jueves, 29 de noviembre de 2007

Mientras te espero



“Y eso me pone más nerviosa, sospechar que
de seguro los años te han sentado de maravilla mientras que en mí sólo han
causado estragos”


Me llamaste la semana pasada, querías que nos viéramos hoy. No lo esperaba, quizá por eso me inquieté tanto. Quién iba a decir que un encuentro casual entre dos amigos ocuparía mi pensamiento de lunes a domingo. En otras condiciones, el reencontrase con un viejo conocido no tendría porque volverse un tormento, al contrario.

Estoy parada en la entrada del Sanborns de Coyoacán. Y mientras te espero, para que negarlo amigo, pienso en ti. Me doy cuenta que esta tarde de domingo no soy la única persona que fijó como punto de encuentro el acceso a esta tienda-bar-restaurante, fácilmente somos una docena, o quizá un poco más, cada uno sumido en sus propios pensamientos. No dudo que entre nosotros, alguien espere con impaciencia al amor de su vida, o a un familiar. Hoy, tal vez alguno de los presentes declare su amor, o todo lo contrario. A veces me gustaría leer los pensamientos ajenos; así, sin problema alguno sabría por qué aquel hombre de cabello canoso revisa su reloj impacientemente, o por qué la jovencita que esta frente a mi sonríe justo cuando termina de quitarle el último pétalo a una flor que deshoja.

Se supone que tendrías que estar aquí desde hace tres minutos, ¿exagero?, probablemente no encuentras donde estacionar el auto, o el trafico... ¿en domingo?... te mantiene varado en una de las calles de la ciudad. Ahora, mientras te espero, estoy segura que no estaría tan nerviosa por tu ausencia si no hubiera llegado veinte minutos antes a nuestra cita.

Ya son cuatro minutos. Los segundos corren y como a cualquier mujer me exaspera que me hagan esperar.

Mientras te espero un par de niños pasan corriendo a mi lado, suenan las campanas de un carrito de helados y un grupo de jóvenes rodean un puesto de pulseras y artesanías. Miro a la gente que este día libre recorre este pintoresco barrio; vienen, van, se detienen, compran chicharrones con limón y salsa. Y tú que no llegas, y está bien, pues una parte de mi desearía no verte y ahorrarme así un mar de explicaciones que a mis treinta años no tendría que estar dando. Para matar el tiempo saco el espejo de mi bolsa, reviso que el labial y las sombras aun permanezcan donde deben. Me veo guapa, pero sospecho que ni todo el maquillaje podría maquillar la tristeza y el cansancio físico y mental de mi semblante.

Y así, entre pensamientos y divagaciones siguen pasando los minutos de tu retraso, que ahora son diez y que espero, sepas justificar. O mejor no. Tal vez sea demasiado paranoica para armarte un drama por nada, sobre todo si tomamos en cuenta que hace siete años que no te veo. Mientras te espero, una chica de suéter rojo que también esperaba afuera de este negocio se reencuentra amorosamente con quien a leguas se ve que es su novio. Una brisa refresca el cálido ambiente, un perro duerme debajo de una banca del parque y por cuarta vez en la tarde te confundí con uno de los muchos peatones que frente a mi pasan.

Ahora temo no recordar bien las facciones de tu cara, pero automáticamente desecho este pensamiento llamándome ‘tonta’. Te sigo esperando, y sin querer recuerdo que pasé toda la secundaria y preparatoria enamorada de ti. Entonces cometiste la estupidez de embarazar a tu novia de la universidad y casarte cuando aun no cumplías los veinte años. Mientras te espero, comprendo que desperdicié una vida mientras empeñaba mi corazón en una causa perdida. Poco a poco perdí el contacto contigo. Sé que eres un abogado exitoso y que tuviste dos hijos más, la última una niña. Y eso me pone más nerviosa, sospechar que de seguro los años te han sentado de maravilla mientras que en mí sólo han causado estragos. Te juro por mi vida que esta falda y mi blusa roja no tienen otro motivo que el verme un poco más saludable. Y si de casualidad, llegaras a encontrarme un poco más atractiva, te prometo no hacerme ilusiones. Sé que amas a tu esposa y que si en el pasado no te fijaste en mi, ahora menos tendrías por qué hacerlo.


Una pareja de ancianos compran una bolsita de pepitas. Te espero afuera del Sanborns de Coyoacán, mítico lugar donde nacen y mueren historias citadinas. Ya son doce minutos y sin querer te veo a lo lejos. Vestido casualmente, no hace falta que te acerques más para darme cuenta que te ves mejor que nunca. Temo que no me reconozcas. Me gustaría escapar pero es demasiado tarde. A lo lejos me saludas. Finalmente estas frente a mi, me saludas y abrazas cálidamente, y siento como si el tiempo se congelará tan sólo en ese instante para dos. Lo intentas, pero no puedes aparentar que mi estado físico te sorprende: lo escueto de mi delgadez y la escasez de mi cabello que intento cubrir con una boina. Me invitas a tomar un café al local más próximo. Quizá ahí, tome el valor suficiente para confesarte que desde hace años padezco leucemia. Me quedan cuatro meses de vida.

lunes, 26 de noviembre de 2007

La gripa mortal

Según el doctor el rimbombante nombre de lo que tengo es “Infección en las vías respiratorias”, aunque según yo es una gripa elevada a la novena potencia. Denle el nombre que quieran, de todas formas me siento a casi nada de abandonar el mundo de los vivos.

Todo comenzó hace dos días, cuando de buenas a primeras percibí ese ‘cosquilleo’ que antecede los resfriados. A pesar de las advertencias que mi cuerpo me daba, seguí normalmente el día con la confianza que me daba el saber que a mi las gripas poco me hacen. No sé que pasó en el transcurso del sábado al domingo (sospecho de la brujería) pero ayer desperté con dolor de cabeza, ojos y extremidades, la garganta inflamada, abundante flujo nasal y temperatura. Después de pasar toda la mañana en estado vegetativo, decidí aceptar la propuesta de mi mamá que preocupadísima llevaba horas rogándome (como si me hiciera un favor) que fuéramos a ver a un doctor.

