Es muy probable que alguna vez en tu vida hayas visto una imagen suya y a la vez no sepas de su existencia. Si viste con detenimiento la película Apocalypto, o recuerdas algunos anuncios de Bacardi de hace unos años seguramente la recordarás sin más problemas que el de no saber su nombre y ubicación. Hablo, por supuesto, del Salto de Eyipantla.
Imponente cascada ubicada a unos kilómetros de Catemaco, al Salto de Eyipantla le conocí mucho antes de que fuera famosa y la viera repetirse una y otra vez en videos musicales, películas y fotos de revistas; quizá por eso, y tal como sucede con los conocidos que se vuelven celebridades, cada que la veo rebozar de fama suelo presumirle a los demás ‘sabes, yo ya la conocía’. No es de extrañar que cada cuando alguien conoce aquel colosal espectáculo de agua y rocas por primera vez caiga seducido por el impacto de una maravilla natural que a mi nunca ha dejado de deslumbrarme.
Llegar es relativamente fácil, basta tomar la carretera que va de San Andrés Tuxtla a Catemaco por un par de kilómetros y desviarse a la derecha en cuanto un letrero nos indica que nuestro destino está en esa dirección. Aproximadamente diez minutos más tarde y después de atravesar un poblado, un puente y un seminario, se alcanza el final del camino y con ello El Salto de Eyipantla. Apenas se desciende del auto, uno es rodeado por vendedores, comerciantes y niños dispuestos a contarte la historia del lugar por algunos pesos. Instantes después se percibe la humedad y el sonido de mucho agua cayendo al vacío. Aquí lo interesante es que por más que uno gire la cabeza en todas direcciones tratando de encontrarse con una cascada no ve nada fuera de un montón de sencillos locales en los que se venden recuerdos, unas tienditas y algunas fondas. Entonces a uno le cuentan que los boletos para acceder al Salto cuestan 6 pesos y que con él, se tiene derecho a los dos recorridos: ver la cascada por arriba y también por abajo.
Mi humilde recomendación sería que primero lo hicieran desde abajo (hablo de ver la cascada... y de lo otro también).
Una vez que se ha pagado comienza la aventura de verdad, pues hay que descender por unas escaleras de concreto a través de un ambiente selvático. Si bien los escalones han sido remodelados, siguen sin parecer muy seguros que digamos, pero eso poco importa para quién ya va decidido a vivir el lugar tal cuál es. El sonido del agua y una refrescante brisita se va volviendo más constante conforme se va bajando por esos más de 300 escalones que ni se sienten gracias a lo acogedor que resulta el paisaje que los rodean. Se va descubriendo de manera paulatina un río, más localillos de souvenirs, algunos puestos de comida bastante rústicos, más vegetación, y al final, la cascada que nunca pasará desapercibida a los ojos de nadie.
Verla de nuevo es sentirse arropado por la presencia de un amigo. Reconocer cada una de sus caídas de agua, tratar inútilmente de entender sus dimensiones, imaginar mil y un historias con ella de testigo, o mejor aún, de protagonista. Todo esto mientras se toma asiento en una de las sillas a la orilla del río y se disfruta de una Coca-Cola bien fría. De vez en cuando el viento se mueve caprichosamente refrescando suavemente el ambiente que a esas alturas comienza a tornarse caluroso.
Un incauto o conformista pensaría que el paseo acaba ahí, tomando o comiendo mientras se tiene la cascada de fondo. Una persona con un poquito de ganas de pasarla en grande sabe que estar sentado más de diez minutos en un lugar así es pecado. Se puede seguir un caminito pantanoso en dirección a la cascada que ofrece un panorama diferente a cada paso que se va dando. No es lo mismo ver la cascada a 200 prudentes metros que a 150, o que a 100... y así sucesivamente. Hay un punto en el que la brisa que aquella enorme cortina de agua despide se vuelve tan intensa que uno acaba empapado. Cuando se ha llegado a las últimas rocas y se está a unos diez metros el sonido del agua es ensordecedor y el marco inigualable. Intentar una foto en tales condiciones sería un suicidio para cualquier cámara que no fuera a prueba de agua. No falta quien lo intentan con resultados catastróficos.
