miércoles, 29 de julio de 2009

Píntale la raya al cambio climático


Vagando en internet llegué a esta campaña que busca concientizar y ejercer acciones efectivas en contra del cambio climático que cada día se constituye en una amenaza más sería para la humanidad. No hay que ser un genio para darnos cuenta que los efectos ocasionados por el calentamiento global comienzan a ser preocupantes. Sequias, aumentos y descensos de temperatura radicales, huracanes y lluvias torrenciales son sólo una muestra de que el problema es más grave de lo que se piensa.

Lamentablemente, por más que el problema sea conocido por el grueso de la población, las medidas serias que se han tomado realmente son muy pocas. La información está ahí. La voluntad sigue pensando que nada va a pasar.

Hoy me topé con la campaña 'Píntale la raya al cambio climático', lanzada por Greenpeace y que busca la recolección de firmas para exigirle al gobierno mexicano que asuma un papel protagónico en la ‘Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático’ que se celebrara en diciembre de éste 2009 en la ciudad de Copenhague. En dicha reunión los países participantes se comprometerán a disminuir su producción de Co2 y a tomar medidas eficaces para frenar el cambio climático.

En su sitio web puedes agregar tu nombre al de miles de personas. Todas las firmas que se recolecten hasta fin de año, serán entregadas a Felipe Calderón, Presidente de México, para exigirle que nuestra nación entre de lleno en la lucha por salvar al planeta por medio de políticas y presupuestos destinados a la protección ambiental.

Hace unos minutos firmé con mis datos dicha petición. Para muchos sonará absurdo que con teclear mis datos ayude realmente en algo a detener el calentamiento global. Sin embargo lo más importante, y generalmente difícil, es animarnos a ser parte de la diferencia. Con esa firma insignificante levanto la voz ante mi gobierno y ante el mundo. Pinto mi raya y declaro que me importa mi planeta reclamando a los líderes del mundo que se actué cuanto antes. Desde luego nuestro papel no termina ahí, pues la firma de la petición nos obliga a tomar pequeñas acciones en nuestra vida cotidiana. Dejar de usar tanto el auto, cambiar las bombillas de nuestra casa por focos de bajo consumo de energía, apagar las luces y aparatos eléctricos que no usemos son sólo algunas de las medidas con las que podemos salvar el mundo.

Este blog y su autor se unen a esta campaña activista que a todos nos incumbe.

El escritor mexicano Xavier Velasco habla de ‘Píntale la raya al cambio climático’:


lunes, 27 de julio de 2009

Coros de un recuerdo

Esta tarde no llueve,
pero en cambio es fría.
Sigues aquí, confundida con pensamientos.

Como si fuera poca cosa,
torpemente me extingo en tu alma,
al son de un bolero que con melancólicos
toques de tango me dice:

Y pensaba en ti.
Ayer. Hoy también
Siempre en ti.
Estabas ahí.
Ayer.
Sin mi
¿dónde estoy cuando quiero pintarme a tu lado?
El presente no ha cambiado.

¿Quién está perdido?
Tú que vives perdida en una ciudad que no es la mía.
O yo, que vivo en un mundo de estrellas y flores parlanchinas

Tu verdad es la del mundo.
La mía se murió con tu último beso.

Vivimos en tiempos ajenos.
Yo en el infierno. Tú en la tierra.

Yo pensaba en ti corazón
¿tú en quién?
No sé si el saber esta respuesta
me agrade, me haga bien o me desangre.


Gabriel Revelo
Diciembre 2006

sábado, 25 de julio de 2009

La risa, el mejor homenaje


Partamos del hecho de que sólo se parodia aquello que es trascendente, importante o atractivo para los demás. Dedicarle horas de trabajo y esfuerzo para lograr igualar hasta el más mínimo detalle. En cierta forma, al imitar una situación o una persona, lo que se hace es rendirle un homenaje. Cuando la mezcla entre buen humor, creatividad y respeto es perfecta, el resultado es simplemente maravilloso.

Precisamente, el domingo pasado, dentro del reality show de comedia ‘Hazme reír y serás millonario’ pude ver una de esas parodias entrañables. De una perfección que veo y no me creo, el número presentado por el comediante Omar Chaparro, la conductora Cecilia Galeano y Marvin, el soñador. Sabía que después de la muerte de Michael, Omar (admirador confeso de toda la vida de Jackson) tarde o temprano presentaría algún sketch en su memoria. La duda es que tan bueno sería, y sobre todo, que tanto respeto se le daría a una de las figuras más emblemáticas cultural y musical de los últimos años.

