viernes, 28 de junio de 2013

Meniscopatia, o por qué hacer ejercicio NO es saludable


“Meniscopatia en la rodilla izquierda”, ese fue el diagnostico al que llegó el médico ortopedista después de revisarme.

Quienes me conozcan o lean este blog estarán enterados de mi situación. Si no, les cuento: Hace varios meses empecé a correr y hasta participé en mi primer carrera. Eso de la corredera empezó a gustarme tanto, que por lo menos lo hacía una vez a la semana. Una vez me entró la loquera, corrí 8 kilómetros de un jalón (cosa que nunca había hecho) y por la tarde comenzó a dolerme la rodilla izquierda. A la semana siguiente volví a correr y me dolió la misma rodilla. A la semana siguiente volví a intentar correr y nuevamente me dolió la rodilla y así por un mes. Entonces decidí buscarle solución.

Desesperado recibí varios masajes por parte de un huesero que me dio mis buenas madrizas tronadas. Intenta correr nuevamente y el dolor volvió. Por lo tanto, mejor acudí con un doctor ortopedista, quien después de revisarme me comunicó que lo más probable era que mi padecimiento fuera una meniscopatia. Y la verdad es peor de lo que pensaba.

Resulta que mis meniscos se lastimaron por haber tenido un despliegue físico fuerte sin estar preparados para ello. Generalmente se soluciona con una operación, pero como en mi caso no estoy tan lesionado, con terapias y reposo podría recuperarme en unos dos meses. De no quedarme quieto, entonces podría lastimarme más, y ahora sí, la operación sería inevitable.

Obviamente me saqué de onda. Pensaba que me mandarían una pastillitas y listo, podría seguir corriendo como si nada. En cambio, además de asistir a terapia y usar rodillera, dejaría de correr por un espacio de dos meses, con lo cual me perdería dos carreras para las que ya me había inscrito. Confieso que me deprimí y por un par de horas me sentí profundamente triste y hasta chillé cuando estaba a solas en mi cuarto.

¿No que el ejercicio es saludable y trae muchos beneficios? En mi caso sólo amoló mi estado físico, me trajo gastos y mucha frustración.

Hasta ahora he ido a dos sesiones de terapia, donde me colocan toallas calientes en la rodilla, me colocan unos aparatos que me dan pequeñas descargas eléctricas y me ponen a realizar varios ejercicios que cada vez me confunden más, y me hacen preguntarme continuamente si realmente me curaré y volveré a correr.

La terapista dice que casi no tengo fuerza en mi pierna izquierda y de hecho se sorprende de que no sienta dolor todo el tiempo y no sólo cuando corro. Dice que mis movimientos con esa pierna son mucho más pesados y torpes que con la otra pierna. (Perdón por el comentario, pero durante la terapia me siento como niño de anuncio del Teletón).

Por lo pronto no me queda de otra más que guardar el mes de reposo, ver desde las gradas las dos carreras en las que participaría y seguir con mis terapias, rogándole al mismo tiempo que esa meniscopatia se vaya de la misma forma en la que llegó.

Sólo por ser mis amigos les confieso que a veces me entra la duda de qué el diagnostico del médico haya sido el correcto. Me niego a creer que por correr me haya hecho acreedor a una lesión que incluso podría terminar en una operación. ¿Ahora bien, por qué tengo una pierna más débil que la otra? Ni la terapista se lo explica. ¿Estaré chueco, torcido o de plano estoy embrujado?

Este domingo tenía una carrera y me duele en el alma no correrla. Dentro de un mes tengo otra en la que tampoco participaré. Espero que sean las últimas dos veces en las que me quedé al margen.

En fin, si algo me queda claro es que hacer ejercicio y llevar una vida saludable no me ha traído más que dolores de cabeza.  

lunes, 24 de junio de 2013

Y así, Internet nos salvó del desamor (Parte 2 de 2)


1. Del Messenger, Facebook, las tarjetas virtuales y otras maravillas

¿Cuántos de ustedes se han visto beneficiados por Internet con fines amorosos?

Quien ahora escribe estas líneas confiesa haber pasado varias noches charlando por Messenger (Q.E.P.D) con sus compañeras de clase. Varias veces me animé a invitarlas a salir por medio de este sistema de mensajería instantánea. Cómo olvidar los nervios que daban cuando después de formulada la invitación, en la pantalla aparecía el mensaje <<’Fulanita de tal’ está escribiendo un mensaje>>. En el caso de que la susodicha aceptara, había felicidad absoluta. En caso contrario, no pasaba nada, de aquel asunto no se enteraba casi nadie (a menos que la invitada en cuestión fuera una hija de la fregada e hiciera el asunto público, pero esto al menos a mí nunca me pasó).

Mandar postales electrónicas, pensamientos y cartas románticas ya no requería toda una logística. Antes había que hacer una letra más o menos legible sobre el papel, comprar un sobre, entregarlo, esperar el momento adecuado para entregarlo, rogarle a Dios que ninguno de tus amigos burlones viera esa carta porque estabas destinado a semanas de risas a tus costillas. Ahora, basta un clic para hacer llegarle tus sentimientos a la persona que quieras.

Repito, viví ambas etapas. Mandé cartas en papel y también de manera electrónica. De entrada quizá a ellas les parezca más romántico recibir una carta de forma física, pero si el contenido de la misma no tiene substancia, entonces una postal o correo enviado desde la web y con el mensaje correcto puede ser más efectivo.

Dicen que el mundo es de los valientes y sí, pero también lo es de quienes saben sacarle provecho a la red.

Antes, enamorarse era aun más complejo que ahora. En cuanto uno caía idiotizado por otra persona, debía acercarse a ella haciendo acopio de valor. Repito, este reto era todo un goce para los valientes y aventureros que gustan de arriesgarlo todo. ¿Pero y los calculadores e introvertidos?

No había de otra, uno debía hacer acopio de coraje y acercarse. Intentar seducir a la otra persona, averiguar si tiene o no novio, sufrir en su ausencia pensando ¿qué estará haciendo?

Ahora las cosas no han cambiado mucho, pero sí son menos complejas. Con tan sólo tener el nombre de nuestra prospecta, uno sólo necesita del Google para obtener información sobre ella. En Facebook podemos ver si tiene o no pareja, la vida a la que está acostumbrada, sus gustos y afinidades, y el círculo de amigos y lugares que frecuenta. Si tiene blog o Twitter, uno puede enterarse más del día a día de esa persona y de su forma de pensar, así como saber si tiene el corazón roto, está clavada con otro o si se encuentra abierta a encontrar el amor.


Todo esto de andar espiando al objeto de nuestros deseos amorosos, antes era mal visto. Ahora también, pero está de moda y hasta tiene un nombre: Stalkeo.

Hoy los enamoradizos pueden regalar canciones vía online, declararse por medio de videos. Se puede charlar viendo la imagen de otra persona usando Skype y mandar emoticones. Si de plano no pescamos ni un resfriado, siempre nos quedarán los sitios de citas en línea como Match.com.

El otro lado de la moneda es cuando esas mismas herramientas que nos ayudaron a conquistar son las mismas que pueden hundirnos y llevarnos a una ruptura. Por ejemplo, es bien sabido de muchos casos en los que una pareja rompe debido a fotografías o publicaciones en el muro de alguno de los dos.

Al consolidarse una ruptura, la cercanía que las redes sociales siguen permitiéndonos con la otra persona hace que el duelo se supere más tardíamente. Ya ven, nos gusta tirarnos al drama y echarle más limón a la herida viendo lo bien que se la pasan nuestros ex sin nosotros.

2. El lado obscuro del amor virtual

Todo en la vida tiene claroscuros. La búsqueda del amor auxiliándonos del Internet no es la excepción. Lamentablemente cada vez son más los casos de delincuentes y maleantes que usan las redes sociales y las salas de chat para enganchar a jóvenes para extorsionarlos o incluso plagiarlos. No se trata de satanizar las relaciones que se dan vía online pues lo mismo puede ocurrirnos “en el mundo real”, pero bien vale la pena tener cuidado con cualquier persona que se acerque a nosotros por este medio, sobre todo si se trata de desconocidos.

Sólo se trata de estar atentos y no caer en excesos de confianza.


