Es fácil escribir cuando se va a hablar de un amor tan grande. Me imagino que las palabras son arrojadas a borbotones de mi cuerpo a causa de que el sentimiento ya no me cabe en el corazón, ni en la cabeza, ni en el alma.
Hoy voy a intentar, aunque sé que es imposible, narrar en pocas líneas toda lo que el día de ayer me regalo; porque si los días de nuestra vida pudieran ser clasificados, el sábado que recién acaba de volverse domingo ha sido uno de los más felices de mi existencia. Me basta cerrar los ojos para que las imágenes de lo sucedido regresen con una claridad fotográfica y revivan en mi aquellas sensaciones que aun ahora, siguen electrificando cada uno de mis sentidos.
Y juro que volví a vivir. No supe bien cuando fue ese momento en el decidí amarle. Eso sí, no tenía más de cinco años. Fue mi papá quién me contó todo sobre él, sobre sus colores y sus hazañas. ¿Tenía otra opción que no fuera quererte para toda la vida?. No sé cuando se me volvió una necesidad y un orgullo. No sé tantas cosas que siento por ti, sólo sé que este cariño no se me ira hasta la muerte.
En esta ocasión no hablo de esa musa que siempre me derrota y cuya afección a escribir de ella es inevitable. Qué me perdone, pero desde ayer (y quizá desde siempre) no tiene cabida en mis pensamientos; que me perdone ella y el resto del mundo, pero hoy sólo quiero hablar del verdadero amor de mi vida: Los Potros de Hierro del Atlante.
Hace 91 años fue fundado en la Ciudad de México. Desde un principio el pueblo adoptó sus colores azulgrana y se identificaron con equipo en el que la garra y la lucha nunca faltaban. Pasaban los años y El Atlante fue ganando títulos y adeptos. Siempre como contraparte de equipos y aficiones orientadas a gente más pudiente, los atlantistas contaron con una idiosincrasia que hasta la fecha los identifica: nacidos para sufrir. Y es que no se puede hablar del Fútbol Mexicano sin mencionar al Atlante, uno de sus clubes más tradicionales y emblemáticos y cuyos jugadores alcanzaron el mote de leyendas e ídolos de la afición.
No pretendo resumir casi un siglo de historias. Únicamente diré que hubo campeonatos, días de gloria, de llenos en el Estadio Azteca y de auténticos partidazos que nadie debería olvidar. Pero también fracasos, descensos a la segunda división, derrotas amargas y malos manejos que a finales de los noventa hicieron que de a poco el Atlante se fuera desdibujando y perdiendo afición.
Para ese entonces los aficionados fieles seguían ahí, apoyando a los Potros cada quince días, pero los malos resultados hicieron que ante la falta de público varias veces mudaran al equipo a otros estadios y lo peor, a otras ciudades, en dónde la suerte del equipo nunca mejoraba, provocando que el equipo volviera siempre a su casa: La Ciudad de México.
Algunas temporadas buenas, por tres malas. Así fue el errático paso de los Potros, matizados siempre por la amenaza de la directiva de que ‘si no hay apoyo, mantener al equipo en el DF será incosteable’. Rumores así escuchaba cada quince días en el estadio, hasta que en mayo del año pasado nos la cumplieron.
A partir de agosto de éste año el Atlante juega en Cancún, a más de 1,500 kilómetros del que siempre fue su hogar. Desde entonces, tengo que conformarme con ver sus partidos en televisión (eso, cuando no pasan por sistema de pago por evento). Para mi, y miles de atlantistas acostumbrados a ir religiosamente cada quince días al estadio, la lejanía duele mucho. Ahora, el Atlante de Cancún marcha en segundo lugar de la liga, después de medio torneo es uno de los dos equipos invictos que quedan en el torneo y por si fuera poco, los tres últimos partidos los empezó perdiendo 2-0... dos de ellos los terminó ganando y el otro lo empato. En Cancún llena todos sus juegos, pues por allá El Atlante está de moda, además de que esta temporada su estilo de juego alegre y llenó de espectáculo ha hecho que en todos los medios impresos y televisivos se vuelva a hablar, como en antaño, del Atlante. Por eso, cuando vi el calendario de juegos a principios de temporada y vi que el único juego del Atlante en la capital (y de hecho, en 400 kilómetros a la redonda) era contra Cruz Azul el 22 de septiembre me prometí que estaría ahí.
