Una de muchas historias de mi vida
1. El ‘siempre listo’ Gabriel de los 90´s
Contraría a las grandes historias de amor, esta no tiene poemas ni besos intensos, vamos, ni siquiera una declaración o una mirada tormentosa. Carece de celos, de caricias, de amor. Quizá porque es real nos quedó a deber todo. Sucedió en un baile.
Corría el año de 1995. Tenía un par de meses que había cumplido trece años e iba en segundo de secundaria en el Instituto Don Bosco, escuela en la que nunca me sentí del todo integrado y en la que, salvo honrosas excepciones, tuve muy pocos amigos. Por esta razón, el escape de esta realidad lo tenía los sábados en el Grupo Scout de Iztapalapa número 5, al que pertenecía desde tres años atrás.
1. El ‘siempre listo’ Gabriel de los 90´s
Contraría a las grandes historias de amor, esta no tiene poemas ni besos intensos, vamos, ni siquiera una declaración o una mirada tormentosa. Carece de celos, de caricias, de amor. Quizá porque es real nos quedó a deber todo. Sucedió en un baile.
Corría el año de 1995. Tenía un par de meses que había cumplido trece años e iba en segundo de secundaria en el Instituto Don Bosco, escuela en la que nunca me sentí del todo integrado y en la que, salvo honrosas excepciones, tuve muy pocos amigos. Por esta razón, el escape de esta realidad lo tenía los sábados en el Grupo Scout de Iztapalapa número 5, al que pertenecía desde tres años atrás.
Ahí sí tenía amigos. Apreciaba a mis compañeros de Tropa (ya había dejado de ser Lobato) y estoy seguro que también ellos a mi. Era sub guía de la patrulla ‘Ardillas’ (un año después me convertí en el guía) y aunque estaba mucho más gordo que ahora, en aquel entonces tenía una agilidad envidiable. Durante mis años de escultismo fueron innumerables los campamentos, excursiones, aventuras, aprendizajes y experiencias que en gran parte forjaron lo mucho o poco que Gabriel Revelo es hoy en día, y que seguramente en algún momento escribiré más detalladamente en este blog, o en algún otro espacio que encuentre disponible.
2. Hallowen Scout vs Los Simpsons
Por lo pronto, déjenme seguirles contando. Era 28 de octubre. Sábado. Dado que estábamos en plena época de las celebraciones de muertos, los dirigentes Scouts del grupo tuvieron la idea de organizar un Hallowen esa noche. (ajá, yo prefiero el día de muertos, pero qué clase de ser anormal sería si en la adolescencia no hubiera asistido a una celebración de este tipo). Después que, en las actividades de la mañana se pusieron de acuerdo, a todos los de la tropa nos dieron la dirección, la hora y la indicación de no ir uniformados como scouts sino disfrazados. La verdad, la dichosa fiestecita nos cayó como un balde de agua fría, pues mis compañeros y yo queríamos ver el ‘Capitulo Especial y de estreno de Hallowen de Los Simpsons’, que aquella noche transmitirían por el canal 7 de TVAzteca. Antes de que me juzguen por inmarudo, recuerden que tenía 13 años, y mis compañeros eran más o menos de la edad. Además, los especiales de Los Simpsons, aun hoy, siguen teniendo su encanto. ¿A poco no?.
No me acuerdo quién fue el primer valiente que le objetó a nuestro dirigente el gravísimo problema. Tampoco recuerdo que fue lo que nos respondió. El chiste es que nunca nos pudo convencer de no ver aquel capitulo que tanto esperamos. Nos habló de la importancia de las tradiciones, de la integración de la Tropa con las otras secciones del grupo, etc. Al final, se llegó a un acuerdo: Con la ventaja que nos daba el que la mayoría viviéramos en la misma colonia. Iríamos a la fiesta. Al diez para las ocho nos saldríamos y veríamos el episodio en la casa de alguno de nosotros. Media hora después, regresaríamos a la celebración.