No me gusta visitar a los doctores. A menos que realmente esté al borde de la muerte, suelo confiar en mi factor curativo mutante del que me dotó la naturaleza, antes que en la medicina. Pero en éste caso, fue mi madre sacrosanta la que me hizo reflexionar al decirme la siguiente frase llena de ternura: ‘ahora si te ves bien jodido’.

A un hombre cualquier novia, amante, esposa, amiga o conocida puede criticarle su apariencia, pero cuando quien lo hace es su progenitora la cosa cambia. Como pude me vestí y al verme al espejo lo confirme: Me veía, además de jodido, miserable, ojeroso, despeinado, con los ojos llorosos y la piel amarillenta. En calidad de cadáver fui trasladado al consultorio medico más cercano resignado ya, a que ese domingo soleado no saldría a jugar mi tradicional partido dominical con mis amigos.

El doctor me revisó rápidamente y llegó al diagnostico mencionado al inicio de éste post. Me preguntó si quería que los medicamentos fueran inyectados o tomados vía oral, y aunque la primera opción es mucho más rápida y efectiva, decidí declinar la opción de las inyecciones no por cobarde (bueno, también por eso) sino porque en mi familia la que pone las inyecciones es mi tía y madrina Rosy, y pues a mi edad no me gusta que de buenas a primeras anden viendo mis pompitas lindas.

Total, que me recetan unas gotas para la nariz, un jarabe, y dos tipos de pastillas diferentes. Se supone que una de esas pastillas me iba a hacer toser mucho para poder así sacar las flemas de mis pulmones y garganta, pero yo m pregunto en medio de mi grandísima ignorancia: ¿no se supone que fui al doctor precisamente para que me quitara la tos?.

Antes mi vida se regía por los horarios de los programas de la televisión, desde ayer me la pasó tomando pastillas a cada rato. Además, mi mamá me prohibió bañarme hoy, por lo que espero que en el trabajo nadie se haya dado cuenta que tenía más de 24 horas sin asearme. Y así estoy hoy, ya mejor aunque todavía con el cuerpo cortado (¿por qué se dirá así?), a veces dolor de cabeza, mis mocos de velorio y una tos de carcacha descompuesta que ya me tiene fastidiado.

No debí hacerlo, pero fui a trabajar. Como ya falté esta quincena, no quiero ni imaginar el daño que le haría una segunda falta a mi de por si ‘mísero sueldo’. No sé si mañana vaya a ir o no, eso depende de la “Infección en las vías respiratorias” que vive en mi y que no parece muy dispuesta a dejarme en paz.

Se supone que debo tomar muchos líquidos y no comer carne de puerco. Se supone que por ahí del miércoles ya estaré bien y que éste padecimiento es muy común por los cambios de temperatura. Será el sereno, pero yo siento que moriré y todo por una gripa mortal y desgraciada.

Dicen que es al borde de la existencia cuando uno revalora su vida. Por si las dudas les confesaré uno de mis más grandes secretos: me gustó mucho el último disco de RBD, es más, me lo compre hace justo una semana, y llámenme loco o atribúyanselo al delirio, pero noto una gran evolución en su música.

¿Ya se dan una idea de que tan grave estoy?...

Me les voy, y sin haber conocido el amor.

viernes, 23 de noviembre de 2007

La Casa Verde

Pocas veces terminar de leer un libro me ha costado tanto como “La Casa Verde” de Mario Vargas Llosa, novela a la que en parte llegué gracias a su fama de ‘ejemplar del boom latinoamericano’ y por las buenas referencias que diversos escritores y personajes de la cultura hacían de dicha obra.

Fueron más de tres meses los que me llevó recorrer esta historia que por momentos me apasionaba, a ratos me desesperaba, pero a la que nunca pude serle indiferente. Tres meses de sumergirme en un apasionante recorrido por el Perú de mediados del siglo pasado y quedar atrapado por dos de las regiones más emblemáticas del país sudamericano: La selvática amazonía peruana y la desértica Piura.

Desde el inicio Vargas Llosa pone a prueba a sus lectores con un planteamiento literario que según sus propias palabras aprendió de William Faulkner y que en mi opinión perfeccionó y dotó de un estilo propio. Lo complicado en un principio es ir atando cabos con las ‘cápsulas narrativas’ que el autor nos va soltando de principio a fin de la narración y que poseen tal independencia una de otra, que no sólo varían en tiempos, lugares y contexto, sino que además poseen diversos estilos narrativos que hacen de “La Casa Verde” un mosaico riquísimo en imágenes, tradiciones, personajes y aplicaciones del lenguaje.

Tal variedad hace difícil definir la historia dentro de la cual se sustenta toda la novela. Por supuesto, La Casa Verde, mítico prostibulo fundado por Don Anselmo ubicado a las afueras de Piura podría ser el centro de este universo en el que Vargas Llosa eficientemente nos atrapa, pero conforme se profundiza en la lectura otras historias van creciendo argumentativamente hasta ser, a veces, más grandes y apasionantes que la misma historia central: la historia de Fushía, un contrabandista de ascendencia japonesa cuya ambición por dominar comercialmente la amazonía peruana lo lleva al más trágico de los finales; las aventuras, desventuras y traiciones del grupo de cuatro amigos llamado ‘Los Inconquistables’ en La Mangachería; La vida de Bonifacia, novicia del convento de Santa María de Nieva que es expulsada de la orden religiosa y años después, termina vendiendo caricias en La Casa Verde, inmersa en un triangulo amoroso difícil de adivinar. Es, además, la narración de la vida del practico Adrián Nieves y su amor por Lalita; la historia de un sangriento crimen sin resolver o de un alegre trío de músicos.

