lunes, 25 de febrero de 2013

Fiesta Monstruo (o la primera vez que actué como hermano mayor)



1. Mi reunión de gente grande y madura

Julio del 2005. Mi mamá hizo un viaje de una semana con mis abuelos a Costa Rica, Panamá y Colombia. En lo que estaría fuera del país con sus papás, yo quedaría a cargo de mi hermana y de mi perro Margarito. Lo anterior no tenía por qué representarme problema alguno, sin embargo, no contaba con que en su ausencia, las cosas en casa se saldrían de control.

Dejé a mi mamá y a mis abuelos en el aeropuerto un domingo al atardecer. Esa misma noche se me ocurrió invitar a un pequeño grupo de amigos (con los que estudié en la universidad) a cenar al otro día a mi casa. Sería una reunión pequeña en la que habría a lo mucho 10 o 12 invitados.

La noche de la cena pedí varias pizzas, compré refrescos y botanas. La reunión comenzó a las 20:00hrs y terminó poco después de tres horas. La verdad fue una velada agradable y muy tranquila. Después de ver el éxito de mi reunión, Lucia (así se llama mi hermana, pa’ los que no sepan) me dijo que quería hacer un evento similar al mío. Se me hizo justa su petición y acepté con la condición de que su fiestecilla también fuera algo muy sencillo.

2. La fiesta monstruo, y mis ganas de hacer chis en piyama

El siguiente viernes por la noche fue la fecha que eligió para su cena. Mientras esperaba que llegaran sus invitados, me puse a ver la televisión (recuerdo que esa noche jugó México vs. Sudáfrica). Ya iban a dar las 10 de la noche y aun no llegaba nadie. Cuando comenzaba a burlarme de Lucia por el fracaso de su convocatoria, sonó el timbre. Ahí me llevé la primera sorpresa: cinco muchachos ataviados de manera extraña irrumpieron en casa y se sentaron conmigo en la sala. Estos jóvenes vestían de negro, tenían el contorno de los ojos pintados y peinados punks.

Sabrá Dios qué eran, pero la verdad me dio miedo.

A la primera oportunidad me escapé a mi cuarto para poder ver el resto del juego sin tener como compañía a esos jóvenes terroríficos. Me puse mi piyama y cerré con seguro, no fuera a ser la de malas.

Poco a poco iba escuchando que sonaba el timbre. Una, dos, tres, cuatro veces. Voces y más voces. Una hora después escuchaba ya demasiada gente. Debo confesar que me andaba de la pipi, pero salir en piyama y toparme con tanta gente desconocida me intimidaba. Los invitados y colados seguían llegando. Incluso en algún momento había personas platicando afuera de mi cuarto. Escuché varios chismes de personas que ni conocía, lo cual al principio me divirtió pero luego terminó aburriéndome.

Empezó la música de rock a todo volumen. Risas por aquí y por allá… y yo miándome. Estaba a punto de abandonar mi cuarto e ir al baño sin que me importara el qué dirán, cuando a lo lejos escuché el siguiente comentario.

- ¡Ya se tapó el baño!

Deseaba morir. ¿Y ahora qué iba a hacer? Incluso hasta busqué una botella y pensé en llenarla con mi chis. Deseché la idea. Me quedé más de una hora tirado en el suelo apretándome ‘aquello’ y rogando que la fiesta terminara. Cosa que no pasó. ¡Hasta llegó mi prima Male! Esto último al final fue una bendición, ya que ella le ayudó a Lucia a destapar el baño.

En cuanto escuché que el baño servía nuevamente no lo pensé dos veces. Salí corriendo de mi cuarto hacia el baño. Una vez dentro vacíe mi vejiga y fui feliz por unos placenteros segundos. Después vi que el piso del baño estaba todo mojado y olía muy mal. También reparé que estaba en pijama pero pues ni modo, era mi casa y yo podía estar como quisiera.

Decidí no ser tan antisocial y bajé a la sala. Entonces encontré un escenario apocalíptico. Todo lleno de gente: darketos, malvivientes, fresas, rockeros y hasta mis amigos Rodrigo y Huriat, que nunca supe qué hacían ahí. La mesa llena de botellas alcohólicas, una densa nube de humo de cigarro cubriendo el ambiente y el piso lleno de palomitas de maíz y colillas de cigarro.


Platiqué un rato con Rodrigo y Huriat. A pesar de mi piyama y de estar rodeado de pura gente rara ya no me sentía tan extraño. Dos horas después mis amigos se fueron. Mi casa estaba en un estado deplorable y aun había mucha gente. El colmo fue que incluso había jóvenes que por celular seguían hablándole a más gente “para que le cayeran a la peda”. Ya eran las cuatro de la madrugada.

Decidí aplicar la de salón de fiestas y me puse a recoger las cosas. Comencé echando las botellas vacías de cerveza en una bolsa, barrí el patio, ordené lo que había desordenado… y entonces caí en la cuenta de que nadie captaba la indirecta. Todos seguían muy felices mientras un pobre diablo en piyama recogía su relajo.

A pesar de que me llevaba el demonio, agarré las bolsas con botellas vacías, me subí al auto y fui a tirarlas a un terreno baldío en una zona deshabitada. Esto con la intención de que no regañaran a mi hermana por el festival alcohólico que había organizado en mi casa. Regresé y sin decir nada me subí a dormir a mi cuarto a las 6 de la mañana.

3. Me volví hermano mayor

Tres horas después abrí los ojos. Ya había luz del sol. Entonces escuché risas, música y platicas. ¡Aun había invitados… a las 9 de la mañana! Bajé con mi cara de pocos amigos y vi a unos 15 muchachos y muchachas muy quitados de la pena en la sala. Con sus patotas obstruyendo el paso, entrándole a sus cubas y fumando. Pasé una vez y ni me pelaron. Entonces decidí comportarme como hermano mayor por primera vez en mi vida… y los corrí.