3. Cesar “Krugger” Costa is Comming
Hasta ese momento no había reparado en dos detalles: No tenía disfraz y a la fiesta no sólo iría la tropa (que comprendía a los jóvenes de 12 a 15 años aproximadamente), sino también los miembros de las otras secciones... incluidas las troperas. Pase la tarde buscando un disfraz. Mi Papá tenía una capa negra de mago que con un poco de imaginación podría ser de vampiro. Me la probé y no me convenció mucho. En realidad parecía... un mago. Mi Mamá propuso maquillarme. Por supuesto me rehusé. Empezaba a darme por vencido cuando vi pasar a mi amigo Huriat por la ventana. Le expuse la situación y a los diez minutos ya lo tenía en mi casa con una opción infalible: una especie de antifaz (que también cubría parte de la boca) con los rasgos y la piel quemada de Freddy Krugger, y un guante con garras de plástico. Busque en la ropa de la familia y encontré un suéter que, aunque parecía más de César Costa, bien podría dar el ‘gatazo’ de ser el del famoso asesino.
Caía la tarde, y con ella llegaba una noticia mejor. Mi hermana, perteneciente a la sección de Gacelas (de unos 6 a 11 años) no tenía la menor intención de asistir al dichoso Hallowen. Podría regresar un poco más tarde, y hacer lo que quisiera sin necesidad de andarme cuidando de ella.
La cita de la mayoría de los Troperos fue en el Parque Central de la colonia a las siete de la tarde. Cuando llegué (puntualísimo como siempre) Alfredo, Rodrigo y Erick ya estaban ahí. Después creo que llegó Casaigne, Juan Carlos y no me pregunten más. No tengo tan buena memoria. Total, que después de perder el tiempo en tonterías partimos rumbo a la casa de la fiesta. Éramos como nueve, y mientras caminábamos me di cuenta de que era el único ridículo con disfraz. Estaba apunto de quitármelo cuando todos a una voz me dijeron ‘¡Noooo, está bien chido!’, ¿qué puede uno hacer, cuando a los trece años lo ovacionan de esa forma?. Nada. Seguir haciendo el ridículo.
4. Una fiesta ‘de grandes’
Cuando al fin llegamos la casa nos topamos con un escenario muy diferente: la fiesta estaba a reventar. Todos, absolutamente todos (bueno, menos mi hermana) los Scouts del grupo estaban ahí: Guías, Lobatos, Gacelas, Troperas, Expedicionarios, Expedicionarias, Claneros, Claneras, Robers, etc. Seguramente más de cuarenta personas en el garaje de aquella vivienda.
Ya no estaba tan fuera de lugar pues todos estaban disfrazados. Aunque más bien sí lo estaba. Tengamos en cuenta que esa era una fiesta de verdad. Con jóvenes más grandes que nosotros. Música, baile, obscuridad. Nosotros teníamos de catorce años para abajo, por lo que esos ambientes no nos hacían sentir del todo cómodos. En mi caso, aunque había asistido a fiestas mixtas desde el sexto de primaria, en las que se suponía había baile y música, los chavos siempre terminábamos jugando fútbol en la calle sin la menor pena. Por eso, cuando llegué y ví aquel ambiente sentí ganas de salir y ponerme a jugar cualquier cosa con mis amigos. Creo que todos, incluso Rubén que era el más grande de nosotros, tenían la misma sensación. Por lo que procedimos a ocupar el lugar que los adolescentes ocupan en las fiestas: una esquina en la que hicimos un círculo y en el que empezamos a platicar de cualquier tontería y a ver el reloj compulsivamente para irnos a cualquier casa y no perdernos Los Simpsons.
Para distraerme exploré con la vista el lugar lleno de disfraces sencillos que no ocultaban la identidad de sus portadores. Me extraño ver tan pocas troperas. Estaba Tatiana, Brenda y algunas más, pero algo faltaba. ¿Será qué inconscientemente ya desde antes la buscaba sin saberlo?. Es algo que hasta la fecha no sé. Así como tampoco tengo muy claro cuánto tiempo pase perdido buscando quién sabe qué cosa.
5. La Hora Marcada
Mi reloj digital Casio marcaba las 19:47 cuando Gerardo preguntó dónde veríamos el especial de Hallowen. Yo estaba a punto de proponer ‘en la casa de Alfredo’ cuando una aparición hizo que me quedará mudo. Ahí estaban, entrando a la fiesta. Arregladísimas, guapísimas. De pocas ‘primeras veces’ tengo registro en mi vida, pero si alguien me pregunta cuándo fue la primera vez que una mujer me robó el aliento diría que fue el 28 de octubre de 1995 a las 19:47 hrs.
Al principio no supe quienes eran. No las ubiqué. Segundos después reconocí que debajo de esas dos atractivas jovencitas se encontraban Jazmín y su mejor amiga (se me acaba de ir el nombre, pero también es mi vecina y fue Scout). Sabía que se llama Jazmín porque tiene mi edad y ambos fuimos en la primaria pública Carlos Sandoval Sevilla. Nunca me tocó compartir salón con ella. Yo siempre fui en los grupos‘B’ y ella en los ‘A’. Siempre se me hizo la típica niña enojona, aunque realmente nunca la traté, y si sabía su nombre era porque era de mi generación. Fue hasta unos meses después de haber salido de primaria cuando llegó a los Scouts y se hizo amiga de mi vecina que también es de su edad. Desde entonces comencé a verla cada sábado y a cruzar, cuando en las actividades del grupo mezclaban a la tropa masculina con la femenina, escasas palabras con ella. Lo extraño del asunto, es que hasta el 28 de octubre la veía como una niña más, por eso aquella transformación, más que extraña fue impactante. Siempre tuvo la piel blanca y el cabello castaño rizado. Siempre tuvo esos ojos color miel. Siempre sonreía. Pero aquella noche estaba rodeada por un aura especial. Traía tacones negros, el cabello peinado en una cola, maquillaje sutil y un vestido negro ceñido al cuerpo que dejaba ver sus nacientes formas de mujer. Éste último detalle puede ser insignificante para muchos, pero para un púber de 13 años, acostumbrado a ver ‘niñas’, un cambio tan bello no podía ser otra cosa que el cielo.
Quedé perdido viéndola. Aspirando esa aroma que hasta la esquina de los troperos llegaba. Cuando regresé de mi perdición, ya se había propuesto mi casa como sede para ver Los Simpsons. Hubiera podido reclamar y cambiar la decisión, pero mi cabeza estaba ya en otro mundo al que jamás había viajado y en el que descubrí que los vestidos tenían el poder de millones de bombas nucleares. Yo no quería irme, pero el capitulo estaba a punto de empezar y mis amigos me sacaron casi a empujones de la fiesta. No hubo pretexto que me valiera el quedarme un poco más. Cinco minutos después estábamos los nueve, sentados en la sala de mi casa viendo por televisión la entrada de un programa en el que las nubes se dispersan y dan lugar a un pueblo en el que sus habitantes son amarillos.
2. Hallowen Scout vs Los Simpsons
Por lo pronto, déjenme seguirles contando. Era 28 de octubre. Sábado. Dado que estábamos en plena época de las celebraciones de muertos, los dirigentes Scouts del grupo tuvieron la idea de organizar un Hallowen esa noche. (ajá, yo prefiero el día de muertos, pero qué clase de ser anormal sería si en la adolescencia no hubiera asistido a una celebración de este tipo). Después que, en las actividades de la mañana se pusieron de acuerdo, a todos los de la tropa nos dieron la dirección, la hora y la indicación de no ir uniformados como scouts sino disfrazados. La verdad, la dichosa fiestecita nos cayó como un balde de agua fría, pues mis compañeros y yo queríamos ver el ‘Capitulo Especial y de estreno de Hallowen de Los Simpsons’, que aquella noche transmitirían por el canal 7 de TVAzteca. Antes de que me juzguen por inmarudo, recuerden que tenía 13 años, y mis compañeros eran más o menos de la edad. Además, los especiales de Los Simpsons, aun hoy, siguen teniendo su encanto. ¿A poco no?.
No me acuerdo quién fue el primer valiente que le objetó a nuestro dirigente el gravísimo problema. Tampoco recuerdo que fue lo que nos respondió. El chiste es que nunca nos pudo convencer de no ver aquel capitulo que tanto esperamos. Nos habló de la importancia de las tradiciones, de la integración de la Tropa con las otras secciones del grupo, etc. Al final, se llegó a un acuerdo: Con la ventaja que nos daba el que la mayoría viviéramos en la misma colonia. Iríamos a la fiesta. Al diez para las ocho nos saldríamos y veríamos el episodio en la casa de alguno de nosotros. Media hora después, regresaríamos a la celebración.
