Nos guste o no, el mundo siempre ha estado sujeto a un sin fin de clasificaciones. El Reino Animal, los elementos, la economía o las religiones, son solo algunos ejemplos de las muchas segmentaciones a las que todo y todos estamos sujetos.
El aroma de las cosas no es la excepción. Los olores del mundo, para empezar, son divisibles en agradables y desagradables, e inclusive, hay quién podría sugerir crear una categoría neutra para lo que ‘no huele a nada’. Sin embargo, no podemos olvidar que todo fraccionamiento es subjetivo y depende de la percepción de cada quién. Aquel aroma que para mi sea agradable, para otra persona puede ser el más fétido de los hedores. Hay quienes no soportan el olor de la leche, a mi me da igual, pero a cambio, si un poco de esencia de vinagre llega a colarse por mi nariz es casi seguro que o vomite, o termine desmayado por aguantar la respiración.
Nada hay más seductor que el aire perfumado que deja una mujer al pasar. Nadie en sus cabales se atreverá a negar que jamás haya caído seducido por la reacción química provocada por nuestro sentido del olfato y las partículas aromatizadas que andan flotando por ahí. Nada como respirar ese universo de mil aromas perfectas que un beso, un abrazo, un simple contacto nos da. Lo malo es que el aire no siempre nos trae buenas noticias, sobre todo cuando a uno se le ocurre pasar cerca de los baños públicos en algún evento masivo, o pasa por un restaurante de mariscos.
Dicen que uno siempre está aprendiendo cosas nuevas y es verdad. Hasta hace unos días, nunca pensé que a los aromas podría darles un orden de acuerdo a su valor monetario; ahora, hasta me pregunto si sería posible que éstos cotizaran en las bolsas de valores a nivel mundial. Imagínense que en la sección de finanzas de su noticiero favorito, el conductor anunciara que las bolsas de Nueva York y Tokio cayeron cinco puntos debido a la baja de las acciones de los gases estomacales. ¿Creen que exagero?... No creo. Al final del texto me darán la razón.
Si leyeron mi post pasado, sabrán que fui a donar sangre. Pues esa misma tarde, manejaba ya muy cerca de mi casa cuando de la nada me llegó un olor a quemado. No le di mucha importancia pensando que el olor provenía del ambiente exterior. Al otro día, de nuevo utilicé el auto y la misma aroma, como de plástico quemado, volvió a llenar el interior del vehículo. Lo raro es que el fenómeno se presentaba casi al minuto de haberlo encendido. Rogándole a Dios y al Santo Niño de Atocha que no fuera nada serio, seguí manejando todo el día, acompañado de ese aromilla incomodo. Ya con más calma, dediqué la tarde a buscar su origen. Como buen mexicano, abrí el cofre, vi que los niveles de anticongelante y aceite fueran los adecuados, vi que no tuviera ninguna fuga de líquidos y que el ventilador del motor se encendiera cuando éste comenzara a calentarse. ¡¡¡Y nada!!!, ni humo, ni sobrecalentamiento, ni un cable o pieza suelta... ¡¡¡todo estaba de maravilla!!!. Como mis conocimientos de mecánica se reducen a lo descrito anteriormente, me di por vencido e hice lo que suelo hacer (valga la redundancia) cuando algo no me sale bien: ponerme de malas.
Lo que hasta cierto punto me tranquilizo, no sin antes decir unas cuantas maldiciones a la vida, era que el dichoso auto es del año y recién acababa de llegar a los 15,000 Km., por lo que era tiempo de llevarlo a la Agencia en dónde lo compramos para que le realizaran su primer servicio. Confiado en que en ningún lado lo revisarían mejor, decidí llevarlo inmediatamente (con el respectivo perfume a chamuscado que ya se me hacia costumbre, claro está). Ya ahí, le repetí como diez mil quinientas veces al empleado de la agencia que recibió el coche que revisarán de dónde provenía ese olor maldito.
Corte a... Esos mismos días en mi trabajo hubo un reacomodo de los lugares y las computadoras de todo el personal. Antes, los cuatro integrantes del equipo de trabajo de ‘mi cuenta’ estábamos diseminados por toda la oficina, después de la nueva ubicación quedamos los cuatro juntos, lo que se supone, agilizaría el trabajo y mejoraría la comunicación. En un principio así fue... hasta que conocí (o mejor dicho) estuve más tiempo cerca de mis compañeros. Yo, y una compañera quedamos en los lugares de en medio, entre nuestros dos compañeros que para nuestra mala suerte, no tienen el mejor aliento. No sé si sea por la de horas que estamos ahí, o porque no acostumbran ni a tomar agua para ‘remover las bacterias de la boca’. El chiste es que de pronto, justo cuando uno está más concentrado el tufo de los vecinos se encarga de sacarme balance, hacer caras y sentirme el ser más desdichado del universo. Así llevó tres días, y no es que yo quiera dármelas de perfecto, al contrario, seguramente alguna vez mi aliento no ha sido el ideal, pero por lo menos me lavo los dientes tres veces al día, uso enjuague, tomo líquidos constantemente y traes siempre una pastillita o un chicle (sin azúcar, por supuesto) para mínimo, no dar el tufazo con tanta alevosía y ventaja.