Poseedor de un carisma y capacidad de improvisación, a Omar Chaparro lo he seguido desde los inicios de su exitosa carrera. A sus programas de televisión, radio y en sus interpretaciones teatrales les ha sabido imprimir su muy personal estilo. El día que Jackson murió, Omar fue entrevistado en una estación de radio donde, con un gran dolor en su tono de voz, no dejó de afirmar que ‘si estoy en el negocio del entretenimiento es por Michael. Comencé a imitarlo desde niño’. Ese cariño quedó plasmado en su parodia de Thriller.


Paradójicamente, hace unas semanas recibí un mail cadena alusivo a la muerte de Michael. La imagen que incluía intentaba ser graciosa pero caía en lo grotesco y en el mal gusto, sobre todo por tratarse de un acontecimiento que a muchos aun nos duele. Regresé el mail expresando mi desacuerdo y recibí un par de reclamos en las que se me decía chillado e intenso. Días después llegó la parodia del video de Thriller en la que Omar Chaparro interpreta a Michael. Comprobé que se puede ser gracioso y a la vez respetuoso. Que se puede hacer algo espectacular sin necesidad de empañar el brillo del artista que aun hoy tiene al mundo consternado.

He visto el video de la actuación de Omar unas diez veces. No dejo de emocionarme y de reír. Memorable, tanto desde el punto de vista de la comedia, como desde el punto de vista de un recuerdo a Michael. De aquel correo cadena, cuya imagen no quise ni postear, a lo que vi el domingo pasado hay un mar de contrastes. El cariño, respeto e ingenio hacen la diferencia. Les dejo el video para que ustedes juzguen, de antemano sé que les gustará.

PD. TELEVISA RETIRÓ EL VIDEO DE YOU TUBE... NO ENTIENDO ESTA POLÍTICA... EN FIN, SIENTO MUCHO QUE YA NO PUEDA VERSE EN ESTE HUMILDE BLOG.

martes, 21 de julio de 2009

Ser tus ojos


De pronto verlos día tras día se volvió lo más cotidiano. Llegaron a un punto en el que se mimetizaron con el entorno y dejé de reparar en ellos. La más linda historia suele perderse entre la rapidez de la vida cotidiana. No obstante, hay contados instantes en los que logro salir de la superficial rutina y enfocar mi atención en aquella pareja tan peculiar que cada tarde trabaja en el cruce de Canal de Tezontle y Canal Río Churubusco.

Desde hace años Padre e hijo esperan pacientemente a que la luz del semáforo cambie a roja. Caminan entre los autos ofreciendo golosinas, cigarros y gomas de mascar a los conductores que indiferentes, rara vez notan que uno de los dos vendedores es ciego. Nunca fallan. Ni la lluvia, el frío o el calor abrazante los detiene. Uno cuida al otro, le sirve de guía y le presta por unas horas su mirada. ‘Padre, seré tus ojos cada tarde’, prometió en silencio aquel niño, que hoy, ya es un joven.

Ante los ojos de los conductores hemos visto como aquella promesa no deja de cumplirse. Desde mi primer encuentro con ellos ha pasado una década. Mi admiración y respeto sigue siendo la misma. Por un lado está el valor de aquel hombre que a pesar de su ceguera tiene el valor suficiente para salir a ganarse la vida y ser el soporte familiar que él mismo se exige ser. Portando sus lentes oscuros y un grueso palo a modo de bastón, enfundado en su viejo suéter, se las ingenia para acomodar las cajas de dulces y de más productos entre sus manos. Su hijo, además de guiarlo entre los carros y camiones, revisa el cambio y le entregó uno de los más grandes regalos a su padre: sus tardes de infancia, sus tardes de adolescente, sus tardes de juventud.

Y con todo aquel muchacho dirá que valió la pena. Quienes hemos gozado del amor de un padre sabemos que ningún sacrificio es suficiente para detener un amor tan grande. Cuando amas así a quien te dio la vida ser sus ojos es un privilegio.

Hoy, como cada tarde, me encontré con ellos.

sábado, 18 de julio de 2009

Coros de un adiós

Si me duele el escribirte,
más me duele recordarte.

Vuélvete un poquito lluvia,
vuélvete un poquito mar.
Vuélveme un poquito
menos susceptible a la verdad.

Dime que refleja mi mirada triste
¿Una visión que es mentira, y que eres tú?
¿O un pedazo de gloria celestial?
¿Serás tan endemoniadamente bella
o sólo una ilusión que me hago para no caer en el abismo de la realidad?

En realidad no me quieres.
Lo supe después.
El día que rompiste mi castillo de cristal
la reina escapó con el dragón.

Esa tarde no llovía,
pero en cambio era fría.
Esa noche descansaste en otros brazos
y me juré odiarte eternamente,
condenar tu recuerdo al fuego.
Curar mi orgullo desvalido y
volverme piedra.

Setenta lunas llenas después,
un aire tupidito de calor me hizo sonreír.
Volví a reír.
Creí olvidarte.
El gris se volvió aperlado.

Y me pierdo en la arena de un reloj.




Gabriel Revelo
Diciembre 2006

martes, 14 de julio de 2009

Mi amigo Huriat, las Ninja Tortugas Adolescentes Mutantes y yo


En mi, la atracción al vértigo siempre ha estado ahí. Esbozo en mis recuerdos y no logro dar con ese primer instante, aquel momento en el que se me tatuó en el alma el fanatismo por vivir mil vidas aparte de la mía. Pudo ser una película, un programa de televisión o un cuento el que desató todo; lo cierto es que desde entonces, vivo obsesionado por el arte de contar historias.

Atesoro aquellas veces en las que la adrenalina se me ha disparado al máximo gracias a un argumento que me saque de mi estabilidad y me confronte con una montaña rusa de emociones. Ansiedad, amor, miedo, ternura, tristeza, alegría, desesperanza… todo cabe dentro de una historia bien estructurada. Constantemente suelo sorprenderme al borde de las lágrimas, extasiado de adrenalina o temblando de pavor al ver alguna película o programa de televisión. Ni que decir de un buen libro cuya pausa para tomar aire es necesaria para seguir su lectura. El arte de narrar visual, auditiva o textualmente estiba en lograr ese milagroso segundo en el que todo se detiene en pos de acciones y personajes que al menos por ese instante nos pertenecen.

Quienes en algún momento hemos intentado darle vida a una historia sabemos que para hallar esa fórmula el único camino seguro es el de batallar con nuestro propio subconsciente. Encontrar, por más que duela, las aristas de la más pura vulnerabilidad, aquella en la que irremediablemente nos reflejamos.

Hubo una vez, no obstante, en la que narrar no dolió, no estresó. Vamos, era divertido. Contar aquella historia era imprescindible y no podía parar. Emprendí aquella odisea con Huriat Santini, uno de mis mejores amigos a quienes conozco desde mi más tierna infancia. Fue precisamente en nuestra niñez cuando se nos ocurrió hacer una historieta. Como protagonistas elegimos a las Tortugas Ninja, caricatura muy de moda a principios de los noventa y de la cual éramos seguidores.

Iniciamos con dos cuadernos de escuela. La dinámica era fácil. Cada quien se llevaba uno a su casa. A modo de comic dibujábamos (de manera bastante sencilla, los monitos eran muy rústicos) las peripecias de nuestros héroes que jamás veríamos en la televisión. Al otro día la mejor hora era cuando nos veíamos para compartir los avances de nuestras historias. Opinábamos de ellas, nos ayudábamos a desenredar nudos creativos y a dar ingeniosos giros de tuerca (en ese entonces ni idea tenía de esos términos). Supongo que aquellos juegos narrativos no eran buenos, pero en ese entonces sentíamos que contábamos algo maravilloso. Nos releíamos con la convicción de que nuestras Ninja Tortugas Adolescentes Mutantes eran mil veces mejores que las que el resto de los niños conocían.

Por semanas fuimos lo que añoró, sin tanto éxito, ser hoy en día: contadores de historias que satisfacían al más difícil de sus críticos… ellos mismos. Después de salvar al mundo una y otra y otra vez, de organizar torneos interplanetarios, de crear y reinventar personajes, de matarlos, revivirlos, transformarlos. Cuadernos iban y venían sin que las ideas dejaran de fluir. Al final jugamos a crear y moldear el universo que nos regalamos por el mero gusto de hacerlo.

Una tarde descubrimos que ya habíamos estirado nuestras historias al máximo. Con nuestro mundo hicimos todo. A la primera señal de aburrimiento decidimos poner punto final y centrar nuestras energías en otro juego. Jamás he escrito con esas ganas, constancia y pasión. Sin mucho éxito sigo intentándolo.