No recuerdo ni que les dije. Seguramente que ya era muy tarde, que ya era suficiente o que se fueran. El chiste es que los mequetrefes aquellos se hicieron los ofendidos y se fueron. Una vez que ya no había nadie en casa le metí una regañiza a Lucia por su abuso de confianza y la mandé a dormir. Mientras la princesa roncaba, yo pasé toda la mañana y toda la tarde limpiando el desastre. En algún punto del día mi prima Male salió del cuarto de mi mamá (se quedó a dormir ahí) y me ayudó un poco.

A las 8 de la noche del sábado (24 horas después de que empezara “la reuniconcita”) todo estaba como si nada. Debido a mi indignación, no le hablé a Lucia hasta el otro día en la noche, cuando fuimos a recoger a mi mamá y a mis abuelos al aeropuerto. Mi mamá, por cierto, nunca se enteró de la dichosa fiesta hasta años después que rompí el silencio y le conté lo que había sucedido, aunque estoy seguro que nunca ha tenido una idea del desastre en el que se convirtió su casa por unas horas.

Gracias a esa experiencia, aprendí que los hermanos mayores venimos a este mundo a sufrir. 

jueves, 21 de febrero de 2013

"Solución VIP"… ¿un nuevo fraude?



El pasado lunes 4 de febrero por la tarde decidí ir con mi novia al cine. Acudimos al centro comercial Plaza Central, y como llegamos una hora antes de la función, matamos el tiempo recorriendo varios locales. De la nada apareció una muchacha dicharachera y con acento costeño que nos preguntó si queríamos unos cupones de descuento.

Ingenuamente aceptamos… no lo hubiéramos hecho.

La siguiente pregunta de esta joven fue si teníamos tarjeta de crédito. Ambos le respondimos que sí y nos pidió verlas, así como nuestras credenciales de elector. En cuanto se las mostramos nos pidió que la acompañáramos hasta un stand en donde hábilmente no dejó de hablarnos y llamar nuestra atención mientras una de sus compañeras le sacaba copias a nuestras tarjetas e identificaciones.

La muchacha que nos abordó, y que continuamente usa la muletilla “chico”, llenó unas solicitudes en las que nos pidió nuestros teléfonos y el nombre de dos conocidos para que a ellos también les mandaran sus cupones de descuento. Según ella, junto a los cupones se nos brindaba la oportunidad de tener acceso a un programa de beneficios basados en una red de asistencia y descuentos. Supuestamente contaríamos con servicios de ayuda vial, ambulancias, grúas y hasta atención psicológica por teléfono. En fin, aquello casi casi era una maravilla.

Admito que se me hizo algo sospechoso. Cuando pregunté si aquello tendría un costo, la muchacha me dijo:

-Pues por ahora, chico, sólo te tomé tus datos para que tengas acceso a los descuentos. Después te hablarán para preguntarte si quieres los beneficios extra. Sólo dí que no y listo, no se te cobra nada.

Luego nos dieron una tarjetilla y unos descuentos bien chafas de negocios que ni siquiera había en ese centro comercial.

Admito que algo no me cuadró de aquella situación, por lo que de regreso a casa lo primero que hice fue googlear en internet “Soluciones VIP”, que era el nombre de la dichosa tarjeta esa… Así descubrí que en la red abundan las quejas hacia esta “empresa” a la que muchos internautas tachan de fraudulenta.

Según varios testimonios, basta con que uno les deje sacarle copias a sus tarjetas para que estas personas efectúen mensualmente cobros de 79.90 pesos a las tarjetas de crédito. Cuando estas personas han intentado cancelar, nadie les responde en los teléfonos en los que supuestamente uno puede comunicarse para cualquier aclaración.

Encontré este mail, al que les mandé una queja pidiendo cancelaran nuestros trámites: contacto@solucionvip.com.mx

Al otro día marqué a los dichosos teléfonos y en efecto, nadie me atendió nunca. Un tanto molestó me dirigí a Plaza Central para protestar en el stand en el que me habían atendido. Como era hora de la comida no había nadie.


Entonces me puse a hurgar en los cajones de ese local con la esperanza de encontrar las copias de los documentos tanto de mi novia como míos. No los encontré, pero sí las hojas de otras personas que como yo, habían caído en ese jueguito fraudulento. Antes de que llegara alguien, tomé uno de los formatos en los que aquellas personas ponen los datos de las personas a las que enganchan, y lo guardé.


A los pocos minutos llegaron las dos chavas que una tarde antes me habían tomado los datos. Les pedí que me devolvieran las copias y la hoja que habían llenado con nuestros datos y que cancelaran inmediatamente cualquier cobro. Les dejé en claro que ya sabía que nos harían cargo en automático y que estos cobros se renovarían automáticamente cada año, por lo que no queríamos estarles pagando eternamente los 79.90 pesos al mes.

Y sí, la verdad dije lo anterior bien enchilado…

La muchacha que usa la muletilla “chico” se mostró extrañada por mis comentarios. Me dijo que cómo era posible que hiciera caso de los chismes que hay en internet, ya que eran de puras personas mal intencionadas. Eso sí, no podía hacer nada por cancelar mi trámite porque nuestros datos ‘ya los habían ingresado en la mañana’, por lo que debía llamar para hacer la cancelación ¡a los mismos números en los que nunca contestan! Mil veces le contesté que de nada servía marcar si nadie me atendía. No supo que decirme.

Finalmente tomó mis datos, los de mi novia, y quedó muy formalmente de que intentaría cancelar nuestros trámites.

