Historias así debe de haber miles y aun más interesantes en esta ciudad. Aunque quizá, para empezar el problema esté precisamente en nombrar ‘historia’ a una narración a la que sigo sin encontrarle pies ni cabeza. ¿Qué de especial tuvo la tarde del viernes pasado, para que se me haya quedado grabada en los sentidos, y peor aun, me sienta obligado a contarla?.
4 de la tarde. Algunos compañeros de trabajo y yo vagando sin rumbo entre las estrechas calles de alguna colonia por el rumbo de Mixcoac. Queríamos tomar un par de cervezas, por lo que uno de nosotros sugirió ir a cantina cercana que decía, era de ‘mala muerte’. Y es que fue justo el termino ‘mala muerte’, el que despertó en mi las ganas de llegar a ese lugar y comprobar que tan grande le quedaba aquel calificativo. Quién sabe por qué, pero entre más extraño y menos común sea un lugar más atractivo me resulta; ‘obsesiones de narrador’ me dirán algunos. Tras sentidos contrarios y un par de mentadas de madre después, logramos estacionar los dos autos en los que viajábamos en un estacionamiento que más bien era bodega de microbuses. Caminar por esas calle llena de pobreza, vida y desolación era ya bastante excéntrico e interesante como para atreverse siquiera a regresar rápidamente. Si el rostro de las dos compañeras que nos acompañaban reflejaban en sus rostros un poco de angustia e incomodidad, el mío seguramente daba a entender lo mucho que disfrutaba estar ahí.
No recuerdo el nombre de aquella cantina, es más, ni siquiera recuerdo que tuviera alguno. Su fachada humilde y descuidada en exceso era como un adelanto de lo que los 6 aventureros encontraríamos adentro. Pocas veces visito alguna cantina y menos de ese tipo, quizá por eso el ambiente que sentí apenas puse un pie en el interior me sedujo tanto: un pequeño, pequeñísimo espacio escasamente iluminado en el que las varias mesas y sillas desiguales se acomodaban a los lados de las paredes, dejando en medio un pequeño pasillo por el que apenas y se podía caminar con libertad.
¿Qué se busca al entrar a una cantina?... Supongo que el sentirse sólo en medio de una gran familia. En cuanto nos sentamos en aquella mesa y pedimos la primera cubeta de la tarde comencé a fijarme en el resto de los clientes que tendríamos por vecinos durante las próximas dos horas: hombres solitarios, algún grupo de amigos, obreros, comerciantes, etc. Casi todos borrachísimos y en silencio, compartiendo sus mutuas soledades y angustias pero sin contarlas. Se puede tomar y caerse del dolor o de las preocupaciones de la vida, pero jamás debe hacerse solo.
Aquella cantina ‘mala muerte’ transpiraba nostalgia por todos lados. Sus paredes verdes percudidas por mugre de décadas, su antiguo televisor sintonizado en un programa de chismes al que absolutamente ninguno de los presentes le presta atención, un par de anuncios en los que por medio de groserías se deja muy claro que en ese establecimiento ‘no se fía’, un pequeño altar a la Santa Muerte, platitos de unicel con chicharrones de harina en cada mesa, una sábana que sirve de entrada a los sanitarios, un piso irregular y pegajoso, cajas de cerveza amontonadas en un extremo, un sin fin de detalles pintorescos y en una de las esquinas del fondo, una vieja Rockola. La historia comienza verdaderamente aquí, cuando nuestras dos compañeras (las únicas mujeres en la cantina) se dirigieron entre nervioso-curiosas al destartalado aparato melódico y depositaron los cinco pesos que les daba derecho a seleccionar dos canciones del repertorio musical.
“Basta ya de tonterías
no más vueltas al asunto
se que quieres tú conmigo,
no me gustan las mentiras
para que voy a negarlo
yo también quiero contigo...”
Fueron las primeras frases de aquella canción de Paquita la del Barrio que comenzaron a romper el silencio de la cantina sin nombre. No sé por qué motivo eligieron esa canción, pero lo cierto es que a partir de ese momento el ambiente se volvió aun mejor. Quién sabe si fue por las cervezas que ya habíamos tomado, por el mero gusto de estar entre amigos, la emoción de estar en un lugar que nos es ajeno o lo gracioso que puede ser la letra de la melodía; lo cierto es que comenzamos a reír y sentirnos bien. Valía la pena de estar en ese ambiente que poco a poco comenzaba a transformarse en ‘buena muerte’.
