viernes, 9 de noviembre de 2007

La Soledad de Manzanares (segunda parte)

3. Un callejón sin ley

Hasta ese momento, si bien todo lo que había visto en la calle de Manzanares, y en general en el barrio de la Merced era bastante interesante, no podría decir que aquella experiencia fuera impactante o surrealista como mi maestra de la Universidad me había dicho.

A punto de abandonar aquella calle vino a mí la inquietud de adentrarme en el dichoso callejón que se encontraba a unos pasos del templo. Con un mero afán turístico, y un poco prendido de la mirada de aquella joven con la que me acababa de topar decidí entrar en el ‘Primer Callejón de Manzanares’.

Levemente Obscuro. Eso es lo primero que uno percibe al poner un pie en el callejón. Cinco pasos después percibes música de ‘Los Caimanes’, algunos locales en las orillas del callejón y una vecindad abandonada. Casi en automático sientes que el ambiente se torna tenso, pesado y un poco depresivo. Y ahí está la gente. Justo en medio del callejón miré a varios hombres de pie, formando un círculo, hundidos en silencio. ¿Qué hacen ahí? es algo que te preguntas y que al segundo descubres: Las miran a ellas. Más de una veintena de prostitutas que caminan en forma circular, mientras son observadas por sus posibles clientes.

Como hipnotizado me uní al ritual. Me hice un lugar dentro de los observadores y las contemplé a ellas. Algunas muy jóvenes, otras rayando en los cincuenta. Delgadas y menudas, robustas y toscas, de rasgos finos o indígenas. La variedad es sorprendente y sin querer parecer vulgar me atrevería a decir que hay ‘gallas’ para todos los gustos. Vestidos, blusas escotadas, pantalones de mezclilla ajustados. Miro a mi alrededor: la misma diversidad se observa en los hombres que las miran, y entre los que identifico cargadores y trabajadores de los comercios del barrio, jóvenes curiosos con su uniforme de secundaria pública, señores que vienen ¿o apenas van? de la oficina, padres de familia, borrachos y solitarios que como yo, esa tarde no tienen otra cosa que hacer que ir en busca del amor comprado, ese que por su misma naturaleza nostálgica y comprensiva no se le niega a nadie.

Repuesto del impacto inicial comienzo a reconocer el entorno. Aquel callejón techado cuenta con algunas cantinas en las orillas. No hay menús. Sólo cerveza y más cerveza. Esas loncherías permanecen casi solitarias. Dos o tres mesas ocupadas en cada uno de estos negocios que en realidad son grandes accesorias de aspecto lúgubre. Algunos hombres prefieren mirar desde ahí a las mujeres mientras toman, beben y hacen que la rockola no deje de escupir música de rock, cumbias y boleros.

Queriendo ocultar mi asombro por estar en un lugar así intenté poner rostro duro para ocultar así mis escasos veinticuatro años. Mientras las notas de ‘Rata de dos patas’ inunda cada uno de los rincones del tristemente célebre callejón. En medio de aquel circulo de observadores clavaba la mirada en aquellas mujeres que caminan una y otra vez con la mirada perdida; algunas solas, otras caminando en pareja mientras platican sobre quién sabe qué cosas, peregrinando eternamente sin llegada ni regreso. Metafóricamente así debe ser su vida: un callejón sin salida.

Y ahí me topé de nuevo con la joven de vestido rojo. Escuché que la conocen como ‘La Yiyí’. Supongo que me reconoció, pues me dirigió una mirada de complicidad y siguió hablando con un señor pelón y barrigón que se encontraba a mi izquierda. Minutos después ‘Yiyí’ y su acompañante parten al centro del callejón y entran por una puerta negra a una especie de vecindad habilitada como hotel de paso. En este recinto hay varios cuartos precariamente construidos (algunos tapados sólo con una sabana obscura), cuyo interior descuidado y sucio complica la idea de considerarlos lugares de placer. Una vez despachado, el cliente abandona la vecindad mientras la prostituta en turno reporta en un pequeño cuarto (construido a modo de caja para cobrar) cuánto dinero ganó y el número de ‘trabajos’ que lleva en su jornada de trabajo. Por cierto, los servicios van desde los 40 pesos.




Mujeres salen y entran con los clientes. Mientras que en el callejón el siniestro catalogo de sexo-servidoras continúa de ronda. Girando, provocando. Alguna de ellas pasa rozando con la mano la zona genital de los espectadores buscando provocarlos y convencerlos de contratarlas. Después de casi una hora en este lugar uno pensaría que termina por acostumbrarse al entorno. No es así, al contrario, cada segundo en un sitio como éste equivale a descubrir nuevas y desconcertantes realidades que el resto de la Ciudad prefiere ignorar. Descubrí así que hay varios ‘Padrotes’ aposentados en lugares estratégicos y a los cuales uno puede reconocer fácilmente por su ostentosa forma de vestir y porque la mayoría portan una pistola en el cinturón. La señora de la tienda tenía razón, el callejón de Manzanares es peligroso, en todos lados se respira esa sensación. Peligro con los padrotes siguiendo los movimientos de los posibles clientes. Peligro por la venta de droga que en ese lugar se desarrolla con la libertad y cinismo de quién vende globos en cualquier parque. Peligro por los ladrones que no dudo, acuden a ese lugar en busca de potenciales víctimas.