3. Cesar “Krugger” Costa is Comming
Hasta ese momento no había reparado en dos detalles: No tenía disfraz y a la fiesta no sólo iría la tropa (que comprendía a los jóvenes de 12 a 15 años aproximadamente), sino también los miembros de las otras secciones... incluidas las troperas. Pase la tarde buscando un disfraz. Mi Papá tenía una capa negra de mago que con un poco de imaginación podría ser de vampiro. Me la probé y no me convenció mucho. En realidad parecía... un mago. Mi Mamá propuso maquillarme. Por supuesto me rehusé. Empezaba a darme por vencido cuando vi pasar a mi amigo Huriat por la ventana. Le expuse la situación y a los diez minutos ya lo tenía en mi casa con una opción infalible: una especie de antifaz (que también cubría parte de la boca) con los rasgos y la piel quemada de Freddy Krugger, y un guante con garras de plástico. Busque en la ropa de la familia y encontré un suéter que, aunque parecía más de César Costa, bien podría dar el ‘gatazo’ de ser el del famoso asesino.
Caía la tarde, y con ella llegaba una noticia mejor. Mi hermana, perteneciente a la sección de Gacelas (de unos 6 a 11 años) no tenía la menor intención de asistir al dichoso Hallowen. Podría regresar un poco más tarde, y hacer lo que quisiera sin necesidad de andarme cuidando de ella.
La cita de la mayoría de los Troperos fue en el Parque Central de la colonia a las siete de la tarde. Cuando llegué (puntualísimo como siempre) Alfredo, Rodrigo y Erick ya estaban ahí. Después creo que llegó Casaigne, Juan Carlos y no me pregunten más. No tengo tan buena memoria. Total, que después de perder el tiempo en tonterías partimos rumbo a la casa de la fiesta. Éramos como nueve, y mientras caminábamos me di cuenta de que era el único ridículo con disfraz. Estaba apunto de quitármelo cuando todos a una voz me dijeron ‘¡Noooo, está bien chido!’, ¿qué puede uno hacer, cuando a los trece años lo ovacionan de esa forma?. Nada. Seguir haciendo el ridículo.
4. Una fiesta ‘de grandes’
Cuando al fin llegamos la casa nos topamos con un escenario muy diferente: la fiesta estaba a reventar. Todos, absolutamente todos (bueno, menos mi hermana) los Scouts del grupo estaban ahí: Guías, Lobatos, Gacelas, Troperas, Expedicionarios, Expedicionarias, Claneros, Claneras, Robers, etc. Seguramente más de cuarenta personas en el garaje de aquella vivienda.
Ya no estaba tan fuera de lugar pues todos estaban disfrazados. Aunque más bien sí lo estaba. Tengamos en cuenta que esa era una fiesta de verdad. Con jóvenes más grandes que nosotros. Música, baile, obscuridad. Nosotros teníamos de catorce años para abajo, por lo que esos ambientes no nos hacían sentir del todo cómodos. En mi caso, aunque había asistido a fiestas mixtas desde el sexto de primaria, en las que se suponía había baile y música, los chavos siempre terminábamos jugando fútbol en la calle sin la menor pena. Por eso, cuando llegué y ví aquel ambiente sentí ganas de salir y ponerme a jugar cualquier cosa con mis amigos. Creo que todos, incluso Rubén que era el más grande de nosotros, tenían la misma sensación. Por lo que procedimos a ocupar el lugar que los adolescentes ocupan en las fiestas: una esquina en la que hicimos un círculo y en el que empezamos a platicar de cualquier tontería y a ver el reloj compulsivamente para irnos a cualquier casa y no perdernos Los Simpsons.
