Chipi chipi lluvioso toda la mañana… apenas ahora, tímidamente y casi al atardecer salió el sol.
Desde ayer, estoy en Acapulco. Y no tendría por qué, pero me encuentro incomodo. Estoy y no estoy, camino y me siento extraño aun en este sitio que decía conocer ‘como la palma de mi mano’. Hoy no sólo Acapulco sino yo mismo me siento desconocido. Ubicado a unos 360 kilómetros de la Ciudad de México, dicen que es ‘La Bahía más hermosa del mundo’. Sus grandes hoteles, sus elegantes restaurantes, sus discos ahora conocidos como antros, sus preciosos paisajes y sus playas bañadas por el Océano Pacifico hacen que cualquiera se enamore de este destino turístico.
He venido más de veinte veces en mi vida. Desde que tengo memoria mis veranos estuvieron anclados en Acapulco. Fue mi papá quien me presentó con este lugar y me dejó para siempre esa facultad de querer este pedacito de México. Siempre volvía, año con año, con la emoción de quién regresa a su casa. De quién visita a un amigo.
Sin embargo, ahora, tras casi tres años de ausencia este regreso me dolió y mucho. No obstante que intenté postergarlo una y otra vez, el destino de volver me alcanzó y me trajo casi a rastras, aun a sabiendas de que me volvería a sangrar la herida.
Dos son los dolores. Uno agradable y con sentimientos dulce-salados como la brisa del mar. Otro en cambio triste como un atardecer solitario en Pie de la Cuesta. El primero es una enciclopedia de momentos, lugares y sonidos. Sentimientos que podré evocar hasta mi muerte. El segundo es sólo un par de imágenes congeladas. Pequeños vidrios que por su tamaño se clavan como astillas microscópicas y estarán ahí, sacándome pus por quién sabe cuánto tiempo.
El primero, como siempre, eres tú Papá. Mario Revelo alias ‘pa’. Volver aquí y no recordarte cada tres segundos se me antoja imposible. ¿Cómo voy a olvidarme de aquellas mañanas en las que despertabas a las 7 y bajábamos a correr en la playa desde la Condesa hasta el Papagayo?. Los paseos a playas remotas, a restaurantes exquisitos, a lugares que estoy seguro ni los lugareños conocen. Veníamos cada año, y tú, más mi héroe que nunca, te las ingeniabas para que siempre pasara algo nuevo, para que a la distancia, cada rincón de la costera tuviera al menos un recuerdo contigo.
Seguramente tuviste muchos y buenos recuerdos con mamá y con mi hermana, pero sin ánimos de leerme ególatra diré que no disfrutaste tanto Acapulco como conmigo. Aquí aprendí a admirarte. A decirle a los demás: muéranse de envidia, ese señor que siempre sonríe y a todos les cae bien, que se ve más joven que los demás, que le gusta hacer ejercicio, sabe manejar a la perfección, juega bien fútbol, nada mejor y más rápido que nadie, me cuenta historias y es, en pocas palabras, capaz de convertir lo imposible en la más sencilla de las tareas por mi, ese es mi papá.
En julio del 2003, a escasos cinco meses de que te fuiste, venimos por primera vez sin ti. Era martes en la noche, caminábamos por la Costera y te sentí junto a mi, como siempre, y una ráfaga de bienestar invadió mi corazón. Me hiciste sentir tan bien, que desde ese día sé que no estoy sólo. Gracias por dejarme esté lugar para volver y refrescarme de recuerdos sobre ti cuando la sed de la rutina me agobia. Gracias a ti conozco cada rincón de Acapulco. Gracias a ti, mañana muy temprano saldré a caminar por la playa con la certeza de que no voy sólo. Seguiré tus pasos en la arena, aquellos que ni las olas más intempestivas han podido, ni podrán borrar.
El segundo recuerdo, aunque me gustaría, no es tan bello. Es acerca de una historia de amor inconclusa que también ocurrió en Acapulco pero que encontró su final en el calido invierno. En esa ocasión nada me salió bien. Luché por reconquistarla en ese viaje de graduación. Pensé que sería posible. Días antes planeé qué decirle, cómo sorprenderla. Fueron dos días de apostar por ella, de hacer que años de idas y vueltas finalmente encontraran descanso en sus brazos. Al final murió el amor, o mejor dicho, ella lo abortó en una noche de viernes.