Antes de marcharme fui a la administración de Plaza Central. La secretaria mal encarada a duras penas me dejó pasar. Cuando llegué con los administradores, me encontré con dos ñores sesentones a los que sorprendí viendo muchachas con muy poca ropa en internet y haciendo sonidos que daban a entender que estaban excitados. Cuando notaron que los veía, dejaron de ver el monitor y les conté del fraude que estaban llevando a cabo en aquel stand de su centro comercial. Como respuesta me dijeron que no era la primera vez que alguien se quejaba, pero pues, que yo tenía la culpa por haber firmado (cosa que, aclaro, ni mi novia ni yo hicimos).



Más tarde en mi casa revisé la hoja que había tomado a escondidas. No me tardé mucho en descubrir que se trata de un contrato por medio del cual se autoriza el cobro a las tarjetas de crédito. Lo curioso es que para ser validas deben tener la firma de los dueños de las tarjetas, y esas hojas, al menos a nosotros, nunca nos hicieron firmarlas.

Dos días después regresé al centro comercial sólo para darme cuenta que nuestros supuestos trámites de cancelación se les habían olvidado, y descubrir que por si fuera poco, también ofrecen una tarjeta con otro nombre. También hablé con un tipo desalineado que supuestamente era “el gerente” de esa sucursal de Solución VIP, quien me dio el avión y me dijo que si no me habían hablado para preguntarme si deseaba la cobertura, simple y sencillamente no me cobrarían nada.  Aquel sujeto me hablaba como si su empresa fuera un ejemplo de honestidad y profesionalismo.

Pasaron quince días.

Justo esta semana mi novia recibió el estado de cuenta de su tarjeta… ya le están cobrando los 79.90 pesos. Por mi parte yo recibí el martes 19 de febrero una llamada que mi celular registró como “número oculto”. Eran de Soluciones VIP, para atender el mail que les había mandado dos semanas antes. Les dije que quería cancelar el trámite y así lo hizo el ejecutivo que me atendió (de muy mala gana, por cierto). Me dio un número de folio y me comentó que mi trámite de cancelación  entraría en vigor hasta finales de marzo. Le pregunté por qué hasta esa fecha y sólo obtuve un grosero “porque así es”. Antes de colgar le pedí que también cancelara el cobro a mi novia. No lo hizo por más que insistí, pues según él, la cancelación debe ser individual.

Ahora haré que mi novia mande el mismo correo y espero que ella también pueda hacer la cancelación, de lo contrario no descansaré hasta lograrlo. A mi hoy me llegó el estado de cuenta de mi tarjeta y no tengo ningún descuento. Sin embargo aun no debo cantar victoria pues no descarto una sorpresa en los próximos meses, eso sin contar que me preocupa que esos rufianes tienen mi información.

Dentro de lo que averigüé en la hoja que tomé, la oficina de estas personas está en Santa Fe, a un lado de la ibero, enfrente de Bimbo. La calle es Alfonso Nápoles Gandara #50, piso 2, col. Peña Blanca Santa Fe (entre Vasco de Quiroga y Paseo de la Reforma). La dichosa empresa lleva por nombre “RD & DM Comercializadora S.A. de C.V”, el teléfono de la empresa es 91503200 y uno de sus correos electrónicos es mdiaz@grupodara.com.mx .

También ostentan el nombre de Grupo Dara y antes tenían el de “Grupo TPS”, empresas estafadoras que continuamente cambian de nombre y domicilio.

Si escribí esto, es para que quién lo lea no caiga en este tipo de estafas, y si ya les pasó, saber un poco más al respecto e intentar frenar a estos rateros. En unas semanas más les cuento cómo va todo. 

domingo, 17 de febrero de 2013

Males Raíces



Tras años de negarme al cambio, finalmente leí mi primer libro electrónico. Algo que no hubiera hecho de no ser porque el autor de esta narración es uno de mis escritores favoritos y su nueva creación sólo está disponible en este formato.

Así, una noche de enero descargué en mi iPhone "Males Raíces", el nuevo relato de Xavier Velasco. Tras el shock inicial que significa acostumbrase a leer una obra literaria en una pantalla, me introduje tanto en la narración que al final ni siquiera sentí que no estaba leyendo un libro. Terminé en un par de horas, comprobando así, que el Sr. Velasco y sus letras siempre son garantía.

Como podrán darse cuenta, me he referido a "Males Raíces" como una narración, y es que no es propiamente una novela, pero tampoco un cuento. La mejor forma de definir el contenido de estas páginas 46 páginas nos la da el propio Xavier:

"Más allá de sospechas, atavismos y extrañas coincidencias, lo que aquí se relata es una historia real. Apenas unas páginas morbosas e intrigantes. 'Males Raíces' no da para novela, ni pretende explicar sus desencuentros con el sentido común. Es, sin más pretensiones, el informe acuoso de un sobreviviente".

Para disfrutar las líneas de este delirante texto no es necesario haber leído con anterioridad la obra de Xavier Velasco, aunque si ya se han leído algunos de sus libros, el relato se disfrutará aún más. Y es que los acontecimientos narrados están plenamente relacionados con su novela "La Edad de la Punzada".

Cronológicamente, "Males Raíces" inicia antes de los acontecimientos narrados en "La Edad de la Punzada", y terminan años después del final de esa novela. Por lo tanto, quienes hayan leído "La Edad de la Punzada" encontrarán su colofón perfecto en "Males Raíces". No se piense sin embargo, que son textos parecidos.

Si en "La Edad de la Punzada" la sensación latente es la de velocidad y una urgente voracidad por vivir, en "Males Raíces" el espíritu reinante es la decadencia y el abandono.

"Males Raíces" comienza con el infortunio de Luis Patricio Ferrara, un hombre que justo el día en el que se prepara para mudarse a su nueva y lujosa casa en la colonia Club de Golf México, cae desde el balcón de su departamento y muere, marcando así no sólo su destino sino el del protagonista de la historia, que meses después ocuparía junto con su familia aquel hogar que el destino le quitó de manera ridícula a Ferrara.