Para distraerme exploré con la vista el lugar lleno de disfraces sencillos que no ocultaban la identidad de sus portadores. Me extraño ver tan pocas troperas. Estaba Tatiana, Brenda y algunas más, pero algo faltaba. ¿Será qué inconscientemente ya desde antes la buscaba sin saberlo?. Es algo que hasta la fecha no sé. Así como tampoco tengo muy claro cuánto tiempo pase perdido buscando quién sabe qué cosa.
5. La Hora Marcada
Mi reloj digital Casio marcaba las 19:47 cuando Gerardo preguntó dónde veríamos el especial de Hallowen. Yo estaba a punto de proponer ‘en la casa de Alfredo’ cuando una aparición hizo que me quedará mudo. Ahí estaban, entrando a la fiesta. Arregladísimas, guapísimas. De pocas ‘primeras veces’ tengo registro en mi vida, pero si alguien me pregunta cuándo fue la primera vez que una mujer me robó el aliento diría que fue el 28 de octubre de 1995 a las 19:47 hrs.
Al principio no supe quienes eran. No las ubiqué. Segundos después reconocí que debajo de esas dos atractivas jovencitas se encontraban Jazmín y su mejor amiga (se me acaba de ir el nombre, pero también es mi vecina y fue Scout). Sabía que se llama Jazmín porque tiene mi edad y ambos fuimos en la primaria pública Carlos Sandoval Sevilla. Nunca me tocó compartir salón con ella. Yo siempre fui en los grupos‘B’ y ella en los ‘A’. Siempre se me hizo la típica niña enojona, aunque realmente nunca la traté, y si sabía su nombre era porque era de mi generación. Fue hasta unos meses después de haber salido de primaria cuando llegó a los Scouts y se hizo amiga de mi vecina que también es de su edad. Desde entonces comencé a verla cada sábado y a cruzar, cuando en las actividades del grupo mezclaban a la tropa masculina con la femenina, escasas palabras con ella. Lo extraño del asunto, es que hasta el 28 de octubre la veía como una niña más, por eso aquella transformación, más que extraña fue impactante. Siempre tuvo la piel blanca y el cabello castaño rizado. Siempre tuvo esos ojos color miel. Siempre sonreía. Pero aquella noche estaba rodeada por un aura especial. Traía tacones negros, el cabello peinado en una cola, maquillaje sutil y un vestido negro ceñido al cuerpo que dejaba ver sus nacientes formas de mujer. Éste último detalle puede ser insignificante para muchos, pero para un púber de 13 años, acostumbrado a ver ‘niñas’, un cambio tan bello no podía ser otra cosa que el cielo.
Quedé perdido viéndola. Aspirando esa aroma que hasta la esquina de los troperos llegaba. Cuando regresé de mi perdición, ya se había propuesto mi casa como sede para ver Los Simpsons. Hubiera podido reclamar y cambiar la decisión, pero mi cabeza estaba ya en otro mundo al que jamás había viajado y en el que descubrí que los vestidos tenían el poder de millones de bombas nucleares. Yo no quería irme, pero el capitulo estaba a punto de empezar y mis amigos me sacaron casi a empujones de la fiesta. No hubo pretexto que me valiera el quedarme un poco más. Cinco minutos después estábamos los nueve, sentados en la sala de mi casa viendo por televisión la entrada de un programa en el que las nubes se dispersan y dan lugar a un pueblo en el que sus habitantes son amarillos.
6. Homero tridimensional
Aquel capitulo fue memorable. Muchos, al igual que yo, dicen que es el mejor. No recuerdo que número de especial de Día de Brujas sea, pero ni falta hace. Me parece que la primera historia es acerca de una especia de pequeña criatura que se mete al autobús escolar Bart va de excursión con sus compañeros de la primaria, y la criatura amenaza con quitarle una de las llantas al transporte, siendo Bart el único que puede verlo. Yo veía la televisión con un refresco y unas papas que compramos en la tienda y mi cabeza no estaba en Springfield, sino a ocho calles de ahí, en una fiesta de las que no me gustan pero en la cual me moría por estar.