De esa historia con múltiples consecuencias me quedaron muchos instantes. Imágenes que hoy mismo me siguen doliendo. Una banquita frente a un centro comercial, la barra del bar de un hotel, un ascensor, una playa, un balcón, una tienda de flores, etc. Lugares en los que mi esperanza renació por unas horas, sólo para suicidarse de tristeza.
Ayer, mientras manejaba por la Costera (avenida principal de Acapulco, que bordea la bahía) y me aproximaba al hotel donde sucedió todo sentí vértigo. Cada metro que recorría avivaba un dolor que creí dormido y que dos años y medio después me quema igual o más que antes. No quería avanzar, mucho menos detener el auto en una calle cercana y caminar hasta esos sitios en los que recibí el ‘No’ más doloroso de mi vida. ¿Será que en la playa de noche, y rodeados de estrellas está palabra duele más?. No lo sé. Lo único cierto a estás alturas es que después de regresar a ese hotel no me quedaron ánimos más que de escribir. Sacarme el dolor, aprovecharlo en pos de una historia que quizá sólo yo entienda, pero que como veneno en mi cuerpo me sigue haciendo daño. Tengo que expulsar ese invierno de Acapulco antes de que él me consuma a mí. Para mi desgracia, no tengo grandes vivencias amatorias, pero las pocas que he tenido las he sufrido tanto, que ha cambio me han dejado la oportunidad de escribirlas como cuentos inconclusos.
Por eso estoy ahora, sacándome los miedos en un café internet sobre la costera, preguntándome por qué diablos volver a éste sitio en común me pone tan melancólico. Escribiendo sin estar, estando sin escribir. Debe ser la falta de nuevas historias amorosas en la novela de mi vida. Ojalá, de no ser así no sabría que pensar de mi.
Caminar por dónde camine con ella mientras hablábamos de amor y soportar el dolor será la historia de estos días. Yo sigo aquí, en el mismo sitio dónde por última vez te abracé y hablamos como dos personas civilizadas. Aquí te escuché reír por última vez, sí aquí, en dónde yo estoy después de tanto tiempo preguntándome qué será de ti y si alguna vez, aunque sea con la imaginación, has regresado para ver aquellos vidrios de la copa de cristal que arrojaste al vació desde el balcón de un 13vo piso. Te aviso que los vidrios ya no están, ni tú tampoco.
Recorrer esas calles que tanto conozco y en los que dejé pedacitos de un corazón roto será mi misión estos días. Repoblar esos lugares de recuerdos. Reconstruirlos con remiendos mal hechos para que la próxima vez duelan menos y así, algún día, mi herida de amor sea sólo una cicatriz vieja que me prevenga de futuros accidentes del alma.
El sol ha vuelto. Después de un día nublado y tormentoso la gente sale de sus hoteles, unos rayos perdidos de sol surcan el cielo y todo a mi alrededor es esperanza. Todos a disfrutar de este paraíso. A mi, por lo menos, me gustaría sentirme normal y no fuera de órbita. Volver a hacer mío a Acapulco y caminar sin que en cada esquina se me salga el corazón de un suspiro.
Emprenderé el camino de regreso al hotel con una sonrisa mentirosa, que espero, con el transcurso de los días sea sincera. Ojalá en el trayecto no sea victima del asalto de demasiados recuerdos.
Acapulco, Guerrero.
19:13hrs.
Desde ayer, estoy en Acapulco. Y no tendría por qué, pero me encuentro incomodo. Estoy y no estoy, camino y me siento extraño aun en este sitio que decía conocer ‘como la palma de mi mano’. Hoy no sólo Acapulco sino yo mismo me siento desconocido. Ubicado a unos 360 kilómetros de la Ciudad de México, dicen que es ‘La Bahía más hermosa del mundo’. Sus grandes hoteles, sus elegantes restaurantes, sus discos ahora conocidos como antros, sus preciosos paisajes y sus playas bañadas por el Océano Pacifico hacen que cualquiera se enamore de este destino turístico.
He venido más de veinte veces en mi vida. Desde que tengo memoria mis veranos estuvieron anclados en Acapulco. Fue mi papá quien me presentó con este lugar y me dejó para siempre esa facultad de querer este pedacito de México. Siempre volvía, año con año, con la emoción de quién regresa a su casa. De quién visita a un amigo.
Sin embargo, ahora, tras casi tres años de ausencia este regreso me dolió y mucho. No obstante que intenté postergarlo una y otra vez, el destino de volver me alcanzó y me trajo casi a rastras, aun a sabiendas de que me volvería a sangrar la herida.