Ahora, por amor de Dios, pónganse en mi lugar... imaginen cuando mis dos compañeros de la orilla se ponen a platicar, taaaaan tranquilamente, como si entre el fuego cruzado de pestilencias no hubiera dos pobres inocentes que estoicamente aguantamos su intercambio de bacterias viajeras. Claro, uno de ellos tiene mucho peor aliento que el otro, lo malo, es que el segundo es el que está inmediatamente a mi izquierda, y les juro, que el hocico de mi perro margarito, que lleva sus ocho años de existencia sin lavarse los colmillos huele mejor. Para que se den una idea de lo linda que es esta experiencia, sumen una coladera abierta, pescado podrido, el baño justo después de que salió su abuelito y un kilo de ajos. He intentado todo lo posible por disimular mi molestia: les he ofrecido pastillas de forma muy casual, he adoptado una posición en la que parece que recargo mi cabeza en mi mano de forma muy profesional pero con la que en realidad busco mantenerme medianamente protegido.
De mi compañera de desgracia, gracias a Dios, no tengo queja. Debería comenzar a ponerme de acuerdo con ella para ver quién de los dos será el primero en conseguir las mascaras antigases que mínimo nos permitan pasar un día sin sentirnos en el interior de un bote de basura.
Justo estaba en los menesteres de dosificar el aire mientras platicaba con mi compañero de la izquierda, cuando a mi teléfono celular llegó la llamada del empleado de la Agencia... serían más de mil pesos por el dichoso ‘servicio’ que la verdad, por lo que le hicieron al carro en cualquier taller de por mi casa me hubieran cobrado la mitad; eso me sacó por andar de presumido. Al preguntar por el olor, el amable empleado automotriz me dijo que éste era causado por una bolsa que se enredo en el escape. Les pedí que por favor retiraran el plástico quemado (después, en mis cinco minutos de intelectualidad me di cuenta que lo más conveniente hubiera sido dejar que lo caliente del escape consumiera el plástico restante). Horas después, me encontré con la sorpresa de que la cuenta había subido quinientos pesos más sólo por ¡¡¡quitar una bolsita!!!, osea, el maldito olor que me llevó a esa Agencia me salió carísimo. Pero eso sí, el encargado, que de seguro notó mi molestia, me comentó muy contento que ‘su auto está en perfectas condiciones’. Pues sí, ¡pero mi bolsillo no!.
Así la vida me enseño, en unas horas, que hasta en los olores hay precios. Un olor a bolsa quemada me salió en 1,500 pesos; en cambio, la diaria hediondez a bacalao de mis compañeros es completamente gratuita y como dice el anuncio, eso no tiene precio.
Me falta encontrar un olor que sea costeable para la clase media en la que me encuentro. Si alguien lo encuentra, por favor avíseme, mínimo para estar prevenido.
El aroma de las cosas no es la excepción. Los olores del mundo, para empezar, son divisibles en agradables y desagradables, e inclusive, hay quién podría sugerir crear una categoría neutra para lo que ‘no huele a nada’. Sin embargo, no podemos olvidar que todo fraccionamiento es subjetivo y depende de la percepción de cada quién. Aquel aroma que para mi sea agradable, para otra persona puede ser el más fétido de los hedores. Hay quienes no soportan el olor de la leche, a mi me da igual, pero a cambio, si un poco de esencia de vinagre llega a colarse por mi nariz es casi seguro que o vomite, o termine desmayado por aguantar la respiración.
Nada hay más seductor que el aire perfumado que deja una mujer al pasar. Nadie en sus cabales se atreverá a negar que jamás haya caído seducido por la reacción química provocada por nuestro sentido del olfato y las partículas aromatizadas que andan flotando por ahí. Nada como respirar ese universo de mil aromas perfectas que un beso, un abrazo, un simple contacto nos da. Lo malo es que el aire no siempre nos trae buenas noticias, sobre todo cuando a uno se le ocurre pasar cerca de los baños públicos en algún evento masivo, o pasa por un restaurante de mariscos.