3. El amor no cambia, sólo se transforma

Al final cada quién habla cómo le fue en la feria. No dudo que haya quién sea capaz de ligar y encontrar el amor sin recurrir a Internet, aunque en estos tiempos, es casi imposible que alguien menor de 30 años no se haya ayudado de la tecnología online para conseguir algún fin amoroso, y claro, a veces sexual, pero ese es otro tema.

En ningún momento estoy en contra de enamorar a otra persona frente a frente; nada se compara con un intercambio de miradas en un bar, con abordar a quién nos gusta en una fiesta o con vivir la adrenalina de regalar un ramo de flores. Sin embargo, hoy en día aquellos que estábamos condenados a luchar en contra del desamor, ahora tenemos un gran aliado para salir de esa condición: el Internet.

Una vez que el amor salta de los monitores, los tablets y los smartphones al mundo real, Internet seguirá estando presente. Ya sea para mantener a las parejas comunicadas o para causar malentendidos. Es algo inherente al humano.


*** Texto de mi autoría, publicado originalmente en Sopitas.com

jueves, 20 de junio de 2013

Y así, Internet nos salvó del desamor (Parte 1 de 2)


1. Y así, Internet nos salvó del desamor

"Como sabemos, en cosas de amores lo común es fracasar”, dice Ramón Córdoba al inicio de su novela ‘Ardores que matan (de ganas)’. A esta frase yo agregaría: “… y lo era aún más cuando no había Internet”.

Solemos enfocarnos en los avances que la llegada del Internet trajo en materia productiva, musical, económica y de entretenimiento, por citar sólo algunos. Pero, ¿cómo cambió la llegada del Internet la forma en la que nos relacionamos sentimentalmente? Los conservadores dirán que el amor sigue siendo para los valientes que se atreven a buscarlo sin importar los rechazos. Permítanme diferir.

Provengo de una generación partida. Prácticamente la mitad de mi vida la viví aun fuera del gran boom de Internet. Por lo tanto, tengo una idea de lo que era el mundo “sin estar conectados”. Con la llegada de esta red virtual nada volvió a ser igual… ni siquiera el amor.

2. La vida sin Internet

Tengo muchos recuerdos de mis fracasos amorosos. Uno de ellos viene desde tercero de primaria. Al igual que el resto de mis compañeros de salón estaba enamorado de Mónica. Mi amor por ella estaba condenado a la deriva: yo era un niño gordo, tímido y con nula habilidad para hablarle a una niña. Además mi Dulcinea era la niña más guapa de la escuela y traía tras de sus huesos a otros 20 pelados (sin albur). Aun así, pensaba que no era imposible que Mónica fuera mi novia.

Durante tres días estuve planeando cómo declararle mi amor a Mónica y madrugar al resto de mis competidores. Sería a la hora del recreo, antes de que Mónica se reuniera con sus amigas para jugar a las Barbies. El primer día fui decidido hacia ella, pero cuando se volteó y me miró preferí seguir de frente, preso de un miedo que nunca había sentido. Aunque por dos semanas hice el intento de volverme valiente y abordarla, nunca logré intercambiar ni una palabra con ella. Al próximo curso los papás de Mónica se mudaron y jamás la volví a ver.

Esta historia típica de un loser se repetiría infinidad de veces en los años venideros. Me pasó con Beatriz en sexto de primaria. Un 14 de febrero le regalé un Gato Garfield de chocolate a la hora de la salida, cuando ya no había nadie en el salón, salvo el maestro, que metió su cuchara y frente a ella me preguntó sí Bety me gustaba. Le dije que no y salí corriendo como un vil cobarde.

También fracasé con Jazmín. Ella vivía a una calle de mi casa y cada tarde iba al parque de la esquina a espiarla cuando salía a jugar con sus amigas. Sólo sabía su nombre. No tenía forma de averiguar nada más de ella ¿Acercarme a sacarle información a sus amigas? Impensable, me comerían vivo (aunque de eso pedía mi limosna).Entonces entré a una secundaria de varones. Mi contacto con mujeres de mi edad y prospectas de novia era nulo. Así pasé varios años de obscuridad… hasta que Internet llegó a mi rescate.