Aunque el juego estaba programado a las 5 de la tarde, a las 3:30 ya estaba afuera del Estadio Azul. Muy raras veces Ángel (mi mejor amigo y también atlantista) es puntual, y ayer lo fue. Después de recorrer un poco las calles e impregnarnos con el ambiente futbolero descubrimos que el ansia por ya estar adentro del inmueble era insoportable. Como desde el viernes habíamos comprado los boletos el acceso fue relativamente rápido y en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos buscando lugar en la cabecera visitante (lugar tradicional de las porras atlantistas). El cielo de un azul intenso y sin nubes, el césped de la cancha verde e impecable, así como las primeras porras al equipo de mis amores me aseguraba que aquel día no lo olvidaría jamás.
Se supone que se llevaron al Atlante por falta de afición en la capital del país, pues en cada partido como local no metía más de 10,000 espectadores. Además, Cruz Azul, es el tercer equipo con más convocatoria a nivel nacional y ‘se supone’ es el local. Sin embargo, a unos minutos de que iniciara el partido el estadio ya estaba casi lleno y para mi sorpresa, la gran mayoría eran atlantistas. No sé de dónde salieron, pero si se supone que al Estadio Azul le caben más de 43,000 aficionados ¿dónde está la falta de afición?. Ahí estábamos los de siempre, los que nunca les fallamos ni en los peores momentos de goleadas humillantes. Ahí estaban los viejos atlantistas que toda su vida la han dedicado ha este equipo y los nuevos. Los humildes que con trabajos pudieron costear su boleto, los famosos como Antonio de Valdés o Murrieta que como un aficionado cualquiera esperaba el inicio del partido, los que nunca iban a sus juegos pero que ‘siempre estuvieron ahí’. Ver caras conocidas, emocionadas, aguantando el sol intenso tan sólo para volver mágico el momento en el que su equipo salto a la cancha enfundados en su tradicional playera Azulgrana.
... y fue la locura. Tres minutos y ya no tenía voz de tanto gritar las tradicionales y mexicanisimas porras; Minutos más y nos metieron el primer gol; y los gritos que seguían, y las porras, y todos de pie pues esperamos casi medio año para volver a vivir una pasión así como para estar sentado y pasivo; y una parada espectacular de nuestro portero Vilar, y otra, y otra; y el gol del empate que no llega y el del visitante sí; 2-0 perdiendo, otra vez perdiendo, otra vez 2-0. Y que se acaba el primer tiempo, que por cierto, se me fue rapidísimo.
A esas alturas de la tarde ya me dolían los pies de tanto saltar. Apenas y podía hablar pero créanme, a pesar de ir perdiendo el boleto ya había desquitado lo que costo. Estar ahí, en un estadio atascado de aficionados que como tú, extrañan y aman al Atlante era por si mismo alucinante.
Y el segundo tiempo fue mejor. Llegadas del Atlante, llegadas del Cruz Azul. La afición que no se callaba. Y el invicto que se nos esfumaba de las manos, y esos cantos que a pesar de la adversidad retumbaban ‘como no te voy a querer, si llevo azul en las venas y de color grana es mi corazón’, ‘Potros-Potros-Potros’, ‘les guste o no les guste, les cuadre o no les cuadre, el Atlante es su padre, y si no, chingen a su madre’....
Minuto 30. El venezolano Giancarlo Maldonado prendió el balón de media tijera y acercaba a los Potros 2-1. Entonces, jugadores y aficionados comprendimos que éramos uno, y aunque la vida se nos fuera, a unos en la tribuna, a otros en la cancha, haríamos hasta lo imposible por conservar el invicto. El ‘si se puede’ ensordeciendo todo. La tarde que caía y los minutos del juego también. Cuando el inminente final y la derrota estaban cerca, decidí callarme para disfrutar del ambiente. Los colores de mi equipo en miles de personas, mi Atlante en la cancha, yo en un estadio viendo al Atlante, como desde marzo no lo hacía.