“...No me vengas con el cuento
que eres todo un caballero
que conozco bien tu modo.
No te hagas el educado
si estas queriendo conmigo
atáscate ahora que hay modo...”
La tercera cerveza de la tarde se me fue al corazón. Nunca he sido bueno para tomar y cualquier cantidad de alcohol, por pequeña que sea, me afecta de algún modo. No necesito saber a ciencia cierta que mecanismo fue el que hizo que precisamente me acordara de ella. Si dicen que alcohol cura momentáneamente las heridas de amor, en mi caso fue todo lo contrario: hizo que su imagen se volviera más nítida, más certera.
“Piérdeme el respeto” es el nombre de esa canción que con gritos mexicanos disfrutamos y entonamos. “Piérdeme el respeto”, con todo y su letra medio vulgar-provocativa fue el pretexto que mi mente estaba buscando para conectar con mis sentimientos y empezar a evocarla. Porque al final, eso es lo que uno busca cuando visita a una cantina, darle vueltas a esa imagen de mujer que no nos deja en paz, y por el que uno acepta estar dulcemente condenado. Por azares del destino, que me falten al respeto es justamente lo que quiero, pasar la barrera del conocido, del amigo, del compañero, para aventurarse en los terrenos inhóspitos del amor. Tal como entrar en una cantina lleno de nervios, para una vez dentro descubrirse en la mayor de las felicidades.
“...piérdeme el respeto
déjate de cosas ,
y hazme te lo ruego
las proposiciones mas indecorosas.
Piérdeme el respeto
mi querido amigo
que muero de ganas
por que se apapachen
tu cuerpo y el mío..”.
Tres horas después, ya manejando de regreso a casa, la letra de aquella canción seguía retumbando en mi cabeza hasta el grado de tener que apagar el radio para concentrarme en la recurrente melodía que mi cerebro tocaba una y otra vez. Nunca me había gustado ‘Paquita la del Barrio’ y ahora hasta escribo sobre una de sus canciones. Puede ser que sólo buscaba un pretexto para recordarla a ella y la necesidad en la que poco a poco se me va transformando. Necesitarla sabiendo que su imagen ya me sigue hasta en las cantinas.
Fue un viernes raro pero divertido, de esos sobre los que vale la pena escribir.
“...¡me estas oyendo inútil!, piérdeme el respeto”
4 de la tarde. Algunos compañeros de trabajo y yo vagando sin rumbo entre las estrechas calles de alguna colonia por el rumbo de Mixcoac. Queríamos tomar un par de cervezas, por lo que uno de nosotros sugirió ir a cantina cercana que decía, era de ‘mala muerte’. Y es que fue justo el termino ‘mala muerte’, el que despertó en mi las ganas de llegar a ese lugar y comprobar que tan grande le quedaba aquel calificativo. Quién sabe por qué, pero entre más extraño y menos común sea un lugar más atractivo me resulta; ‘obsesiones de narrador’ me dirán algunos. Tras sentidos contrarios y un par de mentadas de madre después, logramos estacionar los dos autos en los que viajábamos en un estacionamiento que más bien era bodega de microbuses. Caminar por esas calle llena de pobreza, vida y desolación era ya bastante excéntrico e interesante como para atreverse siquiera a regresar rápidamente. Si el rostro de las dos compañeras que nos acompañaban reflejaban en sus rostros un poco de angustia e incomodidad, el mío seguramente daba a entender lo mucho que disfrutaba estar ahí.
No recuerdo el nombre de aquella cantina, es más, ni siquiera recuerdo que tuviera alguno. Su fachada humilde y descuidada en exceso era como un adelanto de lo que los 6 aventureros encontraríamos adentro. Pocas veces visito alguna cantina y menos de ese tipo, quizá por eso el ambiente que sentí apenas puse un pie en el interior me sedujo tanto: un pequeño, pequeñísimo espacio escasamente iluminado en el que las varias mesas y sillas desiguales se acomodaban a los lados de las paredes, dejando en medio un pequeño pasillo por el que apenas y se podía caminar con libertad.