Dicen que uno siempre está aprendiendo cosas nuevas y es verdad. Hasta hace unos días, nunca pensé que a los aromas podría darles un orden de acuerdo a su valor monetario; ahora, hasta me pregunto si sería posible que éstos cotizaran en las bolsas de valores a nivel mundial. Imagínense que en la sección de finanzas de su noticiero favorito, el conductor anunciara que las bolsas de Nueva York y Tokio cayeron cinco puntos debido a la baja de las acciones de los gases estomacales. ¿Creen que exagero?... No creo. Al final del texto me darán la razón.
Si leyeron mi post pasado, sabrán que fui a donar sangre. Pues esa misma tarde, manejaba ya muy cerca de mi casa cuando de la nada me llegó un olor a quemado. No le di mucha importancia pensando que el olor provenía del ambiente exterior. Al otro día, de nuevo utilicé el auto y la misma aroma, como de plástico quemado, volvió a llenar el interior del vehículo. Lo raro es que el fenómeno se presentaba casi al minuto de haberlo encendido. Rogándole a Dios y al Santo Niño de Atocha que no fuera nada serio, seguí manejando todo el día, acompañado de ese aromilla incomodo. Ya con más calma, dediqué la tarde a buscar su origen. Como buen mexicano, abrí el cofre, vi que los niveles de anticongelante y aceite fueran los adecuados, vi que no tuviera ninguna fuga de líquidos y que el ventilador del motor se encendiera cuando éste comenzara a calentarse. ¡¡¡Y nada!!!, ni humo, ni sobrecalentamiento, ni un cable o pieza suelta... ¡¡¡todo estaba de maravilla!!!. Como mis conocimientos de mecánica se reducen a lo descrito anteriormente, me di por vencido e hice lo que suelo hacer (valga la redundancia) cuando algo no me sale bien: ponerme de malas.
Lo que hasta cierto punto me tranquilizo, no sin antes decir unas cuantas maldiciones a la vida, era que el dichoso auto es del año y recién acababa de llegar a los 15,000 Km., por lo que era tiempo de llevarlo a la Agencia en dónde lo compramos para que le realizaran su primer servicio. Confiado en que en ningún lado lo revisarían mejor, decidí llevarlo inmediatamente (con el respectivo perfume a chamuscado que ya se me hacia costumbre, claro está). Ya ahí, le repetí como diez mil quinientas veces al empleado de la agencia que recibió el coche que revisarán de dónde provenía ese olor maldito.
Corte a... Esos mismos días en mi trabajo hubo un reacomodo de los lugares y las computadoras de todo el personal. Antes, los cuatro integrantes del equipo de trabajo de ‘mi cuenta’ estábamos diseminados por toda la oficina, después de la nueva ubicación quedamos los cuatro juntos, lo que se supone, agilizaría el trabajo y mejoraría la comunicación. En un principio así fue... hasta que conocí (o mejor dicho) estuve más tiempo cerca de mis compañeros. Yo, y una compañera quedamos en los lugares de en medio, entre nuestros dos compañeros que para nuestra mala suerte, no tienen el mejor aliento. No sé si sea por la de horas que estamos ahí, o porque no acostumbran ni a tomar agua para ‘remover las bacterias de la boca’. El chiste es que de pronto, justo cuando uno está más concentrado el tufo de los vecinos se encarga de sacarme balance, hacer caras y sentirme el ser más desdichado del universo. Así llevó tres días, y no es que yo quiera dármelas de perfecto, al contrario, seguramente alguna vez mi aliento no ha sido el ideal, pero por lo menos me lavo los dientes tres veces al día, uso enjuague, tomo líquidos constantemente y traes siempre una pastillita o un chicle (sin azúcar, por supuesto) para mínimo, no dar el tufazo con tanta alevosía y ventaja.
Ahora, por amor de Dios, pónganse en mi lugar... imaginen cuando mis dos compañeros de la orilla se ponen a platicar, taaaaan tranquilamente, como si entre el fuego cruzado de pestilencias no hubiera dos pobres inocentes que estoicamente aguantamos su intercambio de bacterias viajeras. Claro, uno de ellos tiene mucho peor aliento que el otro, lo malo, es que el segundo es el que está inmediatamente a mi izquierda, y les juro, que el hocico de mi perro margarito, que lleva sus ocho años de existencia sin lavarse los colmillos huele mejor. Para que se den una idea de lo linda que es esta experiencia, sumen una coladera abierta, pescado podrido, el baño justo después de que salió su abuelito y un kilo de ajos. He intentado todo lo posible por disimular mi molestia: les he ofrecido pastillas de forma muy casual, he adoptado una posición en la que parece que recargo mi cabeza en mi mano de forma muy profesional pero con la que en realidad busco mantenerme medianamente protegido.
