lunes, 20 de enero de 2014

La casa de la abuela


Por cuestiones de la vida tuve que mudarme por unos días a casa de mi abuela.

Bueno, la verdad es que el baño de mi casa se tapaba mucho y tuvieron que arreglar la tubería. Por eso me fui a vivir a casa de mi abuela. Y es que desde mi punto de vista, no hay nada peor que no tener un WC funcional en casa. Puedo quedarme sin luz, sin internet, sin gas… pero no sin baño. ¡Pus cómo! ¡Para mi la hora de sentarme en el trono es sagrada! Es más, soy de esas personas que sólo hacen con tranquilidad si están en la tranquilidad de su hogar. 

Total, que en lo que levantaban el mosaico, cambiaban las tuberías y ponían otro excusado (que sea capaz de aguantar las arduas batallas a las que a veces lo enfrento), pues me vi obligado a buscar un hogar en el cual poder bañarme y hacer del uno y del dos. Por eso, aprovechando que mi abuela se iría de vacaciones por semana a tierras acapulqueñas, pues cambié de hogar por unos días. 

En sí, mi casa y la de mi abuela están a unos cinco kilómetros de distancia. Si Viaducto no tiene tráfico el camino entre un punto y otro se recorre en unos 15 minutos. Aún así, el vivir en ese sitio fue una experiencia rara.

Empezando por el tamaño: la casa de mi abuela es grande. No es una mansión, pero tiene patio, jardín, cuatro baños, cuatro cuartos, un despacho, tres salas, dos comedores, una alacena, un oratorio (es que mi abuela es muy creyente, ya ven, así son los viejitos), una mini biblioteca, un cuarto ‘para la criada’, una cantina, una jardinera y mucho más.

La casa de mi abuela es como un museo. A causa de los años, cada cuarto está lleno de fotografías de toda la familia, algunas verdaderamente antiguas y en las que aparecen personas a las que nunca conocí. Hay cuadros viejos, objetos antiguos, muebles de hace varias décadas y juguetes terroríficos. Sí, terroríficos. Al menos en el cuarto donde dormí estos días había dos muñecas de hace como 40 años o más, bien gachas y con cara horrible. Una hasta tiene una lágrima en el rostro. 

La casa de mi abuela es extremadamente fría. De las cinco de la tarde en adelante se convierte en un congelador. No importa que afuera sea un día soleado y que haga un calor de los mil demonios, adentro es una extensión de Siberia. Levantarme de madrugada y bañarme en esas condiciones, antes de irme a trabajar, era todo un infierno. 

La casa de mi abuela es como una fortaleza anti-comunicación. Adentro ningún celular tiene señal, mucho menos internet, por lo que esa es una especie de zona de silencio, en la que el único contacto con el mundo exterior es por medio del teléfono convencional. 

La casa de mi abuela impone cuando estás solo en ella, más si es de noche. Podría pensarse que en un lugar así espantan, pero nunca me ha pasado nada sobrenatural. La casa de mi abuela aún tiene muy impregnada la presencia de mi abuelo, a pesar de que murió hace casi un año. Por cierto, precisamente fue él quien la construyó, toda la idea de cómo fue distribuida fue suya. 

La casa de mi abuela es como la de los Buendía, de Cien Años de Soledad, una hogar por el que han pasado varias generaciones y que sigue en pie, pero que poco a poco va mostrando señales de deterioro. La casa de mi abuela es donde cada año paso la Navidad y otras festividades familiares. Es parte de mi vida y también tengo cientos de recuerdos en ella. 

La casa de mi abuela fue mi casa por unos días, pero ha sido mi hogar siempre. 

Es bueno tener un lugar al cual siempre volver.

2 comentarios:

Partido Social Player dijo...

aunque la casa de mi abuela no es tan grande, tambien es fria y da aires de ser tenebrosa, pero cuando la conoces bien te das cuenta que no.. agradable lectura...

Unknown dijo...

la casa de mi abuela... es una frase que nunca usaré, pero si me gustaría que el hijo(a) de mi hija lo diga y lo digan con tanto urgullo como lo haces tú, me gusto la comparación que haces con la casa de los buendia, si que debe ser grande y antigua, solo espero que nadie en tu familia tenga cola de cerdo,(broma sarcastica) saludos desde Perú.