viernes, 29 de febrero de 2008

La próxima vez que sea hoy

La última vez que fue hoy aun iba en la universidad. No me gustan las comparaciones pero aquellos fueron de los tiempos más felices de mi vida. Comenzaba a enamorarme de verdad, todos los días eran una aventura a lado de quién por largo tiempo se convertiría en mi adoración. No había un segundo del día en el que el amor y las ganas de vivir cosas nuevas inundarán la atmósfera de adrenalina. El tiempo podría pasar y siempre había algo que hacer, alguien a quién llamar. No tenía blog pero ya soñaba con algún método de hacer que mis palabras llegarán a más personas.

Aquella última vez el escudo del Atlante sólo tenía dos estrellas. Ana Guevara entusiasmaba a un país que soñaba con una medalla en los Juegos Olímpicos de Atenas. El presidente era otro, el Papa era otro, yo era otro (quizá más inconsciente de la vida y por ello mismo, un poco más feliz). Hablar de esa época es recordar un par de canciones que me siguen doliendo. Quién diga que cuatro años no son nada es porque no le han roto el corazón.

La próxima vez que sea hoy deseo con todo el corazón que finalmente mis tardes se pinten de amor y que está necedad de escribir sea algo más tangible. Tener un mejor trabajo, o mejor aun, que me paguen por lo que me gusta y sonreír más, pues aunque ahora lo hago sé que podría permitirme hacerlo más seguido. Para el siguiente 29 de febrero me gustaría haber vivido, cosas buenas, cosas malas, pero haber vivido. Haber conocido un par de aquellas hermosas ciudades del mundo, y por supuesto, un poquito más de mi país. Haber madurado lo suficiente pero nunca lo demasiado como para dejar de ser niño. Conservar a la gente que quiero a mi lado y procurar su bienestar.

¿Estará la literatura presente en mi vida?

No me imagino casado todavía, pero si a lado de la mujer de mi vida. Cuando ese día llegue espero haber borrado los fantasmas que las historias amorosas dejan tras de si. Que éste blog siga existiendo para poder seguir encontrando respuestas en el complicado mapa de mi mismo. Tener la costumbre de cuidar más mi salud y hablar un poco más con Dios y con mi Ángel de la Guarda favorito...

... y que las cosas buenas, que son las más, sigan por muchos 29’s de febrero más.

martes, 26 de febrero de 2008

Una chalina

¿Embrujo o simple necesidad de tener un poco de ti?. Podría ponerle el nombre que sea y sin embargo no describiría nada. ¿Puede un objeto impregnarse de la esencia de su dueña....?

No hace falta saber la respuesta si de todas formas terminaré por convertirla en un ‘sí’ que me suene lleno de contundencia. Ahora, que si de ponerme ‘contundente’ se trata, creo que nada hablará mejor que esa Chalina que hace unas horas ella olvidó en el trabajo y que por teléfono me pidió que guardara. Cierto es que desde que recibí su llamada la tomé con cuidado y la guardé como el tesoro más preciado; más veras resulta el confesar que al olerla por unos microsegundos viaje a Venus montado en una estrella y sin escalas. La pregunta debería ser cómo no escapar del embrujo de semejante tesoro, y no si hice lo correcto al ver aquella Chalina todo el día e incluso, tenerla en este preciso momento frente a mi mientras intento explicarme la fijación por un pedazo de tela que a ella le sienta como a nadie.

Mil y un razones pueden haber detrás de ese olvido y poco me importan. Al menos por ahora el mundo parece contenido en aquel accesorio tan femenino y vistoso en el que quiero creer, se aloja una parte de ella. Al menos su estilo, su aroma, frescura y brillo son idénticos a los de la dueña.

Puede que esté loco, pero estoy seguro que no soy ni el primero ni el último que cae rendido ante el encanto de tener en sus manos, aunque sea por un momento, cualquier objeto de una mujer inspiradora. Creer firmemente que aquel objeto establece con ella algún tipo de conexión y que al momento de tocarlo y hablarle ella, como por parte de magia al menos me tendrá presente en su pensamiento. En está clase de tonterías piensa quién anda en busca de convencer a otro corazón de caminar bajo nuestra mirada un mismo camino.

En unas horas esa Chalina que hoy me acompaña e inspira volverá a su dueña. A mi me quedará el recuerdo de ese aroma que el aire, para darme celos, sí puede acariciar.

lunes, 25 de febrero de 2008

¡Santos Diablos Guardianes, Batman!

Palabras más, palabras menos, se dice que: ‘Cuando leas un libro nunca vayas en busca del autor, pues el libro siempre terminará siendo más grande’. Frase tan cierta y aplicable no sólo a la literatura sino a cualquier campo de la creación humana. Una novela, una película, una canción o una pintura son por si mismas tan inmensas que de poco valdría buscar a su creador. Por supuesto, la vida siempre tiene sus excepciones.

