Me acompaña desde hace más de diez años. No lo hace diario,
sino sólo en ocasiones especiales. Quizá por eso la asocio inmediatamente a
esos días, y sobre todo noches, en las que mi vida ha quedado marcada para bien
o para mal. Hablo de la loción para hombres de Tommy Hilfiger.
Sé que suena tonto y de lo más ridículo dedicarle un post
a una fragancia comercial, pero para ser sincero, desde hace mucho me resulta
imposible separar esta aroma a muchos de mis recuerdos. Todo comenzó en el
2002, cuando entre los obsequios que mi mamá me trajo del extranjero se
encontraba una caja de la versión masculina de Tommy Hilfiger. Ella me contó
que en cuanto la olió pensó que era ideal para mí. Después de abrirla y dudando
un poco de su buen gusto me rocié un poco, y saben, me gustó.
Días después mi tío Miguel supo de mi regalo y dijo que
laboral y socialmente hablando era adecuado usar alguna fragancia para dejar
una buena impresión. Me pareció un buen consejo pero no lo seguí al pie de la
letra. Nunca antes había usado ningún tipo de perfume que fuera “propiamente mío”,
y la idea de usarlo a diario mi regaló me parecía absurdo.
¿Para qué si hoy sólo veré a mis amigos hombres?
¿Para qué si es un día común de escuela y por cierto, me
aburriré dos horas en la tediosa clase de francés?
Decidí entonces usar mi loción sólo cuando la ocasión lo
ameritara. Así me educaron, ¿qué quieren que haga? Toda mi existencia había
observado a mi papá poniéndose sus perfumes más finos antes de alguna fiesta elegante.
Él mismo me inculcó esta idea: la elegancia debe estar acompañada de una buena
fragancia. Lo recuerdo rociándome el contenido de alguno de sus frascos carísimos
antes de alguna Navidad o Graduación, así como decirme, antes de algún viaje de
práctica en mis años de preparatoriano, que me llevará una de sus lociones
"por si una noche salía en a la discoteca".
Por eso, desde hace diez años sólo saco la Hilfiger
cuando la ocasión es lo suficientemente especial. Obviamente la voy reponiendo
cuando se acaba, no crean que el mismo frasquito me ha durado tanto. Nunca he
sabido un carajo de perfumes. Desconozco si es la mejor fragancia, o la más
cara, o si está de moda. Sólo sé que usarla es un detonante para saber que ese
día está llamado a ser importante.
Tommy Hilfiger ha estado presente en varios momentos
entrañables de mi vida, como también en muchas de mis derrotas. Estuvo en esas
fiestas de universidad en las que me divertí como un loco, pero también en esas
salidas a algún tugurio en el que las cosas no salieron como esperaba y terminé
con el corazón roto. En fiestas familiares, en mi desastroso viaje de
graduación acapulqueño en el que todo fue un fiasco y en mis borracheras más
memorables.
Hasta la fecha, oler uno de estos perfumes es como
subirme a un vertiginoso tobogán de emociones. Ahí están las reuniones en casa
de mi amigo Ángel, la emoción de ir apestando con ese aroma el interior de mi
auto mientras me dirigía a mis citas con la noche y sus aventuras. Ese olor también
me remite a esas madrugadas de cruda moral y de desamor, en las que apenas
soportaba la aroma de mi loción mezclada con el olor a tabaco y alcohol.
Fracaso amatorios, momentos sublimes en los que los
astros se alinearon para que un día fuera sublime, bodas, bautizos, comuniones.
Compromisos de trabajo. Ilusiones quebradas, esperanzadores encuentros. Muchos
celos, rabia y lágrimas. También besos y risas sinceras. Todo eso esconde la
esencia que contiene un frasquito de Tommy Hilfiger. Parece mentira que gran
parte de mi pueda guardarse en partículas de alcohol y viajar por el aire en
forma de olor.
Siempre tengo mi loción Tommy, lista para cuando sea necesario
agregar otro momento digno de inmortalizarse en mi álbum aromático de
recuerdos.
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