Se caía pero con la cabeza al sol, peleando hasta el último minuto....... ya en tiempo de compensación, un remate con la cabeza del camerunés Nkong vencía al ‘Conejo’ Pérez y ni yo, ni nadie, podía creer que el balón se colara hasta las redes. Ninguno de los presentes asimilábamos que por cuarta semana consecutiva nuestro equipo se reponía de un 2-0 adverso, que seguíamos invicto, que nuestro equipo condenado al sufrimiento ahora está en lo más alto. 2-2, cayó el gol y me perdí. Mi cabeza empezó a dolerme, me abracé con extraños, grite al cielo, me descubrí llorando y al ser consciente, mire a todo el estadio en el mismo estado.
A los diez segundos el partido terminó. Jugadores y afición tenían la misma necesidad uno del otro. Ellos, corrieron a la tribuna a aplaudirnos y arrojar sus playeras a la tribuna en la que yo estaba. Nosotros, dejamos que se nos fuera nuestra ya dañada garganta en gritarles las últimas porras. Sólo recuerdo un gran dolor en el pecho y en la cabeza, mis ojos a punto de llorar más y mi susurró casi imperceptible pero sincero que decía ‘te amo Atlante’.
Nos quedamos unos diez minutos más en el Estadio. Prolongando una alegría grandísima e inexplicable. Al salir aun nos deparaba una fiesta que ni en mis sueños más guajiros hubiera imaginado. La calle de Eje 6 completamente cerrada. De un lado a otro de las aceras los seguidores azulgrana saltaban y volvían todo una fiesta. Para quienes dicen que los atlantistas estamos en peligro de extinción, lamento desilusionarlos: el Atlantismo está más vivo que nunca.
Hora y media después, ya cayendo la noche, caminó con Ángel por Avenida Insurgentes sin que ninguno de los dos atinemos a explicarnos muy bien que es lo que paso dentro de aquel estadio. Si en algún momento, cuando se tomo la decisión de mudar al equipo a Cancún, llegué a dudar si mantener o no mi afición, lo que pasó ayer me hizo estar más seguramente que nunca de lo que soy: un aficionado de hueso colorado del Atlante. Porque uno puede pretender o creer que ama; se puede decir que nuestra existencia pertenece a algo o a alguien, pero sin sentirlo de verdad. Yo, pasión como la de ayer nunca la había sentido. No necesito que nadie me diga que creo en ti, no necesito verte cada quince días si llevo su escudo dibujado en cada uno mis poros, si te respiro, si te pienso en todo momento. Amar es hacer inútiles las distancias, los problemas, los malos momentos. Amar es entregarse por eso que le da sentido a nuestras vidas. Ayer volví a enamorarme del Atlante, de aquí para siempre.
Sé que muchos visitantes de mi blog no leerán este texto, pues además de extenso no creo que conlleve gran interés para los demás. Sin embargo tenía que hablar de un día que se quedará para siempre en mi. Tenía que relatarlo, así como toda gran historia de amor se tienen que contar.
Hoy voy a intentar, aunque sé que es imposible, narrar en pocas líneas toda lo que el día de ayer me regalo; porque si los días de nuestra vida pudieran ser clasificados, el sábado que recién acaba de volverse domingo ha sido uno de los más felices de mi existencia. Me basta cerrar los ojos para que las imágenes de lo sucedido regresen con una claridad fotográfica y revivan en mi aquellas sensaciones que aun ahora, siguen electrificando cada uno de mis sentidos.
Y juro que volví a vivir. No supe bien cuando fue ese momento en el decidí amarle. Eso sí, no tenía más de cinco años. Fue mi papá quién me contó todo sobre él, sobre sus colores y sus hazañas. ¿Tenía otra opción que no fuera quererte para toda la vida?. No sé cuando se me volvió una necesidad y un orgullo. No sé tantas cosas que siento por ti, sólo sé que este cariño no se me ira hasta la muerte.
En esta ocasión no hablo de esa musa que siempre me derrota y cuya afección a escribir de ella es inevitable. Qué me perdone, pero desde ayer (y quizá desde siempre) no tiene cabida en mis pensamientos; que me perdone ella y el resto del mundo, pero hoy sólo quiero hablar del verdadero amor de mi vida: Los Potros de Hierro del Atlante.
