una conexión a internet en casa. Aquello fue mi perdición. Pasaba horas buscando a mi posible esposa. Tantas horas de charla virtual hicieron que fuera entendiendo a las chicas de mi edad. Por lo menos fui aprendiendo qué decirles para que se interesaran en mí. Comprendí qué temas les interesan y cuáles no, cómo hablarles y qué frases podían “moverles el tapete”.

Cuando volví a una escuela mixta ya estaba más o menos preparado para lo qué me esperaba. Si bien aún me faltaba enfrentar a las mujeres ‘frente a frente’, con las armas que contaba me fue más que suficiente para acercarme a ellas. Como es natural, me enamoré de una de ellas, pero ahora tenía al Internet de mi lado.


*** Texto de mi autoría, publicado originalmente en Sopitas.com

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