lunes, 8 de octubre de 2012

Mi odio por los viejitos cantantes y románticos de los restaurantes


Son como una plaga que me persigue. De hecho podría jurar que siempre se trata de la misma persona, que desde hace años me sigue en distintos lugares. La voz y apariencia de siempre, además de ese buen tino para sacarme de quicio aunque yo no lo quiera.

Estoy hablando de los famosos ‘viejitos románticos cantantes’, esos que irrumpen en los restaurantes para amenizar la ingesta alimenticia de los clientes. Tienen el mismo look: pelo canoso, bigotito delgado, voz chillona y sufrida, guitarrita de madera, traje elegante.


Para ser honestos, éste tipo de señores me vuelven loco, me exasperan.

Sí, ya sé que estoy mal por quejarme de ellos, que cantar en restaurantes es un trabajo digno, y que debería comprenderlos e incluso ayudarlos. Todo eso lo entiendo, pero es que de verdad ¡¡¡no los aguanto!!!

Es más, ni siquiera entiendo su función en la vida. ¿O acaso ustedes ven necesario comer mientras un viejito con voz chillona interpreta canciones melosas que nomás la gente de 50 años pa’ arriba conocen?

O qué ¿si no comemos escuchando al viejito cantante del lugar no hacemos bien la digestión?

¿Acaso estos viejitos cantantes creen que la gente disfruta sus cánticos rancios?

¡¡¡Pues no!!!

Por desgracia tengo una especie de imán para atraerlos. Llevo años viviendo estos encuentros, casi siempre en restaurantes de comida corrida. Para no ir más lejos, la foto de este post la tomé el sábado pasado mientras comía.

Llegó a un restaurante, pido mis alimentos y justo cuando empiezo a disfrutarlos con calma, escuchó el primer guitarrazo… y hay vale gorro todo. Me pongo de malas y la comida me sabe desabrida. Más cuando el viejito romántico termina de cantar y la gente le aplaude. Yo no lo hago, pues siento que hacerlo es como darle de comer a un perrito callejero al que después de alimentarlo ya no te lo quitas de encima.

Lo malo es que la demás gente sí lo hace.

También sufro cuando el viejito romántico en cuestión se acerca a la mesa a preguntar si queremos alguna canción. Intento fingir demencia y contestar educadamente ‘no gracias’, pero nunca faltan las personas que sí lo hacen y hasta le hacen la platica (casi siempre señoras y señores ya entrados en años).

Sé que mi forma de pensar en estos momentos debe parecerles repugnante. Deben pensar que soy un mounstro. Y no los culpo, soy un desgraciado por odiar a los viejitos cantantes, pero es que me caen muy gordos. Demasiado diría yo.

La verdad, yo les pagaría, pero para que se fueran y me dejaran comer en paz. Pero eso nunca pasa y a donde voy me acompaña la maldición de los viejitos cantantes. Quizá sea una señal del destino ¿acaso el destino me castigará y me convertiré en un viejito musical dentro de unos años?

Por si las dudas, ya me estoy aprendiendo las canciones de Los Dandy, Los Panchos y demás cosas de esas que pasan en El Fonógrafo. Total, romántico ya soy.

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