Dos son los dolores. Uno agradable y con sentimientos dulce-salados como la brisa del mar. Otro en cambio triste como un atardecer solitario en Pie de la Cuesta. El primero es una enciclopedia de momentos, lugares y sonidos. Sentimientos que podré evocar hasta mi muerte. El segundo es sólo un par de imágenes congeladas. Pequeños vidrios que por su tamaño se clavan como astillas microscópicas y estarán ahí, sacándome pus por quién sabe cuánto tiempo.
El primero, como siempre, eres tú Papá. Mario Revelo alias ‘pa’. Volver aquí y no recordarte cada tres segundos se me antoja imposible. ¿Cómo voy a olvidarme de aquellas mañanas en las que despertabas a las 7 y bajábamos a correr en la playa desde la Condesa hasta el Papagayo?. Los paseos a playas remotas, a restaurantes exquisitos, a lugares que estoy seguro ni los lugareños conocen. Veníamos cada año, y tú, más mi héroe que nunca, te las ingeniabas para que siempre pasara algo nuevo, para que a la distancia, cada rincón de la costera tuviera al menos un recuerdo contigo.
Seguramente tuviste muchos y buenos recuerdos con mamá y con mi hermana, pero sin ánimos de leerme ególatra diré que no disfrutaste tanto Acapulco como conmigo. Aquí aprendí a admirarte. A decirle a los demás: muéranse de envidia, ese señor que siempre sonríe y a todos les cae bien, que se ve más joven que los demás, que le gusta hacer ejercicio, sabe manejar a la perfección, juega bien fútbol, nada mejor y más rápido que nadie, me cuenta historias y es, en pocas palabras, capaz de convertir lo imposible en la más sencilla de las tareas por mi, ese es mi papá.
En julio del 2003, a escasos cinco meses de que te fuiste, venimos por primera vez sin ti. Era martes en la noche, caminábamos por la Costera y te sentí junto a mi, como siempre, y una ráfaga de bienestar invadió mi corazón. Me hiciste sentir tan bien, que desde ese día sé que no estoy sólo. Gracias por dejarme esté lugar para volver y refrescarme de recuerdos sobre ti cuando la sed de la rutina me agobia. Gracias a ti conozco cada rincón de Acapulco. Gracias a ti, mañana muy temprano saldré a caminar por la playa con la certeza de que no voy sólo. Seguiré tus pasos en la arena, aquellos que ni las olas más intempestivas han podido, ni podrán borrar.
El segundo recuerdo, aunque me gustaría, no es tan bello. Es acerca de una historia de amor inconclusa que también ocurrió en Acapulco pero que encontró su final en el calido invierno. En esa ocasión nada me salió bien. Luché por reconquistarla en ese viaje de graduación. Pensé que sería posible. Días antes planeé qué decirle, cómo sorprenderla. Fueron dos días de apostar por ella, de hacer que años de idas y vueltas finalmente encontraran descanso en sus brazos. Al final murió el amor, o mejor dicho, ella lo abortó en una noche de viernes.
De esa historia con múltiples consecuencias me quedaron muchos instantes. Imágenes que hoy mismo me siguen doliendo. Una banquita frente a un centro comercial, la barra del bar de un hotel, un ascensor, una playa, un balcón, una tienda de flores, etc. Lugares en los que mi esperanza renació por unas horas, sólo para suicidarse de tristeza.
Ayer, mientras manejaba por la Costera (avenida principal de Acapulco, que bordea la bahía) y me aproximaba al hotel donde sucedió todo sentí vértigo. Cada metro que recorría avivaba un dolor que creí dormido y que dos años y medio después me quema igual o más que antes. No quería avanzar, mucho menos detener el auto en una calle cercana y caminar hasta esos sitios en los que recibí el ‘No’ más doloroso de mi vida. ¿Será que en la playa de noche, y rodeados de estrellas está palabra duele más?. No lo sé. Lo único cierto a estás alturas es que después de regresar a ese hotel no me quedaron ánimos más que de escribir. Sacarme el dolor, aprovecharlo en pos de una historia que quizá sólo yo entienda, pero que como veneno en mi cuerpo me sigue haciendo daño. Tengo que expulsar ese invierno de Acapulco antes de que él me consuma a mí. Para mi desgracia, no tengo grandes vivencias amatorias, pero las pocas que he tenido las he sufrido tanto, que ha cambio me han dejado la oportunidad de escribirlas como cuentos inconclusos.
