Me confieso fanático de comer palomitas de maíz en el cine. Si no lo hago, siento que me falta algo y que la experiencia de ver una película en pantalla grande no está completa. Las disfruto tanto que hasta puedo terminarme una cubeta solo. Uno jamás imaginaría que esas botanitas ricas y saladitas, blanquitas y suavecitas, pudieran ser capaces de hacernos el menor daño. Pues bien, aunque no lo crean, a mi una palomita me ha traído sufrimiento, dolor y mucha preocupación.
Mi triste historia comenzó a principios de éste año, cuando una tarde cualquiera, acompañado de mi novia fui a ver una película a la Cineteca Nacional (creo que fue Tokyo, pero no estoy seguro). Como siempre pedí palomitas y refresco en lata. Todo sucedía con normalidad hasta bien avanzada la película, cuando en un movimiento inconsciente pasé mi lengua por una de mis muelas y sentí un hueco inmenso. Aquel espacio vacío no estaba ahí unas horas antes. Por supuesto, me saqué de onda. A uno no le enseñan cómo reaccionar bajo circunstancias así. Al principio, a pesar de mi desconcierto, fingí tranquilidad. Volví a repasar con la lengua el hueco y me di cuenta que en efecto, me faltaba un pedazo de una de mis muelas inferiores de la izquierda. Lejos de preguntarme cómo había perdido media pieza dental, mi única interrogante era ¿y si huelo a muela podrida? Instintivamente seguí comiendo palomitas y fijando la mirada en la pantalla, aunque sin ponerle atención del todo. Al terminar la función no hablé hasta que fui a la dulcería y compré unas Halls. Ya con más confianza, todavía fui a cenar unos tacos.
Pasaron los días, las semanas y los meses. Como buen mexicano no hice nada para resolver el problema de la muela rota y pensaba que algún día las cosas se solucionarían solas... total, si no me dolía ni nada, no tenía por qué preocuparme. No negaré que sentir un hueco en mi dentadura era algo raro, pero no era un asunto de vida o muerte. Para desgracia de mi conchudez, esa muela empezó a dolerme hace unas semanas. Las primeras veces fingí demencia y sufrí en silencio. Poco a poco fue aumentando hasta volverse una gran molestia.
Mi plan no era ir al dentista, pues pocas cosas me dan tanto miedo como los odontólogos. Reconozco que soy bien maricón para estas cosas, pero llegué a un punto en el que mi situación era insoportable. Ni hablar, no me quedó de otra más que sacar una cita y esperar una cura milagrosa. El día llegó. Año y medio de mi último chequeo, volví a pisar un consultorio dental. Después de un chequeo rápido, el doctor me dijo que tenía mi muela fracturada. Le conté lo del cine y sin sorprenderse, me contó que aquello de romperse dientes al comer palomitas era muy común.
A lo largo de quince días el dentista desgraciado me hizo una curación y después protegió mi muela con una incrustación de metal, motivo que por cierto, no me hizo la menor gracia. Según yo, eso de traer dientes dorados y cosas metálicas en la boca es de gente pobre y vieja, no para un muchacho joven y carismático como yo. Al menos, esa pieza horrible y dorada en mi muela no se ve a simple vista. Ahora me siento Robocop, maldita sea. Por desgracia, lo peor no fue eso, ni que me haya encontrado otras dos caries pequeñas. Lo verdaderamente malo es que en una de mis consultas, el doctor (alias viejo fastidioso) descubrió que me está saliendo una muela del juicio. Inmediatamente mandó a que me sacaran radiografías y salió esto:
Mi triste historia comenzó a principios de éste año, cuando una tarde cualquiera, acompañado de mi novia fui a ver una película a la Cineteca Nacional (creo que fue Tokyo, pero no estoy seguro). Como siempre pedí palomitas y refresco en lata. Todo sucedía con normalidad hasta bien avanzada la película, cuando en un movimiento inconsciente pasé mi lengua por una de mis muelas y sentí un hueco inmenso. Aquel espacio vacío no estaba ahí unas horas antes. Por supuesto, me saqué de onda. A uno no le enseñan cómo reaccionar bajo circunstancias así. Al principio, a pesar de mi desconcierto, fingí tranquilidad. Volví a repasar con la lengua el hueco y me di cuenta que en efecto, me faltaba un pedazo de una de mis muelas inferiores de la izquierda. Lejos de preguntarme cómo había perdido media pieza dental, mi única interrogante era ¿y si huelo a muela podrida? Instintivamente seguí comiendo palomitas y fijando la mirada en la pantalla, aunque sin ponerle atención del todo. Al terminar la función no hablé hasta que fui a la dulcería y compré unas Halls. Ya con más confianza, todavía fui a cenar unos tacos.