Una anciana lavandera, un gobernador corrupto, un sacerdote y su obsesión por el pecado, un general con sed de venganza, un divertido cuarteto de soldados, la pasión oculta, un comerciante llamado Aquilino que recorre el Río, una isla escondida en el corazón de la selva, un incendio injustificado, el secreto de un amor prohibido pero inmensamente grande, una apuesta mortal en una noche de borrachera... y tantos personajes, y tantas situaciones, y tanta vida contenida en 525 páginas que después de leerlas parecen mil por la cantidad de detalles que en ellas caben.

Además, no sólo narrativamente es un festín, también el contexto en la que la novela nos sumerge es digno de destacarse. La noción que tenía de Perú como nación y de su proceso histórico se enriqueció y esclareció con la narración de Vargas Llosa, sino que me abrió nuevos horizontes que me ayudan a entender más lo que realmente son los peruanos y algunos de los conflictos que han tenido que sortear en los últimos cien años: el trafico de materias primas en su selva, la creciente urbanización de algunas zonas del país, la segmentación que existía tanto ideológica como socialmente hablando, el abuso a los grupos indígenas, y también, el calor de un pueblo que hoy más que nunca, encuentro tan semejante al mexicano. Conocí más un gran país que me enamoró, sin haber puesto un pie en él, milagros así solo los logra la literatura.

Si a principios de éste texto dije que me costo trabajo terminar éste libro no fue porque fuera aburrido, sino porque el estilo narrativo de ‘rompecabezas’ que Vargas Llosa usa (al menos en la que para mi es su obra cumbre ‘La Guerra del Fin del Mundo’ y que también recomiendo mucho) a veces no es fácil de abordar, pero una vez que uno logra captar la orientación del tiempo y espacio de la novela, la repartición de escenas se agradece y se vuelve un elemento de vital importancia para que ‘La Casa Verde’ sea un reloj perfectamente sincronizado.

La Casa Verde, a fin de cuentas, encierra un secreto. Por eso jamás fue olvidada por los habitantes de Piura, ni por quienes tengamos la fortuna de leer esta excelente novela.

martes, 20 de noviembre de 2007

Mi grandísimo problema (beautiful girl)

Lo malo de ésto que creo me está pasando, es que no hay manuales o formulas para salir ya no victorioso, sino al menos libre de heridas o sufrimiento. No obstante los miles de libros motivacionales o de ayuda personalizada que han publicado cientos de seudo escritores, la verdad es que nadie puede enseñarnos qué hacer cuándo caemos presa del amor.

Somos multitudes los que en algún punto de nuestras vidas nos hemos atrevido a decir ‘Estoy enamorado’. Sin embargo, estás multitudes raramente nos detenemos a pensar qué es realidad ‘estar enamorado’, y desde ahí empieza la complicación, pues detectar el punto exacto en el que la admiración o cariño se vuelve amor prácticamente es imposible.

Descubrirse enamorado es como descubrirse de pronto en una dimensión desconocida qué no comprendemos y cuyos límites ni siquiera alcanzamos a divisar. Flotamos sin dirección entre un continua miedo y curiosidad cuyo final ni siquiera somos capaces de imaginar. Si no tenemos ni idea de cómo llegamos a ese lugar, menos la tendremos de cómo y en qué condiciones saldremos. Por eso, si ahora mismo me preguntan cómo fue que llegué a está dimensión (sí es que verdaderamente estoy en ella) les diré con toda sinceridad que no tengo ni idea, ¿desde cuando traigo el estomago en la garganta y esa sensación de vértigo en los ojos?. A estas alturas dudo que sirva poco saberlo.

Una buena bebida, una novela seductora o una gran canción, por citar algunos ejemplo, son aquellos que al disfrutarlos ni se sienten, pasan ligeros, pero cuya sensación se queda en nuestros sentidos por semanas enteras. De esa misma manera el amor acostumbra a intoxicarnos cada una de nuestras células hasta que demasiado tarde uno se descubre desahuciado de cualquier actividad que no sea pensar en otra mirada, otro rostro, otro perfume al que, desde quién sabe cuándo, le pertenecemos incondicionalmente. Lo malo no es descubrirme contagiado del veneno toxico de ‘ella’, sino el saber qué hacer conmigo.

Siempre me llamó la atención, pero de unas semanas para acá el no saber de ella se me hace insoportable, situación un tanto estúpida si tomamos en cuenta que realmente nos vemos una vez al mes, a veces hasta menos, y siempre de forma convencional. Cada que la tengo enfrente (momento glorioso e indescriptible) quisiera decirle algo inteligente, alguna frase que cautive sus sentidos, que conquiste su corazón y presente a nuestras almas ‘si, hola ¿qué tal?, soy el alma de Gabriel y te encentro a ti, alma de mi vida, encantadora’. Parecerle maduro, interesante, sensible, con buen sentido del humor, parecerle justo y sin más, lo que ella necesita. Lo malo es que soy un idiota y, o me quedo callado o digo alguna tontería incomprensible.

Me leo en párrafos anteriores y me leo no cursi, sino cursilisimo. Sin ser un ‘doctor del corazón’ me atrevería a decir que estoy enamorado.

Tenía un buen tiempo que no me sentía así y en parte, ahí está el problema, pues por desgracia el amor no es decir “¡chin, ya ni modo, me enamoré!; bueno, no importa, amémonos y seamos felices”. En realidad, ese es apenas el principio de una serie de líos y enredos que en un sitcom estarían muy bien, pero no en nuestras vidas, donde nos gustaría que todo fuera perfecto y en dónde el fracaso no se asomara ni por error. Habrá que tener en cuenta que está batalla no depende del todo de nosotros, y es justamente esa falta de control la que nos hace trastabillar y sentir una dosis de riesgo disfrazada de ansiedad. ¿Qué significamos para la otra persona? ¿somos tan esenciales como ella para nosotros? ¿será muy pronto? ¿será muy tarde? ¿seremos los correctos para hacerle feliz?.