A Xavier Velasco, autor de la novela ‘Diablo Guardián’ (Premio Alfaguara de Novela 2003), los libros ‘El Materialismo Histérico’, ‘Luna llena en las rocas’ y más recientemente de la novela ‘Éste que ves’, lo conocí por primera vez en una de las conferencias universitarias de Espacio 2003 en Veracruz. Sin saber aun que había escrito, la manera tan peculiar que tiene de hablar de la literatura me llevó a leer inmediatamente ‘Diablo Guardián’ y convertir aquella novela en mi libro de cabecera. Desde entonces le he seguido la pista a su obra y en parte podría decir que él es un poco culpable de mi manía por escribir.

Aunque en varias ocasiones había tenido la oportunidad de verlo e intercambiar un par de palabras con él en algunas ferias del libro y presentaciones de sus libros, jamás imaginé que algún día tendría la oportunidad de compartir una noche de platica, con uno de los escritores mexicanos más importantes de la actualidad. Lo cierto es que la noche del pasado sábado, algunos de los lectores de su blog (http://www.elboomeran.com/blog/10/xavier-velasco/) tuvimos el gusto, primero de conocernos entre nosotros, y después, de esperar el arribo de aquel hombre nada peculiar.

Cuando poco antes de las nueve Velasco arribó al lugar volví a comprobar lo que ya sabía: Xavier es un fuera de serie en toda la extensión de la palabra. Su apariencia, sus movimientos, la forma de expresarse y su pasión por las letras. La forma de transportarnos por medio de una amigable charla a ese mundo en el que nada, excepto la literatura, vale tanto como para no jugárselo en una apuesta. Pocos minutos después, ya no estaríamos ante la presencia de un gran escritor sino en compañía de un amigo que más tardó en llegar que en convertirse en el alma de la reunión. Accedió a la dinámica de adivinar por medio de unas tarjetas quién era quién y tuvo el tino de entregarla a cada uno de nosotros la con nuestro nombre.

No sólo son sus obras, que ya de por si deberían bastar para depositar miles de palabras en torno a él. Su vida misma bastaría para cautivar al más difícil de los lectores. Por más que Xavier se empeñe en decir, (con toda la razón del mundo) que es obligación del narrador pasar inadvertido ante la historia me resulta imposible no hablar de las innumerables palabras e ideas que ese día compartió con nosotros y que siguen dando vueltas en mi cabeza. Para alguien que como yo, desea escribir, dudo que haya encuentros tan significativos como el de hace dos días. Hablar de procesos de creación, de otros autores, de los lugares y personajes detrás de sus novelas, de su vida cotidiana, de sus aventuras sin igual, de sus perros, de sus viajes y de tantas cosas que francamente me sacudieron hasta el punto de afirmar que esa charla ‘entre amigos sin ser amigos’ ha sido de lo mejor que me ha pasado últimamente.

Que me hiciera un comentario de éste blog, que se acordara de mi nombre, que nos compartiera más de la persona fuera del autor. Darme cuenta de que somos diferentes y a la vez coincidimos en muchos aspectos. Me encantaría hablarles detalladamente de cada minuto de las más de seis horas que coincidimos en aquel bar de la Ciudad de México, aunque soy consciente de que no le haría ni tantita justicia a esa noche en la que comprobé que Xavier Velasco no solamente es un gran escritor, sino también (y en mayor medida), un gran ser humano, capaz de regalarnos a varios de sus lectoras uno de esos encuentros para no olvidar.

jueves, 21 de febrero de 2008

No sólo fue el Eclipse

Un punto común y constante en casi todas las culturas ha sido el de conferirle a los Eclipses simbolismos y elementos místicos, como si no fuera ya suficiente la arrebatadora coincidencia de que Sol, Tierra y Luna se alineen formando un espectáculo visual cuya verdadera magnitud no somos capaces de calcular. Por eso, uno de antemano ya sabe que cuando se va a tener la suerte de un Eclipse Total algo dentro de nosotros se cimbrará de una u otra forma. Llámenlo energía, magnetismo, magia o simple romanticismo; el estar en la presencia de un espectáculo pintado por el universo jamás podrá pasar desapercibido.

Desde hace semanas se había anunciado que en la noche del 20 de febrero tendría lugar el último Eclipse total de Luna visible en México de la década. Sabía que lo vería pues duraría un par de horas. Bastaría con salir a la calle, mirar al cielo y la puesta escénica ahí estaría, e incluso, el fenómeno sería transmitido en su totalidad por algunos canales de televisión. Ahora sé que es verdad: los Eclipses afectan a los seres del planeta de alguna manera, sólo así puedo explicarme que la noche de ayer me haya parecido llena de magia y tan disfrutable como pocas. Fue eso; o fue Alondra.

A ella la conozco desde hace varios años. La conocí en la universidad y su carisma, inteligencia, madurez y forma de ser hizo que poco a poco comenzara a tomarle un gran cariño que ha crecido a pesar del tiempo y la distancia (que dicho sea de paso, duele). Alondra es una aventurera de corazón, por eso es tan difícil coincidir con ella, pues si bien vive en Zihuatanejo, su naturaleza y trabajo hacen que gran parte del año éste en diferentes partes de México y el mundo. Por eso quizá fue demasiada coincidencia que justo el día en el que La Luna, el Sol y la Tierra coincidirían en una línea perfecta ella coincidiera en mi ciudad. Recibí su llamada en la tarde y de inmediato acepté su propuesta de tomarnos un café. El Eclipse y el resto del mundo, al menos por esa noche pasaría a segundo plano.

