“Esta no es una novela. Ni siquiera es un cuento (…) Se podría decir que es una historia de amor. Pero si solamente fuera eso, no habría valido la pena contarla”.
Con esas palabras Alessandro Baricco presentó en Italia su novela Seda, que al paso de los años se convertiría en su obra más representativa y exitosa, todo un Long Seller que desde entonces no ha dejado de venderse.
Si bien sabía quién era Alessandro Baricco, nunca me había propuesto leer alguno de sus libros hasta que hace unos meses acudí a su presentación en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Después de escuchar hablar a ese italiano carismático y ver la forma en la que cautivaba a sus lectores, me propuse darle una oportunidad a una de sus obras.
Por eso, no dude en comprar un ejemplar de Seda cuando me los topé en una librería. Lo primero que me sorprendió cuando tuve el libro en mis manos fue su brevedad: 125 páginas ¿Cómo era posible que una novela tan breve haya conquistado a tantos lectores alrededor del mundo? Si bien otras novelas breves como Aura, de Carlos Fuentes, Las Batallas en el Desierto de José Emilio Pacheco, o Pedro Páramo de Juan Rulfo son de mis favoritas, siempre desconfío cuando estoy por comenzar algún libro de extensión breve.
Desde sus primeros renglones me di cuenta que Baricco tiene razón al decir que esta historia está escrita con lo justo, sin ningún exceso. Minimalismo literario que no obstante, nos dice demasiado. Bastan unos minutos para entender la forma en la que el autor construye una narrativa muy peculiar y a la que nos acostumbramos de forma natural e imperceptible.
Seda se ubica en la segunda mitad del siglo XIX y narra un pasaje de la vida de Hervé Joncour, un hombre apacible, casado con una mujer de bella voz llamada Hélène. Él trabaja medio año como comprador y vendedor de gusanos de seda, mientras que el resto del año descansa.
Casi olvido mencionarlo: Los Joncour viven en Lavilledieu, un pequeño pueblo francés dedicado a la producción de tela.
Las cosas se complican cuando unas plagas afectan la reproducción de estos gusanos y hace que comiencen a escasear. Para solventar este problema, Hervé Joncour viajaba cada año hasta el norte de África por huevos de gusanos que llevaba de vuelta a Lavilledieu. Por desgracia, fue cuestión de tiempo para que la plaga alcanzara también al continente negro.
Es entonces cuando Baldabiou, uno de los hombres más sabios de Lavilledieu, le propone a Hervé ir hasta el Japón por huevos de gusano. En ese entonces, Japón era un terreno inhóspito y poco conocido que mantenía sus fronteras cerradas al resto del mundo.
De esta forma, comienzan a narrarse los distintos viajes que Hervé realiza hasta Japón y en los que se lleva medio año (6 meses de ida y 6 de regreso). A pesar de que siempre regresar cada primer domingo de abril y ser recibido de forma amorosa por su esposa, cada viaje a Japón va cambiándolo de un modo que ni el mismo comprende, llenándolo de una confusa nostalgia.
Me encantaría contar los motivos que van cambiando al protagonista, y ni que decir del inesperado y conmovedor final de la historia, pero no me perdonaría arruinarle la experiencia a quien no ha leído el libro.
Aún así, debo decir que Seda es una belleza de libro. Cada frase, cada idea, cada símbolo, forman parte de una hermosa sinfonía que no cesa hasta la última página. Jamás en mi vida había leído algo tan seductor y a la vez poético, musical y armónico.
Es difícil catalogar a Seda, pues por más que esté cargada de romanticismo no es una historia de amor; tampoco es un libro sobre viajes, aunque el protagonista atraviese el mundo varias veces; mucho menos es una novela sobre ternura y erotismo, por más que sus protagonistas transpiren estos sentimientos.
Seda es todo eso y a la vez es algo muy distinto: Una historia que debía ser contada pues narra la vida de un hombre de esos que prefieren asistir a su propia vida y que considera improcedente cualquier aspiración por vivirla.
Así de compleja y bella es esta novela.
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