Justamente son preguntas las que durante las últimas noches me han bombardeado sin cesar. La gran mayoría de ellas carecen de respuestas que me acerquen aunque sea un poco a la tranquilidad que ni sé cómo perdí y la que humanamente aspiro. Porque ella me inquieta, me gusta y me hace sentir mariposas en cada uno de los nervios del cuerpo; pero ella también, en su aura sagrada de mujer cautivante, me hace sentir ridículo ante mis sentimientos.

Mi grandísimo problema no es ir y confesarle lo que siento, sino creérmela. Desvanecer con el arte de un poeta exquisito la imagen que en su ser dejó aquel que ocupaba el lugar al que hoy, aspiro ocupar con todas las ganas y empeño que pueden caber en mi 1.70 de estatura.

Le había pedido al cielo enamorarme de nuevo. Para que alguien tan complicado como yo se enamore se deben conjugar muchas circunstancias, pero una vez que pasa (como creo, es el caso) amo con todas las fuerzas de mi alma, soy capaz de volar hasta el mismo sol y posarme en cualquier estrella; mi grandísimo problema es la perdida y caída de la nube. ¿No querer seguir adelante para no sufrir un nuevo fracaso es valido?.

Dejémonos de tanta palabrería, mi grandísimo problema es que me tomo demasiado en serio al amor. Tanto que ahora mismo, mientras armo las frases más sinceras de las que soy capaz para confesarle a ella lo que en verdad siento, no puedo dejar de temblar, de armar miles de escenarios y respuestas posibles. Pedirle una oportunidad al amor y salir vivo. Supongo que por su sonrisa vale la pena.

Quizá cuando alguno de ustedes lea estás palabras, ella ya sepa lo que siento... o en el más probable de los casos, quizá aun no reúna el coraje necesario para hacerlo.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Entre bloggeros te veas

Cuando se tiene un blog como éste, sobre todo al inicio, uno a menudo tiene la sensación de navegar solo en medio de un inmenso mar. No obstante los comentarios, que siempre son como un oasis en el desierto, siempre están latentes las mismas preguntas: ¿y si nadie me lee? ¿sirven de algo todas esas horas que invierto en escribir y que al final, nadie me garantiza que lleguen a otras personas?.

Con el tiempo toda incertidumbre queda atrás y entonces, de manera gradual se va descubriendo que dentro de lo infinito que puede ser el ciberespacio uno nunca navega solo, al contrario, se va descubriendo que muchas otras personas también están atrapadas en está loca manía de escribir. Postear y ser leído se vuelve así un circulo vicioso en el que no sólo confirmamos nuestra recién adquirida certidumbre de compañía, sino que además, permite que poco a poco vayamos rompiendo la barrera que lo virtual nos impone.

Lo anterior viene a colación porque a lo largo de esta semana tuve la oportunidad de conocer a algunos de los bloggeros más famosos de México, en el marco de la FILIJ (Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil) que como cada año, se celebra en el Centro Nacional de las Artes de la Ciudad de México. Sucede que durante toda la semana hubo varias conferencias dedicadas al tema de la creación literaria por internet y como yo, cada que hay una Feria de Libro en la ciudad es como si estuviera en Disneylandia, pues asistí a casi todas, principalmente, a aquellas que trataron sobre los blogs.

Para no hacerles el post largo (ya ven que ni me gusta) les hablaré de las dos conferencias que más me gustaron. Probablemente solo los mexicanos sabrán de que les hablo, pero alguien recuerda el reallity virtual ‘Caza de letras’ que hace unos meses promovió la UNAM y en el cual varios concursantes anónimos mantenían una competencia por ver cual de sus blogs era el mejor. El concurso tenía atractivos premios, además de un interesante sistema de competencia en el que el trabajo de los bloggeros era calificado por un jurado y sus lectores, quienes paulatinamente iban eliminándolos hasta llegar al inminente ganador. Por eso, en cuanto me enteré que Ajo Kano, Barrita de Mandarina y Kusco, finalistas del virtuality literario estarían presentes decidí acudir y conocerlos en persona.

Lo interesante, es que lejos del mundo del blog y de la parafernalia o ‘glamour’ que un concurso tan exitoso podría darles, los tres personajes (ya sin su seudónimo) resultaron ser tan desconcertante y atractivamente normales. Después de leerlos por semanas y saber casi nada de ellos, el tenerlos frente a mi con esa sensación de ‘conocer más su interior, menos que su exterior’ me devolvió la confianza en que Internet no está acabando del todo con las relaciones humanas. Lo tenía como teoría, pero ahora lo compruebo, uno puede soltar mentiritas a través de sus letras, pero no puede evitar, tarde o temprano, verse reflejado en ellas.

Supongo que eso paso con el grupo de conferencistas del jueves. Quizá al escuchar de primera intención los nombres de Tamara de Anda, Wendolin Perla y Rubén Galindo nada se nos venga a la mente. Sin embargo, si mencionamos los blogs de Plaqueta y ya, Puras Letras y El yo-mero, más de uno recordará haber oído hablar de ellos, o incluso, es uno de los miles de lectores que cada día los lee y que los han hecho de los autores más populares en la blogosfera. Yo tenía cierta noción de su fama, pero al ver que el espacio destinado a la charla con estos tres excelentes autores se llenó de fans, confirmé el verdadero alcance que un blog puede alcanzar y lo valioso de que otra persona, en cualquier parte del mundo, se tome la molestia de leerte.