Pasar la tarde platicando en un café mientras que afuera la noche cubría a la ciudad y daba paso al Eclipse fue demasiado. Hablar con ella es ponerse de buen humor, escuchar que una persona así me lee y que mejor aun, le gusta lo que hago es el mejor cumplido que se pueda recibir. Escucharla hablándome de su vida y preguntando detalles de la mía, ponernos al corriente de lo que hemos hecho durante todo ese tiempo en el que terrenalmente hemos estado alejados por más que siempre la tenga presente.

Ya después, salir del café y ver esa Luna eclipsando el firmamento y bañando a la ciudad de una atmósfera irreal hizo todo mucho mejor. Ayer no lo supe distinguir, pero hoy puedo decir que si bien la postal que el destino quiso regalarle a nuestro reencuentro fue inigualable, la verdadera magia en la ciudad era que al menos por unas horas nuestras almas alinearan. Si el Sol y la Luna, separados por distancias aterradoramente grandes lo hicieron, ¿por qué no íbamos a coincidir nosotros?. Dos eclipses totales en la misma ciudad.

Un día después sigo con esa sensación indescriptible. Supongo que una amistad así se compone de momentos en que ni un Eclipse es capaz de ejemplificar del todo. No sé si algún día Alondra leerá estas palabras, pero debería saber que para mi es un honor cada vez que tengo la oportunidad de vela y compartir un poquito de mi vida, y por qué no, aprender de la suya.

Aunque mañana regresará a Zihuatanejo una cosa es segura: Volveremos a eclipsar muy pronto, estén o no el Sol y la Luna presentes. De cualquier manera siempre estoy alineado con ella.

lunes, 18 de febrero de 2008

El abandono, Paola y yo

Lentamente y de forma casi inaudible
Paola me susurra al oído que me ama.
Quiere invitarme a pecar,
a probar sabores prohibidos
en su cuerpo que hoy, es un templo al deseo.

Tomándome entre sus brazos me lleva de aquí para allá,
al tiempo en que con sus manos recorre mi cuerpo inmóvil.
Me gustaría al menos, corresponderle con una sonrisa,
una palabra, un halago...

Para mi es un honor, señorita Paola,
que esta noche desahogues tus soledades en mi.
Y quisiera agradecerte, que en estos momentos,
tus cálidos labios rocen la frialdad de los míos.

Me encantaría decirte que desde hace años te amo,
aun antes de que me contemplaras como tu compañero de placer.

Desearía,
al menos por esta noche, no ser un maniquí.



Gabriel Revelo - Nov/ 2004

viernes, 15 de febrero de 2008

El dinerito duele

Les diré que nunca he sido un esclavo del dinero. Lo cual no significa que lo aborrezca, al contrario, de tenerlo en demasía estaría escribiendo estas líneas en una modernísima laptop en Johannesburgo, y no en la computadora de escritorio de mi casa. Estoy de acuerdo con aquello de que el dinero no lo es todo en la vida, pero vaya que la aligera bastante.

Yo hablando de dinero en un viernes de quincena... ¿no sería lo más correcto andar en la calle gastándolo como dicta la tradición del mexicano?. Probablemente esa vocecilla ahorrativa dentro de mi me aconseja tener aunque sea cien pesos en la bolsa, pues nunca se sabe ‘qué pueda pasar’. ¡Diablos!, ahora que lo pienso, ese ‘qué pueda pasar’ puede comprender ser raptado por extraterrestres, ser poseído por un demonio o sufrir un embotellamiento, en estos, como en muchos otros casos, los mendigos cien pesos no nos servirían ni para limpiarnos las lagrimas, pero uno desde chiquito ha sido educado para no despilfarrar todo el capital existente por más que el nuevo CD de Michael Jackson, esos tenis de futbol Niké y la nueva playera de la Selección Nacional le hagan ojitos a nuestra pobre tarjeta.

No sé trata sólo de ir y gastar, que al fin y al cabo eso cualquier idiota lo hace, el problema es todo el contexto que rodea los mundo laboral y económico y que a últimas fechas parece se han puesto de acuerdo para fregarme la existencia.... y ahí voy otra vez a ventilar mi vida privada: No soy rico (hablando de dinero, pues mi cuerpo es una sabrosa-sabrosura). El trabajo que tengo no es para nada bien pagado y además no cuento con ninguna prestación (servicio médico, caja de ahorro, membresía en un Sport City, viajes pagados por la empresa a Europa cada medio año; en fin, cosas sencillas y necesarias). Honestamente tampoco me gusta lo que hago, aunque la verdad me la paso de maravilla pues en la oficina hay personas maravillosas y valiosas (ya voy a empezar de cursi) que hacen que los días pasen rápido (bueno, a veces). La verdad, comparado con muchos conocidos gano muchísimo menos y ellos no se pegan las desveladas ni las mal pasadas que me acomodo diario.

Seguramente varios de ustedes, a esta altura del texto pensarán que soy un quejumbroso, y tienen razón.

