Son como una plaga que me persigue. De hecho podría jurar
que siempre se trata de la misma persona, que desde hace años me sigue en
distintos lugares. La voz y apariencia de siempre, además de ese buen tino para
sacarme de quicio aunque yo no lo quiera.
Estoy hablando de los famosos ‘viejitos románticos
cantantes’, esos que irrumpen en los restaurantes para amenizar la ingesta
alimenticia de los clientes. Tienen el mismo look: pelo canoso, bigotito
delgado, voz chillona y sufrida, guitarrita de madera, traje elegante.
Para ser honestos, éste tipo de señores me vuelven loco,
me exasperan.
Sí, ya sé que estoy mal por quejarme de ellos, que cantar
en restaurantes es un trabajo digno, y que debería comprenderlos e incluso
ayudarlos. Todo eso lo entiendo, pero es que de verdad ¡¡¡no los aguanto!!!
Es más, ni siquiera entiendo su función en la vida. ¿O
acaso ustedes ven necesario comer mientras un viejito con voz chillona
interpreta canciones melosas que nomás la gente de 50 años pa’ arriba conocen?
O qué ¿si no comemos escuchando al viejito cantante del
lugar no hacemos bien la digestión?
¿Acaso estos viejitos cantantes creen que la gente
disfruta sus cánticos rancios?
¡¡¡Pues no!!!
Por desgracia tengo una especie de imán para atraerlos.
Llevo años viviendo estos encuentros, casi siempre en restaurantes de comida
corrida. Para no ir más lejos, la foto de este post la tomé el sábado pasado
mientras comía.
Llegó a un restaurante, pido mis alimentos y justo cuando
empiezo a disfrutarlos con calma, escuchó el primer guitarrazo… y hay vale
gorro todo. Me pongo de malas y la comida me sabe desabrida. Más cuando el
viejito romántico termina de cantar y la gente le aplaude. Yo no lo hago, pues
siento que hacerlo es como darle de comer a un perrito callejero al que después
de alimentarlo ya no te lo quitas de encima.
Lo malo es que la demás gente sí lo hace.
También sufro cuando el viejito romántico en cuestión se
acerca a la mesa a preguntar si queremos alguna canción. Intento fingir
demencia y contestar educadamente ‘no gracias’, pero nunca faltan las personas
que sí lo hacen y hasta le hacen la platica (casi siempre señoras y señores ya
entrados en años).
Sé que mi forma de pensar en estos momentos debe
parecerles repugnante. Deben pensar que soy un mounstro. Y no los culpo, soy un
desgraciado por odiar a los viejitos cantantes, pero es que me caen muy gordos.
Demasiado diría yo.
La verdad, yo les pagaría, pero para que se fueran y me
dejaran comer en paz. Pero eso nunca pasa y a donde voy me acompaña la
maldición de los viejitos cantantes. Quizá sea una señal del destino ¿acaso el
destino me castigará y me convertiré en un viejito musical dentro de unos años?
Por si las dudas, ya me estoy aprendiendo las canciones
de Los Dandy, Los Panchos y demás cosas de esas que pasan en El Fonógrafo.
Total, romántico ya soy.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario