martes, 11 de diciembre de 2012

H&M, el infierno en la tierra



Partiré confesando algo que quienes me conocen saben muy bien: odio ir de compras.

Eso de andar viendo ropa, probármela, hacer filas, ser atendido por vendedores engorrosos, hacer cola para pagar… y todas las cosas que conlleva el arte del ‘shopping’ me parece una tortura. Si eso siento cuando voy a comprarme ropa para mí, imaginen cuando sólo voy de acompañante y de antemano sé que no gastaré ni un centavo en mi persona.

Supongo que este mismo sentimiento lo comparten la gran mayoría de los hombres. Salvo claro, la comunidad gay y los metrosexuales, para quienes ir de compras es igual o hasta más maravilloso que para las mujeres.

Tras aclarar que ir a las tiendas departamentales a renovar el guardarropa no es lo mío, muy probablemente entiendan mi martirio al saber que vivo rodeado de mujeres, lo cual hace que a menudo me vea en la necesidad-obligación de acompañarlas cuando van de compras.

Por eso, cuando hace unas semanas mi hermana y mi novia se aliaron para pedirme que las llevara a conocer una nueva tienda recién abierta en Centro Santa Fe, supe que iba a sufrir. En primer lugar, porque ese centro comercial está ubicado a una distancia considerable de mi casa, lo que implica atravesar la ciudad para llegar. En segundo lugar, porque ir con ellas significaba pasar por lo menos dos horas de mi vida en un sitio en el que me aburro enormemente.

Pero como soy buena persona, acepté ir.

Llegamos un sábado por la tarde. Una vez en el centro comercial, sin hacer más escala nos dirigimos a la dichosa tienda que según dicen, está de moda entre las feminas: H&M.

El impacto inicial fue devastador: la entrada a ese local comercial tenía una gran fila para acceder. Aquello parecía un antro exitoso, de esos en los que todo mundo desea ingresar, y cuyo cadenero vigila sigilosamente la entrada.  

Tuvimos que formarnos. Rogando que el destino fuera tan amable de permitirnos ingresar a la dichosa tienda a gastar el dinero que no nos sobra. Cuando por fin avanzó la cola y nos dejaron entrar, quien escribe estas palabras ya estaba un poco malhumorado. Sin embargo aguanté vara como los machos, pues así somos los hombres que amamos.


En su interior, la tienda H&M tiene tres pisos, escaleras eléctricas que conectan cada una de sus plantas, una gran zona con ropa femenina, un espacio mucho más pequeño para las prendas masculinas, y otro espacio igual de ‘chirris’ con vestuario infantil. En las paredes del fondo, unas pantallas gigantes proyectan imágenes de muchachas en ropa interior que lujuriosamente giran la cabeza una y otra vez. Al menos uno se da un taco de ojo en medio de aquel sitio de inframundo.

Hay mucha ropa por todos lados, de todos los estilos y colores, y sobre todo, una muchedumbre de mujeres que van de un lado a otro, alterando la salud mental de los pobres acompañantes de sexo masculino que osamos ir a ese sitio infernal.

Mujeres descolgando ropa por aquí, botándolas un rato después por allá, yendo y viniendo, celebrando el hallazgo de alguna prenda o muy bonita o muy barata, mentando madres porque no encuentran la talla que quieren, probándose decenas de prendas aunque no vayan a comprarse nada.

Y lo peor, es lo que uno sufre. Cargando kilos de ropa para que media hora después te digan ‘no quiero nada de eso, déjalo donde puedas’; o no sabiendo qué contestar cuando te piden una opinión, como si desconocieran que tus conocimientos de moda son nulos; ni que decir de la pregunta ‘¿y tú qué te vas a comprar’?, cuando la verdad es que nada en esa tienda te llama la atención y lo que en realidad quisieras comprarte es la nueva camisa de tu equipo favorito de futbol.

Cuando finalmente parece que el martirio terminó y las mujeres con las que vas deciden qué se comprarán, viene aguantar una fila inmensa para pagar. Tiempo perdido en el que todos a tu alrededor platican contentos sobre las novedades que encontraron, sin que adviertan la endeudada que se están poniendo.  

Luego vino el bendito regreso a casa. Un momento tranquilo en el que repentinamente escuché ‘pues la verdad, no me gustó la tienda’, o ‘la ropa estaba bastante corriente, muy simple’. Puntos de vista que contrastan con la cantidad de bolsas llenas de ropa que traíamos en la cajuela.

Cuando les cuestioné el por qué compraron cosas, si la tienda no les había gustado, la respuesta fue unánime: ‘porque ya estábamos ahí, ni modo de no comprar nada’.

Y así es mi sufrimiento cada que cumplo con mis deberes de novio en esos valles de lagrimas llamados ‘tiendas de ropa’.

El calvario es eterno, nunca llega a su fin. Cuando no son inauguraciones de tiendas, son ofertas navideñas o ventas nocturnas. Estas últimas, por cierto, las padecí el pasado fin de semana, cuando llevé a Tania a que se probará zapatos. ‘No me compraré casi nada, sólo voy a ver’, dijo cuando íbamos en camino. Tres horas después salimos del lugar con seis pares para ella. 

2 comentarios:

El hombre del traje gris dijo...

jaja, te hubieras ido a ver una película mientras...

no pensé que siguiera tan atascada...

gabriel revelo dijo...

Hombre del traje gris: No se me ocurrió lo de ir al cine, pero lo tendré en cuentra para los próximos días, con eso de que es temporada navideña, seguramente me esperan "más días de compras". Un abrazo.