Le sigo. ¿Saben lo frustrante que es llegar a la quincena, recibir su pago y al hacer cuentas mentales salir debiendo?. Ahora mismo, si me comprara todo lo que necesito (por mera necesidad, no por lujo) me quedaría en ceros. Por eso muchos decidimos no gastarnos todo con la ilusa esperanza de que ‘ahora si pa’ lo otra quincena’, y así nos podemos pasar medio año con la intención de comprarnos un par de calzones y por fin poder jubilar nuestros boxers augurados.

Como si lo anterior no fuera motivo suficiente para deprimirse, el joven trabajador por honorario inexperto como yo debe enfrentarse a una carga más: La Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Desconozco porque el Gobierno piensa que los ciudadanos de éste país ganamos lo mismo que los habitantes de Londres y por eso nos cobran impuestos hasta por respirar. Por eso cuando pienso que tiene como cinco meses que no rindo mi declaración de impuestos y que con cada cheque que recibo mi pequeña deuda puede ir aumentando (o no, pues sé de mucha gente a la que nunca le han cobrado nada). Como consuelo, (o desconsuelo, según se vea) muchos amigos y compañeros de la oficina tienen la misma angustia. Obviamente rendiré mi declaración, el problema es el mismo que acabo de exponer: siempre lo dejo para la otra quincena, pues en esta tengo muchos gastos.

El tormento con esto de Hacienda no empieza cuando uno tiene que rendir cuentas, no, empieza cuando se tienen que llenar los malditos recibos de honorarios que insisto, están embrujados. Si alguna vez los han llenado sabrán que cualquier rayón, letra de más o tachadura es suficiente para que el papelito pierda su validez y uno tenga que proceder a llenar otro, y otro, y otro, hasta que por fin se logra el milagro de llenarlo sin error alguno. En esos menesteres soy un completo imbecil, no les miento si les digo que cada mes echo a perder unos seis recibos de honorarios para lograr tener los dos que necesito entregar en el trabajo.

Precisamente la semana pasada, después de sufrir con el llenado de los recibos, la encargada de recogerlos me pidió que les pusiera las cantidades previas, desglosadas con IVA y de cantidad total. Anteriormente siempre los había entregado en blanco por si había algún descuento por faltas o retardos, pero ese día me pidieron que les pusiera la cantidad. Me preguntaron mi horario y lo que ganaba. Le conteste con honestidad y supongo que me entendió mal pues al dictarme las cantidades que supuestamente me correspondían estás aumentaron un poco. Paso todo tan rápido que ni siquiera tuve tiempo de plantearme si comunicarle o no el error a la encargada. Hoy que recibí el cheque de mi quincena me di cuenta que recibí la nueva cantidad que el ‘aumento involuntario’ hizo posible.

Toda la semana había pensado si corregir o no éste error. ¿Y si nunca se dan cuenta y gano más? ¿Y si sí? ¿Me descontarán lo que me dieron de más, me correrán?. Pero hoy tuve un día horrible, no desayuné ni comí, salí dos horas y media tarde por estar corrigiendo errores que ni fueron míos y además todavía me regañaron concluí en que ese aumento es más que necesario, y que tan culpable soy yo por no haber dicho nada del error en las cifras del pago, como también lo son ellos por no fijarse bien en lo que hacen.

Cuando se termina una carrera la ilusión de tener un trabajo bien pagado y satisfactorio es tan grande, que la desilusión de chocar con el mundo real siempre dolerá mucho. Comienzo a hartarme de un mundo en el que mi salud y animo se desgasta, en el que se gana a penas lo justo y esto se convierte en innecesario gracias a todo lo que los impuestos nos quitan. Por eso las quincenas (como la de hoy) no hacen más que ponerme de mal humor y me llevan a preguntarme ¿cuál es el chiste de trabajar?. Desde que lo hago tengo menos dinero, menos animo y menos tiempo libre.

Espero no escribir la próxima entrada desde la cárcel.

martes, 12 de febrero de 2008

Ridículo

En parte escribo para explicarme de una manera coherente y comprender un poquito más lo contradictorio que soy. Encontrar al que en realidad soy, y no al que aparento, extraviado en algún renglón o frase ingeniosa. La verdad mucho, o casi todo aquello que me atrevo a redactar obedece a sentimientos que de tan intensos no puedo contener dentro de mi.

Quisiera dibujarme con letras y conocerme por primera vez en mi vida. Escucharme, decirme qué es lo que quiero y por qué lo quiero. Comienza a dar miedo eso de vivir en función de algo que no conozco a bien y que sin embargo, dicen, está en todos lados, hasta en éste blog. Nunca se me había ocurrido clasificarlo, pero si tuviera que definir cuál es el tema central de éste espacio, sin titubeos diría que es el amor. No tendría que recorrer mucho mis escritos para comprobar que efectivamente, el amor está presente en la mayoría de cuentos, versos y anécdotas que narro. Sin haber sido nada planeado, de improviso, caigo en la cuenta de que al amor lo doy más importancia de la que por salud mental debería.

