Algo tiene este verano que no me sabe cómo debería. Si no
fuera porque el calendario me dice que estamos a mediados de julio, simplemente
pensaría que estamos en octubre o febrero. No sé si sean los días nublados y
hasta fríos que se han apoderado de la ciudad, o si influye el que en estos momentos
debería estar en Acapulco (como lo hago cada que cae la semana número 28 de cada
año) y no en el Distrito Federal, que a últimas fechas tiene un clima
londinense.
Sin saber bien el motivo, estos días me parecen muy
diferentes a esos que solía vivir hace años. Recorrer el parque con mi perro
mientras respiro en el olor a tierra mojada y veo todo vacio trae a mi mente cómo
eran mis veranos de hace años, cuando era un adolescente y las tardes parecían
eternas de tantas cosas que tenía que hacer. O quiero decir hacíamos, pues en esa
aventura siempre estuve acompañado.
Claudio, Huriat, Jony, ‘Monchito’, Rodrigo, Felipe,
‘Chucho’… no quiero olvidar a nadie porque todos hacían que un verano fuera la
mejor época del año. Pararse temprano, desayunar y prepararse para ir al parque
a jugar futbol. Estar bajo los rayos del sol o los fuertes aguaceros persiguiendo
un balón por horas. Volver a casa sudado y enlodado para simplemente comer algo
y volver nuevamente a la cancha, listo para otras horas de diversión. Ganar,
perder, ser defensa, ser portero, jugar ‘gol para’, enojarme y decirme de cosas
con alguno de mis amigos, enfrentar a otras retas con el firme propósito de
demostrar que éramos los mejores.
Pensar en mis amores platónicos cuando iba por el balón o
entre jugada y jugada darme el lujo de que mi pensamiento escapara hacia esa
musa que ocupaba mi pensamiento y cuyo nombre cambiaba, pero no las ganas de
que mis sueños de amor se hicieran realidad. Imaginar que me topaba con alguna
de ellas en la calle, o que de repente pasaba justo en el momento en el que
hiciera un atajadón o metiera un gol de fantasía. Y de repente salir de tu
sueño porque te acaban de meter gol y todos los de tu equipo te reclaman.
Después ir a casa de Jony a tomar cantidades industriales
de agua de sabor (todo mediante unos polvos saborizantes) y hacer palomitas o
chicharrones de harina. Por las noches ir al cine en grupo o a veces ir a
caminar al centro comercial o pasar las horas platicando de tonterías en la
calle.
Así eran mis veranos, esos que hoy, muchísimos años
después comienzo a extrañar no sé si por lo bien que me la pasé o porque no se
volverán a repetir. Esas tardes sin preocupaciones en las que bastaban tus
amigos y las horas libres para hacer de cada día una aventura. Conquistar cada
parque o cancha en la que jugábamos, hacer chistes, ir acumulando recuerdos que
hoy trató de atesorar en lo más profundo de mi mente para que no se vayan.
Y no es que hoy mi vida esté mal, pero esa atmosfera de
un verano de finales de los noventas y principios de este siglo se ha vuelto
muy diferente. Es como si en diez años el mundo entero hubiera cambiado y con
ello nos cambiara a nosotros, a quienes juntos vivimos muchas de las mejores
horas de nuestras vidas.
Hoy salí de nuevo al parque. Se ha formado un nuevo grupo
de amigos de la calle en la que vivo. Tendrán unos 16 años. Iban de un lado a
otro platicando y haciéndose bromas. Los envidié en secreto. Algún día ellos
estarán en mi posición.
Sé que es julio porque me encuentro recordando los meses
de julio de otros años. Por alguna extraña razón esos veranos han estado
rondando mi cabeza a últimas fechas. Que le va uno a hacer, a veces eso de
extrañar me pega muy fuerte.
Este verano se me pintó otoñal. El otro año ya Dios dirá.
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