Ahí, el protagonista, demasiado grande para llamarle niño, y no tan crecido como para referirnos a él como joven, conoce a varios amigos, entre ellos a Mauricio Dupont ('Morris' en La Edad de la Punzada) con quien fragua una extraña amistad.

Tiempo después el protagonista abandona abruptamente la Colonia Club de Golf México. Años más tarde volverá para vivir varios meses en la casa de Mauricio Dupont. Aquella imponente mansión entonces se vuelve el escenario de una decadencia descontrolada.  Y es que la mansión Dupont está repleta de secretos, de fantasmas, de historias que no se superan y cuyo cáncer carcome los cimientos de aquella enorme propiedad a veces siniestra, en otras ocasiones triste, pero siempre cambiante.

El relato podrá ser breve, pero complementa perfecto a "La Edad de la Punzada", además de que da algunas claves sobre el origen de varios elementos de "Diablo Guardián", novela con la que Xavier ganó el Premio Alfaguara en el 2003.

Un texto más recomendable. El tiempo como elemento erosionante. Todos alguna vez hemos sufrido sus efectos implacables, por lo tanto, esta historia de alguna u otra manera  llegará a nuestras entrañas.

"Males Raíces" está disponible en la App Store.

domingo, 10 de febrero de 2013

Luis Miguel, al menos una vez en la vida



“Todos, alguna vez, deberían ir por lo menos una vez en su vida a un concierto de Luis Miguel”, escuché alguna vez por ahí. Desde entonces me apropié de la dichosa frase y la soltaba de vez en cuando en algunas conversaciones, aunque el tema no viniera mucho al caso.

Sin embargo, decirla no era muy coherente de mi parte, pues la verdad nunca había ido a un concierto de este interprete mexicano.

Fue a finales del año pasado cuando me enteré que Luis Mirrey volvería a dar una serie de presentaciones en el Auditorio Nacional. Decidí que ya era hora de comprobar si aquella frase que llevaba mucho diciendo realmente tenía razón de ser. Con parte de mi aguinaldo compré un par de boletos y esperé paciente a que llegara febrero.

El viernes finalmente llegó la noche del concierto. Con saco y camisa (y es que según mi lógica, a un concierto de Luis Mirrey uno no puede ir vestido como mamarracho) acudí puntual al Auditorio Nacional. Fui acompañado de Tania, quien varias veces me confesó que esperaba con ansias que Luis Mirrey cantará el tema de la película que grabó de niño, y en la que se queda cojo.

Mientras ingresábamos al recinto me di cuenta que el público iba muy bien vestido. Algunas señoras hasta se habían puesto tacón alto y vestido de noche con todo y lentejuelas. También había muchas lobukis y mirreyes, y como no iba a ser así, si para ellos, Luis Mirrey es su gurü y modelo a seguir. La verdad, aquello en lugar de un concierto parecía una fiesta de graduación de la Ibero.

El concierto no inició a la hora pactada, cosa que era de esperarse, pues Luis Mirrey puede darse el lujo de hacernos esperar. 20 minutos después de lo programado, inició el concierto en medio de una gritería considerable.

Ante nosotros estaba El Sol, ese que por décadas ha acompañado la vida de muchas personas con sus canciones. Incluso el más rockero o chairo no puede negar saberse al menos un tema de Luis Mirrey. Por eso, estar ahí era presenciar a una leyenda viviente. No importaba que en las primeras tres canciones apenas y se moviera y diera la impresión de que no lo merecía el suelo que estaba pisando.

Fue después de la quinta canción cuando Luis Mirrey se digno a dirigirle unas palabras al público. Contrario a lo esperado, esa intervención fue calida y hasta amistosa. Después de esta inesperada amabilidad continuó el concierto con algunos boleros románticos. De pronto me descubrí cantando “No sé tú” y “Por debajo de la mesa”. Cuando empezó su versión moderna de “Bésame mucho” ya me había ganado.

Dejó de ser Luis Mirrey y se convirtió en Luis Miguel. Dejó de estar pasmado en el escenario para moverse ágilmente de un lugar a otro e interactuar con el público. A veces con ademanes sobrados y medio payasones, pero vamos, es lo menos que uno espera en un concierto de este cantante.


Después los popurrís con sus grandes éxitos hicieron que la audiencia enloqueciera. Corrección, enloqueciéramos. Canciones de hace 15, 10, 5 años. Me sabía todas a pesar de que nunca he sido su fan. Melodías que se quiera o no, auténticamente forman parte de la cultura musical de este país.

Lo acepto, es un gran espectáculo. Los músicos de primer nivel, la corista guapa y muy bien entonada, la escenografía sin ser una maravilla es moderna y complementa muy bien el show. Y claro, la voz de Luis Miguel. Verlo cantar es un autentico agasajo. Sabe la voz que tiene y la explota de manera impecable. Subiendo al tono preciso cuando se requiere, alejando y acercando el micrófono para dar los efectos de sonoridad acordes al momento.

En el concierto también hubo un momento con mariachis en el que un par de canciones fueron dedicadas a México. Después volvió y cantó más y más éxitos, mismos que seguí cantando como enfermo mental. Pocas veces un concierto me ha emocionado tanto como éste.

Canté, sonreí e hice ademanes mirreyes como Luis Miguel. En las canciones emotivas y románticas ponía cara sería e interpretaba con cara de sufrimiento. Muy en mi papel. Y es que hacerle al Mirrey de vez en cuando, y gritarle a los cuatro vientos que uno es “oro de ley”, es algo que no está mal hacer de vez en cuando.

