sábado, 22 de noviembre de 2014

Mi primera borrachera


La idea de relatarles esta pequeña historia surgió a partir de la foto principal de este post. Fue tomada en el verano del año 2000 en Puerto Vallarta, Jalisco. Podría ser una imagen cualquiera, sin embargo documenta un momento importante en mi vida: La primera vez que me emborraché. 

Fue en el viaje de graduación de preparatoria, misma que cursé en el Instituto Don Bosco. Fueron seis días de un viaje al que me decidí ir a última hora (algún día les contaré esa historia) y en el cual estaba decidido a jugarme el todo por el todo para conquistar a una chava que me gustaba. Según yo, aquellos semana era más que suficiente para ganarme su corazón, pensamiento que por cierto era bastante tonto pues si no lo hice en tres años no era nada lógico que lo lograra en un período de tiempo mucho menor.

Al final ni hice nada, en parte porque entonces era todavía más tímido que ahora, y claro, porque en ese viaje me la pasé haciendo otras cosas, como por ejemplo, ponerme briago. 

Ok, corrijo… nada más me puse briago una vez, pero fue suficiente para que al menos por unas horas, la “susodicha” dejara de ser mi prioridad durante el viaje. Hasta ese entonces nunca había tomado alcohol, salvo las pequeñas copitas de sidra Santa Claus que ocasionalmente me servían en las cenas elegantes y familiares de Navidad y Año Nuevo. Por cierto, el sabor de estas bebidas ni me gustaban, yo creo que por corrientes.

En fin, siempre he llegado tardíamente a las cosas buenas de la vida. La tomadera no fue la excepción, y mientras a los 18 la mayoría de mis compañeros de generación ya se embriagaban desde años atrás, yo lo más fuerte que hasta entonces había tomado era el Frutsi sabor piña colada (por cierto, que sabor tan más horrible, con razón lo descontinuaron). 

A diferencia de lo que ocurrió en los viajes anteriores que hice con mis compañeros y maestros de la prepa, en esta ocasión hubo una libertad total. A los maestros francamente ya les daba igual lo que hiciéramos y si en viajes anteriores hacían redadas en busca de alcohol en los cuartos de los estudiantes, parecía que ahora no les importaba si llegábamos o no a dormir a nuestros cuartos, o si nos poníamos hasta las manitas. 

Una de mis últimas tardes en Vallarta, mientras la melancolía me consumía porque pasaban los días y con ello el amor se me iba para siempre -denme chance, eso pensaba entonces, es que estaba chavo-, me encontraba deambulando por las instalaciones del hotel en compañía de mis amigos Armando Díaz y Daniel Vázquez (mi amigo Mario Peralta anduvo echando novio y casi ni nos peló). 

Faltaba como media hora para que todos los graduados nos viéramos en la zona de albercas, abordáramos los camiones y saliéramos rumbo al pueblo donde iríamos a cenar. 

Cuando los tres pasamos por uno de los bares del hotel vimos que era la Hora Feliz y por ende los tragos estaban de ofertón loco. Entonces Daniel propuso que nos tomáramos unas Margaritas para hacer tiempo. Confieso que hasta entonces no tenía ni la más remota idea de qué diablos era una “Margarita”, pero como me la sirvieron me resigné a tomármela, no fueran a pensar mal de mí. Los primeros tragos que le dí fueron difíciles pues sentía que mi garganta me quemaba. Después ya no me supo tan feo y hasta le agarré el gusto. 

Con las ganas de ir a hacer pipí, llegó la segunda y la tercera ronda de Margaritas, que por cierto no sé quién las habrá pedido pero eso pasó a segundo término. Curiosamente mis preocupaciones amorosas se fueron y todo era risas y felicidad. Antes de que llegara la cuarta ronda fui a echarme una firma, y mientras sentía el alivio del chorrito liberador abandonar mi cuerpo me di cuenta que todo me daba vueltas. Jamás olvidaré el dialogo que tuve conmigo mismo en esos momentos:

“Estoy bien mareado… ¿Así que esto se siente estar borracho? Órale, ¡está padre!”.

La verdad soy bien mojigato y siempre me ando preocupando por todo. Seguramente el Gabriel-preparatoriano-sobrio se hubiera estresado ante la posibilidad de que pasara algún maestro y nos viera tomando, pero al Gabriel versión borracho aquello le tenía sin cuidado. 

Nunca supe cuantas Margaritas me tomé en tan sólo media hora ni quién pagó la cuenta. Sólo recuerdo que antes de irnos a reencontrar con el resto de la generación fuimos a uno de los baños del hotel (sí, otra vez,, no me juzguen, uno se vuelve muy mión cuando toma). Armando entró a un excusado pero luego ya no podía salir porque se había atorado la puerta. Como era de madera hicimos lo que cualquier malacopa: Romperla a patadas. 

(Sí, no es algo de lo que me enorgullezca pero comprendan, no era yo el que actuaba sino una bestia horrible que surgió por culpa del maldito vicio). 

Después de vandalizar el baño llegamos justo a tiempo para salir en una foto con todos nuestros compañeros. Cabe señalar que desde 5 minutos antes éramos víctimas de una ataque de risa incontrolable, misma que fue capturada para la posteridad:


¡Lamentable! (pero qué maldito divertido fue). 

Según yo nadie se dio cuenta de nuestro estado inconveniente, o les valió, pues la verdad nadie nos pelaba porque no éramos populares. La fiesta todavía nos duró en el camión y se nos fue bajando hasta que estábamos cenando alitas en el Hooters de aquella ciudad. con la cena en el Hooters de aquella ciudad. 

Unos días después volvimos a la ciudad. No triunfé en el amor pero al menos ya sabía lo que era estar briago, cumpliendo así una asignatura que tenía pendiente en la vida. 

Ocasionalmente me seguí topado con Daniel y Armando, aunque nunca me volví a emborrachar con ellos. Durante la Universidad y años venideros me puse unas borracheras aún peores, aunque poco frecuentes. 

Ahora no tomo ni consejos. Y es que confieso que realmente nunca me ha gustado el sabor del alcohol. Así de aburrido soy. Han sido tan pocas mis borracheras, que vale la pena atesorarlas, incluso con una foto.

1 comentario:

Anónimo dijo...


La vida nos brinda experiencias diferentes y emocionantes y lo importante es vivirlas en su tiempo.