Pasaron los días, las semanas y los meses. Como buen mexicano no hice nada para resolver el problema de la muela rota y pensaba que algún día las cosas se solucionarían solas... total, si no me dolía ni nada, no tenía por qué preocuparme. No negaré que sentir un hueco en mi dentadura era algo raro, pero no era un asunto de vida o muerte. Para desgracia de mi conchudez, esa muela empezó a dolerme hace unas semanas. Las primeras veces fingí demencia y sufrí en silencio. Poco a poco fue aumentando hasta volverse una gran molestia.
Mi plan no era ir al dentista, pues pocas cosas me dan tanto miedo como los odontólogos. Reconozco que soy bien maricón para estas cosas, pero llegué a un punto en el que mi situación era insoportable. Ni hablar, no me quedó de otra más que sacar una cita y esperar una cura milagrosa. El día llegó. Año y medio de mi último chequeo, volví a pisar un consultorio dental. Después de un chequeo rápido, el doctor me dijo que tenía mi muela fracturada. Le conté lo del cine y sin sorprenderse, me contó que aquello de romperse dientes al comer palomitas era muy común.
A lo largo de quince días el dentista desgraciado me hizo una curación y después protegió mi muela con una incrustación de metal, motivo que por cierto, no me hizo la menor gracia. Según yo, eso de traer dientes dorados y cosas metálicas en la boca es de gente pobre y vieja, no para un muchacho joven y carismático como yo. Al menos, esa pieza horrible y dorada en mi muela no se ve a simple vista. Ahora me siento Robocop, maldita sea. Por desgracia, lo peor no fue eso, ni que me haya encontrado otras dos caries pequeñas. Lo verdaderamente malo es que en una de mis consultas, el doctor (alias viejo fastidioso) descubrió que me está saliendo una muela del juicio. Inmediatamente mandó a que me sacaran radiografías y salió esto:
Esto que parece una mazorca chueca es mi dentadura. Se supone que dos molares inferiores están a nada de salir fuera de lugar y provocarme un gran problema. El dentista me dice que se requiere hacerme una cirugía para abrirme la encía y extraer las piezas. Que estaré incomodo un buen número de días y que al principio no podría ni hablar. En otras palabras: me espera una chinga.
Esta tarde de nuevo fui al dentista, aunque la operación aun no tiene fecha, el peso del destino ya me abruma. La última vez que me dio por huir de lo impostergable fue precisamente antes de una extracción dental. Pero ahora es peor, se trata de una canija operación a la que siempre le hui. Por lo pronto, a gozar antes de que me cargue la fregada. Lo que más coraje me da, es que todo pasó por culpa de una insignificante palomita de maíz. A ella le debo haber ido al dentista, tener mi muela dorada y una dolorosa e incómoda cirugía. En estos momentos cientos de personas comen palomitas de maíz sin saber del peligro que corren. Mínimo, las bolsas del cine deberían traer una leyenda de advertencia como ocurre con los cigarros.
Mañana iré al cine y sí, compraré palomitas. No aprendo.
2 comentarios:
oye que bonita sonrisa!
:-)
Ojala que no sufras mucho!
Xhaludos!
xhabyra: ojalá amigo jajaja. y gracias por lo de mi sonrísa, modestamente opino que es digna de anuncio de Colgate jaja.
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