No sé si llamarlo calma, preocupación o nostalgia. Vaya Dios a saber si es añoranza o alivio, lo cierto es que aún en estos momentos, no puedo dejar de voltear obsesivamente hacia el piso de las diversas esquinas de la casa, esperando verlo ahí como hace más de una semana.
Martes 16 de junio. Aproximadamente a las 22:30 horas. En mi cuarto, luz apagada, metido ya en mi cama. Veo la televisión, específicamente el programa “Los Simuladores” en canal 5. La trama del capitulo, quizá esté de más decirlo, me trae de un hilo. De repente, proveniente de la sala, un grito de mi hermana interrumpe la calma de la noche. Me exalto pero me contengo restándole importancia al grito mediante la teoría de que mil y un tonterías pudieron ser sus causantes. No han pasado muchos segundos cuando un segundo grito ahora sí me pone alerta. Después mi mamá me llama pidiéndome que baje.
- “Se acaba de meter una rata. Ven a matarlo”, dice ella, confiada en que el hombre de la casa solucionará el problema de inmediato. Lo que ella no sabe es que el ‘hombre de la casa’ no quiere despedirse de la excepcional historia que una de sus series favoritas esta noche le plantea. Mucho menos imagina que la sola idea de enfrentarme por primera vez en mi vida no me produce miedo ni temor, pero si mucho asco. El solo pensar en bajar y verme las caras con un roedor actúa en mi como un ancla que quiere impedir que baje, o mejor dicho, que quiero que me impida bajar.
Y otro grito de mi hermana.
Estúpidamente pienso que al hacer caso omiso, el problema de la rata se solucionará sólo. Que algo o alguien vendrá por el animalejo y me dejará seguir descansando. Para mi desgracia el milagro no ocurre y mi buena conciencia, siempre tan inoportuna, me obliga a ponerme unos tenis, (qué tal si tenía que aplastar o patear al visitante) salir de la comodidad de mi cuarto y dirigirme hacia la planta baja de mi hogar. El destino me alcanza tras bajar, lo más lento que puedo, las escaleras. Hermana y Mamá me ponen al tanto de la crisis: mientras veían la tele, vieron como por la puerta de atrás entraba una rata a la casa. Es negra y está escondida entre una maceta y una cortina. Tengo que sacarla o matarla, así de fácil. Lo malo es que no tengo ni la menor idea de cómo hacerlo, y mi único posible aliado en la guerra, Margarito el perro, está temblando.
Sin querer hacerlo voy por unas escobas, aunque sé que lo que menos me gustaría sería agarrar a palazos a un animal hasta matarlo. Agarrarlo me parece imposible, pues la sola idea de imaginarme agarrando una rata de la cola me hace sentir mareos. Nunca será lo mismo pensar una situación así y verla lejana, a vivirla de frente. Aun así, quiero pero no puedo agarrar valor. Un paso al frente y dos hacía atrás. Si yo fuera la rata, mi enemigo me daría risa.
Cuando mi escaso coraje me da para mover un par de muebles por fin veo al huésped. Es negro, sí, pero no es una rata, sino un pequeño ratón. Sin embargo es más rápido que yo y el tiempo en el que tardo en coordinar a al ratón le bastan para escapar y refugiarse detrás de otro mueble al tiempo en el que mi hermana sigue y sigue gritando. Le doy de palazos al mueble pero sin conseguir que el intruso salga de su refugio. Se me ocurre echarle fijador de pelo en forma de aerosol y para mi sorpresa logro que salga despavorido rumbo al siguiente mueble.