Lejos de conocer a tres personajazos (plaqueta simplemente tiene un carisma que se le escapa por los poros y Wen es la chica agradable con la que podría platicar por horas), siempre será reconfortante saber que como uno, otras personas dedican buena parte a esta manía de escribir y leer. Los alcances de un espacio literario... los suponía, me faltaba comprobarlos.

Ahora sé que voy por el camino correcto.

Les dejó las direcciones de estos buenos blogs:

http://www.cazadeletras.unam.mx/
http://plaqueta.blogspot.com/
http://elyomero.blogspot.com/
http://purasletras.ciudaddeblogs.com/

¡¡¡Nos estamos leyendo!!!

jueves, 15 de noviembre de 2007

¿No soy como él?

Debe ser que el mundo sigue teniendo tantos
problemas, el motivo por el que ayer Dios te llamó para que te convirtieras en
uno de sus Ángeles.

A menudo decías, querida Tía Rosa, que me parecía mucho a tu hermano, que por cierto, era mi papá. Jurabas que soy su viva imagen, cada día el parecido era más asombroso e incluso en una ocasión me llamaste ‘mi hermanito’. Y me hacías el día, porque quizá ni tu ni nadie lo sabía, pero el que me digan que me parezco a él es el más grandioso cumplido que pueden hacerme.

Ahora mismo, a unas horas de tu partida, querida Tía, quería escribir acerca de ti y sobre ese extraño pesar del que el aire se vistió desde ayer en la noche... y sabes, no sé que decir. Probablemente te diría que efectivamente, puedo comenzar a parecerme físicamente a mi papá, pero para mi desgracia jamás seré como él. Si tuviera su inteligencia, su agilidad mental y su sentido de ver siempre lo positivo en lo peor de la vida habría sabido que decirte en aquellas tantas veces que en alguna reunión familiar nos topábamos y en las que era evidente que a pesar del esfuerzo que hacías por sonreír, no podías ni con tu alma. De parecerme realmente a mi papá, habría intentado hacer alguna broma, un comentario brillante o un pequeño chascarrillo que te hiciera reír y liberara en cierta forma y momentáneamente el dolor intenso que te paralizaba.

Decías que era como él, pero la verdad es que me falta lo más importante: saber que hacer y no perderme en ese silencio absurdo. Pero nada, tu partida me hizo darme cuenta que sigo sin saber nada de la vida, que en muchas cosas sigo siendo un niño y que hay veces en las que el miedo y las dudas me dejan congelado. Saber que desde años peleabas por tu vida, que seguías teniendo ganas de seguir en este mundo y que hasta el último momento seguiste siendo tú, me hace sentirme orgulloso de ti, y a mi un poco más alejado de lo que mi papá fue y sigue siendo.

La última vez que te vi estabas dormida en un cuarto de hospital, dude si entrar o no. Preferí dejarte descansar... hoy me preguntó si hubiera sido mejor entrar y decirte ‘algo’. ¿Ves como no soy como tu hermano? ¿Ves como ahora, ni con palabras soy capaz de encontrar algún consuelo que mandarte al cielo en una burbuja de cristal?. De ser como mi papá habría procurado ser un poquito más actor, y un poco menos publico.

En mayo de este año, en el marco de una fiesta de quince años me diste uno de los abrazos más emotivos de mi vida. No solo eras tú, era mi papá el que a través de mi te abrazaba y seguramente todo ese amor algo dejó en mi.

Ahora que tú, querida Tía Rosa, ya estás con él, quiero pedirles perdón a los dos por seguir sin saber cuando actuar como adulto, y por lamentablemente no parecerme a ustedes. Y eso, hoy me pesa en el alma.

Descansa y ríe mucho, allá, en dónde los sueños son un suspiro eterno.

viernes, 9 de noviembre de 2007

La Soledad de Manzanares (segunda parte)

3. Un callejón sin ley

Hasta ese momento, si bien todo lo que había visto en la calle de Manzanares, y en general en el barrio de la Merced era bastante interesante, no podría decir que aquella experiencia fuera impactante o surrealista como mi maestra de la Universidad me había dicho.

A punto de abandonar aquella calle vino a mí la inquietud de adentrarme en el dichoso callejón que se encontraba a unos pasos del templo. Con un mero afán turístico, y un poco prendido de la mirada de aquella joven con la que me acababa de topar decidí entrar en el ‘Primer Callejón de Manzanares’.

Levemente Obscuro. Eso es lo primero que uno percibe al poner un pie en el callejón. Cinco pasos después percibes música de ‘Los Caimanes’, algunos locales en las orillas del callejón y una vecindad abandonada. Casi en automático sientes que el ambiente se torna tenso, pesado y un poco depresivo. Y ahí está la gente. Justo en medio del callejón miré a varios hombres de pie, formando un círculo, hundidos en silencio. ¿Qué hacen ahí? es algo que te preguntas y que al segundo descubres: Las miran a ellas. Más de una veintena de prostitutas que caminan en forma circular, mientras son observadas por sus posibles clientes.

Como hipnotizado me uní al ritual. Me hice un lugar dentro de los observadores y las contemplé a ellas. Algunas muy jóvenes, otras rayando en los cincuenta. Delgadas y menudas, robustas y toscas, de rasgos finos o indígenas. La variedad es sorprendente y sin querer parecer vulgar me atrevería a decir que hay ‘gallas’ para todos los gustos. Vestidos, blusas escotadas, pantalones de mezclilla ajustados. Miro a mi alrededor: la misma diversidad se observa en los hombres que las miran, y entre los que identifico cargadores y trabajadores de los comercios del barrio, jóvenes curiosos con su uniforme de secundaria pública, señores que vienen ¿o apenas van? de la oficina, padres de familia, borrachos y solitarios que como yo, esa tarde no tienen otra cosa que hacer que ir en busca del amor comprado, ese que por su misma naturaleza nostálgica y comprensiva no se le niega a nadie.