De niño nunca le vi lo divertido a nadar en un río. El agua fría y el piso lleno de rocas siempre me parecieron incómodos. Aquel rió jamás lo recorrí de una orilla a la otra pues en varios puntos el caudal de agua y la fuerza que alcanza es muy grande. Sin embargo, a algún desquiciado se le ocurrió amarrar una cuerda de un extremo al otro pensando que aquella imprudencia sería divertida. ¿Y qué creen?, que si lo es. No importa que al principio uno resbale con las rocas del fondo, ni que el agua este helada o que a mitad del recorrido la corriente sea realmente fuerte. Uno tiene que cruzar para que no le cuenten la sensación de luchar contra cientos de litros queriéndote llevar consigo. Por momentos el agua se a la cara y nos impide respirar, lo malo es que detenerse a reparar en aquella cuestión podría costar muy caro. Lo mejor es seguir y sentir el alivio cuando se toca la otra orilla y el río se vuelve manso de nuevo. Minutos después uno se aburre y como no hay otro modo de cruzar, ya está haciendo la misma tontería, pero ahora de regreso.
El autor del blog, con sus primos, intentando cruzar por el río.
Comprar chuchera y media; escuchar a los niños de la región contándote la historia del Salto de Eyipantla; degustar los típicos sopesitos, pellizcadas, topotes o tegogolos; o tomar mil y un fotos. Todo está permitido bajo el amparo de un gigante que nunca descansa. Dos horas después lo difícil no es dejar aquel paisaje de eterna postal, sino subir los más de 300 escalones que nos llevarán de vuelta bajo un Sol intenso.
La otra forma de ver la cascada es por arriba, siguiendo un camino en línea recta desde donde se dejaron los autos. Se tiene que atravesar un puente colgante que se mueve como el carajo, pues niños inconscientes como yo siempre saltan para ver como los otros pobres mortales sufren por mantener el equilibrio. Después se llega a una sencilla explanada desde dónde se ve la caída desde arriba. Aquella perspectiva, también impactante, nos basta para llevarnos en la mente aquella cascada. No importa que cada año el lugar tenga mejoras y se modernice cada día un poco más, El Salto de Eyipantla siempre estará ahí entendiéndonos, faltaba más.
Imponente cascada ubicada a unos kilómetros de Catemaco, al Salto de Eyipantla le conocí mucho antes de que fuera famosa y la viera repetirse una y otra vez en videos musicales, películas y fotos de revistas; quizá por eso, y tal como sucede con los conocidos que se vuelven celebridades, cada que la veo rebozar de fama suelo presumirle a los demás ‘sabes, yo ya la conocía’. No es de extrañar que cada cuando alguien conoce aquel colosal espectáculo de agua y rocas por primera vez caiga seducido por el impacto de una maravilla natural que a mi nunca ha dejado de deslumbrarme.
Llegar es relativamente fácil, basta tomar la carretera que va de San Andrés Tuxtla a Catemaco por un par de kilómetros y desviarse a la derecha en cuanto un letrero nos indica que nuestro destino está en esa dirección. Aproximadamente diez minutos más tarde y después de atravesar un poblado, un puente y un seminario, se alcanza el final del camino y con ello El Salto de Eyipantla. Apenas se desciende del auto, uno es rodeado por vendedores, comerciantes y niños dispuestos a contarte la historia del lugar por algunos pesos. Instantes después se percibe la humedad y el sonido de mucho agua cayendo al vacío. Aquí lo interesante es que por más que uno gire la cabeza en todas direcciones tratando de encontrarse con una cascada no ve nada fuera de un montón de sencillos locales en los que se venden recuerdos, unas tienditas y algunas fondas. Entonces a uno le cuentan que los boletos para acceder al Salto cuestan 6 pesos y que con él, se tiene derecho a los dos recorridos: ver la cascada por arriba y también por abajo.
Mi humilde recomendación sería que primero lo hicieran desde abajo (hablo de ver la cascada... y de lo otro también).
Una vez que se ha pagado comienza la aventura de verdad, pues hay que descender por unas escaleras de concreto a través de un ambiente selvático. Si bien los escalones han sido remodelados, siguen sin parecer muy seguros que digamos, pero eso poco importa para quién ya va decidido a vivir el lugar tal cuál es. El sonido del agua y una refrescante brisita se va volviendo más constante conforme se va bajando por esos más de 300 escalones que ni se sienten gracias a lo acogedor que resulta el paisaje que los rodean. Se va descubriendo de manera paulatina un río, más localillos de souvenirs, algunos puestos de comida bastante rústicos, más vegetación, y al final, la cascada que nunca pasará desapercibida a los ojos de nadie.