Una hora después, él y yo estamos exhaustos. Llamamos al vigilante de la calle ‘dizque’ para ayudarme a atraparlo… lo único que consigue es ponerse a dar golpes a lo tanto, destruyendo mi conexión telefónica y de internet. Me enojo más y de la manera menos atenta le pido al vigilante súper eficiente que se vaya. No obstante, dentro de mi enojo y desesperación alcancé a detectar que en cada huida, el ratón siempre buscaba llegar a la ventana. Después de ver lo exitoso que soy como cazador, mi mamá decide que lo mejor era irnos a dormir y al otro día buscar al roedor concienzudamente. Cerramos todas las puertas, colocando trapos debajo de ellas para evitar que el ratón se moviera hacía otro punto de la casa. Antes de retirarme, se me ocurre abrir de par en par la ventana con la esperanza de que el ratón se facilite y me facilite las cosas.
Al otro día revisamos la casa y no hayamos nada. Quiero creer que el intruso fue tan mal recibido que decidió aceptar mi oferta y marcharse en cuanto pudo. Tras 10 días, las trampas sembradas en distintos puntos de la casa no han atrapado nada. No hay excrementos ni cosas roídas, mucho menos lo hemos vuelto a ver.
Es el segundo ratón que se mete en casa. El primero lo hizo hace 28 años (yo ni había nacido) y mi papá se encargó de matarlo. Creo que no heredé las habilidades para pelear contra esa especie de animales. Supongo es lo mejor, pues no me concibo descargando varios golpes violentos en contra de una cosa peluda. Desconozco hasta cuándo seguiré mirando los rincones de mi casa con cierta desconfianza, rogando no ver algún bulto negro moviéndose. Espero que la tranquilidad vuelva pronto, y que el ratón se quedé en dónde quiera que esté.
Martes 16 de junio. Aproximadamente a las 22:30 horas. En mi cuarto, luz apagada, metido ya en mi cama. Veo la televisión, específicamente el programa “Los Simuladores” en canal 5. La trama del capitulo, quizá esté de más decirlo, me trae de un hilo. De repente, proveniente de la sala, un grito de mi hermana interrumpe la calma de la noche. Me exalto pero me contengo restándole importancia al grito mediante la teoría de que mil y un tonterías pudieron ser sus causantes. No han pasado muchos segundos cuando un segundo grito ahora sí me pone alerta. Después mi mamá me llama pidiéndome que baje.
- “Se acaba de meter una rata. Ven a matarlo”, dice ella, confiada en que el hombre de la casa solucionará el problema de inmediato. Lo que ella no sabe es que el ‘hombre de la casa’ no quiere despedirse de la excepcional historia que una de sus series favoritas esta noche le plantea. Mucho menos imagina que la sola idea de enfrentarme por primera vez en mi vida no me produce miedo ni temor, pero si mucho asco. El solo pensar en bajar y verme las caras con un roedor actúa en mi como un ancla que quiere impedir que baje, o mejor dicho, que quiero que me impida bajar.
Y otro grito de mi hermana.
Estúpidamente pienso que al hacer caso omiso, el problema de la rata se solucionará sólo. Que algo o alguien vendrá por el animalejo y me dejará seguir descansando. Para mi desgracia el milagro no ocurre y mi buena conciencia, siempre tan inoportuna, me obliga a ponerme unos tenis, (qué tal si tenía que aplastar o patear al visitante) salir de la comodidad de mi cuarto y dirigirme hacia la planta baja de mi hogar. El destino me alcanza tras bajar, lo más lento que puedo, las escaleras. Hermana y Mamá me ponen al tanto de la crisis: mientras veían la tele, vieron como por la puerta de atrás entraba una rata a la casa. Es negra y está escondida entre una maceta y una cortina. Tengo que sacarla o matarla, así de fácil. Lo malo es que no tengo ni la menor idea de cómo hacerlo, y mi único posible aliado en la guerra, Margarito el perro, está temblando.
Sin querer hacerlo voy por unas escobas, aunque sé que lo que menos me gustaría sería agarrar a palazos a un animal hasta matarlo. Agarrarlo me parece imposible, pues la sola idea de imaginarme agarrando una rata de la cola me hace sentir mareos. Nunca será lo mismo pensar una situación así y verla lejana, a vivirla de frente. Aun así, quiero pero no puedo agarrar valor. Un paso al frente y dos hacía atrás. Si yo fuera la rata, mi enemigo me daría risa.
