lunes, 6 de septiembre de 2010

Mi primera vez en las luchas




Este texto es sobre sueños pendientes que llegan a cumplirse.

Siempre me sentí especialmente atraído por el mundo de la Lucha Libre (la mexicana, no la gringa). De pequeño no sólo leía revistas de luchas, también tuve mi ring de madera con cuerdas de liga, mis luchadores de plástico y hasta usaba caparas y máscaras de los ídolos del pancracio. Ya fuera en televisión o en video beta, no había nada mejor que ver alguna película del Santo. Incluso, uno de los recuerdos favoritos de mi infancia que guardo con más cariño ocurrió cuando un sábado en la noche pasaron en televisión abierta la pelea del Rayo de Jalisco Jr. (mi luchador favorito en esos tiempos) contra Cien Caras. Tengo grabada en mi mente el momento en el que el Rayo entró vestido de Mariachi a la Arene y como el rival le rompió una guitarra en la cabeza. Aquella lucha apocalíptica aun hoy es considerada como una de las mejores de la historia.

Bonus: Si andan en los 25-30.Vean la primera, la segunda y la tercera caída para que revivan como yo su infancia. La épica batalla entre Rayo de Jalisco Jr. y Cien Caras.

Pasó el tiempo pero no me alejé del todo de ese mundo. Quizá por eso, aunque al paso de los años dejé de ver las funciones en televisión o leer lo que pasaba en ellas, en mis años de Universidad acostumbraba a traer un luchador de plástico corriente en la bolsa de las camisas, pues según yo, iban a ponerse de moda. Lo aclaro: no era fanático del deporte en sí, sino de los luchadores convertidos en personajes arraigados en la cultura mexicana.

A pesar de lo anterior, nunca tuve la oportunidad de ir a la Arena. No es que no tuviera ganas de asistir, solo que nunca se me presentó el momento. Durante todo ese tiempo escuché todo tipo de cosas sobre las arenas de lucha libre, desde que era un espectáculo increíble, hasta que era un lugar al que sólo se iba a escuchar majaderías. Mi curiosidad siempre estuvo ahí, así como el deseo de algún día entrar a uno de esos lugares en dónde los hombres se vuelven leyendas vivientes. Aquel sueño de mi niñez, a pesar de no ser irrealizable ni mucho menos, se me había esfumado sin que me diera cuenta, en algún momento dejó de ser prioritario y se escondió en el rincón en donde guardo mis ayeres.

Una tarde cualquiera la idea de ir a una arena de lucha libre salió del baúl de los recuerdos, cuando un compañero de mi trabajo nos dijo que tenía la oportunidad de conseguir boletos para la función del 77 Aniversario de la Arena México. Sin mucho entusiasmo pedí encargué un boleto. Conforme se acercaba la fecha comencé a ver que en los periódicos le dedicaban cada vez más espacio a notas sobre aquella función en la que el plato fuerte sería un evento llamado “El Juicio Final”, en el que 14 luchadores pondrían en juego sus marcaras dentro de un ring enjaulado. Poco a poco fue naciendo en mí una especie de expectativa. No sabía exactamente por qué, pero sospechaba que esa noche sería especial.

