miércoles, 19 de marzo de 2008

La surada

Siempre sí me fui. Entre ayer y hoy me han hablado cientos de veces de la oficina pero no he contestado. ¡Qué afán de estropearle a uno sus vacaciones! (aunque uno, por supuesto, no haya pedido permiso de faltar). Sin embargo, según reportes de mi gente de confianza, el jefe se tragó completito el chisme de la muerte de la abuela María (originalmente era tía, quién sabe quien le cambio la posición en el árbol genealógico).

El chiste es que llevo dos días en la ciudad de Catemaco en medio de un clima extraño y hostil. Las mañanas calurosas y soleadas. Las tardes algo nubladas y las noches ventosas francamente dan miedo. Particularmente la de ayer estuvo cargada de esa atmósfera místico-terrorífica de las noches que pintan para volverse inolvidables. Vientos tan fuertes que doblaban árboles y levantaban cualquier cosa que pesara menos de 15 kilos, un enérgico susurro del viento que de tan constante llegaba a aturdir. La casi siempre apacible laguna de Catemaco convertida en un maremoto por la fuerza del oleaje cortesía del aire y sobre todo, y ante todo, esa inmensa y brillante luna que estaba para creer en todo.

En noches así todo puede (y todo debería) pasar. Por eso, antes del miedo cabe la excitación, y antes de pedir la calma uno implora la acción. ‘Es la Surada. Vientos del Sur que antecede la llegada de un norte’, (por fín, o es del sur o del norte) dijo un habitante del lugar asegurando que lo que sucedía era normal. Pobre iluso. Como creerle si el silbido del viento toda la noche me habló de mis más grandes terrores. ¿A dónde correr cuando el aire chocando contra mi cabeza no hace más que revolotearme las ideas? Se llaman vientos del sur, amor o miedo al futuro. Se llama ganas de gritar los sentimientos bien fuerte con la estupida esperanza de que el viento los haga llegar ya no a su destinataria sino a quién me quiera escuchar. Noches que se disfrutan pero se sufren y vuelven eternas tan sólo por el aire y sus ganas de correr un poquito más fuerte de lo habitual.

Hoy el viento ya no está. Al menos no con esa intensidad que ayer imponía respeto y que me dejo el corazón aplastado como pasita. Siempre lo ha dicho, Catemaco tiene algo. Magnetismo, magia o una fuerte carga de divinidad. Uno acaba tocado de una u otra forma sin que pueda meter ni las manitas. Me quedan varias horas así y apuesto que me voy a jugar el corazón por unos ojos miel que miran sin mirarme y que tan revuelto han puesto mi interior en este viaje... hay norte en mi corazón y a diferencia de otras veces, ahora sí quiero sobrevivir.

Escrito en un café internet, viendo como cae la noche desde el centro de Catemaco, Veracruz.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"...ganas de gritar los sentimientos bien fuerte con la estupida esperanza de que el viento los haga llegar ya no a su destinataria sino a quién me quiera escuchar"

Hey me gustaron mucho esas lineas, son oro puro. El mar es oxigeno puro, el mar desboca los sentimientos.. Saludos

Jorge Atarama dijo...

Las vacaciones siempre traen la esperanza de sembrar renovación en la vida y más en ese ambiente místico de Veracruz que da las ganas de conocer.

El Tito dijo...

Qué tranza mi Gabo, ya tenía rato sin comentarle.

Cuidado en Catemaco, ya ves que dicen que hay bruojs, brujas y quimeras por todos lados.

Como siempre un placer leerte, solo que ahora te envidié justo en tu final en letras rojas.

saludos