Por eso estoy ahora, sacándome los miedos en un café internet sobre la costera, preguntándome por qué diablos volver a éste sitio en común me pone tan melancólico. Escribiendo sin estar, estando sin escribir. Debe ser la falta de nuevas historias amorosas en la novela de mi vida. Ojalá, de no ser así no sabría que pensar de mi.
Caminar por dónde camine con ella mientras hablábamos de amor y soportar el dolor será la historia de estos días. Yo sigo aquí, en el mismo sitio dónde por última vez te abracé y hablamos como dos personas civilizadas. Aquí te escuché reír por última vez, sí aquí, en dónde yo estoy después de tanto tiempo preguntándome qué será de ti y si alguna vez, aunque sea con la imaginación, has regresado para ver aquellos vidrios de la copa de cristal que arrojaste al vació desde el balcón de un 13vo piso. Te aviso que los vidrios ya no están, ni tú tampoco.
Recorrer esas calles que tanto conozco y en los que dejé pedacitos de un corazón roto será mi misión estos días. Repoblar esos lugares de recuerdos. Reconstruirlos con remiendos mal hechos para que la próxima vez duelan menos y así, algún día, mi herida de amor sea sólo una cicatriz vieja que me prevenga de futuros accidentes del alma.
El sol ha vuelto. Después de un día nublado y tormentoso la gente sale de sus hoteles, unos rayos perdidos de sol surcan el cielo y todo a mi alrededor es esperanza. Todos a disfrutar de este paraíso. A mi, por lo menos, me gustaría sentirme normal y no fuera de órbita. Volver a hacer mío a Acapulco y caminar sin que en cada esquina se me salga el corazón de un suspiro.
Emprenderé el camino de regreso al hotel con una sonrisa mentirosa, que espero, con el transcurso de los días sea sincera. Ojalá en el trayecto no sea victima del asalto de demasiados recuerdos.
Acapulco, Guerrero.
19:13hrs.
8 comentarios:
primeramente¡eres un solsito1 gracias por tus coments en mi blog.
Yo suelo soltar làgrimas , en Barranco , mi lugar favorito de Lima, a pesar de los tristes recuerdos , fueron mios, es parte de mi , y no me dan ganas de sepultarlos, cada evz que voy trato de encontrar algo beuno en ese moemnto anterior en que me fue tan mal,,, que el lugar no se le puede culpar aparte es tan rico que me hace hasta olvidar.
un beso de vuelta.
que envidia que ganas de irme a
acapulco alguna vez de vacaciones.
acapulco? asu eso yo lo veia solo en las novelas de televisa que davan por aca xD pero que rico seria ir por alla, yo ni a la playa de ancon voy jeje
coando estoy triste camino, camino mucho, aunqeu despues mi rodilla no lo soporte, pero igual camino por toda la Av. iniversitaria y por Av. La Marina (no tengo miedo que me roben por ahi) pero si, me quedo pensando y pensando. Lo mas logico es que despues de eso, lograra alguna reflexion, pero no, eso para mi es imposible. Regreso a casa y todo sigue igual, nada cambiara.
Qué historia! Espero que pronto esas heridas cicatricen y puedas caminar feliz!
He tenido muchas experiencias frente al mar. El me ha sido testigo y complice de gran parte de mi vida. Muchas veces recurrí a él en busca de tranquilidad.
Saludos y suerte!
La vida es un ir y venir de despedidas y encuentros, el universo está en movimiento y todo cambia, muchas veces por estar en el pasado nos perdemos el presente, vivir significa estar aquí y ahora gozar cada instante ahora, aquí, eso es lo único que existe. Hermoso lo que hablas de tu padre, sé feliz por que lo viviste intensamente, pero también vive intensamente hoy, y sigue escribiéndonos más.
“Sufrir en amor no es sufrir en vano. Sufrir en amor es creativo, te conduce a niveles más elevados de conciencia. Sufrir sin amor es una completa pérdida de tiempo, no te conduce a ningún lado, te hace seguir moviéndote en el mismo círculo vicioso…"
Eso dice Osho. Qué dices tú???
gracias por tanto amor pam...
sr. gomis. creo que Osho tiene razón, aunque de vez en cuando sufrir sin amor también 'es rico' y creativo... el problema es cuando se vuelve costumbre
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