¿Qué se busca al entrar a una cantina?... Supongo que el sentirse sólo en medio de una gran familia. En cuanto nos sentamos en aquella mesa y pedimos la primera cubeta de la tarde comencé a fijarme en el resto de los clientes que tendríamos por vecinos durante las próximas dos horas: hombres solitarios, algún grupo de amigos, obreros, comerciantes, etc. Casi todos borrachísimos y en silencio, compartiendo sus mutuas soledades y angustias pero sin contarlas. Se puede tomar y caerse del dolor o de las preocupaciones de la vida, pero jamás debe hacerse solo.
Aquella cantina ‘mala muerte’ transpiraba nostalgia por todos lados. Sus paredes verdes percudidas por mugre de décadas, su antiguo televisor sintonizado en un programa de chismes al que absolutamente ninguno de los presentes le presta atención, un par de anuncios en los que por medio de groserías se deja muy claro que en ese establecimiento ‘no se fía’, un pequeño altar a la Santa Muerte, platitos de unicel con chicharrones de harina en cada mesa, una sábana que sirve de entrada a los sanitarios, un piso irregular y pegajoso, cajas de cerveza amontonadas en un extremo, un sin fin de detalles pintorescos y en una de las esquinas del fondo, una vieja Rockola. La historia comienza verdaderamente aquí, cuando nuestras dos compañeras (las únicas mujeres en la cantina) se dirigieron entre nervioso-curiosas al destartalado aparato melódico y depositaron los cinco pesos que les daba derecho a seleccionar dos canciones del repertorio musical.
“Basta ya de tonterías
no más vueltas al asunto
se que quieres tú conmigo,
no me gustan las mentiras
para que voy a negarlo
yo también quiero contigo...”
Fueron las primeras frases de aquella canción de Paquita la del Barrio que comenzaron a romper el silencio de la cantina sin nombre. No sé por qué motivo eligieron esa canción, pero lo cierto es que a partir de ese momento el ambiente se volvió aun mejor. Quién sabe si fue por las cervezas que ya habíamos tomado, por el mero gusto de estar entre amigos, la emoción de estar en un lugar que nos es ajeno o lo gracioso que puede ser la letra de la melodía; lo cierto es que comenzamos a reír y sentirnos bien. Valía la pena de estar en ese ambiente que poco a poco comenzaba a transformarse en ‘buena muerte’.
“...No me vengas con el cuento
que eres todo un caballero
que conozco bien tu modo.
No te hagas el educado
si estas queriendo conmigo
atáscate ahora que hay modo...”
La tercera cerveza de la tarde se me fue al corazón. Nunca he sido bueno para tomar y cualquier cantidad de alcohol, por pequeña que sea, me afecta de algún modo. No necesito saber a ciencia cierta que mecanismo fue el que hizo que precisamente me acordara de ella. Si dicen que alcohol cura momentáneamente las heridas de amor, en mi caso fue todo lo contrario: hizo que su imagen se volviera más nítida, más certera.
“Piérdeme el respeto” es el nombre de esa canción que con gritos mexicanos disfrutamos y entonamos. “Piérdeme el respeto”, con todo y su letra medio vulgar-provocativa fue el pretexto que mi mente estaba buscando para conectar con mis sentimientos y empezar a evocarla. Porque al final, eso es lo que uno busca cuando visita a una cantina, darle vueltas a esa imagen de mujer que no nos deja en paz, y por el que uno acepta estar dulcemente condenado. Por azares del destino, que me falten al respeto es justamente lo que quiero, pasar la barrera del conocido, del amigo, del compañero, para aventurarse en los terrenos inhóspitos del amor. Tal como entrar en una cantina lleno de nervios, para una vez dentro descubrirse en la mayor de las felicidades.
“...piérdeme el respeto
déjate de cosas ,
y hazme te lo ruego
las proposiciones mas indecorosas.
Piérdeme el respeto
mi querido amigo
que muero de ganas
por que se apapachen
tu cuerpo y el mío..”.
Tres horas después, ya manejando de regreso a casa, la letra de aquella canción seguía retumbando en mi cabeza hasta el grado de tener que apagar el radio para concentrarme en la recurrente melodía que mi cerebro tocaba una y otra vez. Nunca me había gustado ‘Paquita la del Barrio’ y ahora hasta escribo sobre una de sus canciones. Puede ser que sólo buscaba un pretexto para recordarla a ella y la necesidad en la que poco a poco se me va transformando. Necesitarla sabiendo que su imagen ya me sigue hasta en las cantinas.