Repuesto del impacto inicial comienzo a reconocer el entorno. Aquel callejón techado cuenta con algunas cantinas en las orillas. No hay menús. Sólo cerveza y más cerveza. Esas loncherías permanecen casi solitarias. Dos o tres mesas ocupadas en cada uno de estos negocios que en realidad son grandes accesorias de aspecto lúgubre. Algunos hombres prefieren mirar desde ahí a las mujeres mientras toman, beben y hacen que la rockola no deje de escupir música de rock, cumbias y boleros.

Queriendo ocultar mi asombro por estar en un lugar así intenté poner rostro duro para ocultar así mis escasos veinticuatro años. Mientras las notas de ‘Rata de dos patas’ inunda cada uno de los rincones del tristemente célebre callejón. En medio de aquel circulo de observadores clavaba la mirada en aquellas mujeres que caminan una y otra vez con la mirada perdida; algunas solas, otras caminando en pareja mientras platican sobre quién sabe qué cosas, peregrinando eternamente sin llegada ni regreso. Metafóricamente así debe ser su vida: un callejón sin salida.

Y ahí me topé de nuevo con la joven de vestido rojo. Escuché que la conocen como ‘La Yiyí’. Supongo que me reconoció, pues me dirigió una mirada de complicidad y siguió hablando con un señor pelón y barrigón que se encontraba a mi izquierda. Minutos después ‘Yiyí’ y su acompañante parten al centro del callejón y entran por una puerta negra a una especie de vecindad habilitada como hotel de paso. En este recinto hay varios cuartos precariamente construidos (algunos tapados sólo con una sabana obscura), cuyo interior descuidado y sucio complica la idea de considerarlos lugares de placer. Una vez despachado, el cliente abandona la vecindad mientras la prostituta en turno reporta en un pequeño cuarto (construido a modo de caja para cobrar) cuánto dinero ganó y el número de ‘trabajos’ que lleva en su jornada de trabajo. Por cierto, los servicios van desde los 40 pesos.




Mujeres salen y entran con los clientes. Mientras que en el callejón el siniestro catalogo de sexo-servidoras continúa de ronda. Girando, provocando. Alguna de ellas pasa rozando con la mano la zona genital de los espectadores buscando provocarlos y convencerlos de contratarlas. Después de casi una hora en este lugar uno pensaría que termina por acostumbrarse al entorno. No es así, al contrario, cada segundo en un sitio como éste equivale a descubrir nuevas y desconcertantes realidades que el resto de la Ciudad prefiere ignorar. Descubrí así que hay varios ‘Padrotes’ aposentados en lugares estratégicos y a los cuales uno puede reconocer fácilmente por su ostentosa forma de vestir y porque la mayoría portan una pistola en el cinturón. La señora de la tienda tenía razón, el callejón de Manzanares es peligroso, en todos lados se respira esa sensación. Peligro con los padrotes siguiendo los movimientos de los posibles clientes. Peligro por la venta de droga que en ese lugar se desarrolla con la libertad y cinismo de quién vende globos en cualquier parque. Peligro por los ladrones que no dudo, acuden a ese lugar en busca de potenciales víctimas.

Una de las refaccionarías del callejón es una tiendita en la que los hombres y las prostitutas compran dulces, agua, chicles, etc. El lugar es atendido por una señora y su hija, quienes prudentemente me advierten del riego que corro si intento entrevistar a cualquiera de las sexo-servidoras. Eso explica porque este lugar, si bien es conocido por muchos habitantes del Distrito Federal, ha sido muy poco documentado. Hacerlo equivale a correr un riesgo de muerte. Entonces sucedió lo que hasta la fecha me intriga mucho más: la chica de la tienda tenía consigo a su hija, la cual no pasaba los cinco años de edad. ¿Cómo le explicará su madre a esta niña todo lo que sucede a su alrededor?, ¿A los ojos de la infancia qué significado tienen estas mujeres que son codiciadas y compradas por un rato de placer?.

Esto me intriga más que la vida de ‘La Yiyí’, más que la protección o solapamiento de las autoridades en lugares como el Callejón de Manzanares o la cantidad de delitos y violaciones a la ley que aquí se perpetúan. Un tanto asqueado siento deseos de escapar de allí. La realidad me rebasó desde hace mucho.

Antes de salir doy un vistazo a esos rostros de los hombres y mujeres que interactúan en éste callejón, todos diferentes, todos duros e inexpresivos pero con una constante... en todos ellos hay abandono, soledad, y una tristeza en el corazón que sólo poseen aquellos a los que la vida les muestra la peor cara de la miseria humana. ‘La Yiyí’ enganchaba otro cliente. Dudo que se haya percatado de mi huida.

Decidí salir por el otro costado del callejón, donde también hay algunas loncherías, cantinas y algunas vecindades que parecen en ruinas y cuya oscuridad impide mirar en su interior. En un principio supuse que eran inhabitables, o que a lo mucho podrían servir como bodegas. Eso pensaba hasta que vi a un niño de unos nueve años salir de una de estas viviendas. Intenté hacerle la plática, preguntarle cosas. Se fue corriendo al instante.

Salí del callejón, y la luz de un soleado día me recibió de golpe. Mucha gente transitaba entre puestos ambulantes. Me perdí en medio de ellos, sólo quería llegar a casa y quitarme esta opresión que sentía en el pecho.





*** Segunda de 3 entregas. Todo lo descrito: lugares, situaciones y datos son completamente reales.

martes, 6 de noviembre de 2007

La Soledad de Manzanares (primera parte)

El corazón del barrio bravo de La Merced


guarda una de las joyas arquitectónicas más impactantes de la Ciudad de México,


y un callejón, en dónde toda ley desaparece en nombre de la explotación sexual de las mujeres.






