
Llena de leyendas. La región de Los Tuxtlas es así. Si bien, el poblado de Catemaco es el que más fama posee, no debemos dejar de lado que toda la zona, conformada además por los poblados de Santiago y San Andrés, está llena de historias y misticismo. Apenas se pone un pie en éstas tierras, todo cambia. El olor a tierra, los colores del cielo, la vegetación y hasta el estado de ánimo se hace diferente. La vida se vuelve un instante, la muerte espacio infinito. Por eso quizá la impresión de ‘no estar’ siempre es latente.
Lugares así, necesariamente, son ricos en historias: Hay quién habla de una bola de fuego que en las noches sale de un cerro y recorre a gran velocidad la Laguna de Catemaco, otros mencionan que toda la región está llena de una especie de duendes llamados ‘chaneques’ o que la zona está tan cargada de magnetismo que sirve como base de seres y naves extraterrestres. De entrada, todo esto que sonaría a fantasía, comienza a tornarse real cuando nuestros propios ojos constatan el ramillete de ritos y ceremonias que tienen lugar entre los lugareños. Estar en Los Tuxtlas en plena Semana Santa, es adentrarse en un recorrido del que difícilmente nos repondremos. Desde altares de santos adornados con plantas y polvos aromáticos, hasta procesiones silenciosas. Desde el fervor casi exagerado de la población y su fe ciega en la Virgen del Carmen o el Cristo Negro de la Misericordia. Elementos que en sí, podrían ya darle renombre mundial a Catemaco y a Los Tuxtlas, y que inevitablemente, quedan relegados a segundo término debido a un atractivo mucho más poderoso y atractivo: la brujería.
Para aquellos que piensen que la fama de los brujos de Catemaco es un mero invento para atraer turismo, permítanme desengañarlos: hay muchos charlatanes, sí, pero también chamanes y brujos dedicados al cien por ciento a practicar limpias, conjuros, amarres y cuanto trabajo se les ocurra. Convendría, antes que nada, hacer una clara diferenciación entre los términos ‘brujo’ y ‘chaman’. Los primeros practican las artes obscuras, los segundos sólo trabajan con magia blanca. Y aunque suene muy romántico el asunto, aquí también el bien y el mal se complementan y crean un balance perfecto. Por eso, a finales de marzo y principios de abril, brujos ‘buenos y malos’ tienen sus ceremonias por separado. En diferentes cerros, como si uno y otro se estuvieran observando. En uno de estos cerros, está la llamada ‘Cueva del Diablo’, centro de los ritos de brujería negra.
¿Alguien se resistiría a vivir la aventura de comprobar con sus propios ojos que todo esto existe?
Yo no. Como buen narrador caí inmerso en la imperiosa necesidad de acudir al llamado de mi curiosidad. Por eso insistí tanto en hacer el recorrido que me llevaría de Catemaco a San Andrés y de ahí, siguiendo la carretera a Veracruz, dar vuelta a la derecha después del segundo tope y subir unos ocho kilómetros para dejar el auto a un lado de la carretera e internarme a pie por un caminito que me llevaría hasta la llamada ‘Laguna Encantada’, que debe su nombre a que cuando llueve el nivel de sus aguas baja, y en tiempos de sequía éste sube.



Una hora después el camino de regreso ya es menos angustiante. No por eso, crean que la magia de aquel lugar se olvida rápido, al contrario, las imágenes y olores de la Cueva del Diablo siempre están allí. No me imagino cómo será esa noche en la que todos los brujos se reúnen ahí. El sólo hecho de pensar que por esa ruta selvática han pasado brujos y que en esa zona se conjura al diablo me parece surrealista. En lo personal creo que el mal existe. No podría concebir al bien sin la existencia de éste, y viceversa. Ver aquellos altares y sentir aquella presencia maligna me confirma que en la región de los Tuxtlas pasa de todo, menos cosas normales. Tras años de indagar sus leyendas cada vez me maravillo más con estos lugares que escapan de mi entendimiento. Algún día me gustaría escribir todo lo que sé de estas tierras. Aunque de intentarlo nunca acabaría.