Cuando empezaron a ponerse de moda las franquicias de las
cafeterías Starbucks en México, pensé que estaban enfocadas a consumidores
mamones y pipiris-nais. La verdad sigo pensándolo, con excepción de que ahora
también compro sus productos.
Me explico. Cuando esta famosa cadena de cafeterías llegó
a México, tarde mucho en pisar uno de sus locales por primera vez. Si no mal
recuerdo, fue por ahí del 2007 y lo hice porque en ese lugar me citó el editor
de una revista en la que buscaba colaborar. Cuando llegué a la barra no supe
que pedir. De hecho ahora ni lo recuerdo. De lo que sí estoy seguro es que mi
elección no me gustó.
Aquel primer encuentro fue semi-hipster-intelectual. En
parte porque las personas con las que estuve platicando lo eran (becarios del
FONCA que gracias al gobierno dirigían una revista cultural), y en parte porque
el resto del ambiente me parecía lleno de poses y pretensión. Volví un par de
veces más. Tampoco supe que pedir y nuevamente me sentí ajeno en aquel ambiente
denso. Eso sin contar que los precios me parecían elevadísimos.
No sé qué rayos pasó, pero el Gabriel del 2006 seguramente
vería con extrañeza al Gabriel del 2013. Y es que hoy en día no solamente voy con
regularidad a Starbucks y me gustan algunas de sus bebidas, sino que además
tengo la Tarjeta Gold, que me acredita como un gran cliente y me brinda
beneficios únicos.
¿Cómo sucedió esto, si al Gabriel del 2007 ni siquiera le
gustaba el café?
Tengo varias hipótesis:
La primera de ellas, es que en el 2007 no tenía novia. Ni
trabajo. Ni nada. Sólo este blog que ya desde esos años existía. Mi vida social
era casi nula, por lo que no tenía mucho qué hacer en una de esas cafeterías.
Ocasionalmente salía con muchachas, pero nunca a Starbucks, pues no tenía dinero
ni tenía idea de qué pedir. Años después tuve novia y con una vez que fuimos a
Starbucks le bastó para aconsejarme sobre qué bebida me gustaría. Gracias a
ella me inicié en eso de ir a lugares más refinados y pedir una bebida decente.
Segunda hipótesis. En el 2007 me conseguí un trabajo con
horario de velador: de 5 de la mañana a 1 de la tarde. Diario me despertaba
pasadas las 3 de la mañana, por lo que me fui acostumbrando a tomar café (o
bueno, chocolate caliente con café, pues el café sólo me parecía amargo y
desagradable) para no estarme durmiendo. Al principio los compraba en el 7
Eleven y a veces en la pastelería El Globo. Después, por meses me hice adicto a
los frappuchinos en polvo de Nescafé sabor Moka y diario me echaba uno. Este
consumo enfermizo duró hasta que me corrieron de ese trabajo por tuitear.
Tercera hipótesis. Me comió la mercadotecnia y el status
que esta vende. Y es que cada que iba al Starbucks (me sigue pasando) me siento
especial con mi nombre en el vasito. Si pido la bebida para llevar, me gusta
que en la calle vean que gasté mis centavos en una buena bebida. Si me lo tomó
en el propio local, me creo el ‘muy-muy’ mientras revisó mi celular, escribo
algo en la computadora (aunque sean puras babosadas) o leo un libro, y de fondo
suena música instrumental alivianada. No sé, me creo semi-hipster-intelectual.
Si de casualidad voy con mis amigos, pues entonces el gozo es mayor, pues la
gente que pasa puede ver que soy muy popular. L o sé, me convertí en aquello
que tanto criticaba.
Cuarta hipótesis (y más probable). Se acorrientó el
Starbucks y como ahora hay en cada esquina ya cualquiera va. Antes había que
recorrer grandes distancias para llegar
uno de estos establecimientos. Ahora no… ¡abundan al igual que los
McDonalds! Años atrás nomás iba la chaviza y los adultos jóvenes y alivianados.
Ahora hasta mi mamá, tíos y abuelos van. Y no es que se hayan vuelto baratos,
al contrario, siguen igual de pinches caros. Es sólo que en México nos gusta
presumir lo que no tenemos, y muchas veces preferimos comprarnos una bebida
cara en Starbucks aunque luego no tengamos ni para el pasaje del Metrobús.
De cualquier forma, sea el motivo por el que haya sido me
volví un esclavo de Starbucks. De año y medio para acá suelo ir de una a tres
veces por semana. De nada sirve que el café no le caiga muy bien que digamos a
mi estomago (y eso que lo pido con leche deslactosada, por aquello de la edad),
o que dos veces me hayan servido una bebida que no era. Y es que la verdad se
me hace bien ‘cool’ llegar a la oficina con mi vasito del Starbucks.
Si de casualidad llego a ir a la competencia (Cielito
Querido Café), hasta me siento culpable. Eso sin contar que debo mantener un
determinado número de estrellas (consumo) para seguir teniendo mi tarjeta
dorada (que me costó meses obtener), y mis bebidas gratis y todas esas cosas
que me separan del resto de los clientes comunes.
Pinche Starbucks… quería escribir un post quejándome de
lo que me haces gastar y creo que terminé alabándote. Me chocas.
2 comentarios:
hola Gabriel revelo, leí tu comentario, no se como caí en tu blog, casualmente, también me dieron una tarjeta oro y no se como activarla, y parece que la cobran, Mi opinión es que los cafes starbuck, no se que tienen que la gente se hace adicta, yo creo que les ponen droga, porque la gente regresa, aunque no tengan dinero y te doy toda la razón, comprar en esos cafés, en vez de los mexicanos, se me hace hacer más ricos a los dueños de estas franquicias, y lo único que pasa es que la gente se crea un falso estilo,por ir ahí que a veces esta feo y caro. No es más que pura mercadotecnia bien manejada. saludos que tengas buen día.
Hola Gabriel, llegue a tu blog porque recien me gane la famosa tarjeta dorada y busque una imagen que me trajo aquí. Concuerdo contigo en todas las posibles teorias, pero lo que es cierto es que la mercadotecnia de la marca es suprema. Se coloca en sitios turisticos, se adapta a las costumbres locales y puede ofrecer distintos productos de acuerdo al pais en el que se ubique. Pero la sensación de llegar a un lugar conocido que tiene tu bebida favorita, aun cuando este a kilómetros de distancia de tu lugar de origen, puede ayudar a calmar el estres de la lejania. Saludos!
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