Verla de nuevo es sentirse arropado por la presencia de un amigo. Reconocer cada una de sus caídas de agua, tratar inútilmente de entender sus dimensiones, imaginar mil y un historias con ella de testigo, o mejor aún, de protagonista. Todo esto mientras se toma asiento en una de las sillas a la orilla del río y se disfruta de una Coca-Cola bien fría. De vez en cuando el viento se mueve caprichosamente refrescando suavemente el ambiente que a esas alturas comienza a tornarse caluroso.
Un incauto o conformista pensaría que el paseo acaba ahí, tomando o comiendo mientras se tiene la cascada de fondo. Una persona con un poquito de ganas de pasarla en grande sabe que estar sentado más de diez minutos en un lugar así es pecado. Se puede seguir un caminito pantanoso en dirección a la cascada que ofrece un panorama diferente a cada paso que se va dando. No es lo mismo ver la cascada a 200 prudentes metros que a 150, o que a 100... y así sucesivamente. Hay un punto en el que la brisa que aquella enorme cortina de agua despide se vuelve tan intensa que uno acaba empapado. Cuando se ha llegado a las últimas rocas y se está a unos diez metros el sonido del agua es ensordecedor y el marco inigualable. Intentar una foto en tales condiciones sería un suicidio para cualquier cámara que no fuera a prueba de agua. No falta quien lo intentan con resultados catastróficos.
De niño nunca le vi lo divertido a nadar en un río. El agua fría y el piso lleno de rocas siempre me parecieron incómodos. Aquel rió jamás lo recorrí de una orilla a la otra pues en varios puntos el caudal de agua y la fuerza que alcanza es muy grande. Sin embargo, a algún desquiciado se le ocurrió amarrar una cuerda de un extremo al otro pensando que aquella imprudencia sería divertida. ¿Y qué creen?, que si lo es. No importa que al principio uno resbale con las rocas del fondo, ni que el agua este helada o que a mitad del recorrido la corriente sea realmente fuerte. Uno tiene que cruzar para que no le cuenten la sensación de luchar contra cientos de litros queriéndote llevar consigo. Por momentos el agua se a la cara y nos impide respirar, lo malo es que detenerse a reparar en aquella cuestión podría costar muy caro. Lo mejor es seguir y sentir el alivio cuando se toca la otra orilla y el río se vuelve manso de nuevo. Minutos después uno se aburre y como no hay otro modo de cruzar, ya está haciendo la misma tontería, pero ahora de regreso.
El autor del blog, con sus primos, intentando cruzar por el río.
Comprar chuchera y media; escuchar a los niños de la región contándote la historia del Salto de Eyipantla; degustar los típicos sopesitos, pellizcadas, topotes o tegogolos; o tomar mil y un fotos. Todo está permitido bajo el amparo de un gigante que nunca descansa. Dos horas después lo difícil no es dejar aquel paisaje de eterna postal, sino subir los más de 300 escalones que nos llevarán de vuelta bajo un Sol intenso.
La otra forma de ver la cascada es por arriba, siguiendo un camino en línea recta desde donde se dejaron los autos. Se tiene que atravesar un puente colgante que se mueve como el carajo, pues niños inconscientes como yo siempre saltan para ver como los otros pobres mortales sufren por mantener el equilibrio. Después se llega a una sencilla explanada desde dónde se ve la caída desde arriba. Aquella perspectiva, también impactante, nos basta para llevarnos en la mente aquella cascada. No importa que cada año el lugar tenga mejoras y se modernice cada día un poco más, El Salto de Eyipantla siempre estará ahí entendiéndonos, faltaba más.
5 comentarios:
Va a mis lugares por conocer... algùn día.
jaja, tu humilde recomendación.
ha sido una buena serie de posts, me gustó eso de la casacada. al igual que tito, espero visitar un día.
buen post ; )
saludos
yo ya visite esa cascada y esta de pelos super hiper londa jajajaja en serio
si esta super la visite hace ya mas de 2 años ... y espero en Dios que este año se vuelva a repetir llevare a mi familia y amigos para que disfruten tanto como yo de aquel bellisimo lugar AMO A MEXICO y a lugares tan hermosos como este
esta hermosa yo fui cuando estaba pequeña y espero pronto volver a ir con la familia y sentir esa sensacion tan hermosa de sentir la brisa de la cascada en mi piel es realmente maravilloso
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