La segunda historia del capítulo tampoco la recuerdo. Supongo que no fue tan buena como la tercera. En esta última, Homero era tragado por un hoyo negro y enviado a una dimensión ‘con volumen’, es decir, en la que el personaje ya no era plano, sino que poseía, valga la redundancia, tridimensionalidad. Así, medio Springfield lucha por encontrar una manera de regresar a Homero, que continúa ocasionando problemas en otro universo paralelo. Cuando Bart, amarrado de una soga entra a buscarlo yo no podía creer lo que veía: Mis personajes favoritos, a los que había seguido por años estaban más vivos que nunca, en medio de una aventura alucinante. Y el final lo fue aun más: ¡Homero perdido en una calle, caminando en medio de gente real, entrando en un local de pasteles eróticos!. Acabó el capitulo y todos compartíamos el mismo sentimiento ¡Qué bueno que nos salimos de la fiesta! ¿imagínense si nos hubiéramos perdido esa joya?.
Lo que vimos fue tan bueno, que en ese momento no había lugar ni para Jazmín, ni para otra cosa en mi cabeza. Hasta la fecha, cuando me recriminó por mi cobardía de esa noche recuerdo a Homero Tridimensional, y me digo que hice lo que cualquier hombre de mi edad hubiera hecho.
7. Más primeras veces
Regresamos a la fiesta todavía emocionados. Contándole a cuanta persona nos topábamos la mala suerte que tuvo al no haber estado a las 8 de la noche frente a un televisor. En esas andábamos cuando vimos que en el centro del garaje (o improvisada pista de baile) estaban todas Las Troperas bailando en círculo. Yo, que sólo vestía distinguidamente mi suéter de César Costa, pues había dejado en mi casa la mascarita y las garras de Krugger, veía, a todas sin chiste, de repente caí en razón: ¡No estaban las brujitas! (ah, no lo explique, se supone que de eso iban disfrazadas Jazmín y su amiga). ¿Y si se habían ido mientras yo veía a un gordo perderse en no sé dónde?. Repentinamente se me bajó la borrachera de Simpsons y caí en la realidad de que ya no estaban. O más bien, estaba. Porque sin ser grosero, su amiga y vecina mía, aunque también se veía increíble, me importaba un rábano.
Argumenté ir al baño para perderme por unos minutos de mis amigos y me adentré entre los bailadores. Nada. Entré a la casa en la que los más grandes platicaban y tampoco, nada. Y ahí estoy de nuevo en las primeras veces: Nunca, hasta ese momento, había buscado con tanto ahínco a una persona que no fuera un amigo o de mi familia. Nunca, hasta ese momento, había sentido que la pregunta ‘con quién y dónde estará en este momento’ me laceraró tanto. Nunca, hasta ese momento, me había dolido estar en una fiesta, pensando en otra persona. Nunca, hasta ese momento, pensé que se pudiera sufrir un sábado.
Cuando regresé de mi supuesto viaje al baño, los troperos ya ocupaban la esquina y platicaban, de nuevo en circulo. Confundido me integré a la charla que seguía girando en torno a un tema que ya estaba cansándome. ¿tan tontos eran, cómo para perder el tiempo hablando de una estúpida caricatura cuando podían ponerle atención a las chicas?. Después de pensarlo bien recapacite: en esta fiesta, ya no hay chicas guapas. Por supuesto, aquel pensamiento era poco menos que una idiotez, pues además de las otras troperas estaban las féminas de las otras secciones. Y feas no eran.
8. Alguien se acuerda de Pif
Triste. O más bien, sin algo que me ilusionara en ese lugar, que para el caso es lo mismo, volví a sentirme fuera de lugar. Horrible sensación de aquellos que darían su vida con tal de poder regresar el tiempo y decir: váyanse a mi casa, vean la tele, pero a mí no me lleven. Estaba a punto de inventar que tantas papas me habían caído mal, cuando la casa volvió a iluminarse. Y apareció ella. (de nuevo acompañada por su amiga y vecina mía, pero eso me daba igual). Igual de mujer a pesar de sus ¿doce? ¿trece años?. Nunca supe a dónde fue, igual y también a ver Los Simpsons. Recuerdo que fui un descarado (también por primera vez) al mirarla lentamente. Atesorando cada centímetro de su cuerpo en mi mente. Guardándome la imagen de la perfección y su frescura que irradiaba en cada paso, en cada mirada, en cada poro de aquella piel que de tan suave debía de provocar la envidia y desplante de cualquier flor. Flores hay muchas, pero ninguna como el Jazmín.