¿Qué hacer cuando después de un largo periodo de no amar, el corazón decide que ya es hora de volver a palpitar, y sin pedir permiso ni avisarnos, enfila sus filas hacía un nuevo objetivo?... Supongo que dejarse llevar por la corriente, pues al fin y al cabo, cualquier intento de oponer resistencia terminará resultando inútil. Voy a la deriva de una corriente que amenaza más con estrellarme violentamente contra las rocas, que con llevarme a puerto seguro.

No fue mi intención fijarme en ti, pero fue inevitable. Tu original belleza, esa forma única de pensar que te hace ir a mil por hora, además de todo el carisma que derrochas con cada movimiento debieron bastarme para caer en la cuenta de que mirarte sería mi condena. De a poco me las he ido ingeniado para vivir diariamente sin que te conviertas aun en una obsesión, pero el peligro está ahí y es cada vez más latente. Lo malo es que me conozco y sé que tarde o temprano (más la segunda que la primera) voy a terminar enamorándome de ti. Y yo cuando amo, lo hago con una intensidad que no es normal.

No sé de dónde saqué el valor para comenzar a hablarte, pedirte tu número, decirte algún piropo o invitarte a salir. Ni aun caminando con ella por el barrio de Coyoacán me la creía. Veíamos artesanías mientras el ingenuo de mi intentaba comprender el mundo que me describías con esa emoción que sólo tú le sabes imprimir a las palabras. Son ya un par de meses que llevó peleándome conmigo y con él mundo con tal de no abandonar ese improbable camino que podría llevarme a tu corazón que de manera cruel pero hipnótica se escabulle como agua por mis pies.

Buscar menajes en tu comportamiento. Hundirme en depresión cuando eres indiferente y parece como si para ti no existiera o volverme loco de alegría e ilusión cuando llegas a sonreírme, a mandarme algún mensaje o pronuncias-escribes mi nombre. Querer verte y saber que las veces que tengo oportunidad de hacerlo son contadas. ¿Qué hago detrás de ti si rara vez me das señales de querer enfrentar la vida a mi lado?, ¿Cómo se le hace cuando al universo no se le dio la gana de fabricar una historia de amor en el que tu vida y la mía se alineen de forma paralela?... Quizá hice demasiado por conquistarte o por el contrario, mi error está en querer abandonar la batalla demasiado pronto. O simplemente nunca vas a enamorarte de mi, mientras que yo voy directo y en tren bala a caer en el abismo de quererte. Eso sería, literalmente, morir por ti. (como si de todos modos, no lo hiciera ya). Mi duda es si debo saltar del tren, ahora que todavía estoy a tiempo de salvarme.

No debería, pero mi vida, fuera de lo anterior, poco me importa. Quién sabe por qué siempre he de terminar haciendo el ridículo en cuestiones del corazón. Ridículo cuando pienso en ella, ridículo cuando pase una tarde entera esperando que aceptara alguna invitación de la que solo obtuve como respuesta silencio. Ridículo por buscar cada noche la forma más bonita de mandarle mensajes. Ridículo por saber que quizá en su vida haya alguien más, que si logra seducir su entendimiento y que además, no se la pasa haciendo tonterías y niñerías. Ridículo por escribir esto pero carecer del valor para decírselo en su cara. Ridículo por no ser siempre tan respetuoso y correcto, en lugar de más osado. Ridículo por creer que basta con ser buena persona para que el amor toque a mi puerta. Ridículo por creer que en esta historia las cosas van a ser como en una comedia romántica. Ridículo y mil veces más ridículo por que tenerle miedo al día de San Valentín sólo por que no lo pasará conmigo.

La otra noche decidí dejar de buscarla y seguir mi vida como si nada. Tres horas después me dije que se tiene que luchar por las cosas que valen la pena. Ahora no sé. Hacer o no hacer el ridículo, esa es la cuestión.

sábado, 9 de febrero de 2008

La inminente y temida llegada de Valentín

Muchos dicen que es un ángel, otros incluso se atreven a darle el calificativo de ‘Santo’ y le confieren cálidas cualidades sobrenaturales. Lo pintan como un pequeño ser halado, maestro en las artes de enredar vidas y destinos. Si el amor es lo que mueve el mundo, entonces él es el conductor del planeta. Me refiero, por supuesto, al infeliz desgraciado de Valentín, considerado hoy en día como una de las criaturas más temidas del universo. Basta uno de sus ataques, para que todo se vaya al diablo.
¿Soy un amargado?, ¿Un envidioso?... para nada. Digamos que mi afección al Día de San Valentín tiene muy buenos fundamentos. No estoy yo para contarlo, pero desde tiempos inmemoriales (mi época en el jardín de niños) he ido acumulando experiencias más o menos desastrosas, y de las cuales hice, hago y haré responsable a este chiquillo infernal. Para quienes me conocen, saben que con el mes de febrero comienza mi calvario, y es que parece que televisión, radio, internet, animales, extraterrestres, compañeros, vecinos y elementos de la naturaleza se empeñan en recordarme que el día 14 habrá contingencia ambiental a causa de tantas partículas contaminantes formadas por feromonas y bilirrubina en la atmósfera. Conforme esta fecha y su malignidad se acerca, don (es)cupido motorizado hace hasta lo imposible porque todo ente viviente que me rodea encuentre a su ‘peor es nada’, dejándome sólo e indefenso ante veinticuatro horas en las que se puede hacer cualquier cosa, menos estar soltero.