Cuando mi escaso coraje me da para mover un par de muebles por fin veo al huésped. Es negro, sí, pero no es una rata, sino un pequeño ratón. Sin embargo es más rápido que yo y el tiempo en el que tardo en coordinar a al ratón le bastan para escapar y refugiarse detrás de otro mueble al tiempo en el que mi hermana sigue y sigue gritando. Le doy de palazos al mueble pero sin conseguir que el intruso salga de su refugio. Se me ocurre echarle fijador de pelo en forma de aerosol y para mi sorpresa logro que salga despavorido rumbo al siguiente mueble.
Una hora después, él y yo estamos exhaustos. Llamamos al vigilante de la calle ‘dizque’ para ayudarme a atraparlo… lo único que consigue es ponerse a dar golpes a lo tanto, destruyendo mi conexión telefónica y de internet. Me enojo más y de la manera menos atenta le pido al vigilante súper eficiente que se vaya. No obstante, dentro de mi enojo y desesperación alcancé a detectar que en cada huida, el ratón siempre buscaba llegar a la ventana. Después de ver lo exitoso que soy como cazador, mi mamá decide que lo mejor era irnos a dormir y al otro día buscar al roedor concienzudamente. Cerramos todas las puertas, colocando trapos debajo de ellas para evitar que el ratón se moviera hacía otro punto de la casa. Antes de retirarme, se me ocurre abrir de par en par la ventana con la esperanza de que el ratón se facilite y me facilite las cosas.
Al otro día revisamos la casa y no hayamos nada. Quiero creer que el intruso fue tan mal recibido que decidió aceptar mi oferta y marcharse en cuanto pudo. Tras 10 días, las trampas sembradas en distintos puntos de la casa no han atrapado nada. No hay excrementos ni cosas roídas, mucho menos lo hemos vuelto a ver.
Es el segundo ratón que se mete en casa. El primero lo hizo hace 28 años (yo ni había nacido) y mi papá se encargó de matarlo. Creo que no heredé las habilidades para pelear contra esa especie de animales. Supongo es lo mejor, pues no me concibo descargando varios golpes violentos en contra de una cosa peluda. Desconozco hasta cuándo seguiré mirando los rincones de mi casa con cierta desconfianza, rogando no ver algún bulto negro moviéndose. Espero que la tranquilidad vuelva pronto, y que el ratón se quedé en dónde quiera que esté.
3 comentarios:
Changos Gabriel!!!, no tienes idea de cómo me hiciste reír!!!.
No es que vivir eso sea para el protagonista una de las situaciones más graciosas del mundo, pero cuando lo vives de lejos, es una cosa hilarante.
A mi también me sucede lo mismo con los ratones, y sencillamente no me imagino poder matar a uno bajo ninguna circunstancia...
Eso de los trapos, y el intento por contenerlo en la habitación no me parece realmente algo funcional (después de ver "ratatouille", y un pequeño documental que trae sobre los ratones, difícilmente volveré a creer que cerrar la puerta o una alcantarilla puede detenerlos)
Como sea, supongo que efectivamente habrá huído... después de 10 días, ya debería haber dado señales de vida.
Ojalá así sea y no haya estrés innecesario otra vez! jejeje
Jejejeje, tengo una amiga que se compró un rifle, de esos de balines, pa'matar una rata q rondaba sus dominios. Paso varias noches en vela tratando de darle crank y nomás no pudo.
Moraleja...
No veas Los Simuladores.
Jejeje. Saludos y suerte con tu peludo visitante....iiiiiaackkks!!
francisco: pues hasta el momento no hay señales, y tienes toda la razón, visto desde afuera, el asunto es muy gracioso. como siempre, mil gracias por tus comentarios.
fati: gracias´... ojalá y puedas decirle a tu amiga si me podría prestar su rifle, igual y yo tengo mejor tino, y... ¡claro que seguiré viendo los similadores! ja ja
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