Estoy seguro que Huriat también recuerda esas historias con una sonrisa. Por desgracia, no tengo la menor idea del paradero de esos cuadernos. Ni de Rafael… Miguel Ángel… Donatello ni Leonardo.


sábado, 11 de julio de 2009

Vaso de colección

A veces me da por hacerle al coleccionista. Suelo ir por la vida recolectando cuanto artefacto singular o curioso. Guardando, almacenando, sin importar que carezcan de utilidad. Sin nada que esperar, más que la simple satisfacción de ser el feliz poseedor de tan especiales artilugios.

De entre todos estos objetos, uno de mis favoritos lo tomé sin permiso (ya ven que a mí la delincuencia no se me da) de la cantina de casa de mis abuelos. Y es que en cuanto lo vi no pude resistirme a tan deliciosa pieza de humor involuntario. La pieza en cuestión es este vaso de boda:


Vayamos por partes. Después de una profunda investigación con diferentes miembros de la familia, nadie recuerda ni a Eduardo ni a la tal Alejandra. No son ni familiares cercanos, ni lejanos. No son amigos o conocidos o socios de nadie. Si son unos completos desconocidos para todos, entonces… ¿no que fue una ‘inolvidable’ boda? Al menos dieron vasos de recuerdo para que las futuras generaciones nos burlemos de ellos. Pasemos a un detalle aun más aterrador: Alejandra y Eduardo son idénticos. Da miedo. Parece la misma persona. Mismo peinado de ‘libro abierto’, la mirada perdida, la boca alargada como de muppet. Estos dos por lo menos tienen (o tenían, igual y ya hasta se murieron) algún parentesco sanguíneo o de plano eso del ‘alma gemela’ no es tan cursi e irreal como muchos pensábamos.

La desgracia fue que por más vueltas que le di al dichos vaso (de un cristal bastante corrientito) no aparece la fecha del bodorrio, pero a juzgar por el look y la indumentaria de los novios calculo que la foto fue tomada a mediados de los setenta. Más datos impresos en el mismo vaso revelan que la fiesta tuvo lugar en un sitio llamado “Banquetes Miguel” que se encuentra en Tlalnepantla. ¡De seguro estuvo bien suave!

Solicito su ayuda para saber más del origen de éste vaso que desde hace unos meses tengo en mi poder. Quizá son los tíos, papás, amigos, vecinos, amantes o hasta los criados de algún lector de este blog. Cualquier información será útil para saber por qué diablos mis abuelos guardaban un vaso de la boda de unos ilustres desconocidos.

De cualquier manera peor estoy yo por guardar algo así. Pero seamos sinceros, ¿a poco no está increíble?

lunes, 6 de julio de 2009

Las batallas en el desierto


- Dedicado a Rosalía Campillo

Me acuerdo, no me acuerdo. La he leído tres veces y cada vez me sorprende más. Lo cierto es que de unas décadas para acá, esta historia siempre ha estado presente en el colectivo nacional. Tan simple pero complicada. Breve pero infinita. Instalada en el pasado pero tan actual como si la trama estuviera ubicada en el presente. Así de magistral es “Las Batallas en el desierto” del maestro José Emilio Pacheco.

Escribo sobre “Las Batallas en el Desierto” no sólo por los 18 años de la publicación de esta maravillosa novela, ni por el cumpleaños número 70 de su autor o el Homenaje Nacional que tuvo lugar hace unas semanas. Aunque a una obra así, escrita con tal maestría, se le debe abordar desde todas las perspectivas posibles, es indudable que su mejor análisis y valor reside en la experiencia de cada uno de quienes hemos tenido la oportunidad de toparnos con esta historia de amor. De ahí cada lector la hará suya y le otorgará su propia estructura, acorde con los cimientos de nuestra educación sentimental y nuestra relación con la nostalgia.

A diferencia de la mayoría, mi primera lectura de “Las Batallas en el desierto” no fue como parte de una tarea en la secundaria, sino en otoño del año 2004, cuando cursaba mi último semestre en la universitaria. Lo encontré en el librero de mi casa. Lo primero que me sorprendió de aquel libro del que ya había oído tantos elogios fue su brevedad. En no más de 70 hojas estaba contenida, me decían, una de las novelas mexicanas cumbres del siglo XX. Traducida a varios idiomas y objeto de múltiples estudios, ensayos, películas e incluso una gran canción de Café Tacvba. Esa tarde lluviosa de octubre comencé su lectura en el interior de mi auto en el estacionamiento de la UVM Campus Tlalpan. No pude parar. La leí de corrido. Azorado por una narrativa que por sí misma fue un embrujo. Nunca me arrepentí de haber faltado a la primera clase de aquella tarde. Lo único que recuerdo es haber entrado a la siguiente clase con una sensación de andar flotando, de estar y no estar en el año 2004 sino en un periodo atemporal en una Ciudad de México que ya no existe.

