Nunca me molesté en escuchar su música, o al menos eso
pensaba. Sabía de la existencia de ambos, así como de la fama y prestigio del
que cada uno goza, pero jamás indagué más allá de lo básico sobre ellos. Como
un restaurante por el que uno pasa una y otra vez sin interesarse en entrar, y
el día que por azares del destino lo hace, queda cautivado por la sazón de la
comida, y justamente se recrimina el no haberse aventurado antes en aquella
fiesta de sabor.
Así me pasó con Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, a
quienes hace apenas unas horas vi en concierto, y por quienes quedé gratamente
sorprendido.
Confieso que la idea de asistir a una presentación de
ambos nunca me cruzó por la cabeza. Fue Tania (quien además de novia también
cumple en mi vida la función de guía en los rubros del cine y la musical), la
que me convenció de ir al show de Serrat y Sabina. El día que fuimos a recoger
los boletos para el concierto de Alejandro Sanz
, se enteró que aún había
entradas para ver a las dos leyendas españolas y no se lo pensó dos veces. Las
compró y hoy se lo agradezco.
Por cierto, la gira lleva por título "Dos pájaros
contraatacan". No sabía sí aquello era albur u homenaje a los Angry Birds.
¿Cómo se va a un concierto del que uno sabe apenas nada
(o eso cree)? Y es que salvo "El boulevard de los sueños rotos"
o "Cantares"
, a mi mente no venían otras canciones de ellos. Reconocía sus voces, sí, pero no la historia
ni las batallas que las precedían. Por lo tanto esa noche, para bien o para
mal, sería un constante descubrimiento del que no sabía si saldría bien
librado.
La velada comenzó con varias sorpresas. Para empezar,
unos minutos antes de llegar al Auditorio Nacional, el hasta entonces muy
fluido tránsito se convirtió de la nada en un embotellamiento mortal. Nunca
antes, y miren que he ido a muchos conciertos en ese recinto, me había tocado
tanto tráfico para poder entrar al estacionamiento. Nos llevó media hora
recorrer unos cuantos metros. Por fortuna habíamos salido con tiempo y aquel
retraso jamás previsto no mermó nuestros planes.
El público era otra cosa digna de resaltar. Si en el
concierto de Emmanuel dije que había asistido a mi primer concierto "pa' ñores", la presentación de Serrat-Sabina superaba notablemente el promedio
de edad del público. Mucha gente mayor, rozando o superando la tercera edad.
También había adultos contemporáneos y algunos jóvenes. La mayoría con
apariencia intelectual y con aspecto de pertenecer a la clase media alta. No
podía sentirme más fuera de lugar. Algo dentro de mí insinuaba que la noche
corría el riesgo de ser aburrida.
Basto que el concierto empezara puntualmente para
descubrir que todos mis prejuicios habían sido erróneos. Pensé que Joan Manuel
Serrat y Joaquín Sabina eran dos viejitos cagengues que saldrían solamente a
cantar sus canciones, recitar algún pensamiento y San- Se-Acabó. Sin embargó,
apenas se apagaron las luces, dos alegres pájaros animados aparecieron en las pantallas
del escenario. Cada uno representaba a uno de los cantantes, quienes con sus
propias voces, en un par de diálogos me robaron varias carcajadas a mí y al
resto de los miles de espectadores presentes.
Entonces irrumpieron ambos en el escenario. Bienvenidos a
mi vida, a mis oídos y a mis ojos señor Serrat y señor Sabina. Dueños del
escenario ambos derrochaban una vitalidad y energía que no he visto en otros
intérpretes más jóvenes. Esos dos locos bailaban, subían y bajaban.
Improvisaban canciones en el acto, y se daban tiempo para interactuar con los
asistentes.
Un día después sigo sin saber qué disfruté más del
concierto, si las canciones o esos intervalos en los que juntos o separados,
ambos intérpretes comenzaban a charlar y a criticarse mutuamente. Aquello era
un festival de risas, de buen humor, de inteligencia y rapidez mental. Ni que
decir de la letra de las canciones algunas tan poéticas y literarias que
podrían encajar perfectamente entre los párrafos de una novela o poema
entrañable.
Por una noche el Auditorio Nacional era una mezcla
excelsa de un Stand Up Comedy de alto nivel con un recital literario. Una noche
de tertulia entre dos artistas que antes de eso, son amigos. En el transcurso
de la velada descubrí que aquellos dos no me eran tan ajenos. Algunas de sus
canciones las había escuchado otras veces, incluso me vinieron recuerdos de mi
niñez en las que esas mismas melodías eran puestas por mi papá algún sábado por
la mañana mientras lavaba el auto o cuando viajábamos en carretera.
Escuché todo el concierto atento. Como quien no quiere
perderse una sola frase dicha por miedo a que la genialidad le pase de largo.
Gracias a Tania, que ocasionalmente me hacía comentarios sobre las canciones,
aquel momento se hizo aún más disfrutable.
Otro detalle digno de resaltar fue la banda que acompañó
a estos dos pajarracos. Entusiasta y virtuosa, intuitiva en los momentos clave
y con un ‘punch’ que adornaba y vestía las canciones ya de por sí maravillosas.
La escenografía también fue muy acertada, sin ser nada del otro mundo hacia que
uno se internará aún más en la atmósfera de un mundo creado por la locura y
sentimiento de un Serrat más meticuloso y calmado, y un Sabina que es un
reverendo desmadre.
Uno se da cuenta que disfruta mucho un concierto cuando
sin darse cuenta lleva tres horas presenciándolo y aquello apenas parece un
instante. Esos desquiciados se despidieron varias veces del escenario, pero
volvieron impulsados por un público que, vaya contradicción, tenía la vitalidad
de unos quinceañeros. Algo pasa con este tipo de figuras longevas cuyas presentaciones
son eternas y eso se agradece. Así fue con Paul McCartney en el Zócalo
, así fue
con Serrat y Sabina en el Auditorio Nacional (guardando las distancias, claro
está).
Al final los pájaros quedaron desplumados y finalizaron
la velada poco antes de media noche (el concierto comenzó a las 8). Vi a dos
niños con alma de poetas divertirse en el escenario. Al final valió la pena
haber estado en la última de esas siete presentaciones que cimbraron el Coloso
de Reforma. En la literatura nunca es tarde para acercarse a los clásicos, en
la música pasa lo mismo.
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