El concierto duró poco menos de dos horas, pero nadie se fue inconforme. Y sí, aquello de que todos deberíamos de ver a Luis Miguel en concierto al menos una vez en la vida es cierto. Por más intelectual, hipster, rockero, o fan de la música populosa seas, no puedes negarte la oportunidad de pasar un momento fenomenal.

Igual y piensan que exagero. Vayan a verlo y me cuentan. Verán como también terminan traumados como yo. Llevo dos días cantando sus canciones y moviéndome como si Dios me hubiera hecho a mano.

Así que si me ven próximamente comprendan mi comportamiento y no me juzguen por actuar como Luis Mi(rrey). Con permiso, voy a broncearme. 

miércoles, 6 de febrero de 2013

Vida y obra de Papá Gaby (mi abuelo)


El destino tiene sus cosas incomprensibles. Resulta paradojico e incluso significativo que justamente a los 10 años de haber perdido a mi papá, ahora muriera mi abuelo. El primero un 3 de febrero, el segundo un 2 febrero. ¿Coincidencias de la vida?

Este fue mi abuelo, y no tengo reparo alguno en presumirles su historia:



Hablar de Gabriel González Ramírez, es hablar de una vida dedicada al trabajo, la superación y la familia, un ejemplo de que con entrega, perseverancia, y metas muy claras, se puede alcanzar cualquier sueño de forma honesta.

Gabriel González nació el 1 de abril de 1920, en el poblado de Huatusco, en el estado de Veracruz. Fue el quinto de 15 hermanos. La familia González poseía un potrero, pero sin agua, por lo que una de las labores del pequeño Gabriel, era recorrer varios kilómetros en busca de agua para el ganado. A pesar de estudiar hasta el tercer grado de primaria, desde muy niño, se destacó por ser inquieto, diferente, con una ambición desbocada por lograr ser alguien. La vida de pueblo no le gustaba pues, ‘no había gran cosa que hacer’. Deseaba hacer y tener muchas cosas, ser comerciante. En una ocasión, mientras trabajaba vio pasar un avión (cosa rara en Huatusco) y se prometió algún día subirse a uno de esos modernos transportes, y conocer muchas ciudades. Cuando le contó a su madre de sus sueños sobre el futuro, la respuesta que recibió fue contundente: “Claro que sí hijo, si quieres tener mucho, lo tendrás, trabajando”. Estás palabras han sido el estandarte que guió a Gabriel González a lo largo de su existencia.   
  
En 1937, Gabriel González, influido un poco por la mala relación con su padre, y un mucho por sus ganas de superarse, abandonó su casa con una funda de almohada en la que guardó un poco de ropa, y un peso en la bolsa, mismo que usó para llegar a la ciudad de Córdoba. A partir de aquí, inició una aventura que lo llevó a trabajar en una gran cantidad de oficios, que de a poco fueron forjando el hombre de familia y valores que es hoy en día. Recorrió gran parte del estado de Veracruz trabajando en mercados, en una carnicería, vendiendo pan, fue cobrador de las maquinas de coser Singer y hasta cargador de maletas y belices. El 14 de septiembre de 1940, el destino y un tren, lo llevó hasta la Ciudad de México, en donde comenzó a vender ropa usada. Al poco tiempo, con el escaso dinero que logró ahorrar se compró un traje y empezó a trabajar en una tienda de ropa, propiedad de unos judíos, en San Juan de Letrán donde ganaba $ 2.50. También vendió perfumes  y maquillajes de puerta en puerta, y hacía viajes por toda la republica promocionando la cerveza Superior.

Romántico por naturaleza, Gabriel González siempre fue enamorado de las muchachas. De joven les llevaba serenatas con sus amigos y les escribía versos, éste último talento, lo llevó a que en la década de los 40´s, fuera en tres ocasiones a la XEW a leer poemas y participar en concursos. En un baile conoció a Eva María Ramzahuer, curiosamente oriunda de Huatusco, con la que se casó en 1948 y con la que a la larga tendría siete hijos.

En dos años logró juntar 1,200 pesos, dinero que usó para comprar una pequeña máquina para hacer veladoras, y comenzar un negocio al que llamaría ‘Veladoras San Luis’. Por las tardes se dedicaba a elaborarlas y en las mañanas salía a venderlas. Recorría la ciudad con un carrito de madera en el que llevaba sus cajas, soportando las inclemencias del tiempo. Cuando las ventas empezaron a prosperar, uno de sus trabajadores lo estafó y volvió a quedarse sin nada. La fuerza e ingenio volvió a sacarlo adelante. Comenzó a vender sus veladoras por el entonces lejano pueblo de Iztapalapa. Con los frutos de su esfuerzo pudo hacerse de un carro humilde y una casa. Comenzó a comprar terrenos y emprender negocios. Construyó una fábrica de veladoras, en donde por años generó fuentes de empleo.

Educó y le brindó lo mejor a cada uno de sus hijos, los cuales hoy son hombres y mujeres de bien. A pesar del cansancio de la semana, los domingos siempre los dedicaba a pasear a sus hijos. Pudo cumplir su sueño de viajar por el mundo. Varias veces recorrió Europa, Asia, el norte de África, y Norte, Centro y Sur de América. Se conmovió hasta las lágrimas en Hiroshima y en Auschwitz, por lo crueles que podemos llegar a ser los hombres. Su gran corazón lo llevó a participar en diversas obras benéficas. Fue miembro activo de organizaciones como el Club Rotario, el Club de Leones, y el grupo ABC, con los que visitaba asilos, realizaba donaciones, repartía despensas y participaba en labores sociales. Por su cuenta, llenaba costales con juguetes que compraba y se los mandaba al padre de la iglesia de Huatusco para que los repartiera el 6 de enero a los niños de los ranchos, lo mismo hacia en una escuela de educación especial en la que trabajaba una de sus hijas. Más recientemente, cada año coopera con el Teletón y cuando algún desastre natural asola alguna parte de México, o el mundo, busca la mejor manera de ayudar. Fundó un Jardín de Niños, con lo que cristalizó otro de sus sueños: poner una escuela, en la que los niños recibieran educación de calidad y fueran felices.

Gabriel González alcanzó  los 92 años (por dos meses hubiera llegado a los 93). Tiempo que dedicó al esfuerzo de crecer y ayudar a los demás, siempre con trabajo. Fue bisabuelo y cabeza de una gran familia cimentada en su ejemplo. Lo mejor de todo, es que su corazón y su mente fueron jóvenes siempre jovenes. Su gran enseñanza: lo más valioso para hacer posible lo imposible, son las ganas de hacerlo.   

Gabriel González, "Don Gabriel" o "Papá Gaby", como cariñosamente le deciamos, murió el pasado sábado 2 de febrero de 2013. Su desceso fue el más bello que pudo tener: comiendo, rodeado de su familia y después de dar un pequeño paseo.

En cierta forma, es imposible que todos los miembros de mi familia nos sintamos huerfanos, pero a la vez privilegiados por haberle aprendido tanto.

Descansa en paz Papá Gaby. 

viernes, 1 de febrero de 2013

Hace 10 años se me rompió el corazón



In Memorian, Mario Revelo

Escribir a veces también da miedo. Probablemente por eso llevo años posponiendo este texto, pues desenterrar un recuerdo tan intenso puede doler.

Y sin embargo, llegó el momento de hacerlo. Si diez años después me atrevo a escribir sobre el momento más triste de mi vida es porque siempre he sentido la necesidad de hacerlo, y es que hay amores que necesitan transformarse en letras para volverse eternas.

Me dispongo a escribir uno de los textos más complejos de mi vida, y sin embargo, una parte de mi se encuentra deseosa de comenzar. Va por ti papá…

1. Aquel 20 de enero, el día que todo cambió… 

Lunes. A las 7 de la mañana llevé a mi hermana a la preparatoria. Como en ese momento aun estaba de vacaciones en la universidad, regresé inmediatamente a casa. Desayuné algo, barrí la planta baja y vi la televisión un rato. Durante todo ese tiempo mi papá dormía, por eso no quise interrumpirlo ni entrar a su cuarto. Cerca de las dos de la tarde mi mamá llegó de su trabajo, subió a ver a mi papá y entonces me llamó gritando.

Al subir la escena me llenó de pánico. Postrado en su cama, mi papá estaba casi inconsciente y envejecido, su cuerpo adelgazado al extremo y lo más aterrador fue escucharlo hablar… sus palabras apenas eran audibles. Estaba irreconocible. Inmediatamente llamamos a una ambulancia, aunque entre quejidos él nos pedía que no lo hiciéramos.

La ambulancia tardaba una eternidad, por lo que decidimos llevarlo nosotros mismos al hospital. Tomé a mi papá entre mis brazos y lo cargué con una preocupante facilidad… no pesaba nada. No sé cómo le hice, pero recorrí en tiempo récord la distancia entre mi casa, en la colonia Paseos de Churubusco, y el Hospital Sur de Petróleos Mexicanos, ubicado por el rumbo del Ajusco. Esquivé autos y aceleré a fondo, nunca antes he tenido tanta prisa en mi vida. En el camino mi mamá le marcó llorando a mi tío Alejandro (hermano de mi papá) para avisarle lo que sucedía.

Ingresamos directamente al área de emergencias. Un grupo de doctores recibió a mi papá y se lo llevaron para atenderlo. Dos horas después lo vimos mucho más recuperado y más consciente. Esa noche se quedaría internado en el hospital para que lo estabilizaran y mi mamá se quedaría con él. Mi hermana Lucia y yo nos regresaríamos con mi tío Alejandro, quien pasaría a dejarnos a nuestra casa.

Cuando ambos íbamos a despedirnos de él, un sismo cimbró a la Ciudad de México.

Después del susto besé a mi papá en la frente.

Lucia se acercó a él. Mi papá apretó suavemente su dedo pulgar con su mano.

No volveríamos a verlo consciente.

2. Los días eternos…

Al otro día me levanté muy temprano y llevé a Lucía a la escuela. Tres horas después recibí  una llamada de mi prima Yuli. Me contó que mi papá se había puesto muy grave en la madrugada y que fue internado en terapia intensiva. La situación era muy grave, por lo que ponía en mis manos la decisión de contarle o no a mi hermana lo que ocurría.

Sin pensarlo dos veces pedí que se le contaran todo. Si yo fuera mi hermana me habría gustado que me hablaran con la verdad, por eso decidí que no se guardara ningún secreto.

Por la tarde fui con mi hermana y varios familiares al hospital. Lo primero que vi en la terraza fue a mi mamá viendo el horizonte. Mi hermana y yo nos acercamos a ella. Nos contó que mi papá podía morirse de un momento a otro, que durante la noche anterior su cuerpo cayó en crisis y que fue necesario entubarlo para mantenerlo con vida.

Ahí estábamos los tres, ante una compleja disyuntiva. Enfrentándonos a un panorama que sabíamos incierto, pero al cual no llegábamos solos. Muchos familiares llegaron esa noche hasta el hospital. La familia de mi mamá y la de mi papá nos hicieron sentir más apoyados que nunca. Aquella noche una y otra vez nos prometieron que estarían presentes para lo que fuera, y así fue.

Un padre vino a darle los Santos Óleos a mi papa. Los doctores decían que la agonía no pasaría de unas horas, y sin embargo, aquello fue el inició de varias semanas eternas. La vida de mi familia comenzó a transcurrir en el hospital. Debido a que mi papá estaba en terapia intensiva, nadie podía quedarse con él en el cuarto, pero siempre tenía que haber algún familiar responsable en el lugar por si se presentaba alguna eventualidad. 