Hace 91 años fue fundado en la Ciudad de México. Desde un principio el pueblo adoptó sus colores azulgrana y se identificaron con equipo en el que la garra y la lucha nunca faltaban. Pasaban los años y El Atlante fue ganando títulos y adeptos. Siempre como contraparte de equipos y aficiones orientadas a gente más pudiente, los atlantistas contaron con una idiosincrasia que hasta la fecha los identifica: nacidos para sufrir. Y es que no se puede hablar del Fútbol Mexicano sin mencionar al Atlante, uno de sus clubes más tradicionales y emblemáticos y cuyos jugadores alcanzaron el mote de leyendas e ídolos de la afición.
No pretendo resumir casi un siglo de historias. Únicamente diré que hubo campeonatos, días de gloria, de llenos en el Estadio Azteca y de auténticos partidazos que nadie debería olvidar. Pero también fracasos, descensos a la segunda división, derrotas amargas y malos manejos que a finales de los noventa hicieron que de a poco el Atlante se fuera desdibujando y perdiendo afición.
Para ese entonces los aficionados fieles seguían ahí, apoyando a los Potros cada quince días, pero los malos resultados hicieron que ante la falta de público varias veces mudaran al equipo a otros estadios y lo peor, a otras ciudades, en dónde la suerte del equipo nunca mejoraba, provocando que el equipo volviera siempre a su casa: La Ciudad de México.
Algunas temporadas buenas, por tres malas. Así fue el errático paso de los Potros, matizados siempre por la amenaza de la directiva de que ‘si no hay apoyo, mantener al equipo en el DF será incosteable’. Rumores así escuchaba cada quince días en el estadio, hasta que en mayo del año pasado nos la cumplieron.
A partir de agosto de éste año el Atlante juega en Cancún, a más de 1,500 kilómetros del que siempre fue su hogar. Desde entonces, tengo que conformarme con ver sus partidos en televisión (eso, cuando no pasan por sistema de pago por evento). Para mi, y miles de atlantistas acostumbrados a ir religiosamente cada quince días al estadio, la lejanía duele mucho. Ahora, el Atlante de Cancún marcha en segundo lugar de la liga, después de medio torneo es uno de los dos equipos invictos que quedan en el torneo y por si fuera poco, los tres últimos partidos los empezó perdiendo 2-0... dos de ellos los terminó ganando y el otro lo empato. En Cancún llena todos sus juegos, pues por allá El Atlante está de moda, además de que esta temporada su estilo de juego alegre y llenó de espectáculo ha hecho que en todos los medios impresos y televisivos se vuelva a hablar, como en antaño, del Atlante. Por eso, cuando vi el calendario de juegos a principios de temporada y vi que el único juego del Atlante en la capital (y de hecho, en 400 kilómetros a la redonda) era contra Cruz Azul el 22 de septiembre me prometí que estaría ahí.
Aunque el juego estaba programado a las 5 de la tarde, a las 3:30 ya estaba afuera del Estadio Azul. Muy raras veces Ángel (mi mejor amigo y también atlantista) es puntual, y ayer lo fue. Después de recorrer un poco las calles e impregnarnos con el ambiente futbolero descubrimos que el ansia por ya estar adentro del inmueble era insoportable. Como desde el viernes habíamos comprado los boletos el acceso fue relativamente rápido y en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos buscando lugar en la cabecera visitante (lugar tradicional de las porras atlantistas). El cielo de un azul intenso y sin nubes, el césped de la cancha verde e impecable, así como las primeras porras al equipo de mis amores me aseguraba que aquel día no lo olvidaría jamás.
Se supone que se llevaron al Atlante por falta de afición en la capital del país, pues en cada partido como local no metía más de 10,000 espectadores. Además, Cruz Azul, es el tercer equipo con más convocatoria a nivel nacional y ‘se supone’ es el local. Sin embargo, a unos minutos de que iniciara el partido el estadio ya estaba casi lleno y para mi sorpresa, la gran mayoría eran atlantistas. No sé de dónde salieron, pero si se supone que al Estadio Azul le caben más de 43,000 aficionados ¿dónde está la falta de afición?. Ahí estábamos los de siempre, los que nunca les fallamos ni en los peores momentos de goleadas humillantes. Ahí estaban los viejos atlantistas que toda su vida la han dedicado ha este equipo y los nuevos. Los humildes que con trabajos pudieron costear su boleto, los famosos como Antonio de Valdés o Murrieta que como un aficionado cualquiera esperaba el inicio del partido, los que nunca iban a sus juegos pero que ‘siempre estuvieron ahí’. Ver caras conocidas, emocionadas, aguantando el sol intenso tan sólo para volver mágico el momento en el que su equipo salto a la cancha enfundados en su tradicional playera Azulgrana.