3. El invento que cambió la vida de los solitarios

Estoy seguro que la historia de los párrafos anteriores la comparto en menor o mayor medida con otros miembros de mi generación.

Claudio fue el primero de mis amigos que tuvo Internet en su casa. Cuando nos invitó a ver de qué se trataba muchos quedaron fascinados con la posibilidad de jugar en línea, otros con las imágenes de mujeres encueradas que podían encontrarse con sólo dar un clic, y otros con la posibilidad de escuchar y bajar canciones en línea. En cambio, a mí lo que me sedujo fue cuando mi amigo entró por un momento a una sala de chat. Claudio nos mostró cómo podía platicar en tiempo real con chicas de nuestra edad, las cuales no sólo vivían en nuestra propia ciudad, sino también en otros estados y países. Aquello me pareció una maravilla.

Con el pretexto de que tenía tarea, cada tarde le pedía dinero a mis papás para ir al café internet. Ahí pasaba horas platicando con otras chicas (espero que hayan sido chicas). Me enamoré de algunas. Con algunas intercambiaba mi dirección de correo electrónico e incluso me atreví a teclearles uno que otro piropo. Aquello no era propiamente nada, pero a mí me sabía gloria.

Tantas tardes en el ciber café hicieron que mis papás contrataran una conexión a internet en casa. Aquello fue mi perdición. Pasaba horas buscando a mi posible esposa. Tantas horas de charla virtual hicieron que fuera entendiendo a las chicas de mi edad. Por lo menos fui aprendiendo qué decirles para que se interesaran en mí. Comprendí qué temas les interesan y cuáles no, cómo hablarles y qué frases podían “moverles el tapete”.

Cuando volví a una escuela mixta ya estaba más o menos preparado para lo qué me esperaba. Si bien aún me faltaba enfrentar a las mujeres ‘frente a frente’, con las armas que contaba me fue más que suficiente para acercarme a ellas. Como es natural, me enamoré de una de ellas, pero ahora tenía al Internet de mi lado.


*** Texto de mi autoría, publicado originalmente en Sopitas.com

domingo, 16 de junio de 2013

Sismo y luces en el cielo de la Ciudad de México


Tenía media hora que el sábado se había convertido en domingo. Pocas cosas espera uno que pasen a esas alturas de la noche, sobre todo cuando se está en casa viendo televisión con ropa de dormir. En esas condiciones me encontraba cuando sentí el primer empujón.

Fue como si me jalaran. A eso vino la sensación de subir y caer. Todo eso en apenas un segundo. Después exclamé el clásico 'está temblando'. Bajo esas circunstancias la rutina es más o menos la misma: todos se quedan quietos por un momento y de ahí se miran las lámparas para comprobar si hay movimiento en ellas. Y las sacudidas aumentaron. No había duda, temblaba y de manera muy intensa.

Salimos de casa. Lo primero que hice fue mirar al cielo. Entonces las vi: eran como truenos pero más luminosos, una especie de auroras boreales de color verde que hacían su aparición una y otra vez.

Estaba a punto de grabar lo que sucedía cuando el sismo aumentó su intensidad, haciendo que volviera a centrar mi atención en el movimiento telúrico. Los vecinos salieron a la calle, todos con cara seria pero nadie perdió la calma.

Segundos después todo terminó. Volvimos a casa e hicimos lo que siempre se hace tras un temblor: intentar hablarle por teléfono a los familiares (aunque las líneas se saturen y sea imposible comunicarse), prender la televisión para ver qué dicen en los canales de noticias, y claro, checar redes sociales.

Volví a recordar las luces. Para mi alivio no era el único que las había visto, además de mi hermana, había varias personas que también juraban haber visto esos rayos en el firmamento. En los medios no dijeron nada, pero por todos los testimonios en redes sociales, estaba claro que algo iluminó el cielo de la Ciudad de México.  


Unos decían que fueron unos transformadores que explotaron en algún punto de la ciudad. Otros lo atribuyeron a un fenómeno óptico llamado Triboluminiscencia, que es la reacción química por la deformación o fractura (mecánica o térmica) entre minerales y gases del ambiente, y que se dice, puede presentarse en sismos. Por cierto, esta teoría no está del todo probada.