De mi compañera de desgracia, gracias a Dios, no tengo queja. Debería comenzar a ponerme de acuerdo con ella para ver quién de los dos será el primero en conseguir las mascaras antigases que mínimo nos permitan pasar un día sin sentirnos en el interior de un bote de basura.
Justo estaba en los menesteres de dosificar el aire mientras platicaba con mi compañero de la izquierda, cuando a mi teléfono celular llegó la llamada del empleado de la Agencia... serían más de mil pesos por el dichoso ‘servicio’ que la verdad, por lo que le hicieron al carro en cualquier taller de por mi casa me hubieran cobrado la mitad; eso me sacó por andar de presumido. Al preguntar por el olor, el amable empleado automotriz me dijo que éste era causado por una bolsa que se enredo en el escape. Les pedí que por favor retiraran el plástico quemado (después, en mis cinco minutos de intelectualidad me di cuenta que lo más conveniente hubiera sido dejar que lo caliente del escape consumiera el plástico restante). Horas después, me encontré con la sorpresa de que la cuenta había subido quinientos pesos más sólo por ¡¡¡quitar una bolsita!!!, osea, el maldito olor que me llevó a esa Agencia me salió carísimo. Pero eso sí, el encargado, que de seguro notó mi molestia, me comentó muy contento que ‘su auto está en perfectas condiciones’. Pues sí, ¡pero mi bolsillo no!.
Así la vida me enseño, en unas horas, que hasta en los olores hay precios. Un olor a bolsa quemada me salió en 1,500 pesos; en cambio, la diaria hediondez a bacalao de mis compañeros es completamente gratuita y como dice el anuncio, eso no tiene precio.
Me falta encontrar un olor que sea costeable para la clase media en la que me encuentro. Si alguien lo encuentra, por favor avíseme, mínimo para estar prevenido.
10 comentarios:
No esperaba ese final del post. Pero te puedo decir que el que se pegue una bolsa plástica al escape es muy común, al menos aquí.
Por otro lado, si tu vehículo es nuevo, lo más recomendable es enviarlo al servicio del concesionario, porque hay una remota posibilidad que exista defectos en su fabricación y sería más costoso y doloroso, que no te cubra la garantía.
Saludos!
Es muy cierto lo que dices...
Sabés?a mí me pasa igual con mi jefe!!!jajaja!!wuacala!!!el esta en su escritorio y yo del otrolado del mismo, y me habla y se siente su mal olor!!!!mmm....es horrible eso!!!te entiendo..solo hay que tener pastillas cerca.. siempre!!! jajaja!!!muy buen post amigo!!
Hablando de olores, hace unos años saliendo de la universidad caminando por una acera paso una mujer a mi lado dejándome ese rastro aromático peculiar en la mayoría de damas. Pero este olor caló tan hondo que provocó una inconsciente excitación en mí. Fue automático el olor provocó la erección. ¿Qué? sigilosamente me acerqué a ella para observarla más detenidamente era una mujer de aproximadamente 55 a 60 años y era lo más parecido a una bruja de esas de cuento con su nariz corva y lo que más me impresionó fue su mirada de miedo. No sé que hormona tendría ese perfume que creaba esa reacción. Por otro lado se dice que cuando un auto es nuevo los primero s kilómetros la probabilidad de falla es alta. La vez pasada vi en la tele chilena un reportaje que con cámara escondida registraban el servicio que hacían estos carísimos concesionarios y ¡no les hacían nada!! incluso habían marcado con tiza algunas partes que tenían que mover y la marca estaba igual. No sé como será en México. Siempre grato leer tus experiencias y ¿esa compañera de trabajo de aliento neutral? ¿No podría ser candidata para cumplir tu promesa de casarte?
EEEEEEEsa fue mi primera pregunta para el post, mi buen pinky!!!
¿Que onda con la compañera??? ¿Es agradable? ¿Tienen química?... digo, ¡Uno nunca sabe!!! =D )(Que cuente!, que cuente!)
De lo del aliento gabz... pff se a lo que te refieres. A mi me pasaba lo mismo. No queda de otra que aguantar, y hacer uso de tus mejores dotes de actor profesional hollywoodista, para no arrugar la cara mientras tu jefe te dice: "QUIHEEEEEEROOO QUHEEEE HAGAAAAS HESTOOOOO"...
Yo a veces tiraba algo al piso para poder alejarme suficiente de la fuente de radioactividad... y luego, al enderezarme, ya me ponía en otra posición (por ejemplo, si estábamos parados, me sentaba a seguir escuchando).