Era de esperarse. Siempre en los primeros bailes, cuando uno es adolescente, pasa lo mismo. Ellos y ellas por separado. Ellas bailan. Ellos platican. Así fue esa vez. Tuvo que llegar uno de nuestros dirigentes a regañarnos por rancheros. ‘Qué están esperando, saquen a bailar a las troperas, que no se hable mal de ustedes’. Incluso la dirigente de la tropa femenina se acercó para susurrarnos ‘no ven que guapas se arreglaron mis niñas, ¿a poco no las van a sacar a bailar?’. En efecto, al menos Jaz parecía bajada del cielo. En efecto, yo, al igual que mis compañeros, era un ranchero. ¿O lo sigo siendo? Quién sabe si hoy, doce años después, sigo siendo igual o peor. Actualmente sigo siendo pésimo para el baile. Y para ligar (odio la palabrita, pero ni modo). Y para tomar valor en los momentos decisivos. Peor tantito: sigo teniéndome mucha desconfianza.
No nos animamos. Allí estaba Jazmín. Su amiga que además es mi vecina y las otras. Nos separaban cinco metros de distancia que dramáticamente se iban reduciendo gracias a que ellas tenían mucho más arrojo que nosotros. Seguramente ellas si querían bailar. Más seguro era que, aquella noche, ellas se quedarían con las ganas.
Dos horas después Jazmín se acerco a mí sin motivo alguno. No sé si llegó a darse cuenta de las infinitas miradas que le dirigí. La tuve frente a mí. Era un poco más bajita que yo. Sonreía, como siempre. ‘¿Y el disfraz?, ¿Por qué te lo quitaste?’, preguntó. Quién sabe qué tontería balbucee, seguramente algún monosílabo inaudible y por mucho incoherente. Otra primera vez: Aquel día supe que las palabras faltan cuando frente a ti tienes a la perfección del universo contenido en 1.46 de estatura. Después de aquella noche, volví a caer en las garras del ridículo gracias a la cortesía del amor.
Ese Hallowen, que enmarcó tantos descubrimientos, y que hasta ese momento pintaba melancólico y desastroso fue salvado de la nada por ella y su tierna voz: ¿A ti en la primaria te decían ‘Pif’ verdad?. Y algo muy dentro de mí se llenó de luz. ¿Fue el corazón?, ¿la ilusión?, ¿el cariño?. No. La esperanza. Ella me recordaba. No era, después de todo, tan desconocido para la niña más linda de la fiesta. En efecto, desde quinto de primaria mis amigos me decían ‘Pif’. Después de esa noche, el apodo me acompañó en los años restantes en los que estuve dentro del movimiento Scout. Si ella sabía aquel apodo significa que vivo, aunque sea en un pequeño reducto de su memoria. Y eso, vivir en la historia de una chica , a los trece años, es mucho.
Platicamos un poco más, minutitos en los que como Homero, me perdí en otra dimensión. Su amiga, que también es su vecina, tenía ya que irse. Se despidieron. Alguien sacó una pelota. El resto de la fiesta, la pasé en la calle jugando. Terminé todo sudado, sin suéter y desfajado. Volví a ser niño, pero con esperanza de amor: eso es la adolescencia.
9. Esa silenciosa sombra de la esquina.
El sábado siguiente volví a verla en las actividades Scout de cada semana, pero no crucé más palabras con ella. Unos dos meses después, ella, y su amiga que también es mi vecina dejaron de ir. No fue impedimento para que la dejara de ver, al contrario. La busqué más y la convertí en la heroína de mis cuentos, de mis juegos de detective. La princesa a la que debía salvar del mal.
Descubrí que vivía en la esquina en la que se encontraba una tienda llamada ‘La Burbuja’. Su casa estaba frente al parque de la esquina de mi casa. Ahí estaba yo, religiosamente cada tarde, esperando a verla aunque fuera un instante. A veces coincidimos con la mirada. A veces estaba acompañada por su mamá que cariñosamente la llamaba ‘conejita’. Le seguí la pista por un año. Después entré a preparatoria y otra mujer capturó mi atención. Hoy, en lugar de tienda hay otro negocio, y los columpios del parque en el que los que de lejos la observaba ya no están.
