domingo, 24 de agosto de 2008

Lazy days

Una apuesta es una apuesta, y pocos pueden resistirse a ella. Basta pensar en la adrenalina de jugarse el orgullo de obtener o perder lo que sea (que para el caso es lo de menos), para lanzarnos libremente y sin consideraciones al juego del destino. Podemos fracasar un millón de veces y acertar un ciento y las cosquillas ante una nueva apuesta en pos del azar seguirán ahí. Una apuesta es así: tan llamativa y provocativa que jamás aceptará un no por respuesta, sin que nuestra propia conciencia nos llame ‘cobardes’.

Tanto en frecuencia como en cantidad, suelo apostar poco. Les tengo cierta tirria desde la ocasión en la que un rival de amores, en una de sus intensas borracheras, me sugirió jugarnos los favores y el corazón de nuestra Dulcinea, al resultado de un partido de futbol entre Atlante y América. No acepté por considerar el trato ofensivo y denigrante; aunque de haberlo hecho hubiera ganado, pues en esa ocasión el Atlante derrotó 1-0 a su rival. No puedo negar que tengo fortuna para saber apostarle al ganador; lo malo es que eso de ‘afortunado en el juego, desafortunado en el amor’, en mi caso se cumple a la perfección.

Como sea estoy escribiendo estas líneas como si fuera el contrato de una apuesta que días atrás acepté, y de la que sin embargo desconozco la mayoría de los términos bajo la cual quedará pactada. Sé cuál es el reto, en efecto, pero no sé quién determinará al ganador, que es lo que gano, y peor aún, que es lo que pierdo. Ante tal desigualdad de circunstancias cualquiera pensaría que es un suicidio intentar retar a la fortuna sin tener nada firme, más aun cuando es el rival quién controlará a su antojo mi destino.

¿Por qué apostar en estas circunstancias? Precisamente por el rival, o mejor dicho, la rival.

De cualquier manera ya gané. El simple hecho de tener una pequeña oportunidad de perder algo, o que mejor, ganarle algo a ella es fascinante. Y es que, ante un abanico de opciones así, apostar se antoja inevitable aun cuando la derrota es casi un hecho inminente. Solo unos ojos de cielo, una belleza fuera de este mundo o una inteligencia seductora sería capaz de inventar un negocio tan redituable. Aceptémoslo, creo que tengo ganas de perder… y ya comencé a hacerlo. No me explicó de otra forma el por qué entonces estoy a nada de comenzar a ventilar en mi propio blog aspectos de mi vida que no me van a dejar ni tantito bien parado ante los lectores de este espacio.

Sin embargo ella manda aquí. Por ella con todo el orgullo del mundo me acepto un holgazán sin oficio ni beneficio, capaz de pasar horas instalados en la más improductiva fiaca del mundo. Tan flojo que ayer en lugar de yo mismo lavar los autos como la tradición familiar manda, preferí llevarlos al autolavado. Nada relevante de no ser porque en el proceso de llevar y traer los autos (el servicio de lavado está a cuando mucho cinco minutos de mi casa) me tardé casi tres horas y media. Osea que si hacemos cuentas, hubiera sido más rápido y barato haberlo hecho por mi cuenta. Por más que hago cuentas no encuentro en que perdí tanto tiempo si lo único que hice era recostarme en el sillón a que las ganas de ir y venir al lavado me llegaran y pasar mi ipod de una a otra canción (actividad que pronto me cansó y dejé sin pena alguna).

Ya que un amor de niña me hizo confesarme, voy a hundirme un poco más en la desvergüenza por voluntad propia. Aprovechando el tema de los sábados voy a volver a romper el silencio: sentarme a ver la tele equivale a quedarme ahí por horas: puedo ver películas de Pedrito Fernández, documentales de animales microscópicos, una opera en el canal 22, el más infumable de los partidos de fut o el especial de Los Temerarios. Horas y horas de programas absurdos pero tan hipnóticos que no me permiten levantarme por más que el dolor de espalda y rodillas me digan que ya es hora de ponerme en movimiento.

Y así podría seguir enumerando mis flojera, que ejemplos me sobran, pero usaré el baratísimo recurso de decir que me dan flojera escribirlos. Da igual al fin y al cabo, más me interesa lo que haga la contraparte de este juego, que de seguro a los demás les resulta incomprensible.

Ahora estoy, que novedad, en sus manos, en espera del veredicto que dulcemente me endeude o me haga poseedor de aun no sé qué cosa. Ahora el azar tiene nombre de mujer.

6 comentarios:

mery lucky dijo...

Oie quien nombRaRá al GaNaDoR?¿?¿?

mery lucky dijo...

Oie quien nombRaRá al GaNaDoR?¿?¿?

Chio dijo...

Aja, una apuesta con una mujer.. que hombre no quisiera perder eh?

Saludos desde Perú!

gabriel revelo dijo...

lu: no tengo ni idea, si quieres me declaro perdedor (aun con la firme convicción de que yo gané)

chio: supongo que ninguno... ¡saludos a Perú!

Anónimo dijo...

DELIRIO: Lo siento pero por primera vez difiero contigo,yo creo que perdiste la apuesta ya que Mery efectivamente mostr� el menor esfuerzo, ja,ja, ya que como ella misma dijo en su entrada tu te esforzaste en ganar cuando el chiste era no esforzarse.A pagar caballero.
Besos!

gabriel revelo dijo...

deli: a pagar? de eso pido mi limosna je je