Hoy volvía a leerla. Hoy volví a enamorarme al recorrer cada una de las páginas con esa emoción que acelera el corazón. Reviví como la primera vez (siempre pasa así con Pacheco) la historia de Carlos, el niño que se enamoró de Mariana, mamá de uno de sus compañeros de la primaria. ‘Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo’. De aquel imposible se desprende un escenario disfuncional perfecto en el que lo mismo cabe la corrupción política, la critica a la iglesia, a la ciencia y a la educación. “Las Batallas en el Desierto” es además el retrato de una sociedad mexicana que se nos perdió. De la vida de una ciudad que no volverá y que el mismo José Emilio describe como ‘el mundo antiguo’, ese en el que el señor del costal robaba niños, los boleros inundaban las ondas sonoras, no había tostadoras de pan en el país, los refrigeradores funcionaban con un bloque de hielo que debía cambiarse y los ríos cruzaban a la Ciudad de México. Es en aquellos años, en los que se aseguraba que el siglo XXI traería la prosperidad anhelada, en donde mi memoria ha querido instalarse.

Podría leerla mil veces y mil veces terminaría impactado por lo redondo de esta novela. Hace unos meses conocí a José Emilio Pacheco y me impactó su sencillez. Por eso ahora estoy seguro de que el mejor homenaje que se le puede rendir es recorrer sus obras y dejarnos emocionar. La maravilla es que éste libro nos conoce. Sabe de los anhelos y de lo duro que es añorar lo que ahora son ruinas. De esto se trata la literatura de José Emilio, de evocar las profundas huellas que la vida nos va dejando.

Había que rendirle un homenaje así a esta novela. Ahora comienzo a leer “La edad de las tinieblas”, nuevo poemario de José Emilio Pacheco.

sábado, 4 de julio de 2009

¿Más fuerte?


A mi Dios le pedí perdón por todas las veces que inútilmente llegué a importunarle, llorarle e implorarle en nombre de un amor que hoy no es nada. De ese corazón que te entregue sin condiciones y que, a pesar de un mar de suplicas, dejaste que muriera cruelmente. Noches de insomnio que hoy ya son fantasmas que a veces se transfiguran para perseguirme en mi soledad.

A mi Dios, le pido que me haga crecer en medio de las cenizas que tu bendito desprecio dejó.

miércoles, 1 de julio de 2009

Delincuente soy

Qué vergüenza me da, pero debo aceptar que hace tres años robé. ¿O debo decir, tomé prestado? Juzgue usted: La tarde del 18 de junio del 2006 fui a un supermercado (W... M...) con la familia. De pronto ¡¡¡oh sorpresa!!! divisé un hermoso estante promocional de Coca Cola, alusivo, por supuesto, a la Copa Mundial de Futbol Alemania 2006 que en ese entonces estaba jugándose. Fotos de jugadores, posters y objetos promociónales de cartón adornaban el lugar. Yo, que soy fanático de este deporte, coleccionista y adicto a todo lo referente a este refresco, no resistí la tentación. A pesar de las decenas de personas que se encontraban presentes, agarré una botella de Coca Cola de cartón y disimuladamente abandone la tienda.

Nadie me dijo nada. Quizá no lo notaron, quizá no les importó. ¿Se puede robar algo que ni siquiera tenía precio o código de barras? El punto es que diez minutos después la pintoresca botellita ya formaba parte de la decoración de mi cuarto. Como sea. Nunca sentí el menor remordimiento. Es más, ¡hasta me retraté con el cuerpo del delito!




Es curioso, pero desde ese entonces hasta la fecha, cada que veo la dichosa botellita viene a mi mente la escena de una película de hace años y que protagonizaban Pedrito Fernández y Lucerito. En la escena principal, el hoy interpreté de 'Mi forma de sentir', cantaba en medio de callejones obscuros una pintoresca canción de Rock (graciosa de tan mala que es) cuyo coro decía: Delincuente soy.




Pd. Si usted es empleado de Wal Mart, Coca Cola o Policía, le pido por favor, olvide lo que acaba de leer.