
Aquella última vez el escudo del Atlante sólo tenía dos estrellas. Ana Guevara entusiasmaba a un país que soñaba con una medalla en los Juegos Olímpicos de Atenas. El presidente era otro, el Papa era otro, yo era otro (quizá más inconsciente de la vida y por ello mismo, un poco más feliz). Hablar de esa época es recordar un par de canciones que me siguen doliendo. Quién diga que cuatro años no son nada es porque no le han roto el corazón.
La próxima vez que sea hoy deseo con todo el corazón que finalmente mis tardes se pinten de amor y que está necedad de escribir sea algo más tangible. Tener un mejor trabajo, o mejor aun, que me paguen por lo que me gusta y sonreír más, pues aunque ahora lo hago sé que podría permitirme hacerlo más seguido. Para el siguiente 29 de febrero me gustaría haber vivido, cosas buenas, cosas malas, pero haber vivido. Haber conocido un par de aquellas hermosas ciudades del mundo, y por supuesto, un poquito más de mi país. Haber madurado lo suficiente pero nunca lo demasiado como para dejar de ser niño. Conservar a la gente que quiero a mi lado y procurar su bienestar.
¿Estará la literatura presente en mi vida?
No me imagino casado todavía, pero si a lado de la mujer de mi vida. Cuando ese día llegue espero haber borrado los fantasmas que las historias amorosas dejan tras de si. Que éste blog siga existiendo para poder seguir encontrando respuestas en el complicado mapa de mi mismo. Tener la costumbre de cuidar más mi salud y hablar un poco más con Dios y con mi Ángel de la Guarda favorito...
... y que las cosas buenas, que son las más, sigan por muchos 29’s de febrero más.