1. La Merced, barrio de la Soledad

Colgado en una de las percudidas y descarapeladas paredes del cuarto en el que vive, su viejo reloj marcará las 14:00hrs. Como cada tarde llega la hora de ganarse la vida. Tacones en mano, pues prefiere (una vez más) recorrer las siete cuadras que la separan de su lugar de trabajo con sus gastados pero cómodos tenis Panam.

De esta forma ‘La Yiyí’ (así es como la llaman, pues casi nadie sabe su verdadero nombre), saldrá de una vecindad contigua al metro Candelaria. Ataviada con un escotado vestido rojo se perderá entre una mar de gente formado por vendedores, cargadores, estudiantes de secundaria, amas de casa que realizan sus últimas compras y ancianos que piden limosna. Así son las calles de la Merced, llenas de vida, de olores a basura y mugre, de puestos de antojitos, de comercios establecidos y ambulantes en los que, al menos ella, siempre encuentra novedades de importación a precios ridículos. Quizá es lo único que disfruta de su trabajo: el ir y venir por este camino en el que todos la ven pero nadie la juzga.

Su estatura no rebasa el 1.65 de altura. Medida correcta para su delgado cuerpo. Su piel morena, combina a la perfección con sus intensos ojos negros y su obscuro cabello al hombro. Una mujer como ella podría pasar como hija de familia, sus veintiséis años no le han arrancado del rostro una cierta dosis de inocencia, característica que por cierto, la hace una de las más solicitadas en su ramo.

Sabiéndose en sus dominios, ‘La Yiyí’ se paseará de nuevo por las calles que en ese barrio, están llenas de historia y abandono. Rápidamente llegará al Templo de la Soledad, majestuosa iglesia del México Colonial. Su arquitectura de arrebatadora belleza, así como su espaciosa plaza será objeto de atención y elogios por parte de un trío de turistas alemanes que ni idea tienen de lo peligroso del lugar. ‘La Yiyí’ se cruzará con ellos, aunque no reparará en su presencia ni en la iglesia que tantas veces ha visto y que para ella no es más que un elemento del camino. En la plaza reconocerá al ‘Mollete’, uno de los jovencitos que por las tardes se reúnen en aquel sitio para organizar y repartirse las calles y rumbos en los que ese día habrán de robar.

‘El mollete’ le ofrecerá droga.

‘Yiyí’ dirá que es muy temprano, pero en cambio le aceptará un cigarrito.

Fumando su Malboro Rojo llegará a la esquina de La Soledad y Anillo de Circunvalación. En la esquina algunas colegas la verán con indiferencia. Sólo una de ellas la saludara. Así es su trabajo, las chicas de Manzanares a veces tienen diferencias con las de La Soledad. Ella pensará: No le puedo caer bien a todas; nada raro, así somos las putas.

Atravesará la avenida y caminará una cuadra más. Algún hombre se le quedará viendo. Una vez más se sabrá deseada, señal de que aun podrá vivir mucho tiempo más de éste negocio (a menos que la mate un cliente, un padrote, una enfermedad, o la tristeza). Por eso dará vuelta en la calle de Manzanares y entrará a la pequeña capilla que está en la esquina, le rezará al Señor de la Humildad, a la Virgencita de la Soledad y a San Judas Tadeo para que ésta tarde la proteja. Ahí dentro me verás.

Cinco minutos después, calzando sus tacones rojos, ‘Yiyí’ se reportará con uno de sus padrotes.






2. La Capillita de los Ladrones

Supe de su existencia gracias a una maestra de la Universidad ‘Es el lugar más surrealista e impactante en el que he estado’. Comentario que me bastó para caer preso de la más inquietante de las curiosidades, aquella que sólo se marcha cuando adoptamos al riesgo como estilo de vida. Tenía que ir, ver aquel sitio con mis propios ojos a sabiendas de la peligrosidad que conlleva encontrar la ‘Iglesia más pequeña del mundo’.

La conocí una tarde de Agosto. Dar con ella fue relativamente fácil. Apenas salí de la estación del metro ‘La Merced’, me interné dentro de una selva de puestos ambulantes de comida, fayuca, tenis, brujería, santería y discos piratas. Hipnotizado por las voces, los aromas y la tristeza de un barrio que parece trazado por el diablo, seguí caminando sin mucha idea de mi paradero. Algo tienen estas colonias del centro de la Ciudad de México que entristecen el corazón. Llegué al Anillo de Circunvalación.

- No sé si sea la Iglesia más pequeña del mundo, pero ahí una capillita, la del Señor de la Humildad a dos calles de aquí, en la calle de Manzanares. Me comentó un vendedor de pepitas.

Efectivamente. En aquella esquina, justo en el número 32 se divisa una pequeña capilla de un blanco limpio e intenso, con vivos colorados y de color mostaza. Lentamente rodeé la estructura exterior del inmueble rectangular, cuya fachada de estilo churrigueresco. Tiene dos elegantes torres estípites, un par de ángeles custodiando, una cruz, una pequeña puerta y preciosos adornos excelsamente labrados en cantera plateada que terminan por enamorar a cualquiera.

¿Quién y por qué construyó una iglesia tan pequeña?. Fue ni más ni menos que Hernán Cortés a su llegada (1519) a Tenochtitlán quien mandó a construir siete ermitas en diversos puntos del Valle de México. Sin embargo, la de la calle Manzanares es quizá la única sobreviviente. Su arquitectura actual corresponde a una remodelación del siglo XVIII.

Si exteriormente la capillita (el diminutivo se aplica en sentido literal) es una belleza, su interior lo es aún más: hay un minúsculo retablo dorado estilo barroco, un guardapolvo de azulejos azules y esculturas de la Virgen María, San José y Jesús. Por lo pequeño de sus dimensiones, en el interior caben aproximadamente veinte personas.