¿Qué se puede hacer cuando uno cae en el delito de estar disponible a mediados de febrero? En primer lugar mostrar dignidad y hacer como si fuera un día normal. Cosa que ya vimos, es imposible (a menos que estemos brutos, ciegos, sordomudos). En segundo lugar, es aconsejable que unos días antes recordemos esos momentos en que por causa del ‘amor’ hemos sufrido malos tratos e injusticias cardio-viscerales. Esto, aunque lejos de darnos una solución, puede ayudarnos de consuelo y como analgésico para pensar que después de todo el romanticismo también tiene su lado tétrico y terrorífico.

¿Por qué a (es)cupido lo pintan tan tierno e inocente? Supongo que es porque la mayor parte de la gente no se da cuenta de que sus flechas, al estar envenenadas por una letal toxina a largo plazo, terminaran por destrozar nuestra vida en algún momento. Aceptémoslo, estas armas deberían de ser declaradas sólo como ‘uso exclusivo del ejercito’. No sé porque el señor Valentino me tiene tan mala fe. Aun así, las veces que he sido victima de sus ataques admito que he sido feliz y por lo mismo, le vivo eternamente agradecido (lo cual no quita, que lo siga considerando como a un ente maldito al igual que sus amigos la indiferencia, el desamor y la traición). Quizá sea coraje, envidia o egoísmo de mi parte. De cualquier manera prometo buscar el próximo año a San Valentín para comprarle alguna de sus flechas, que dicen, son tan fabulosas.

Que disfruten pues, su día... sólo recuerden que este ángel exterminador del Apocalipsis no da nada gratis, y todos (sí, todos) tarde o temprano pagaremos los placeres y dichas otorgados con horas de dolor y sufrimiento en terapia intensiva... a causa de un corazón roto.

(aquí, imaginen una risa macabra)

miércoles, 6 de febrero de 2008

Soy un héroe...

... y nadie me lo agradece. No he recibido homenajes o medallas, mucho menos me ha hablado el presidente o me ha entrevistado López Dóriga, pero insisto: soy un héroe.

Fue el sábado pasado cuando sucedió el hecho heroico en una de esas tradicionales fiestas-familiares-elegantes, en un bautizo para ser precisos. Una vez más voy a contar detalles de mi vida privada (que sé no le interesa a casi nadie) y no contento con eso, también lo haré con algunos elementos de mi familia, a los cuales seguramente no les agradará mucho leer este post.

Pero bueno, las grandes hazañas deben contarse y si por ello me hago acreedor a que me dejen de hablar hasta navidad, pues corro el riesgo. Volvamos pues, a los hechos. Después de la ceremonia del bautizo de la pequeña Rebeca (en una de las capillas privadas de la Basílica de Guadalupe) familia, invitados y su servidor fuimos a comer al restaurante del lobby de un hotel de la zona. Hasta ese momento todo era feliz y fantástico hasta que los meseros empezaron a servir la comida. Uno podía elegir entre dos menús: Sopa de Tortilla y Milanesa a la Cordone Blue para los adultos, y hamburguesa con papás a la francesa para los niños. Por supuesto, yo quería la hamburguesa; obviamente, me sirvieron la milanesa.

En lo que llegaba su hamburguesa, el hijo de uno de mis tíos iba y agarraba las papás de uno de los hijos de una de mis primas. ¿¿¿si se entiende verdad???. La prima, un poco harta y otro poco de mal humor, se molestó por esta situación y se hizo de palabras con mi tío. Éste no se quedó callado y le respondió. El esposo de ella se enojó y le gritó una grosería (pen”$jo) a mi tío. Él se la regresó (la grosería). El esposo de la prima se levanta amenazadoramente de su lugar. Mi tío hace lo mismo. Mi prima detuvo a su marido. Otra prima detuvo a mi tío.

- A la salida lo arreglamos. Comentó el esposo de mi prima.

Por respeto no puse los nombres de los implicados, pero sí una foto en la que aparece el Tío y el esposo conviviendo en paz hace unos meses (aunque ya se veía que se traían ganas).

Lo anterior ocurrió en cuestión de segundos y muy pocos en la comida nos dimos cuenta. Sin embargo, la amenaza de que la cosa podría continuar después de la comida hizo que aquellos que presenciamos la escena estuviéramos al pendiente de cada uno de los movimientos de los dos implicados. Obviamente, estar vigilando lo que pasaba no impidió que me comiera mi milanesa. Si se iban a armar los trancazos, lo mejor era estar bien alimentado.

La mayoría de las veces, cuando dos hombres ‘bravuconean’ y amenazan con liarse a golpes, pocas veces se pasa de las palabras a los hechos. Uno es feliz amenazando y recibiendo amenazas y confiar casi con ciega confianza que esos ‘nos vemos a la salida’ que escuchábamos en la escuela, pocas veces se materializaban en algún ojo morado. Aun así no me hagan caso, pues quién ahora escribe sólo se ha peleado unas cinco veces en su vida y no podría catalogarse de ser un experto en la materia.