También había quienes atribuyeron las luces al famoso fenómeno denominado Haarp, que se dice, es un arma que tienen los gringos, y que funciona usando fuerzas atmosféricas pueden ocasionar desastres naturales. Estas luces han sido vistas antes y durante varios sismos alrededor del mundo.

De estas teorías de inmediato desacredito la de los transformadores eléctricos explotando. Las luces que yo vi estaban a una altura considerable y no al nivel de los transformadores. Un reflejo de cables y descargas eléctricas en los postes de luz no se hubieran reflejado de forma tan intensa ni luminosa.

La Triboluminiscencia podría ser, pero vi fotos de este fenómeno y lo que vi en el cielo fue más intenso, grande, fuerte y hasta terrorífico. Por eso, no creo que ese haya sido la causa.

Y Haarp... puede ser. Honestamente nunca había creído en esta teoría, pero lo que vi se acerca demasiado.

Finalmente no creo lograr saber o entender lo que vi. Ni siquiera estoy seguro de que haya tenido relación con el sismo. Pero sucedió y por eso lo escribo, para que quede constancia y algún día alguien le encuentre lógica, o me confirme que aquello fue algo fue extraordinario.

martes, 11 de junio de 2013

Pinche Starbucks



Cuando empezaron a ponerse de moda las franquicias de las cafeterías Starbucks en México, pensé que estaban enfocadas a consumidores mamones y pipiris-nais. La verdad sigo pensándolo, con excepción de que ahora también compro sus productos.

Me explico. Cuando esta famosa cadena de cafeterías llegó a México, tarde mucho en pisar uno de sus locales por primera vez. Si no mal recuerdo, fue por ahí del 2007 y lo hice porque en ese lugar me citó el editor de una revista en la que buscaba colaborar. Cuando llegué a la barra no supe que pedir. De hecho ahora ni lo recuerdo. De lo que sí estoy seguro es que mi elección no me gustó.

Aquel primer encuentro fue semi-hipster-intelectual. En parte porque las personas con las que estuve platicando lo eran (becarios del FONCA que gracias al gobierno dirigían una revista cultural), y en parte porque el resto del ambiente me parecía lleno de poses y pretensión. Volví un par de veces más. Tampoco supe que pedir y nuevamente me sentí ajeno en aquel ambiente denso. Eso sin contar que los precios me parecían elevadísimos.

No sé qué rayos pasó, pero el Gabriel del 2006 seguramente vería con extrañeza al Gabriel del 2013. Y es que hoy en día no solamente voy con regularidad a Starbucks y me gustan algunas de sus bebidas, sino que además tengo la Tarjeta Gold, que me acredita como un gran cliente y me brinda beneficios únicos.

¿Cómo sucedió esto, si al Gabriel del 2007 ni siquiera le gustaba el café?

Tengo varias hipótesis:

La primera de ellas, es que en el 2007 no tenía novia. Ni trabajo. Ni nada. Sólo este blog que ya desde esos años existía. Mi vida social era casi nula, por lo que no tenía mucho qué hacer en una de esas cafeterías. Ocasionalmente salía con muchachas, pero nunca a Starbucks, pues no tenía dinero ni tenía idea de qué pedir. Años después tuve novia y con una vez que fuimos a Starbucks le bastó para aconsejarme sobre qué bebida me gustaría. Gracias a ella me inicié en eso de ir a lugares más refinados y pedir una bebida decente.

Segunda hipótesis. En el 2007 me conseguí un trabajo con horario de velador: de 5 de la mañana a 1 de la tarde. Diario me despertaba pasadas las 3 de la mañana, por lo que me fui acostumbrando a tomar café (o bueno, chocolate caliente con café, pues el café sólo me parecía amargo y desagradable) para no estarme durmiendo. Al principio los compraba en el 7 Eleven y a veces en la pastelería El Globo. Después, por meses me hice adicto a los frappuchinos en polvo de Nescafé sabor Moka y diario me echaba uno. Este consumo enfermizo duró hasta que me corrieron de ese trabajo por tuitear.