Una de las refaccionarías del callejón es una tiendita en la que los hombres y las prostitutas compran dulces, agua, chicles, etc. El lugar es atendido por una señora y su hija, quienes prudentemente me advierten del riego que corro si intento entrevistar a cualquiera de las sexo-servidoras. Eso explica porque este lugar, si bien es conocido por muchos habitantes del Distrito Federal, ha sido muy poco documentado. Hacerlo equivale a correr un riesgo de muerte. Entonces sucedió lo que hasta la fecha me intriga mucho más: la chica de la tienda tenía consigo a su hija, la cual no pasaba los cinco años de edad. ¿Cómo le explicará su madre a esta niña todo lo que sucede a su alrededor?, ¿A los ojos de la infancia qué significado tienen estas mujeres que son codiciadas y compradas por un rato de placer?.

Esto me intriga más que la vida de ‘La Yiyí’, más que la protección o solapamiento de las autoridades en lugares como el Callejón de Manzanares o la cantidad de delitos y violaciones a la ley que aquí se perpetúan. Un tanto asqueado siento deseos de escapar de allí. La realidad me rebasó desde hace mucho.

Antes de salir doy un vistazo a esos rostros de los hombres y mujeres que interactúan en éste callejón, todos diferentes, todos duros e inexpresivos pero con una constante... en todos ellos hay abandono, soledad, y una tristeza en el corazón que sólo poseen aquellos a los que la vida les muestra la peor cara de la miseria humana. ‘La Yiyí’ enganchaba otro cliente. Dudo que se haya percatado de mi huida.

Decidí salir por el otro costado del callejón, donde también hay algunas loncherías, cantinas y algunas vecindades que parecen en ruinas y cuya oscuridad impide mirar en su interior. En un principio supuse que eran inhabitables, o que a lo mucho podrían servir como bodegas. Eso pensaba hasta que vi a un niño de unos nueve años salir de una de estas viviendas. Intenté hacerle la plática, preguntarle cosas. Se fue corriendo al instante.

Salí del callejón, y la luz de un soleado día me recibió de golpe. Mucha gente transitaba entre puestos ambulantes. Me perdí en medio de ellos, sólo quería llegar a casa y quitarme esta opresión que sentía en el pecho.





*** Segunda de 3 entregas. Todo lo descrito: lugares, situaciones y datos son completamente reales.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Los vicios secretos de la ciudad. ¿Hasta qué punto son deleznables? Y ¿por qué los ocultan pero al mismo tiempo los dejan ser?. No comprendo a nuestra sociedad y su doble moral...

Lata dijo...

Bueno, al menos al mercado quiero irs...

Gonzalo Del Rosario dijo...

Yo pienso que esa niña está recibiendo la mejor educación de todas, la de la vida, la calle, el mundo.

Mostrarle desde niña que la realidad es así.

Que el sexo es algo normal, que las drogas lo son, tanto como el arte y la belleza; que el mundo tiene día y noche, izquierda y derecha, arriba y abajo.

Y que dentro del blanco hay algo de negro, y del negro, algo de blanco, el yin y el yan.

Los niños deben de comprender la realidad.

Por eso Holanda es tan desarrollada.

Alviseni dijo...

Yo creo que tengo hasta triple o cuádruple moral, jaja

Anónimo dijo...

Mmmmhhhh a esa niña no es a la unica que le van a tener que explicar. Basta darse una vuelta por las calles de san pablo y circunvalacion para ver miles de personas acompañadas de niños y niñas mientras hacen sus compras pasando junto a tambien cientos de sexoservidoras recargadas afuera de las tiendas.

Los padrotes con pistola, nunca me habia dado cuenta O.o

Anónimo dijo...

el mundo tiene cosas ocultas... pero que estan a la vista de todos.

no hay seguridad..
mujeres forzadas a prostituirse a causa de otros..

ke hace la policia? el gobierno?
hacienda? (ya ke minimo en esos lugares ganan como 10,000 pesos diarios). pero no... no pasa nada
ni aqui ni alla...

niñas disfrazadas de mujeres para venderse en un buen precio

señoras gordas feas vendiendose a un precio barato para sacar para comer...

todas son hay amor vamos.. la vas a pasar bien.. eso es amor?

15 minutos?? con ese tiempo entro a un baño y me sale gratis.

carrereado con el tiempo.. apurate o te cobro mas... y si quieres otra cosa es mas $$...

cual amor? ya te estan presionando.. ya te exprimen cada centavo... como a un limon hasta la ultima gota.. asi pasa...

en fin.. ironico.. las padrotas solo cobrando y estan refeas y todas guangas... exigiendo a otras no mas feas a hacer cosas que ni ellas mismas sacarian para la comida diaria.

en fin.. no en cualquier pais se ve eso a la vista de todos..

si eso pasa en la calle .. a la luz del dia...

imaginemos que mas habra en lugares cerrados sin personas ke ven lo que sucede..

pero todo principio tiene un fin...
y todo fin tiene un principio...

Nomad.