El 3 de septiembre de 2010 quedará grabada en los registros de mi vida como la noche en la que pisé por primera vez una Arena de Lucha Libre. Ataviado con la playera del Santo que compré en su tienda-café acudí a mi primera vez en las luchas. Si bien la función empezaba a las 20:30, a esa hora apenas íbamos saliendo de la estación de metro Balderas. Desde calles atrás el ambiente ya era especial. Gente usando sus máscaras, la vendimia de los puestos ambulantes vendiendo montones de productos alusivos a las luchas, los claxonazos y aceras atestadas de todo tipo de personajes. Después de unos veinticinco minutos de hacer fila finalmente entré por una de las entradas principales. Mi primer pensamiento dentro de la Arena México es indescriptible. Recuerdo haber visto el techo, la enormidad de un lugar que me habían dicho ‘no es tan grande como parece’ y que me sorprendió. Mientras buscábamos nuestras butacas vi el ring, lo imaginaba más grande. Después, ya en mi butaca, reparé en más detalles como el escenario del que salen los luchadores y que no esperé que fuera tan amplio. Después los sonidos. Aquel lugar pletóricamente lleno tenía un ambiente que ni siquiera posee un partido de futbol. La pasión desbordada en cada rostro, en cada acción, las porras, las groserías llenas de ingenio y un respeto que me impactó. Todos respetándose entre sí. No importaba la diversidad de edades ni la diferencia de clases sociales. Todos convivían y profesaban una especie de religión mágica cuyo encanto comenzaba a seducirme. Todo esto pasó en cuestión de minutos. Tan hipnótico era el entorno que ni siquiera había reparado en que varias luchadoras ya estaban enfrentándose en lo que fue la primera lucha de la noche.

Entonces todo ocurrió rapidísimo. Una a una fueron pasando las peleas sin que me diera cuenta. Con mis propios ojos veía entregarse a varios personajes que antes ocupaban mis juegos. Ahí estaba Atlantis, el Blue Panther ya sin máscara, el Negro Casas y hasta el amado/odiado Místico. Finalmente saldaba con creces una antigua deuda conmigo mismo y entendía la razón por la que éste espectacular deportes es parte de la idiosincrasia del mexicano. En cada instante, en cada rincón, en cada golpe, se respira pasión.

Cuando la lucha final entre La Sombre y Olímpico transcurría, me ocupaba ya muy alejado de la realidad. Era uno más de los frenéticos aficionados que gritaban y ovacionaban cada llave, cada lance, cada golpe. Contenía el aliento cada que uno de los gladiadores ponía de espaldas planas al otro y el réferi comenzaban la fatídica cuenta de las palmadas de los tres segundos. Al final La Sombra venció a Olímpico y esté se despojó de su máscara. Se vivía un momento solemne que el público enmarcaba con una sonora ovación.


De cualquier manera fue irreal, adictiva… como ocurre en estos casos, lo único que deseo hacer es repetirla.


¿El momento exacto en el que nace un héroe?

Unos diez minutos después la Arena México comenzó a vaciarse. En algún momento giré mi cabeza y una escena llamó poderosamente mi atención. A tres filas de dónde estaba un niño de unos 14 años lloraba con rabia. ‘Es el hijo del Olímpico’ me comentó uno de mis compañeros. Algunos familiares a su alrededor también se mostraban abatidos, pero la mirada de coraje y sentimientos de revancha de aquel adolescente poseía una fuerza de voluntad que me dejó pasmado. Regresando a casa en el metro me pregunté si aquella mirada decidida no sería el inicio de la historia de una leyenda. Me imaginé diez años después, en alguna Arena del país viendo el debut de un joven luchador que una noche de septiembre de tiempo atrás juró vengar a su padre.

4 comentarios:

xhabyra dijo...

Wow

tardaste tanto para disfrutar de una lucha en vivo!


pero ya los has hecho y te toco un mascara contra mascara, algo memorable de ver por lo que representa la mascara en la lucha mexicana.


Xhaludos Gabriel!

Jorge Atarama dijo...

Tanto la lucha como el box son impresionantes en vivo por el sonido de los golpes. Saludos desde Lima.

zocadiz dijo...

Las luchas, toda una muestra de la idiosincracia mexicana!!!!
Yo he ido un par de veces y no sabes como me han gustado.

gabriel revelo dijo...

xhabyra: me tardé pero me encantó. y sí, la lucha de máscara vs. máscara es algo drámatico, memorable. En fin, gran noche. ¡Saludos!

jorge: aun más impactante que el sonido de los golpes, lo es el entusiasmo del público. ¿y cómo son las luchas allá en Perú?

zocadiz: todo aquel que se jaqute de ser mexicano debería de ir a las luchas por lo menos una vez en la vida. gracias por tu visita.