Tercera hipótesis. Me comió la mercadotecnia y el status que esta vende. Y es que cada que iba al Starbucks (me sigue pasando) me siento especial con mi nombre en el vasito. Si pido la bebida para llevar, me gusta que en la calle vean que gasté mis centavos en una buena bebida. Si me lo tomó en el propio local, me creo el ‘muy-muy’ mientras revisó mi celular, escribo algo en la computadora (aunque sean puras babosadas) o leo un libro, y de fondo suena música instrumental alivianada. No sé, me creo semi-hipster-intelectual. Si de casualidad voy con mis amigos, pues entonces el gozo es mayor, pues la gente que pasa puede ver que soy muy popular. L o sé, me convertí en aquello que tanto criticaba.

Cuarta hipótesis (y más probable). Se acorrientó el Starbucks y como ahora hay en cada esquina ya cualquiera va. Antes había que recorrer grandes distancias para llegar  uno de estos establecimientos. Ahora no… ¡abundan al igual que los McDonalds! Años atrás nomás iba la chaviza y los adultos jóvenes y alivianados. Ahora hasta mi mamá, tíos y abuelos van. Y no es que se hayan vuelto baratos, al contrario, siguen igual de pinches caros. Es sólo que en México nos gusta presumir lo que no tenemos, y muchas veces preferimos comprarnos una bebida cara en Starbucks aunque luego no tengamos ni para el pasaje del Metrobús.    

De cualquier forma, sea el motivo por el que haya sido me volví un esclavo de Starbucks. De año y medio para acá suelo ir de una a tres veces por semana. De nada sirve que el café no le caiga muy bien que digamos a mi estomago (y eso que lo pido con leche deslactosada, por aquello de la edad), o que dos veces me hayan servido una bebida que no era. Y es que la verdad se me hace bien ‘cool’ llegar a la oficina con mi vasito del Starbucks.

Si de casualidad llego a ir a la competencia (Cielito Querido Café), hasta me siento culpable. Eso sin contar que debo mantener un determinado número de estrellas (consumo) para seguir teniendo mi tarjeta dorada (que me costó meses obtener), y mis bebidas gratis y todas esas cosas que me separan del resto de los clientes comunes.



Pinche Starbucks… quería escribir un post quejándome de lo que me haces gastar y creo que terminé alabándote. Me chocas. 

jueves, 6 de junio de 2013

Wicked


Mi amigo Huriat, el culpable

Sería el verano del año 2005, 2006 a lo mucho, cuando una soleada tarde de sábado Claudio, Huriat y yo fuimos a un centro comercial por comida rápida. No teníamos gran cosa que hacer, pero aun así decidimos pedir para llevar lo que habíamos ordenado. Ya en su casa, Huriat nos preguntó de la nada:

- ¿Han visto Wicked?

Supongo que Claudio y yo hicimos cara de “no tengo la menor idea de lo que estás hablando”, pues nuestro anfitrión inmediatamente nos explicó que se refería a un musical que estaba triunfando en Broadway, y cuya trama se centraba en la historia de la Malvada Bruja del Oeste, la misma del cuento del Mago de Oz. Según nos contó, en la obra se narra la vida de la famosa bruja verde y nos daba una interesante premisa: en realidad ella no es tan mala.

Por horas nos habló con pasión sobre la trama de la obra, mencionando a personajes como Glinda, Elpheba, o los Munchkins. Conscientemente dejé de prestar atención a lo que Huriat nos decía;  no porque no resultara interesante el planteamiento de aquella obra, sino porque sabía que algún día la vería y no quería que me arruinaran la emoción de descubrir esa historia por primera vez.

Desde ese día me quedó clavada la espinita por Wicked. Toda mi infancia había pensado que la bruja verde del Mundo de Oz era mala, y de buenas a primeras me enteraba que en realidad las circunstancias de su vida fueron las que la volvieron así.


Wicked, primer acto

Pasaron cerca de dos años desde aquella vez que Huriat nos habló de Wicked, sin embargo, no se veía que la obra fuera a llegar a México, por lo que me resigné a seguir esperando. Sin embargo, una tarde de viernes recorría la librería de un centro comercial y por suerte vi en una repisa un libro titulado “Wicked. Memorias de una bruja mala”. Me bastó con tomarlo y leer la contraportada para casi volverme loco: en aquella novela escrita por Gregory Maguire, fue de dónde se basaron para adaptar la obra que tantas ganas tenía de ver.