... y fue la locura. Tres minutos y ya no tenía voz de tanto gritar las tradicionales y mexicanisimas porras; Minutos más y nos metieron el primer gol; y los gritos que seguían, y las porras, y todos de pie pues esperamos casi medio año para volver a vivir una pasión así como para estar sentado y pasivo; y una parada espectacular de nuestro portero Vilar, y otra, y otra; y el gol del empate que no llega y el del visitante sí; 2-0 perdiendo, otra vez perdiendo, otra vez 2-0. Y que se acaba el primer tiempo, que por cierto, se me fue rapidísimo.
A esas alturas de la tarde ya me dolían los pies de tanto saltar. Apenas y podía hablar pero créanme, a pesar de ir perdiendo el boleto ya había desquitado lo que costo. Estar ahí, en un estadio atascado de aficionados que como tú, extrañan y aman al Atlante era por si mismo alucinante.
Y el segundo tiempo fue mejor. Llegadas del Atlante, llegadas del Cruz Azul. La afición que no se callaba. Y el invicto que se nos esfumaba de las manos, y esos cantos que a pesar de la adversidad retumbaban ‘como no te voy a querer, si llevo azul en las venas y de color grana es mi corazón’, ‘Potros-Potros-Potros’, ‘les guste o no les guste, les cuadre o no les cuadre, el Atlante es su padre, y si no, chingen a su madre’....
Minuto 30. El venezolano Giancarlo Maldonado prendió el balón de media tijera y acercaba a los Potros 2-1. Entonces, jugadores y aficionados comprendimos que éramos uno, y aunque la vida se nos fuera, a unos en la tribuna, a otros en la cancha, haríamos hasta lo imposible por conservar el invicto. El ‘si se puede’ ensordeciendo todo. La tarde que caía y los minutos del juego también. Cuando el inminente final y la derrota estaban cerca, decidí callarme para disfrutar del ambiente. Los colores de mi equipo en miles de personas, mi Atlante en la cancha, yo en un estadio viendo al Atlante, como desde marzo no lo hacía.
Se caía pero con la cabeza al sol, peleando hasta el último minuto....... ya en tiempo de compensación, un remate con la cabeza del camerunés Nkong vencía al ‘Conejo’ Pérez y ni yo, ni nadie, podía creer que el balón se colara hasta las redes. Ninguno de los presentes asimilábamos que por cuarta semana consecutiva nuestro equipo se reponía de un 2-0 adverso, que seguíamos invicto, que nuestro equipo condenado al sufrimiento ahora está en lo más alto. 2-2, cayó el gol y me perdí. Mi cabeza empezó a dolerme, me abracé con extraños, grite al cielo, me descubrí llorando y al ser consciente, mire a todo el estadio en el mismo estado.
A los diez segundos el partido terminó. Jugadores y afición tenían la misma necesidad uno del otro. Ellos, corrieron a la tribuna a aplaudirnos y arrojar sus playeras a la tribuna en la que yo estaba. Nosotros, dejamos que se nos fuera nuestra ya dañada garganta en gritarles las últimas porras. Sólo recuerdo un gran dolor en el pecho y en la cabeza, mis ojos a punto de llorar más y mi susurró casi imperceptible pero sincero que decía ‘te amo Atlante’.
Nos quedamos unos diez minutos más en el Estadio. Prolongando una alegría grandísima e inexplicable. Al salir aun nos deparaba una fiesta que ni en mis sueños más guajiros hubiera imaginado. La calle de Eje 6 completamente cerrada. De un lado a otro de las aceras los seguidores azulgrana saltaban y volvían todo una fiesta. Para quienes dicen que los atlantistas estamos en peligro de extinción, lamento desilusionarlos: el Atlantismo está más vivo que nunca.