No dejé de verla. También se hizo amiga de otra vecina de nombre Stephani. A veces las veía cuando venían de la escuela. O los viernes, salir arregladísimas de alguna casa para irse de fiesta. Jazmín con el tiempo se volvió una mujer atractiva. Yo con el tiempo me enredé más. Ellas pasaban guapísimas. A veces con uno o dos galanes. Yo en pants lavando el auto.
Tiene mucho que no veo a Jazmín. Quise escribir está historia que viví para no olvidarla. No es nada original. No es conmovedora. No es nada. Sólo se trata de la primera vez que un niño descubrió que existen cosas más importantes que la televisión, el fútbol, y los juegos. Desde aquella vez, hasta hoy, ella sigue presente con su cuerpo y su aroma que sólo varía ligeramente en nombre, lugares y rasgos.
Así era 1995, tiempo que no volverá.
Así era 1995, tiempo que no volverá.
6 comentarios:
ahhhhh revelo:
qué post tan elabdorado. uno de los tuyos que más me han gustado, acaso el que más. por la circunstancia de ser vecinos de colonia recuerdo perfectamente ese día también, y circunstancias similares. recuerdo que ese día era el día del nuevo capítul ode los simpsons, sabadísimamente. y también me encontraba con mis amigos de primaria, auqnue para la reunion en cuestión ya todos estábamos en diferentes escuelas de educación secundaria. la época púber, la época en que cada quien quiere probar que se es más hombre que los demás, ya sea por el cambio de voz, haber crecido centímetros o haberse "fajado" a una niña jaja, cosas de adolescentes, ya sabes.
pero ese sábado lo recuerdo, en la calle de la rodeo que colinda con paseos y ese día anduvimos haciendo no sé qué idioteces también, en paseos, colonia que conozco bien también, tantas tardes con diversos amigos ahí de cuyas vidas no he seguido el curso.
no tuve esa circunstancia de alguna chica de 1.46 m ese sábado pero me hiciste caer en un flashback hacia aquella tarde sabatina y nublada que quería llover.
jaja, recuerdo que mi primera "novia" vivia en paseos. y luego tuve un desafortunado encuentro con ella en un gimnasio de tezontle. en fin, gracias por tu post.
saludos mi 3-D bloggero.
nuevamente, te invito a una fiesta de amigos de medicina principalmente. es el prox sábado. si estás interesado me posteas o escribes a mi mail, pero necesito tenr respuesta para el jueves ;)
Estoy confundida Gabriel, de verdad, entre más te leo menos entiendo el por qué no tienes novia... tienes más virtudes de las que resultarian si sumara todas las de mis ex.
Espero que pronto encuentres el amor correspondido.
Ah! Yo voto porque aceptes la invitación a la fiesta. Sino encuentras el amor ahi por lo menos te apuesto que si alguna muy buena historia que contarnos.
Esas historias son re lindas. Como siempre los niños despiertan despuès que las niñas a estas cosas.
Siempre es lindo recordar y hablar de estas cosas que a todos nos han sucedido, no?
Un abrazo.
alvi: gracias por tu opinión, la verdad este post también es de mis favoritos. y sí, ese sábado estaba nublado (creo que hasta llovío). te agradezco lo del sábado, pero el fin de semana es mi cumpleaños y para colmo tengo que trabajar el domingo tempranito. aún así gracias y ahí será para la otra.
deli: no te creas, tengo más defectos que una televisión de taiwan... y ya llegará.
latita: definitivamente esas historias son las mejores, ya ves, recordar es vivir.
Lamento comentar tan tardiamente, pero aquí hay una insistente frase que me recordo muchisimo a Jordi Soler. "ella, y su amiga que también es mi vecina".
Te leo y no puedo evitar encontrar esta referencia. Por otro lado, que bueno que me quitaste el susto de pensar que solo piensas el el fut. Te sigo leyendo, es un retroceso en tu memoria y en la de todos adolecentes al fin, porque ¿quién no lo fué?, y lo vuelve a ser con la nostalgia bajo el cuero.
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