Fue un viernes raro pero divertido, de esos sobre los que vale la pena escribir.
“...¡me estas oyendo inútil!, piérdeme el respeto”
11 comentarios:
El mundo nos enseña cosas en los lugares más insospechados, pero aquellos bares de "mala muerte" están hechos para ahogar la aveces desventura del vivir y transformarla en un divagar de sentimientos cantados desde el corazón en espléndida borrachera. Me has hecho recordar a ese excepcional compositor mexicano José Alfredo Jimenez muy ligado al alcohol y al sentimiento cuantas veces en borrachera he escuchado sus canciones y he tenido la sensación de complicidad sentimental y homenaje del que a pasado con sabiduría por esos trances por lo general amorosos que se ahogan con alcohol.
Esos lugares de mala muerte... He visitado dos o tres cantinas en la ciudad, y una pulcata muy cerca de la merced. Muchas veces nos muestran la cara desconocida e insospechada de nuestro mundo. Pensamos que esas cosas no existen, y siempre que nos damos cuenta de nuestro error, nos atrapa la curiosidad por ver cómo son esos extraños asiduos a esos lugares. Me gustan las cantinas, no sé porqué. Tal vez es el ambiente, poco familiar. Tal vez es mi gusto por el deterioro, siempre palpable en esos lugares... Quizás sea que para mí son lugares que inevitablemente me traen imágenes de ese México que poco a poco va desapareciendo, y trato de agarrar el último rayo de luz que emana de él...
Uy, amigo, que a lo más que he llegado ha sido a la Guadalupana y a una cantina que está en la Condechi, que de mala muerte no tiene nada.
Suena a que te la pasaste bien, pero ¡cómo que manejar alcohilizado! mal, mal. jejeje
ajjajaja me he reido bastante con este post, me haz hecho recordar un montón de cosas, es curioso a mi me paso algo similar cuando estaba en todo el proceso de decepción amorosa con la canción "Rata de dos patas" una noche en la que no pise exactamente una cantina, pero en la que si hubo mucho alcohol de por medio, lo raro del caso es que nunca me había gustado Paquita la del barrio, pero solo bastó que escuchara esa cancioncita para sentirme plenamente identificada con ese sentir jajajaja posteriormente me bajé toda la discografía y ya me vieras cantando a todo pulmón las canciones de mi ídola ajajaja lo más raro del asunto es que despúes de todo le agarre mucho cariño a esta cantante y lo mejor es que se me pasaron las penas...
Ahora que ya todo el pasado quedo atrás y que estoy viviendo una nueva etapa creo que ya puedo decir: "¡me estas oyendo inútil!, piérdeme el respeto", ¡¡¡¡Dios salve a Paquita!!!!
uy, pue yas lei los comentarios y ya me siento guarro. jaja, bueno, es que esos bares de mala muerte son lo normal en mi jaja.
suerte y nos leemos.
Es que el sitio no es importante...en este post
es el tema
lugar de mala muerte
mirar todo con la curiosidad del inteligente al que le gusta describir
de pronto
risas que traen recuerdo
música que jamás hubiera escuchado pero que me cambia el alma en un instante
Gabo.
ES UN SCRIPT PARA UN PELI
Impresionante la letra del tema
Visualicé la escena como si hubiera estado allí
Bravo!!!
Muy buen post. Hasta me dieron ganas de haber estado ahí. Tu narración me recordó una frase, de la cual el autor desconozco:
-traté de ahogar tu recuerdo en alcohol, pero el hijo de puta flota...
Saludos
menuda frase ...pùedes creer que alucine de toda con es apequeñ frase jaajajaj
un beso!
auqn nunca he visitado una cantina .......quien sabe cuando
Aparentemente la experiencia estuvo padre, pero la netaaaa, ouch yo la hubiera oensado cañon para ir a parar a un lugar de esos, peque, antes muerta que sencilla ja ja ja , aunque ahora la paquita es una Diosa ja ja ja su letra esta PKM, la voy a buscar y aprednermela para dejarme de sutilezas, no?.
abrazos
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