Hora y media después, ya cayendo la noche, caminó con Ángel por Avenida Insurgentes sin que ninguno de los dos atinemos a explicarnos muy bien que es lo que paso dentro de aquel estadio. Si en algún momento, cuando se tomo la decisión de mudar al equipo a Cancún, llegué a dudar si mantener o no mi afición, lo que pasó ayer me hizo estar más seguramente que nunca de lo que soy: un aficionado de hueso colorado del Atlante. Porque uno puede pretender o creer que ama; se puede decir que nuestra existencia pertenece a algo o a alguien, pero sin sentirlo de verdad. Yo, pasión como la de ayer nunca la había sentido. No necesito que nadie me diga que creo en ti, no necesito verte cada quince días si llevo su escudo dibujado en cada uno mis poros, si te respiro, si te pienso en todo momento. Amar es hacer inútiles las distancias, los problemas, los malos momentos. Amar es entregarse por eso que le da sentido a nuestras vidas. Ayer volví a enamorarme del Atlante, de aquí para siempre.
Sé que muchos visitantes de mi blog no leerán este texto, pues además de extenso no creo que conlleve gran interés para los demás. Sin embargo tenía que hablar de un día que se quedará para siempre en mi. Tenía que relatarlo, así como toda gran historia de amor se tienen que contar.
9 comentarios:
Viva el atlante carajo!, pero viva más Alianza Lima, compadre.
Gran post! Para nosotros, los amantes del fútbol. Un abrazo Gabriel!
awww!!! mi otro gran amor!!! el fut!!!
amo el futbol y entiendo esa sensacion que solo el que la ha vivido puede entender, esas ganas de que el dia no termine y la alegria y todo... no se puede describir, pero si entender
me mucho sentimiento el de este post
besos niño gabriel
Parece que le va bien al atlante a ultimas fechas, no es así? Yo, después del partido lluvioso me aleje un poco de las canchas. Ando en busca de otros amores, pero sin duda tengo ganas de regresar al estadio y gritar una que otra goya. Un día de estos será.
Pos yo también estuve ahí, la última vez que vi a mis potros fue aquella eliminación vs San Luis hace como año y medio, y el sábado, me quedé ronco de tanto gritar las porras, y los goles, ni se diga. Venga Atlante.
Sin duda uno de los grandes momentos que ha vivido el ATLANTE y sus seguidores.....como dice un amigo de PASION AZULGRANA que vive en Aguascalientes (desde alla vino al partido) "COMO VAS A SABER LO QUE ES LA VIDA SI NUNCA HAS SIDO ATLANTISTA" ......"ATLANTE ES EL SENTIMIENTO Y AZULGRANA LA PASION"
Caray Gabriel, tu crónica me hizo derramar más de una lágrima.
Yo veo al equipo sólo una o dos veces al año en Monterrey o Torreón y sentí lo mismo cuando le dieron la vuelta en el volcán y Nkong también regaló su playera. No éramos mayoría, ni mucho menos Pero se sintió bien que 15 atlantistas calláramos a 40 mil tigres.
Enhorabuena, sigue con ese amor sincero y vamos pa´alante todavía.
EL AZUL GALOPA EN MIS VENAS, EL GRANA EN MI CORAZÓN.
MANYA
Aficionados como tú, los fieles y verdaderos, hacen del fútbol el deporte rey.
Yo también tío, no puedo contenerme, es físico, inexplicable.
Bien por ti.
Acá veo el fútbol mexicano cuando puedo, pero sobretodo me gusta ver jugar a su selección por la garra que le ponen.
Felicitaciones para el Atlante, y que sigan los éxitos.
Muy buena crónica carnal.
El Estadio Azul tiene su encanto, es uno de los mas viejos de la ciudad y aunque resulte difícil de crer, cuando se construyó, se planeo que estuviera a las afueras de la ciudad.
Me da mucha envidia lo del Atlante, pero ya se sabe, uno no puede renegar de sus colores. He llegado a aceptar el hecho de ser Necaxista de la misma manera como quien se resigna a decir "si, no sé bailar cumbias, pero que se le va a hacer, así es la vida".
Saludos!
Ya quedó tu link desde mi blog
Changos!!! No sabía que le ibas al Atlante... Vaya que están jugando bien!!! Más que bien... Vertical, para adelante, dando espectáculo, ofensivos... Me gusta el Atlante de este torneo...
Alguna vez le fui al América, y le dejé de ir el día que corrieron a Benhacker... Cómo irle a un equipo que por berrinche de su presidente, se corre al entrenador que mejor los había hecho jugar... Decidí entonces ser el más grande antiamericanista que soy hoy.
Ojalá y no sea una llamarada de petate este Atlante de hoy.
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