A menos que alguien le piense decir (aunque sea anónimamente) a los implicados que su aliento falleció hace muchos años (y lo digo por el olor a muerto), no queda más que hacer uso del ingenio mexicano...
Saludotes al buen Gabz!.. y ps... ¡TEN VALOR! ;)
Me puso muy nervioso tu post... Odio los malos olores!!!
Yo me lavo los dientes más de 3 veces al día, me baño 2, me baño en loción, etc.
Lástima que tuviste que pagar de más por tu coche, pero siempre será mejor llevarlo a la agencia que a un taller de por la casa.
Diles, diles a esos cabrones que les apesta la bocina!!!
Saludos!!!
Después de un encuentro furtivo con una chica (de hecho el que inspiró los posts de The secret garden) regresaba a mi casa caminando, y de inmediato me llegó un olor dulce a la nariz. Después de voltear a diestra y siniestra para ver si alguna hermosura me seguía, tuve a bien oler mi ropa y descubrí que todo mi sueter olía a ella. Por supuesto no pude evitar sonreir todo el camino a casa, y el tiempo que duró el perfume impregnado en la tela... Ojala fueran más comúnes los buenos olores, y no lo contrario...
Hola Gabriel, regresando la visita.
Referente a los olores, sabías que en europa ya han embotellado olores a cigarro, caca, pedo, etc y obviamente con fines humorísticos, pero es más o menos lo que dices de la cotización de los olores en la bolsa. Y porqué no?, imagínate que te digan, quieres que el gas siga oliendo a gas (valga la reBusnancia), pues tienes que pagar. Así porqué no cotizar en la bolsa.
Referente a tu comentario en el blog, veo que diferimos en varias cosas y coincidimos en otras, pero de esto se trata también el medio de los blogs, de libertad de expresión y tratar de entender o tolerar las posturas del otro. Ya tendremos tiempo de platicar más.
Un saludo y estaré al pendiente de tus post.
hay dos cosas que llego a detestar
que son las aves(por mi ornitofobia)y el olor de una persona que no usa desodorante
para mi es insoportable e imperdonable.
........... por cierto cual sera tu olor?
yo detesto el olor de cigarro
me da nauseas
y es tan dificil no encontrar
alguien en un lugar cerrado que no fume.
Enakam: Pues lo de la bolsa nunca me había pasado ni a mi, ni a algun conocido. Y bueno, si lo llevé al servicio fue precisamente por la dichosa garantía... ¡Saludos!
Pinky: Quizá lo peor de tener mal aliento es que uno es el último que se entera. Igual y tu jefe se quiere hacer el muy seductor sin imaginar lo desagradable que es escucharlo... ¡nunca salgas sin tus pastillas para el jefe!
Jorge: Efectivamente, lo que te pasó con la señora puede ser atribuible a las feromonas; dicen que el perfume de línea que saco Paris Hiltón tiene feromonas... la verdad me gusta el aroma cuando una chica lo trae puesto, pero no ha llegado a extremos de exitarme. Lo de la agencia, pues al menos, las veces que he llevado el auto no he tenido queja, pero también he escuchado historias de servicios mal hechos y reparaciones de baja calidad.
Francisco: Respondiendote a ti y a Jorge. Mi compañera, tiene novio, y lo que es peor, él también trabaja ahí, aunque en otra área. Saben, es atractiva, pero no va mucho con mis gustos: ella es rubia y a mi me encantan las morenas, aun así, tenemos buena quimica y nos llevamos muy bien. A ver si no se pone nervioso el novio y esto acaba con un duelo a muerte al estilo del viejo oeste.
Gomis: Mi récord, una vez en Veracruz, fue haberme bañado cinco veces en un día. Si algo detesto es estar pegajoso a causa del sudor. Y así como veo las cosas, la paciencia se me terminará cualquier día de estos y de una forma no muy educada les pediré que se larguen a lavar los dientes.
Topo: No hay nada mejor en este mundo, que una de nuestras ropas (o los labios) se nos queden impregnados con el olor de una mujer.
Tito: Deberiamos de exportar el olor a pescado podrido del mercado de la Viga ja ja. Saludos y gracias por la visita.
Dueña Pamela: Yo siempre uso desodorante. ¿¿¿Mi olor??? a brisa del mar ja ja (eso se leyó medio extraño)... y tú, a qué hueles...
Giovanna: A mi también me desagrada el olor a cigarro, pero para mi desgracia, muchos de mis amigos lo hacen... lo peor es regresar después de ir a un bar o salir en la noche, y descubrir que nuestra ropa se encuentra impregnada del olor a cigarro.
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