Una tendera del rumbo me comentó que después de la fiesta del 6 de agosto, día de su Santo Patrono, la capillita esta en remodelación, por lo que actualmente no es fácil encontrarla abierta. ‘Fue una gran fiesta la de hace unos días, desde muy temprano le cantamos sus mañanitas’, dijo la señora que amablemente me vendió un refresco en lata, y que espera que una vez terminados los trabajos de regeneración, la capillita de Manzanares vuelva a estar abierta las veinticuatro horas del día.

No obstante el rumbo en el que está erigida, el inmueble siempre ha estado impecable. Lleno de flores, con la pintura y los accesorios del lugar bien cuidados. Antes eran los vecinos quienes barrían y cuidaban el lugar, hasta hace poco que llegaron unas monjas carmelitas y ahora se encargan de ella.

“Aquí vienen a orar los ladrones, asesinos y ‘gallas’ (prostitutas) del barrio. A rezar, pedir perdón e implorar no ser atrapados por la policía”. Agregó.

Un día a la semana, los ladrones acuden a orar y se abstienen de robar por veinticuatro horas para no ser desamparados por su patrono.

Al preguntarle sobre si ésta era la Iglesia más pequeña del mundo, mi interlocutora contestó que lo ignoraba, pero que al menos, si era la más pequeña de la ciudad. Poco después, buscando información sobre la capillita de Manzanares sabría que su construcción pertenece al estilo churriguera-mexicano, y aunque es una capilla, su construcción sui-generis cuenta con todos los elementos para considerarla una iglesia: dos torres, coro alto, coro bajo y una cúpula.

Según la tendera, las ‘gallas’ (nombre que en este barrio ‘bravo’ se le da a las prostitutas y que data del siglo XVI) comienzan a llegar a partir de las dos de la tarde, se persignan, oran y la mayoría se van a trabajar al callejón.

- ¿Cuál callejón?
- El de Manzanares, ¿no lo conoce?
- He oído hablar de él ¿dónde está?
- Allá,
(señala al frente) a unos veinte pasos de ahí. Pero ‘agüas’ güero. Es peligroso.

Pagué mi bebida, le di las gracias a la tendera y le di un último vistazo al interior de la capillita. En la entrada me topé con una joven ataviada con un seductor traje rojo saliendo del templo. Cabello negro a los hombros, piel morena, delgada. Me miró coquetamente y siguió su camino hacía el callejón.


*** Primera de tres entregas. Si bien algunos nombres y hechos fueron alterados para darle al reportaje un toque más literario. Todo lo descrito: lugares, situaciones y datos son completamente reales.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Días extraños

Tiene un par de meses que me encuentro ocasionalmente con ella en el parque de la esquina, en la calle en la que vivo. No me sorprende lo que es, pero sí su presencia tan fuera de lugar: ¿qué hace una ardilla gris en medio de la ciudad, en una región en la que jamás se les había visto?. Ignoró si es la única, o es toda una colonia de ardillas la que habita los árboles de ese jardín, que diariamente recorro con mi perro. También desconozco si es feliz, si las miradas de los vecinos que sorprendidos la ven le siguen inquietando o si las personas y todo lo que le rodea le tienen prácticamente sin cuidado.

Una ardilla perdida en la ciudad para cualquiera sería extraño, menos para mí, que de unas semanas para acá veo todo extraño, diferente, incomodo. ¿Será el frío eso que me pone así?... el otoño y yo no nos llevamos nada bien. Tampoco me llevo bien con la soledad, ni con el desamor, ni con las dudas; menos soporto estarle dando vuelta a las palabras, como desde hace un buen tiempo, a falta de algo mejor que contar. Y es que la crisis de ‘nada’, de vivir ‘días extraños’, de no estar cómodo, alcanzó al blog y se llevó al traste mis ganas de escribir.

No sé me esta dando el sentarme a escribir y realmente hacerlo. Nunca la diferencia entre el querer y el poder fue tan latente como en esta ocasión, en la que tengo muchísimas ideas, muchísimos temas de los que hablar. Las terribles inundaciones en el sureste mexicano, la llegada de un nuevo bebé a la familia; la vergüenza de un conductor de televisión que fue encontrado golpeado, desnudo y amarrado en un hotel de mala muerte al parecer, por deberle dinero a su “chichifo” (si no saben qué es, recurran al diccionario). Podría desgarrarme el alma y hablar de esos recuerdos que marcan el alma y que aun entre sueños me hacen suspirar. Hablar de ella, como siempre; o de mi perro y su chamarra que le compré para el otoño. Recurrir a la inventiva y darle vida a la historia de algún personaje que entre mis manías espera nacer. Por lo menos un poema o algo gracioso.

Muchas ideas pero cero capacidad. Tengo unas dos semanas en las que salvo un par de excepciones, en éste espacio he publicado posts que ya había escrito con anterioridad. No es ‘bloqueo de escritor’, pues las ideas no están. Tampoco es falta de tiempo o de elementos: todo está ahí, el problema es que me siento y las palabras o no salen, o emergen de una manera tan sosa y difusa, que termino por desechar cualquier posibilidad de texto.

Es cierto, nada ni nadie me obliga a subir cosas a esta bitácora electrónica cada tres o cuatro días como acostumbro; nadie salvo yo y mi conciencia misma, que me reclama con una insistencia demencial que escriba algo. Lo malo es que esas ganas no entienden las razones del proceso creativo y él tiempo que éste exige. Por esas malditas prisas uno termina garabateando historias de las que luego se arrepiente y avergüenza. Para ejemplo basta esta entrada, que ni dice ni propone nada. Escritos como éste, en el que empiezo hablando de una cosa y termino justificando mi ineficiencia narrativa deberían estar prohibidos en el mundo literario.

También debería estar prohibido estar encerrado, frente a la computadora, un sábado al anochecer sin ningún plan mejor que el sentirme la persona única persona fuera de lugar en el planeta.

Quizá así se siente la ardilla.

Son días raros.