Fue en esas jornadas en las que descubrí que mis familiares (los Revelo, los González) son personas maravillosas. Jamás podré dejar de agradecerles el que estuvieran al pie del cañón a toda hora. El que a veces se quedaran toda la noche montando guardia para que mi mamá, Lucía y yo pudiéramos ir a casa a descansar.

Días después mis vacaciones terminaron y volví a clases. Entonces mi jornada comprendía el estar en el hospital por las noches-mañanas, y estudiar por la tarde. También en mis amigos de la universidad encontré el apoyo que necesitaba. Incluso recuerdo que una mañana romí en llanto mientras hablaba por teléfono con mi amigo Ángel. Aquellas lágrimas fueron las primeras que derramaba desde que mi papá se encontraba en el hospital.


3. Lo que nos llevó hasta ahí…

Tantos días en el hospital hacían que recapitulara cómo fue que habíamos llegado a la situación en la que nos encontrábamos.

Todo comenzó cuando tras años de tener distintos padecimientos, a mi papá se le diagnostico insuficiencia renal. Debido a que sus riñones dejaron de funcionar, fue necesario someterlo a un tratamiento de diálisis. Afortunadamente, meses después se habló de la posibilidad de practicarle un transplante de riñón. Mis tíos Jorge y Alejandro, así como mi mamá se ofrecieron como posibles donadores. Yo mismo lo habría hecho pero entonces era menor de edad y legalmente no me estaba permitido.

Tras realizar varios análisis, se llegó a la conclusión de que el candidato más viable era Jorge. Meses después, tras una operación que duró horas, mi papá volvió a la vida gracias a la generosidad de su hermano. Por ese maravilloso gesto de amor, mi papá vivió otros cuatro años con una calidad de vida más que aceptable.

Desgraciadamente su cuerpo terminó rechazando el órgano transplantado y trayéndole complicaciones de salud que muchas veces se guardó en silencio. A finales del 2002 y principios del 2003 su salud se vio muy mermada, cada vez se debilitaba más y las fuerzas lo abandonaron hasta que llegó esa fatídica tarde en la que tuvimos que llevarlo de vuelta al hospital.   

4. Llorar por amor

Durante ese período hubo varias cosas que aun me conmueven. Una de ellas fue ver el dolor de los demás. Observar a muchos de mis familiares preocupados e incluso llorando por lo que estaba pasando me daba orgullo. Quizá suene egoísta o ridículo, pero ver que tanta gente quería a mi papá me hacía sentir muy feliz de ser su hijo.

Recuerdo también la fortaleza de mi mamá. Siempre supe que era fuerte, pero fue en esos momentos cuando realmente entendí que está hecha de acero. A pesar de que tenía a su esposo debatiéndose entre la vida y la muerte, dos hijos, un hogar que sostener y dos trabajos que atender, nunca se dio por vencida ni flaqueó. No se mostró débil ni un solo instante, al contrario, todo el tiempo tuvo la cabeza fría para actuar de la mejor manera y ser amable con los demás. Muchos amigos me han dicho que fue sorprendente la forma en la que afronté esos eventos. Yo estoy plenamente convencido de que lo hice porque ella me daba paz y seguridad.

Mi fe entonces aumentó. Diario iba a la pequeña capilla del hospital a platicar con Dios, y también lo hacía a menudo cuando caminaba o manejaba solo. A veces los doctores nos daban buenas noticias, a veces malas, sin embargo nunca dejé de confiar en que mi papá saldría adelante. Aun así, a Dios siempre le pedí que pasara lo mejor, y si eso era que mi papá se finalmente descansara sabría entenderlo.

Cuando entraba al cuarto de mi papá (solo, pues en terapia intensiva sólo permiten la entrada de una persona) platicaba con él. De futbol, de quién había ido de visita al hospital, de cómo estaba la casa, de mis amigos, en fin, de todo. Un día tomé una foto donde aparecíamos los cuatro y la pegué a lado de su cama, para que en los breves momentos en los que abría los ojos lo primero que viera fuera a nosotros.

Verlo lleno de tubos y maquinas por todos lados me entestecía pero nunca se lo hice saber. Aun así, estar ahí adentro era maravilloso. Varias veces mientras platicaba con él, de sus ojos cerrados salían lágrimas. Esto sucedía cuando le hablaba de lo orgulloso que me sentía de él, y de que para mí era el mejor padre que podía haber tenido. Esas lágrimas han sido lo más bello que he vivido en mi vida, aun ahora, mientras escribo estas palabras mi corazón se llena de una gran paz y me resulta inevitable contener mi propio llanto. Se puede llorar de amor, ahora lo sé.

5. Esperando a mamá

En algún momento mi abuela materna le comentó a varios hermanos de Mario, que si éste no se iba a descansar, era porque aun estaba esperando a su mamá. Me explico: durante todo el tiempo que mi papá estuvo en terapia intensiva, a mi abuela paterna no se le comentó lo que pasaba.

Mi abuela Irene casi no veía debido a varios padecimientos de sus ojos. Desde que mi papá ingresó al hospital continuamente preguntó por él. Para no preocuparla nunca se le comentó lo ocurrido ni que su hijo estaba en terapia intensiva. Finalmente mis tíos se decidieron, le contaron la situación y la llevaron al hospital. Pasó al cuarto y estuvo un rato con mi papá, platicó con él y le tocó la cara. Yo no sé si uno decide cuándo morir o si verdaderamente esperas a despedirte de tus seres queridos, pero lo cierto es que un día después de que su mamá lo visitó, mi papá murió.