El teatro musical no es mi pasión, pero la literatura sí. Haberme topado con ese libro era mucho mejor que si me hubieran dicho que la obra venía a México.

Media hora después ya estaba en casa leyendo y así estuve durante los días venideros. Llegué hasta la página 100 y luego lo dejé. La historia me estaba gustando, pero la lectura de otros libros hizo que la dejara de lado.

Wicked, segundo acto

Año y medio después me sentía culpable por haberme dado por vencido con Wicked. Nuevamente comencé a leer el libro. Nuevamente me adentré en la historia de Frex, un párroco unionista casado con Melena. Un día, Frex tiene que salir a evitar que se monte un espectáculo pagano en un pueblo cercano y deja sola a su esposa, quien esa noche da a luz a una niña con la piel de color verde a la que llamarán Elpheba.

Esta niña de comportamiento extraño cambiará la vida de sus padres y en cierta forma hará que la desgracia alcancé a quienes la rodean. Pasado el tiempo ingresará a un instituto en donde conocerá a la soberbia y seductora Glinda, una chica popular con la que muy a su pesar entablará una relación de amistad.

En esos años, Elpheba comienza a luchar por los derechos de los Animales que hablan y comenzará a desconfiar del Mago que vive en Ciudad Esmeralda y del poderío que sostiene sobre todo Oz.

Conforme se avanza en la historia, la trama adquiere un toque más oscuro y nos presenta varios estudios muy interesantes sobre religión, educación, los derechos individuales en un mundo regido por la política, y sobre todo de la maldad y su concepción. Justo cuando las cosas se ponían más difíciles para Elpheba, otra vez me dio por leer tres libros a la vez, dilema del que no salí bien librado y por lo cual nuevamente dejé el libro cuando ya había avanzado 3 cuartos de la trama.

Wicked, tercer acto

Hace menos de dos meses me enteré de la noticia: para otoño de este año, montarán el musical de Wicked en México. Y el interés volvió de nuevo. Tras año y medio de nuevamente haber abandonado la lectura, una vez más retomé la novela, está vez más emocionado que las dos veces anteriores, y ahora sí, con la firme decisión de terminarla. No podía permitirme ver la obra sin haber terminado de leer la historia en la que está basada.

Nuevamente me vi de vuelta en la tierra de Oz, justo para recorrer la parte final de la vida de Elpheba, por mucho la más obscura pero también la más emotiva e intensa. Conforme recorría las últimas 100 hojas mi emoción fue aumentando hasta llegar a un final apoteósico.


Nunca me había costado tanto llegar hasta el final de un libro. Lo cierto es que el retrasar hacerlo por casi cuatro años me hizo estar mucho tiempo dentro del universo descrito en la novela de Maguire, y fue todo un hallazgo. El estilo narrativo aun sigue impactándome: es fuerte, por momentos obscuro y sexual, pero conserva partes llenas de magia y sentido del humor. Cuando uno empieza la historia planteada casi no guarda relación con el relato que todo conocemos del Mago Oz, libro para niños escrito originalmente por Lyman Frank Baurm y publicado en 1900. Al final todo cuadra. Llegar a ese punto es lo que hace de este libro una delicia.

Hay un camino amarillo, un león, unos zapatos rojos, una bruja buena, monos alados, un tornado… pero todo aparece de manera tan sutil y natural que ni siquiera advertimos cuando vamos entrando al Oz del cuento original.

Por fin terminé de leer Wicked, aunque parte de mi pensamiento sigue buscando en los recovecos de mi memoria más motivos para jamás olvidar a esa bruja a la que todos juzgan de mala, pero cuya historia completa no sólo hace que la comprendamos, sino incluso que sintamos aprecio por ella.

El musical estrenará en México dentro de unos meses y seguramente lo iré a ver. No he querido averiguar mucho al respecto de la trama del musical, quiero verme nuevamente sorprendido por Elpheba.

Lo único que sé, es que se acerca la hora de desafiar la gravedad.