jueves, 25 de febrero de 2016

Seguimos siendo los mismos


"¿Y qué dice la vida de casado?"...

Si me dieran 50 pesos por cada vez que alguien me ha hecho esa pregunta durante los últimos 4 meses ya me hubiera comprado un nuevo smartphone. Y es que después de que me casé en el pasado mes de octubre, parece que muchos piensan qué me convertí en otra persona.

Les voy a ser bien honesto, esa dichosa pregunta me tiene fastidiado. Y es que la idea de que uno cambia automáticamente después de que se casa me parece ridícula e injustificada, pero está profundamente arraigada en nuestra sociedad. No dudo que en efecto, haya quién se casa y se transforma en un señor aburrido, pero al menos ese no es mi caso ni el de Tania. 

Nos casamos y ambos sabemos que tenemos más responsabilidades, más gastos y más cosas en las cuáles preocuparnos. Ni hablar, así es la vida y ante eso no podemos hacer nada, aunque lo cierto es que no por ello nuestra forma de ser deba cambiar radicalmente. Seguimos siendo lo mismos que éramos hace cuatro, tres, dos años. Podemos evolucionar, sí, pero el "aseñorarnos" es algo que al menos por ahora no está en nuestros planes. 

Seguimos teniendo conversaciones tontas, entrenando para correr un maratón, viendo La Rosa de Guadalupe (nos parece el mejor programa de comedia del mundo), escuchando la misma música, visitando los mismos lugares. No hemos dejado de ir al cine, ni de usar nuestras redes sociales para cuánta tontería nos viene a la cabeza. Tanto nos gusta lo que somos que así queremos permanecer, con el corazón y el ánimo joven, inmune al paso del tiempo. 

Incluso todavía nos parece raro referirnos a nosotros mismos como "esposa" o "esposo"

Y a nivel personal ni qué decir, me ocurre lo mismo: No por estar casado dejo de ver los partidos del Atlante, de ponerme la playera de la Selección cuando juega o de actualizar este blog; sigo leyendo cuanto libro cae a mis manos, vistiéndome lo menos formal que puedo, escuchando podcasts vaciladores y viendo programas vulgares en la televisión. En fin, soy el mismo Gabriel de siempre, solamente que con un anillo en el dedo, la cartea más comprometida, y ya. 

Mi rutina, aunque no es igual, no dista de lo que era antes. Me levanto antes de que salga el sol y voy a trabajar, regreso a casa a comer, de ahí a entrenar y luego me encuentro con Tania por la noche. Es cierto, extraño a mi perro, a mi hermana, a mi mamá y a casa en la que crecí, pero todos eso sigue en mi vida, a unos cuantos kilómetros de distancia. 

Así que, por favor, la próxima vez que me encuentre con ustedes no me hagan la pregunta "¿Y qué dice la vida de casado?" (porque no dice nada ni me ha transformado). Tampoco me traten como señor. 

Dicen que crecer es obligatorio, pero madurar es opcional. Y yo elijo no madurar, todavía estoy chavo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jajaja, así somos todos, creo.que la.madurez nos empieza a llegar hasta que los hijos lo demandan...Felicidades y sigan muy felices!!