6. La despedida

En algún momento casi me da gripa, pero me negué a enfermarme. No podía darme ese lujo debido a que tuve que donar plaquetas en el banco de sangre, y además, porque si estaba enfermo entonces no podría entrar al cuarto donde estaba mi papá. Por eso, cuando comprobé que la gripa que me amenazaba había cedido, volví al hospital. Fue el lunes 3 de febrero. Llegué a las 8 de la mañana e hice relevo con mi mamá que se había quedado ahí toda la noche anterior.

Apenas se marchó, aproveché para ir al baño. Andaba haciendo “lo que todos hacen” cuando escuché que el sonido del hospital solicitaba a un familiar de Mario Revelo con urgencia. Lo más rápido que pude me trasladé al área de terapia intensiva. En cuanto llegué un doctor me dijo que mi papá agonizaba, y que si deseaba despedirme de él, era el momento.

Entré al cuarto. Sólo se escuchaba el maldito “bip… bip… bip… bip…” de la maquina que registra el ritmo cardíaco del paciente. Ahí estaba mi papá. Al principio comencé a contarle cualquier tontería, como si fuera una plática más entre ambos. Entonces noté que sus pulsaciones poco a poco iban disminuyendo. Supe que sería mi último momento con él. Con la mayor calma posible le dije que se podía ir tranquilo, que aquí todo estaría bien y que yo le prometía que haría lo posible porque siempre estuviera orgulloso de mí; que tanto mi mamá, como mi hermana y yo nos cuidaríamos mutuamente y que le agradecía por haberme dado la vida. Le besé la mejilla, le dije adiós y le prometí que nos volveríamos a ver.

De pronto las pulsaciones cesaron. Comenzó a sonar un extraño ruido y muchos doctores entraron al cuarto. Me pidieron que saliera, aunque sabía muy bien que mi papá ya no volvería.

Afuera del cuarto le marqué a mi mamá (aun iba manejando de regreso a casa) y le pedí que regresara porque tenía que firmar algo. Cuando llegó le dije lo que había pasado y ella comenzó a llorar. No supe que hacer y me sentí más pequeño e inútil que nunca. Minutos después entró al cuarto a despedirse de él. Yo aproveché para marcarle a mi tío Miguel (por parte de mi familia materna) y a mi tío Alejandro (de mi familia paterna) para avisarles lo sucedido y pedirles que le avisaran a los demás.

Aun hoy, el que mi papá se haya ido cuando yo estaba a su lado me parece demasiado significativo.


7. Lo que sigue después del punto final

Después todo se volvió raro y vertiginoso. Miguel y Silvía me llevaron a mi casa para que buscara los papeles del panteón (hace muchos años compramos un espacio para la familia). Sorprendentemente todos los documentos de seguros, datos laborales y funerarios estaban en perfecto orden, como si mi papá presintiera su destino y hubiera dejado todo en orden para evitarnos molestias. La primera canción que escuché camino a casa fue "Después de ti" de Cristian Castro. Aquella canción no podía estar más apegada a lo que estaba pasando.

Después vi a mi hermana a la que ya le habían contado lo que había pasado. Estaba tranquila.

Me recuerdo siendo visitado en casa por mis fieles amigos, aquellos con los que crecí jugando en mi cuadra. Tan respetuosos, tan al pendiente de cómo me sentía. Horas después, ellos también fueron al velorio a pesar de que el panteón Jardines del Recuerdo se encuentra lejos de nuestra casa y de que al otro día debían ir a la escuela. En las salas del velatorio de pronto aparecieron mis amigos de la universidad. Por unas horas platiqué con ellos de cualquier cosa y me sentí más ligero. Si no menciono nombres es porque no quisiera cometer la grosería de olvidar a nadie de todos los que estuvieron presentes en esos momentos tan complicados, sólo quiero que sepan que me ayudaron mucho y que mi vida no basta para agradecerles su presencia no sólo esa noche, sino en los días y semanas consecuentes.

Pasé la noche entera en el velatorio. Al otro día enterramos a mi papá. Nuevamente lloré cuando vi descender el ataúd hacia adentro de la tierra. Fue ahí cuando mi tío Miguel González se acercó y con los ojos rojos me murmuró al oído “tú papá fue un gran hombre”. Esas palabras aun resuenan en mis oídos y siempre me hacen sacar fuerzas de flaqueza.

Esa tarde fui a comprar flores para los rosarios que se llevarían a cabo en los días venideros. Iba sólo en el coche. Entonces un agradable aire comenzó a soplar, el cielo nocturno lucía limpio y estrellado, la luna brillaba intensa en el firmamento. Sonreí y me sentí mejor, Mario ya estaba descansando.

8. Él, que nunca se fue

Pensé que escribir este texto me desgarraría el alma. La verdad fue todo lo contario.

Han pasado exactamente 10 años de aquel 3 de febrero del 2003, y ni un día he dejado de recordar a mi papá. Puede sonar raro, pero haberlo perdido no fue tan doloroso como podría pensarse. Sí, lo extrañé, lo extraño y lo extrañaré, pero de alguna u otra forma siento que nunca me ha abandonado. Suelo soñar con él de vez en cuando y siempre lo encuentro feliz. Siempre, cuando contamos anécdotas, varias de sus ocurrencias salen a relucir. Continuamente me lo recuerdan los demás, dicen que me parezco a él y por si fuera poco, tengo la certeza de que mi papá y yo nuevamente estaremos juntos algún día.

A menudo lo recuerdo en gestos y ademanes míos o de mi hermana, en la música que escucho o hasta en ciertos arrebatos.

Hace 10 años no te fuiste papá, sólo hiciste que te amaramos aun más. Gracias por no abandonarme nunca y seguir mis pasos desde donde estas. Con cariño, tu hijo.