La comida pasó y algunos invitados decidieron comenzar a retirarse. Cuando vi que mi tío se levantó y se dirigió a la salida dentro de mi se activó un mecanismo de salir también y ver (por chismoso, no crean que por otra cosa) si pasaba algo más. Quién sabe de dónde salió el esposo de mi prima, el chiste es que de repente ambos se dirigían a la salida, caminando a muy poca distancia. Nunca supe quién empezó a decirle de cosas a quién, pero en un abrir y cerrar de ojos ahí estaba mi tío y el esposo de mi prima discutiendo y amenazándose, hasta que finalmente el esposo de mi prima empujo a mi tío que tampoco se quedó quieto y le soltó una patada que nunca impactó su objetivo. La pelea estaba más que cantada, habría golpes a menos que algún valiente paladín de la justicia se decidiera a intervenir y frenara la violencia sin importar si en el acto arriesgaba su vida. Entonces intervine.

‘Para eso existen los héroes’ dice el mago de la película animada “El Último Unicornio” cuando en la trama casi todo está perdido. Pues para eso existo yo también, que sin medir consecuencias me arrojé (con mis reflejos de gato montés y de Jorge Campos) sobre el esposo de mi prima en cuanto los oponentes comenzaron a lanzar golpes al aire. Lo tomé de la cintura y con una fuerza que quién sabe de dónde tomé (él es más fuerte y alto que yo) lo levanté, giramos hacía una pared y lo sujeté fuertemente. A mi tío otras personas más lo detuvieron y así los golpes no pasaron a mayores, pero ahí ya no tuvo tanto chiste, pues el verdadero peligro lo viví yo al meterme entre la lluvia de golpes y actuar de manera tan rápida.

Lo que siguió después fueron insultos de un peleador al otro, promesas de que las cosas no se van a quedar así, una prima (que ni tenía nada que ver) llorando, mi abuela angustiada (tanto que hasta después se puso a rezar el rosario) y enojos entre otros miembros de la familia que tal cual se tratara de un partido de fútbol rápidamente formaron dos bandos. Después del vergonzoso desmán público que armaron nadie tuvo la atención de dirigirse al héroe de la tarde y preguntarme si estaba bien. Pude haber recibido algún golpe en el rostro (imagínense, si de eso vivo) o en alguna parte de mi delicado cuerpo. Gracias a mi no hubo sangre, ni dientes rotos o una vergüenza mayor ¡¿¡¿¡¿¡y quién me agradeció!?!?!?!?. Absolutamente nadie.

Está fue la historia de cómo desafié a la muerte una tarde de febrero. Sigo esperando mi homenaje.

domingo, 3 de febrero de 2008

Siempre Miércoles (el chico del Burger King)

Hace siete días que no la ve. Pero falta poco para su primera cita con ella ¿Está mal que Carlos la extrañe?. Se recrimina a sí mismo por preocuparse por banalidades como el amor teniendo tantas responsabilidades encima. Estudia ingeniería en las mañanas, por las tardes es cajero de un Burger King en Ermita Iztapalapa. En las noches ayuda a la abuela a preparar guisados para los tacos que ella vende en las mañanas afuera de las construcciones. Tiene escasos diecisiete años y su vida no es fácil: De muy niño perdió a sus padres ¿o lo abandonaron?, como sea, la abuela nunca quiere hablar de eso; por eso, la única certeza es que se tienen el uno al otro. Por eso, hoy Carlos no debería pensar, mucho menos extrañar a otra mujer.

Antes no era así. Ni en sueños hubiera pensado enamorarse a primera vista, y sin embargo le paso. Así, sin esperarlo, un miércoles cualquiera de poco trabajo en el Burger King, la vio entrar deprisa y algo nerviosa al establecimiento y dirigirse al baño. Al principio le pareció linda, pero sólo eso. Dos minutos después, cuando ella salió más relajada y se sentó en una de las mesas de la orilla le pareció una belleza fuera de este mundo.

Perplejo miró que ella se ponía de pie y distinguidamente caminaba hacía la caja. En silencio le rogó a Dios y a todos los santos que aquella chica de vestido verde le ordenara cualquier cosa del reducido menú. Cuando la tuvo enfrente se convenció de que jamás vería un rostro más bello. Súbitamente Carlos recordó que estaba trabajando, por lo que intentó, sin éxito, engrosar su voz para sonar más varonil. No pudo sino pronunciar unos sonidos raros que ni él mismo entendió, y que se supone, era la bienvenida institucional de Burger King. Ella le sonrió, y con un tono suave, casi sensual, le dijo que quería ordenar papas a la francesa y refresco de dieta grandes.

