Escrito en diciembre del 2005:
La otra vez iba platicando con mi abuelo en el auto. Me había pedido que lo acompañara al banco a cobrar dinero, y yo accedí, no tanto porque no tuviera que hacer, sino por el mero gusto de escuchar algunas de sus anécdotas que tanto me sirven para después, con un poco de ayuda de la ficción, fabricar historias. Justo atravesábamos boulevard Puerto Aéreo, cuando mi abuelo soltó de la nada, sin solemnidades ni cambios y con el festivo tono de su voz, esta frase: Yo lo que quisiera ya es morirme.
Ante mi sorpresa por tal afirmación, mi abuelo me contó que a los 86 años siente la mayoría de sus dientes flojos, como si estuvieran a punto de salirse. Dictamen que según él, corrobora fácilmente con ayuda de un espejo: Cada vez se salen más de las encías, por eso se ven más grandes. Su dentista ha intentado calmarlo diciéndole que son las encías las que se desgastan y reducen, y que por eso tiene esa sensación de que las piezas dentales están a punto de desprendérsele.
Aun así, el que sus dientes estén a salvo no le quita la idea de querer morirse. Dice que la gente de su edad muchas veces sólo da lástimas, que se hacen en los pantalones o andan todo el día manchados y oliendo mal. "La gente piensa que uno es un cochino y se enojan". Resignado me dice que a veces cosas así pasan por más que quieran evitarse.
"Terminas cayéndole mal a todo mundo y estorbándoles. La mayoría de la gente me ve y piensa que para mi edad estoy bastante bien. Pero no saben que uno se cansa con sólo andar tres cuadras, que me tiemblan las piernas. Cualquier comida te cae mal y te da diarrea muy seguido, hasta por tomarte una copa de más. ¿Para que quiero seguir viviendo?, ya hice todo lo que tenía que hacer. Si me voy a morir mañana, mejor de un vez. ¿Qué necesidad de andar dando lástimas después, sin poder moverme ni caminar?”
Y yo le creo. Aunque no del todo. Porque mi abuelo a sus casi noventa diario sale a caminar, sigue viajando, atendiendo sus prósperos negocios, ideando paseos familiares los domingos. Tiene varios amigos de su edad (con los que se reúne a comer y a tomar un par de copas una vez al mes), además de esposa, más de diez hijos, como veinticinco nietos, muchos parientes lejanos y hasta cuatro bisnietos. Posee un agudo sentido del humor y un repertorio de chistes gigantescos, que hacen casi imposible que en una tarde con él no te rías. Como el dice, cae bien en todos lados.
Mi abuelo se llama como yo, sólo que con el ‘Don’ antecediendo el nombre. Nació en Huatusco, Veracruz, en una familia humilde. Estudió hasta el tercer año de primaria y se dio cuenta que lo suyo era el comercio. Llegó muy joven a la Ciudad de México de los años cincuenta con casi nada. Comenzó a vender lo que podía y a tomar trabajos temporales. Años después ahorró y puso una fabrica de veladoras. Trabajaba diario, anduvo con varias mujeres hasta que conoció a mi abuela, se casaron y tuvieron muchos hijos. Vendió la fabrica, compró algunos terrenos, construyo su casa y varios edificios. Aunque ha viajado por todo el mundo dice que no hay un lugar más hermoso que Veracruz. También habrá que creerle.
Por eso, aunque dice que ya quiere morirse no le creo. El día que dejé de decirlo, se quedé sentado todo el día sentado y ya no quiera salir a caminar, entonces me preocuparé.
* * * * *
Hace justamente un año murió mi abuelo, releer esto fue como si por unos instantes hubiera vuelto a escucharlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario