Mis primeros recuerdos de vida los tengo desde una edad muy temprana, tan antiguos que soy capaz de rememorar con exactitud ciertos pasajes que datan desde que tenía dos años.
Nunca ví nada especial en esa capacidad de recordar lo que ocurrió cuando aún era muy pequeño, hasta que fui dándome cuenta que pocas personas son capaces de tener recuerdos tan antiguos. Precisamente hoy les hablaré de una de estas memorias de la prehistoria de mi existencia.
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Por cuestiones de trabajo, mis papás tuvieron que meterme a la guardería cuando tenía más o menos dos años de edad. Me pasaban a dejar temprano, y en la tarde mi papá iba por mí, para después ir los dos juntos a recoger a mi mamá a su trabajo.
De esa época recuerdo vagamente como eran las instalaciones de dicha guardería, la hora de la comida y mi convivencia con otros bebés. Me basta con cerrar los ojos para traer de vuelta detalles como la textura, los aromas y el ambiente que reinaba en aquel lugar, que por cierto, recuerdo como poco iluminado.
En cambio la atmósfera se iluminaba, o al menos se volvía más alegre, cuando llegaba la hora de la salida, mi papá pasaba por mí y me sentaba en un silloncito para bebé que colocaba en el asiento de copiloto. En el trayecto íbamos cantando canciones de Juan Gabriel hasta que llegábamos por mi mamá a la escuela donde daba clases y los tres regresábamos a casa.
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Fue en uno de esos días rutinarios cuando decidí darle emoción a mi naciente vida y escapar de la guardería. Bueno, en realidad no fue así, más buen ocurrió un malentendido que pudo haber tenido graves consecuencias.
Cuando llegaban por los niños y bebés de la guardería se anunciaba su nombre y una de las encargadas iba por él y lo llevaban hasta sus papás. Como ya se acercaba la hora de que pasaran por mí, estaba atento para cuando dijeran mi nombre. Según yo, escuché que alguien dijo “Gabriel” y como nadie venía por mí, pues me dirigí con mis propias piernas regordetas hasta la salida de la guardería.
Aquí debo hacer una aclaración: La guardería se encontraba en el interior de un edificio que se ubica en la calle de Vainilla (eje 3 sur) casi a su cruce con Churubusco. Para más señales, enfrente se encuentra Ciudad Deportiva y actualmente el Foro Sol.
Volvemos a esa tarde; Al llegar a la puerta de la guardería nadie se percató de mi presencia… y pues seguí m camino. Bajé un par de pisos por las escaleras y finalmente salí por la puerta del edificio. ¿Cómo fue posible que ni las maestras ni nadie más se diera cuenta de que un niño pequeño andaba solo por un edifico, y peor tantito, que logró llegar hasta la calle? Es algo para lo que aún no tengo respuesta.
A los dos años caminaba en una banqueta junto a una avenida muy amplia en la que no dejaban de pasar autos, corriendo así el riesgo de ser robado, atropellado, o de plano seguir caminando, extraviarme y volverme un vagabundo por el resto de mi vida.
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Veinte minutos después mi papá llegó a la guardería, pero a diferencia de otras veces las encargadas iban y venían, entregaban a otros niños pero no a mí.
Finalmente llegaron conmigo, al verme mi papá vio que me encontraba nervioso. Supo que había llorado porque mis ojos estaban rojos. Al pedir una explicación las encargadas estás le contaron que me había salido sin que nadie se diera cuenta, que un señor me vio en la calle y me llevó de regreso a la guardería.
Según me han contado, al otro día mi mamá fue a la guardería para quejarse de lo ocurrido. Al parecer los reclamos funcionaron, ningún otro bebé volvió a escaparse jamás de esa guardería.
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Han pasado muchos años desde entonces. Casi diario paso afuera de ese edificio pero ya no hay ninguna guardería. ¿Qué tan cerca estuve de que mi vida cambiara para siempre esa tarde? Jamás lo sabré, ni tampoco lo qué me llevó a seguir caminando hasta dar con la salida de ese edificio.
Lo cierto es que aquella fue la primera anécdota interesante y digna de narrar que viví, por eso tenía que contarla, aunque fuera varias décadas después.
1 comentario:
No pues de haber sido yo tu madre no vuelvo a dejarte en esa guardería y les pego a las niñeras jaja, que susto que se llevaron tus papás.
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