Carlos recuerda muy poco lo qué siguió. La atendió como pudo en segundos que se le fueron rapidísimo, tanto, que en un suspiro ya la tenía lejos de nuevo, en su mesa de la orilla comiéndose las papas de un modo desenfadado. Y sucedió el embrujo, el embrutecimiento y el milagro. Todo a la vez se colaba en cada uno de los poros de Carlos, que sintiendo escalofrió intentaba comprender que había en esa bellísima mujer para atraparlo así. Entonces ella lo miró y por un instante semejante a la nada, sus ojos, los de él, los de ella, ambos, hicieron contacto. Y fue la locura. Y Carlos desvió la mirada, no por timidez, sino por ignorancia, porque era la primera vez que una mujer lo miraba así. Intentó distraerse: acomodar las ya ordenadas bolsitas de cátsup, revisar las servilletas, acomodarse la gorra del uniforme. Después de esta y otras tareas inútiles ella seguía ahí, dirigiéndole miradas picaras mientras comía. ¿En realidad lo miraba de manera tan provocativa? ¿Existía la menor probabilidad de que algo así realmente le estuviera pasando a él, un simple adolescente nada agraciado ni física ni intelectualmente?... Sí. Ya no había duda. Ella miraba a Carlos. Ella provocaba a Carlos con esa forma tan sugestiva de tomar las papas y de comérselo con la mirada. De repente sintió que algo muy fuerte nacía en él. Más allá de todo deseo, él la amo desde ese momento, aun sin saber exactamente lo que el verbo ‘amar’ puede significar. De repente ella se levantó, y con la misma rapidez con la que todo sucedió se marchó en un automóvil azul. Y ahí se quedó Carlos, confundido, pero feliz. Triste, pero ya irremediablemente enamorado.

* * * *


Toda la semana, sin permitirse descanso alguno, Carlos estuvo pensando en ella. Inevitablemente los recuerdos y sensaciones de ese mágico y también extraño momento acudían a él con la fiereza del más temible de los moustros. Inútilmente intentó resignarse, hacerse a la idea de que jamás la volvería a ver. Comenzó una nueva semana diciéndose que algún día el amor, o lo que fuere, volvería a su puerta. No estaba muy equivocado.

De nuevo fue un miércoles. Carlos cumplía con la rutina: tomar órdenes, despachar, cobrar. Después de atender a una humilde señora que venía con dos niños, Graciela, su compañera de trabajo, le enseñó una nota en una de las esquinas de la caja registradora. Al momento en el que Carlos desdoblaba una servilleta con un par de líneas escritas, la silueta de una Diosa abandonaba el establecimiento.

‘Hola, me llamó Bethzabé, el otro día vine, ¿te acuerdas?...’ ‘me da pena decírtelo, pero estas súper guapo, tienes un no sé qué, que me fascino...’ ‘... me encantaría conocerte más, me gustas’ ‘... pero soy muy tímida y no sé cómo acercarme a ti, además de que no quiero que pienses que soy así con todos’, ‘creo que podrías ser mi amigo, y quizá, algo más...”. Estas frases elegantemente escritas con una caligrafía perfecta de color rosa revoloteaban la mente de Carlos una y otra vez. Y así estuvo la semana. Le gustaba. Ella, Bethzabé, una jovencita preciosa se había fijado en él. Afortunado de él.

* * * *


Otro Miércoles. Y no fue la excepción porque Bethzabé y su auto azul volvió. Llegó más mujer que nunca. Sin rodeos se acercó a Carlos y le pidió un helado. Como pudo obedeció, y es normal, en estas dos semanas aprendió que a miradas como las de ella es inútil resistirse. Y casi, por poco y por enamorado, Carlos tira el helado. Se insultó mil veces. ¿Y qué hizo ella?. Besarlo cálida y memorablemente en su mejilla. En ese momento, al chico del Burger King no le importó su trabajo, ni las papas, ni le importó que lo pudieran despedir por enamorarse de las clientas. Le importó ella y le importó esa nueva nota que la reina Bethzabé depositó en su mano antes de marcharse. Era una cita. La primera cita en la vida de Carlos. Nada, nada podría salir mal.

* * * *

Un mes después... Carlos sigue sin comprender nada. No entiende la vida, no entiende a Dios, no entiende al destino. ¿Cómo explicar que conoció el amor tan tardíamente y lo perdió tan tempranamente?. ¿Qué pasó ese miércoles?. Siempre miércoles. Nunca la vio otro día de la semana.

Aquel día llegó diez minutos antes de lo acordado. Se sentó a esperarla y ordenó una Limonada. Impaciente se mordía las uñas mientras en silencio pensaba que le diría a Bethzabé cuando la tuviera enfrente. Entonces llegó como una estrella venida del más azul de los firmamentos. Se acercaba a él cuando algo en su bella cara cambió. Carlos vio en ella un pequeño gesto de ternura y tristeza. Y Bethzabé sólo dijo ‘lo siento, no puedo’ y dio media vuelta queriendo marcharse.

Hasta la fecha Carlos no sabe qué lo hizo tomar por la cintura a Bethzabé y besarla apasionadamente. Mucho menos sabe de dónde salió un loco que los atacó. A él, el loco aquel le enterró un cuchillo varias veces, después ataco a Bethzabé y la mató. Ahora Carlos, con la ayuda de su abuela, se recupera de las heridas que le dejó el ataque y espera regresar a trabajar lo más pronto posible.

Cada miércoles Carlos no puede evitar pensar en ella. En el primer amor de su vida, el que partió de este mundo sin dar explicaciones.


Gabriel Revelo

-porque esta historia se lee de muchas maneras, se tuvo que contar dos veces.