El destino tiene sus cosas
incomprensibles. Resulta paradojico e incluso significativo que justamente a
los 10 años de haber perdido a mi papá, ahora muriera mi abuelo. El primero un
3 de febrero, el segundo un 2 febrero. ¿Coincidencias de la vida?
Este fue mi abuelo, y no tengo reparo
alguno en presumirles su historia:
Hablar de Gabriel González Ramírez, es
hablar de una vida dedicada al trabajo, la superación y la familia, un ejemplo
de que con entrega, perseverancia, y metas muy claras, se puede alcanzar
cualquier sueño de forma honesta.
Gabriel González nació el 1 de abril de
1920, en el poblado de Huatusco, en el estado de Veracruz. Fue el quinto de 15
hermanos. La familia González poseía un potrero, pero sin agua, por lo que una
de las labores del pequeño Gabriel, era recorrer varios kilómetros en busca de
agua para el ganado. A pesar de estudiar hasta el tercer grado de primaria, desde
muy niño, se destacó por ser inquieto, diferente, con una ambición desbocada
por lograr ser alguien. La vida de pueblo no le gustaba pues, ‘no había gran
cosa que hacer’. Deseaba hacer y tener muchas cosas, ser comerciante. En una
ocasión, mientras trabajaba vio pasar un avión (cosa rara en Huatusco) y se
prometió algún día subirse a uno de esos modernos transportes, y conocer muchas
ciudades. Cuando le contó a su madre de sus sueños sobre el futuro, la
respuesta que recibió fue contundente: “Claro que sí hijo, si quieres tener
mucho, lo tendrás, trabajando”. Estás palabras han sido el estandarte que guió
a Gabriel González a lo largo de su existencia.
En 1937, Gabriel González, influido un
poco por la mala relación con su padre, y un mucho por sus ganas de superarse,
abandonó su casa con una funda de almohada en la que guardó un poco de ropa, y
un peso en la bolsa, mismo que usó para llegar a la ciudad de Córdoba. A partir
de aquí, inició una aventura que lo llevó a trabajar en una gran cantidad de
oficios, que de a poco fueron forjando el hombre de familia y valores que es
hoy en día. Recorrió gran parte del estado de Veracruz trabajando en mercados,
en una carnicería, vendiendo pan, fue cobrador de las maquinas de coser Singer
y hasta cargador de maletas y belices. El 14 de septiembre de 1940, el destino
y un tren, lo llevó hasta la Ciudad de México, en donde comenzó a vender ropa
usada. Al poco tiempo, con el escaso dinero que logró ahorrar se compró un
traje y empezó a trabajar en una tienda de ropa, propiedad de unos judíos, en
San Juan de Letrán donde ganaba $ 2.50. También vendió perfumes y maquillajes de puerta en puerta, y
hacía viajes por toda la republica promocionando la cerveza Superior.
Romántico por naturaleza, Gabriel
González siempre fue enamorado de las muchachas. De joven les llevaba serenatas
con sus amigos y les escribía versos, éste último talento, lo llevó a que en la
década de los 40´s, fuera en tres ocasiones a la XEW a leer poemas y participar
en concursos. En un baile conoció a Eva María Ramzahuer, curiosamente oriunda
de Huatusco, con la que se casó en 1948 y con la que a la larga tendría siete hijos.
En dos años logró juntar 1,200 pesos,
dinero que usó para comprar una pequeña máquina para hacer veladoras, y
comenzar un negocio al que llamaría ‘Veladoras San Luis’. Por las tardes se
dedicaba a elaborarlas y en las mañanas salía a venderlas. Recorría la ciudad
con un carrito de madera en el que llevaba sus cajas, soportando las
inclemencias del tiempo. Cuando las ventas empezaron a prosperar, uno de sus
trabajadores lo estafó y volvió a quedarse sin nada. La fuerza e ingenio volvió
a sacarlo adelante. Comenzó a vender sus veladoras por el entonces lejano
pueblo de Iztapalapa. Con los frutos de su esfuerzo pudo hacerse de un carro
humilde y una casa. Comenzó a comprar terrenos y emprender negocios. Construyó
una fábrica de veladoras, en donde por años generó fuentes de empleo.
Educó y le brindó lo mejor a cada uno de
sus hijos, los cuales hoy son hombres y mujeres de bien. A pesar del cansancio
de la semana, los domingos siempre los dedicaba a pasear a sus hijos. Pudo cumplir su sueño de viajar por el
mundo. Varias veces recorrió Europa, Asia, el norte de África, y Norte, Centro
y Sur de América. Se conmovió hasta las lágrimas en Hiroshima y en Auschwitz,
por lo crueles que podemos llegar a ser los hombres. Su gran corazón lo llevó a
participar en diversas obras benéficas. Fue miembro activo de organizaciones
como el Club Rotario, el Club de Leones, y el grupo ABC, con los que visitaba
asilos, realizaba donaciones, repartía despensas y participaba en labores
sociales. Por su cuenta, llenaba costales con juguetes que compraba y se los
mandaba al padre de la iglesia de Huatusco para que los repartiera el 6 de
enero a los niños de los ranchos, lo mismo hacia en una escuela de educación
especial en la que trabajaba una de sus hijas. Más recientemente, cada año
coopera con el Teletón y cuando algún desastre natural asola alguna parte de
México, o el mundo, busca la mejor manera de ayudar. Fundó un Jardín de Niños, con lo que cristalizó otro de sus sueños: poner una
escuela, en la que los niños recibieran educación de calidad y fueran felices.
Gabriel González alcanzó los 92 años (por dos meses hubiera llegado a los 93). Tiempo que dedicó al
esfuerzo de crecer y ayudar a los demás, siempre con trabajo. Fue bisabuelo y
cabeza de una gran familia cimentada en su ejemplo. Lo mejor de todo, es que su
corazón y su mente fueron jóvenes siempre jovenes. Su gran enseñanza: lo más
valioso para hacer posible lo imposible, son las ganas de hacerlo.
Gabriel González, "Don Gabriel" o "Papá Gaby", como cariñosamente le deciamos, murió el pasado sábado
2 de febrero de 2013. Su desceso fue el más bello que pudo tener: comiendo,
rodeado de su familia y después de dar un pequeño paseo.
En cierta forma, es imposible que todos
los miembros de mi familia nos sintamos huerfanos, pero a la vez privilegiados
por haberle aprendido tanto.
Descansa en paz Papá Gaby.
4 comentarios:
Gracias por compartir estos relatos de tu padre y abuelo, personas de admiracion!
Un abrazo
Angelica
Angie: Gracias a ti por leerlo. En verdad me hacen muy bien tus comentarios.
Me acuerdo también de mi abuelo, que también la hizo de padre para mi.
Hace casi tres años y todavía no pasa domingo alguno sin que le eche de menos.
Muy entrañable tu semblanza.
saludos cordiales,
g
Gracias por leerla Gaby, qué bueno que la sigas recordando. Saludos!!!
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